MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

**
****************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************

rep

domingo, 1 de febrero de 2015

II/II A LA TARDE SEREMOS JUZGADOS POR NUESTRAS OBRAS DE MISERICORDIA, NO POR LA JERARQUÍA O POR LA CATEGORÍA DE PRELATURA.

COMENTARIOS SOBRE LA EPÍSTOLA DE SAN PABLO

(CONTINUACIÓN DEL MENSAJE ANTERIOR)




EL JUICIO FINAL DEPARARÁ MUCHAS SORPRESAS



Increíble discurso de San Pablo que compara un creyente católico con otro de cualquier otra religión, razonamiento que será una herejía para los católicos fundamentalistas que se creen que fuera de la Iglesia católica no hay salvación, lo que era una convicción del tiempo del Papa Pio X.
Ese tipo de personas obedecen a razonamientos fanáticos y son semejantes a los Fariseos y Escribas del tiempo de Jesús, que no podían comprender que el Mesías prometido iba a nacer para ser Rey y Salvador de todos los pueblos del mundo que sean de buena fe, e incluso el día del Juicio serán juzgados más dignos que muchos católicos que a pesar de las Gracias de los Sacramentos, han tenido una vida más pésima que muchos creyentes de otras religiones.

Ese tipo de personas no pueden comprender que el Juicio de Dios se hará sin tener en cuenta la Religión de cada persona, pero Dios se fijará en su comportamiento y sus obras de misericordia, el ejemplo lo tenemos en el Buen Samaritano, personaje considerado infiel para los ortodoxos Judíos, que socorrió al que había caído en mano de los bandidos y tuvo compasión de él, lo que no tuvieron ni el Sacerdote ni el Escriba que dieron un rodeo para no molestarse a socorrerlo.

Dice San Pablo: Para Dios no hay acepción de personas. Él juzgará por los actos realizados, no por el origen humano de los hombres. Y habrá muchos que, creyéndose elegidos por ser Católicos, se verán precedidos por otros muchos que, al practicar justicia, sirvieron al Dios verdadero en el suyo desconocido”.  


Dice el autor Santísimo:


