MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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viernes, 12 de octubre de 2018

LA MUERTE ES UN DON DE DIOS CUANDO SIRVE PARA IMPEDIR NUEVOS PECADOS, ESTANDO EL HOMBRE RECONCILIADO CON DIOS.

La Divina Providencia


"En verdad os digo que la muerte es un don cuando sirve para impedir nuevos pecados y coge al hombre mientras está reconciliado con su Señor”.




          Esta afirmación, para los que niegan la existencia de la Vida Eterna, y de un Juicio de Dios a la muerte de cada ser humano, que lo puede transformar en Hijos de la Luz, y herederos del Cielo, o en hijos de las Tinieblas, y herederos del Infierno para toda la Eternidad, son como lo dice San Pablo una locura, ya que como lo afirma, las cosas de Dios cuanto más subidas, son para ellos más locura, así como las cosas del mundo, cuanto más subidas, son más locura e insensatez para los hijos de Dios.

         En la vida del Santo Cura de Ars, Patrono de todos los Sacerdotes del mundo, relatada por Monseñor Trochú, se puede leer que todos los milagros que hacía los atribuía a Santa Filomena, una mártir del Imperio Romano, cuya existencia parece dudosa, ya que solo se encontró en una catacumba una inscripción con su nombre.

          Cuentan que vino a verle de muy lejos, creo que desde París, una Señorita ciega para implorar su curación, atraída por otros milagros que había hecho el Santo, este le dijo: “Dios puede curarla de su ceguera, pero su Salvación Eterna no sería segura, sin embargo si permanece ciega, tiene asegurada la Vida Eterna”. Naturalmente, la Señorita volvió a París ciega, pero con gran resignación.
         Siendo yo aún escolar en los Maristas, cuando vivía en Francia, contaba un hermano que había venido de Brasil, un hecho ocurrido en ese País: Un avión de pasajeros aterrizó envuelto en llamas, bajaron todos los pasajeros a tiempo, solo se quedó una mujer que estaba de rodillas dando gracias a Dios, por haber salido indemne del accidente.

         En ese momento estalló el avión y murió la mujer. Como era de esperar, toda la prensa de izquierdas que relataba el suceso, aprovechó el incidente para burlarse de los creyentes y negar a Dios. Pero creo sinceramente que, morir alabando a Dios, es en realidad una de las mayores gracias para una persona, porque tiene asegurada la Vida Eterna, este hecho recuerda la promesa hecha por Jesús a San Dimas, personalmente creo que es un seguro de Salvación Eterna.

          Se puede pues afirmar que muchas desgracias o muertes están permitidas por Dios, para asegurar la Salvación a ciertas personas, ya que una vida más larga lo expondría a una condenación eterna. Y así en el otro mundo cuando se descubra la verdad de todos los acontecimientos veremos que las desgracias ocurridas a ciertas personas, que en la Tierra nos parecieron injusticias y abandono de la Providencia Divinas, fueron en realidad una gran misericordia de Dios y una acción de esa divina Providencia. Naturalmente todas estas reflexiones solo se pueden comprender a través de la Fe en Dios, de lo contrario estos acontecimientos son incomprensibles.

        Cuando estudiaba en Francia el Reino de San Luis, se contaba que su madre Blanca de Castilla, le decía a su hijo: “¡Prefiero verte muerto, antes que verte cometer un pecado mortal!” 

        ¡Bienaventurados los que ven a Dios en todas las cosas, creo que de ellos es el Reino de los Cielos!





Del Poema del Hombre-Dios de María Valtorta

(16 de Julio de 1946)

Una curación espiritual en Guerguesa y lección 
sobre los dones de Dios.


     Llegan a los bordes del lago, en los aledaños de Guerguesa, cuando el ocaso rojo se transforma en crepúsculo violáceo y sereno. La ribera está llena de gente que prepara las barcas para la pesca nocturna o que se baña con gusto en las orillas del lago, un poco picado por el viento que lo surca.

    Pronto es visto Jesús y reconocido, de forma que antes de que pueda entrar en la Ciudad, ya se sabe que ha venido, y se produce la afluencia de gente que acude a escucharle.

(…) Una mujer llorando, le llama de entre la multitud, mientras que suplica que le dejen pasar, para ir donde el Maestro.
“Es Arria, la gentil que se ha hecho hebrea por amor. Una vez curaste a su marido, pero…”.
“Me acuerdo. ¡dejadla pasar!”.
La mujer se acerca. Se arroja a los pies de Jesús. Llora.
“¿Qué te pasa, mujer?”.
“¡Rabí! ¡Rabí! ¡Piedad por mí!, Simeón…”.

  Uno de Guerguesa le ayuda a hablar: “Maestro, usa mal la salud que le diste. Se ha hecho duro de corazón, rapiñador, y ya ni siquiera parece israelita. La verdad es que la mujer es mucho mejor que él, a pesar de haber nacido en tierras paganas. Y su dureza y rapacidad le acarrean peleas y odios. Y por una pelea ahora está muy mal herido en la cabeza, y el médico dice que casi es seguro que se queda ciego”.

    “¿Y Yo, que puedo en ese caso?”.
  “Tu…curas…Ella, ya lo ves, se desespera…Tiene muchos hijos, y pequeños todavía. La ceguera de su marido significaría miseria para la casa…Es verdad que es dinero mal ganado…Pero la muerte sería una desventura, porque un marido es siempre un marido, y un padre es siempre un padre, aunque en vez de amor y pan dé traiciones y palos…”.

“Le curé una vez, y le dije: “No peques más”. Él ha pecado más. ¿No había prometido acaso, que no iba a pecar más? ¿No había hecho voto de no volver a ser usurero y ladrón, si Yo le curara, es más, de devolver a quien pudiera lo mal adquirido, y de usar el mal adquirido – en el caso de no poder devolverlo – en favor de los pobres?”.

“Maestro, es verdad. Yo estaba presente. Pero… el hombre no es firme en sus propósitos”.

“Es como dices. Y no solo Simeón. Muchos son los que, como dice Salomón, tienen dos pesos y balanza falsa, y no solo en el sentido material, sino también cuando juzgan y actúan y en su comportamiento para con Dios. Y es también Salomón el que dice: “Desastroso para el hombre el fervor ligero por lo santo y, tras hacer el voto, volverse atrás”. Y, sin embargo son demasiados los que esto hacen… Mujer, no llores.

    Pero escucha y sé justa, pues que has elegido Religión de Justicia: ¿Qué elegirías, si te propusiera dos cosas, estas: curar a tu marido y dejarle vivir para que siga burlándose de Dios y acumulando pecados sobre su alma, o convertirle, perdonarle, y luego dejarle morir? Elige. Haré lo que elijas”.

La pobre mujer se encuentra en una lucha muy acerba. El amor natural, la necesidad de un hombre que bien o mal gane para los hijos la moverían a pedir “vida”; su amor sobrenatural hacia su marido la mueve a pedir “perdón y muerte”. La gente calla, atenta, conmovida en espera de la decisión.

  Al fin, la pobre mujer, arrojándose de nuevo al suelo, abrazándose a la túnica de Jesús como buscando fuerzas, gime: “La vida eterna…Pero ayúdame Señor…” y languidece, rostro en tierra, que parece que muere.
  “Has elegido la parte mejor. Bendita seas. Pocos en Israel te igualarían en temor de Dios y justicia. Levántate. Vamos donde él”.

  “¿Pero realmente le vas a hacer morir, Señor? ¿Y yo, que voy a hacer?”. La criatura humana renace del fuego del espíritu como el fénix mitológico; y sufre y zozobra humanamente…
“No temas, mujer. Yo, tú, todos confiamos al Padre de los Cielos todas las cosas, y Él obrará con su amor. ¿Eres capaz de creer esto?”.
“Sí, mi Señor…”.
“Entonces vamos, diciendo la oración de todas las peticiones y de todos los consuelos”.
Y mientras anda, circundado de un enjambre de personas y seguido de un séquito de gente, dice lentamente el Pater. El grupo apostólico hace lo mismo, y con un coro bien ordenado, las frases de la oración se elevan por encima del murmullo de la muchedumbre, la cual, sintiendo el deseo de oír orar al Maestro, poco a poco va guardando silencio, de forma que las últimas peticiones se oyen maravillosamente en medio de un silencio solemne.