          “La tribulación y la angustia son siempre las compañeras del alma del hombre que obra mal por más que no aparezca así a los ojos de los hombres.
         El que es culpable no goza de esa paz que es fruto de la buena conciencia. Las satisfacciones de la vida, cualesquiera que sean, no son bastantes a dar paz. El monstruo del remordimiento acomete a los culpables con asaltos imprevistos, a horas que menos lo esperan y les tortura. A veces sirve para hacerles arrepentirse, otras para hacerles mayormente culpables moviéndoles a desconfiar de Dios y a arrojarlo totalmente de sí. Porque el remordimiento viene de Dios y de Satanás. El primero les estimula a salvarse. El segundo a terminar de perderse, por odio, por desprecio.
    Ahora bien, el hombre culpable, que es ya pertenencia de Satanás, no considera que sea su tenebroso rey el que le tortura tras haberle seducido para que fuera su esclavo. Y culpa a Dios únicamente del remordimiento que siente agitarse dentro de sí e intenta demostrar que no teme a Dios, que lo da por inexistente al aumentar sus culpas sin temor alguno, con la misma avidez malsana con que el bebedor, aún sabiendo que le perjudica el vino, bebe más y más; con el mismo frenesí con que el lujurioso no acaba de saciarse del sórdido placer; y el que se habitúa a drogas tóxicas aumenta las dosis de las mismas a fin de gozar aún más de la carne y de las drogas estupefacientes. 
          Todo ello con la intención de aturdirse, de embriagarse de vino, de drogas, de lujuria, hasta el extremo de idiotizarse y no sentir ya el remordimiento ni la culpabilidad de querer ahogar en sí la voz que le hablaba de triunfos más o menos grandes y temporales.
          Pero, queda la angustia, queda la tribulación. Son estas las confesiones que ni a si mismo se hace un culpable o espera a hacerlas en el último momento, cuando, caídas las bambalinas del escenario, el hombre se ve desnudo, solo ante el misterio de la muerte y de su encuentro con Dios. Y estos últimos son ya los casos buenos, los que alcanzan la paz más allá de la vida tras la justa expiación. Y a veces, como en el caso del buen ladrón, junto a la contrición perfecta está la paz inmediata.
        Más es harto difícil que los grandes ladrones – todo gran culpable es un gran ladrón puesto que le roba a Dios un alma: la suya de culpable, y otras muchas más: las arrastradas a la culpa por el gran culpable que será llamado a responder de estas almas, buenas tal vez e inocentes antes de su encuentro con el culpable y por él hechas pecadoras, con mucha mayor severidad que la suya; y es un gran ladrón así mismo por robar al alma propia su bien eterno y a la vez que a la suya, a las almas de aquellos a quien indujo al mal – es difícil, digo, que un ladrón grande y obstinado alcance en su último momento el arrepentimiento perfecto. De ordinario no alcanza ni el arrepentimiento parcial, bien porque la muerte lo cogió de improviso o porqué rechazó hasta el último instante su salvación.
           Más la tribulación y la angustia de esta vida, apenas si son una muestra insignificante de la tribulación y de la angustia de la otra vida, ya que el infierno y la condenación son horrores cuya exacta descripción dada por el mismo Dios es siempre inferior a lo que en si son. No podéis vosotros, ni aún a través de una descripción divina, concebir exactamente que son la condenación y el infierno. 
          Porque, del mismo modo que la visión y descripción divina de lo que es Dios no puede proporcionaros aún el gozo infinito del exacto conocimiento del día eterno de los justos en el Paraíso, así tampoco la visión y descripción divina del infierno puede daros una idea de aquel horror infinito. Vosotros, vivientes, tenéis establecidas fronteras en el conocimiento del éxtasis paradisíaco lo mismo que de la angustia del infierno, porque si los conocieseis tal cual son, moriríais de amor o de horror.
         Y castigo y premio se darán con justa medida tanto al judío como al griego, es decir, tanto al que cree en el verdadero Dios como al que es cristiano pero está desgajado del tronco de la eterna Vid, como al hereje, como al que siga otras religiones reveladas o la suya propia si se trata de persona que ignora toda religión.
        Premio a quien siga la Justicia. Castigo a quien hace el mal. Porque todo hombre hallase dotado de alma y de razón y con ellas tiene en si lo bastante para exigirle norma y ley. Y Dios, en su Justicia, premiará o castigará en la medida que el espíritu fue consciente, mas severamente, por tanto, en la medida que el espíritu y la razón son de individuos civilizados en contacto con sacerdotes o ministros cristianos o de religiones reveladas y según la fe de cada espíritu
           Porque si uno, aunque de iglesia cismática o separada tal vez, cree firmemente hallarse en la verdadera fe, su fe le justifica, y si obra el bien para conseguir a Dios, Bien supremo, recibirá un día el premio de su fe y de la rectitud de sus obras con mayor benignidad divina que la concedida a los católicos. Porque Dios ponderará cuánto mayor esfuerzo habrán tenido que realizar para ser justos los separados del Cuerpo místico, los mahometanos, Brahmánicos, Budistas, Paganos, esos en los que no se hayan la Gracia ni la Vida y con ellas mis dones y las virtudes que de dichos dones se derivan.

         Para Dios no hay acepción de personas. Él juzgará por los actos realizados, no por el origen humano de los hombres. Y habrá muchos que, creyéndose elegidos por ser Católicos, se verán precedidos por otros muchos que, al practicar justicia, sirvieron al Dios verdadero en el suyo desconocido”.  



EXTRAORDINARIA EXPLICACIÓN DEL TEMOR DE DIOS Y DEL QUIETISMO.


LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO







     Clarísimas explicaciones de San Pablo sobre lo que significa el Santo temor de Dios, sobre lo que es la verdadera Virtud que justificará a los hombres de cualquier Religión el día del Juicio, y de lo que es imposible para el hombre entender en este mundo: La maravilla y el horror infinitos del Cielo y del Infierno, que escapan a nuestra capacidad de entender: Si viéramos el Cielo, nos moriríamos de Amor, y si viéramos lo que es el Infierno nos moriríamos de horror. 