   “El Padre te dará el pan cotidiano. Lo aseguro en su Nombre” dice Jesús a la mujer, y añade, dirigiéndose no solo a ella sino a todos:

  “Y os serán perdonadas las culpas si perdonáis al que os haya ofendido o perjudicado: Esa persona necesita vuestro perdón para obtener el de Dios. Y todos tienen necesidad de la protección de Dios para no caer en pecado como Simeón. Recordad esto”.

     Ya han llegado a la casa y Jesús entra en ella con la mujer, con Pedro, Bartolomé y el Zelote.
    El hombre echado en la yacija, en la cara vendas y paños mojados gesticula desasosegado y delira. Pero la voz, o la voluntad de Jesús, le hacen volver en sí y grita: “¡Perdón! ¡Perdón! No volveré a caer en el pecado. ¡Tu perdón como la otra vez! Pero también la salud como la otra vez. ¡Arria! ¡Arria! Te juro que seré bueno. No volveré a ser violento ni ladrón, no …”. El hombre está dispuesto a todas las promesas por miedo a morir…

    “¿Por qué quieres todo esto?” pregunta Jesús, “¿Por expiar o porque temes el juicio de Dios?”.
   “¡Eso, eso! ¡Morir ahora no! ¡El infierno!... ¡He robado, he robado el dinero del pobre! He usado la mentira. He sido violento con mi prójimo y he hecho sufrir a los familiares. ¡Oh!...”.
    “No miedo, se requiere arrepentimiento, verdadero, firme”.
   “¡La muerte o la ceguera! ¡Qué castigo! ¡No volver a ver! ¡Tinieblas! ¡Tinieblas! ¿No!...”.

     “Si es adversa la tiniebla en los ojos, ¿no te es horrenda la del corazón? ¿Y no temes la del Infierno, eterna, horrenda?, ¿la privación continua de Dios?, ¿los remordimientos continuos?, ¿la congoja de haberte matado a ti mismo para siempre, en tu espíritu? ¿No amas a esta? ¿Y no quieres a tus hijos? ¿Y no quieres a tu padre, a tu madre, a tus hermanos? ¿Y no piensas que no vas a tenerlos nunca más contigo si mueres condenado?”.

     “¡No! ¡No! ¡Perdón! ¡Perdón! Expiar, aquí, sí, aquí… Incluso la ceguera, Señor… Pero el Infierno no… ¡Que no me maldiga Dios! ¡Señor! ¡Señor! Tú arrojas los demonios y perdonas las culpas. No alces tu mano para curarme, pero sí para perdonarme y liberarme del demonio que me tiene sujeto… Ponme una mano en el corazón, en la cabeza… Libérame Señor…”.

“No puedo hacer dos milagros. Reflexiona. Si te libero del demonio te dejaré la enfermedad…”.
“¡No importa! Sé Salvador”.
“Sea como tú quieres. Te digo que sepas aprovechar mi milagro, que es el último que te hago. Adiós”.
“¡No me has tocado! ¡Tu mano! ¡Tu mano!”.

      Jesús le complace y pone su mano sobre la cabeza y sobre el pecho del hombre, el cual, estando vendado, cegado por las vendas y la herida, palpa convulsivamente para agarrar la mano de Jesús, y una vez que la encuentra, llora sobre ella, y no quiere separarse de ella; hasta qué, como un niño cansado, se adormece, teniendo todavía la mano de Jesús apretada contra su carrillo febril.
     Jesús saca cautelosamente la mano y sale de la habitación sin hacer ruido, seguido por la mujer y los tres Apóstoles.
     “Que Dios te lo pague, Señor. Ora por tu sierva”.
    “Sigue creciendo en la Justicia, mujer, y Dios estará siempre contigo”. Alza la mano para bendecir la casa y a la mujer, y sale a la calle.

     […] Pedro, que estaba preparado, hinca el remo, y la barca se separa de la orilla, empezando así la navegación, seguida por otras dos. El lago, un poco agitado, imprime oscilación a las barcas, pero nadie se asusta por ello, porque el trayecto es breve. Los faroles rojos ponen manchas de rubí en las oscuras aguas, o tiñen de color sangre las espumas blancas.
   Pregunta Pedro, sin dejar el timón, después de un rato: “Maestro, ¿pero aquel hombre se va a curar o no? No he comprendido nada”.

    Jesús no contesta. Pedro hace una muestra a Juan, que está sentado en el fondo de la barca a los pies del Maestro, con la cabeza relajada encima de las rodillas de Jesús. Y Juan repite en voz baja la pregunta.
    “No se va a curar”.
    “¿Por qué, Señor? Yo creía, por lo que he oído, que tuviera que curarse para expiar”.
     “No Juan. Pecaría nuevamente, porque es un espíritu débil”.
     Juan vuelve a apoyar la cabeza en las rodillas y dice: “Pero Tú le podías hacer fuerte…” y parece manifestar un dulce reproche.
    Jesús sonríe, mientras introduce los dedos entre los cabellos de su Juan y, alzando la voz de forma que todos oigan, da la última lección del día:

      “En verdad os digo que en la concesión de la gracia hay que saber también tener en cuenta su oportunidad. No siempre la vida es un don, no siempre la prosperidad es un don, no siempre un hijo es un don, no siempre un lujo es un don, no siempre – si también esto – una elección es un don. Vienen a ser dones y permanecen como tales cuando el que los  recibe sabe hacer un buen uso de ellos, y para fines naturales de santificación. 

    Pero cuando de la salud, de la prosperidad, afectos, misión se hace la ruina del propio espíritu, mejor sería no tenerlos nunca. Y a veces Dios ofrece el mayor don que podría dar, no dando lo que los hombres desearían o lo que considerarían justo tener como cosa buena. El padre de familia o el médico bueno saben que es lo que hay que dar a los hijos o a los enfermos para no ponerlos más enfermos o para evitar que enfermen. Lo mismo Dios, sabe lo que tiene que dar para el bien de un espíritu”.


 “¿Entonces aquel hombre morirá? ¡Qué casa más infeliz!”.
“¿Sería acaso, más feliz viviendo en ella un réprobo? ¿Y él sería más feliz si, viviendo, siguiera pecando? En verdad os digo que la muerte es un don cuando sirve para impedir nuevos pecados y coge al hombre mientras está reconciliado con su Señor”.

        Maravillosas palabras de Jesús, con las cuales se aclara una serie de dudas sobre las miserias humanas, que muchas veces son necesarias para la salvación eterna de las almas. 

 Como así tiene que ser para un creyente, es mucho más importante la Vida Eterna que la vida material, cuya duración, comparada con la Eternidad, es un breve suspiro.

 Unos de los mayores males de la mentalidad actual, es la pérdida absoluta del sentido del pecado, y la negación absoluta de un más allá, donde habrá un Juicio y un castigo eterno y horrendo, que es la ausencia de Dios y la muerte del alma por el pecado que es la desobediencia a la Ley de Dios.

  Satán ha logrado hacer creer a la Sociedad, que Dios es un padre bonachón, indiferente al pecado, e incapaz de mandar a nadie al Infierno, porque todos somos hijos suyos, ignorando que la filiación divina se obtiene por la obediencia a las Leyes, y por un profundo arrepentimiento y temor de Dios, cuando se han transgredido sus mandatos. En este relato, Simeón se salvó por tener bien claros estos conceptos: Todo pecado es una ofensa a Dios, y existe un Juicio y un castigo que es el Infierno eterno.

  Es también muy importante y trascendente, lo que explica Jesús sobre la correspondencia a la Gracia de Dios, cuando no se hace un buen uso de los dones para la Salvación eterna.

   Es lo que ocurre hoy día con los Sacramentos de la Iglesia que exigen una correspondencia a los mismos, con unos deberes y unas obligaciones, que si no se cumplen, anulan la Gracia santificante.






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