     Ambas percepciones tienen que permanecer ocultas en la Tierra, porque sino, desaparecería el libre albedrío que es la libertad para escoger entre el bien y el mal, es decir entre Dios y Satán.

   Perfecta descripción del mal que afecta a la Sociedad actual: quedan perfectamente retratados los Quietistas, que tanto abundan en nuestra Sagrada Religión Católica, llama la atención la descripción tan acertada de sus actos y sus razonamientos, que solo puede provenir del ojo escudriñador de Dios.


        

LECCIONES SOBRE LA EPÍSTOLA DE SAN PABLO 

A los Romanos Cap. 3º, del v.1 al 20.


LOS QUIETISTAS
Dictado a María Valtorta del 22/1/1.944



       Dice el Autor Santísimo:
         “El temor de Dios no está delante de sus ojos” dice el Apóstol. Y con esta breve sentencia explica las depravaciones del espíritu incircunciso.
            La mayoría de los hombres católicos – hablo a estos y de estos porque estos hombres han recibido los siete dones maravillosos del Paráclito y deberán por esto conocer al menos la fortaleza, la paz, la luz que irradia de ellos y la realidad de su naturaleza – la mayoría de los católicos no sabe exactamente qué sea el temor de Dios ni como se practique.
            También aquí hay tres categorías. La de los escrupulosos, la de los quietistas o indiferentes y las de los justos. Más antes de hablar de ellas, hablaré del don.
       ¿Qué es el temor de Dios? ¿Miedo de Él, cual si fuera un justiciero insobornable que se complace en castigar, un inquisidor que no deja de anotar las imperfecciones más menudas, para mandar a las torturas eternas? No. Dios es caridad y no se le debe tener miedo. Ciertamente, su ojo divino ve todas las acciones de los hombres, aún las más insignificantes. Cierto también que su Justicia es perfecta. Más, por lo mismo que es así, Él sabe valorar la buena voluntad de los hombres y las circunstancias en las que el hombre se encuentra, circunstancias que son frecuentemente otras tantas tentaciones de pecar de soberbia y por tanto, de desobediencia, de ira, de avaricia, de gula, de lujuria de envidia y de pereza.
          Dios castigó duramente a Adán y Eva, más a su castigo siguió de inmediato la misericordia: la promesa de un Redentor que habríales de librar de la prisión consiguiente a la culpa, a ellos, a sus hijos y a los hijos de sus hijos. A Adán y Eva, llenos de inocencia y de gracia, dotados de integridad y de una ciencia proporcionada a su excelso estado y a su aún mayor excelso fin –pasar del Paraíso de la Tierra al del Cielo y gozar eternamente de su Dios – Dios habría podido muy bien condenarlos para siempre, porque habían tenido cuanto necesitaban para santificarse y ser perfectos en contra de todas las tentaciones y habiánlo tenido sin sentir en sí los incentivos del pecado.
            Vosotros, hombres, tenéis esos incentivos, el Bautismo y los Sacramentos borran en vosotros la mancha original, os devuelven la Gracia y os infunden las virtudes principales, os borran los pecados cometidos después del uso de razón, os fortifican con la fuerza misma de Cristo alimentándoos de Él y os sostienen en la Gracia de estado. 

Más queda la herencia del pecado Original con sus incentivos, y sobre esta herencia y estas secuelas del contagio traído del Progenitor, trabaja Satanás con más facilidad de éxito que sobre Adán y Eva.
          Dado que uno de los axiomas de la Divina Justicia es que: “A quien más recibió, más se le exige, a Adán y a Eva, que habían recibido todo, y no tenían en sí taras hereditarias, antes, únicamente la perfección de haber salido formados de la mano de Dios, del pensamiento de Dios – porque Dios con solo su pensamiento, ordenó al barro que se formara conforme a su diseño, y las moléculas del barro, materia inerte e insensible obedecieron, porque todo obedece al mandato de Dios, todo, a excepción de Satanás y del hombre más o menos rebelde -, a Adán y a Eva, salidos ya formados del Pensamiento de Dios y animados con su aliento, a Adán y a Eva todo debía serles exigido y reclamado y en caso de pecar, todo debía serles quitado y ser condenados a castigo sin término.
         Ellos conocían a Dios. Conversaban con Él al céfiro de la tarde. Además de su Autor, Él era para ellos su Maestro y ellos eran las primeras “voces” destinados a revelar a los venideros las verdades aprendidas de Dios. Y a pesar de todo, no obstante haber tenido conocimiento de la Perfección, tuvieron curiosidad del horror al que prestaron oídos desatendiendo la Palabra de Dios.    

           Ofendieron gravemente al Padre Creador, al Hijo, Verbo que les instruía acerca del Bien y del Mal, sobre las cosas, animales y plantas creados y al Amor, porque, ingratos, olvidaron por un lúbrico seductor que les tentaba con un fruto, solo con uno, todo cuanto la Caridad les había dado para que fueran felices.
         Más Dios no les amenazó con el Infierno. ¿Acaso no podía fulminarlos allí mismo, al pie del árbol de la Prueba que había resultado para ellos árbol de la concupiscencia? Ellos, de su voluntad, habiánlo hecho tal y hubiera sido justo que perecieran ellos, planta maligna nacida de una semilla perfecta – el Pensamiento Divino – maleada por el veneno de la baba infernal. 
         ¿No podía ordenar Dios a su Arcángel que los hiriese con su espada de fuego allí, en los umbrales del Paraíso terrenal, para que sus despojos inmundos no contaminasen la Tierra y precipitarlos desde aquel límite al abismo, del que saliera aquel a quien ellos habían preferido en contraposición a Dios?
         Claro que lo podía y hubiera estado en su perfecto derecho. Más la Misericordia y el Amor amortiguaron la condena con la promesa de la Redención y por ello, del Premio eterno.
          Aquellos, todos aquellos que mueren en medio de escrúpulos y que ofenden con ello la Paternidad de Dios, su Amor, su Esencia, teniéndolo por un Dios terrible, intransigente, que no tolera debilidad alguna en sus pequeños hijos a los que aplica la medida de su Perfección infinita, deberían reflexionar sobre eso. ¿Quién se salvaría jamás si Dios fuese como ellos se lo forjan? Si la medida de la perfección humana hubiera de ser la perfección Divina, ¿Quién de los hijos de Adán habitaría los Cielos? Una sola: María.
        Más con todo, está dicho: “Sed perfectos como mi Padre y vuestro”, no para asustaros sino para animaros a hacer la más que podáis. Seréis juzgados – no me canso de repetirlo – no por la perfección conseguida en medida perfecta tomando como norma la de Dios sino por el amor con que hayáis procurado obrar. 
       Dícese en el mandamiento del Amor: “ama con todo tú mismo”. Y ese “tú mismo” cambia de una persona a otra. Hay quien ama como un Serafín y quien tan solo sabe amar como un niño, muy embrionariamente. Pero el Maestro, puesto que la mayoría sabe amar como niños – muy embrionariamente - , mientras que tan solo criaturas de excepción saben amar seráficamente, he aquí que os ha puesto por modelo a un niño, no a Sí mismo, ni a su Madre, ni tampoco a su Padre putativo. 

No. A un niño. A sus Apóstoles, a Pedro, cabeza de la Iglesia, les propuso por modelo a un niño.
        Amad con la perfección de un niño que, para explicarse los misterios, cree sin elucubraciones científicas; espera sin temor paralizante, fruto del excesivo racionalismo y de ociosas cavilaciones; ama tranquilamente a Dios al que tiene por un buen papá, un buen amigo, un buen hermano, un buen amigo que le protege y hace su pequeño bien para dar gusto a Jesús. Y así seréis perfectos en vuestra medida perfecta, perfectos en vuestra bondad relativa, del modo que es perfecto Dios en su bondad infinita.
        Temor de Dios no es pues, terror de Dios. Recuerden esto los aquejados de escrúpulos, los cuales ofenden a Dios en su amor y se paralizan a si mismos en su continuo sobresalto. Recuerden que una acción no buena viene a ser más o menos pecado en la medida de que uno se haya convencido de que lo sea o no esté seguro de que lo sea o no crea que lo sea del todo.
           Por eso, si uno llega a hacer un acto que ciertamente no es pecaminoso, pero está convencido de que lo es, obra injustamente porque su intención es hacer una cosa injusta, mientras que si uno hace algo que no es justo ignorando que lo sea, pero ignorando de verdad que sea así, Dios no le imputa dicha acción como culpa.
         Así también, cuando circunstancias especiales obligan a un hombre a llevar a cabo acciones que el decálogo u otra ley evangélica prohíben (verdugos que han de cumplir con la justicia, soldados que deben combatir y matar, conjurados que, por no llevar al patíbulo a sus compañeros y dañar intereses superiores, juran ser ellos solos, los culpables y mueren por salvar a los otros), Dios juzgará con Justicia el obligado homicidio o el heroico perjurio. Basta que el fin de la acción sea recto y ésta realizada con justicia.
      Temor no es terror, pero tampoco el temor de Dios es quietismo. Los quietistas son el polo opuesto de los escrupulosos. Son aquellos, que por un exceso de confianza, pero confianza desordenada, no se aprestan a hacer el bien porque están seguros de que Dios es tan bueno que con todo está siempre contento. Y con el mayor empeño, seducidos por su estática somnolencia, procuran quedarse inmóviles, cerrando sus mentes a las verdades que les desagrada saber, esto es: las que hablan de castigo, de purgatorio, de infierno, de obligación de hacer penitencia y de trabajar en perfeccionarse.

          Son almas ofuscadas y soberbias. Si porque los quietistas son soberbios. Soberbios, por creerse ya perfectos hasta el punto de estar seguros de que no pecan nunca. Soberbios porque, si bien llevan a cabo actos de piedad y de penitencia, son actos externos para ser tenidos por “santos” y alabados como tales. Al ser egoístas, se hallan desprovistos de caridad. Sobre su altar está su yo y no Dios. Son embusteros y a menudo, se fingen contemplativos y predilectos de Dios con dones extraordinarios.
        Más no es Dios el que los hace Predilectos, sino Satanás que les seduce para extraviarlos cada vez más. Se creen pobres de espíritu porque no tienen santa urgencia de realizar actos buenos para merecer el Cielo, más no son pobres de espíritu, antes se encuentran llenos de la envidia y avaricia más sórdidas y profundas y son perezosos.
         Son intemperantes porque nada niegan a la materia y si uno les dice: “No es lícito lo que haces”, responden: “Dios lo quiere para probarnos, pero nosotros sabemos salir de lo ilícito con la misma facilidad con que entramos en él, ya que estamos asentados en Dios”. Son verdaderos herejes y Dios los aborrece.
         Por último están los justos. Ellos tienen el dulce y reverencial temor de Dios. Temen causar dolor a Dios y por eso procuran con todas sus fuerzas hacer el mayor número de actos buenos y del modo mejor que le es posible. Si caen en alguna imperfección o pecado tienen un ardiente arrepentimiento apresurándose a depositarlo a los pies de Dios y una no menos ardiente voluntad de reparación.
       La culpa involuntaria no les paraliza, pues saben que Dios es Padre y se compadece de ellos. Lavan, reparan, reedifican lo que la insidia múltiple y salteadora alevosamente manchó, deterioró y derribó; y hácenlo con amor invocando cada vez con más fuerza al divino Amor: “Infunde tu Amor en mi corazón”. Estos son los que tienen el verdadero temor de Dios.
      ¿Qué es pues, el verdadero temor de Dios, vivo siempre en su espíritu? El temor de Dios es amor, humildad, obediencia, fortaleza, dulzura, mansedumbre, templanza, actividad, pureza, sabiduría y elevación. Y el verdadero Modelo de perfecto temor de Dios fue dado por Cristo que amó a Dios con un amor que se plegó alegre y de buena gana a todos los deseos del Padre hasta la obediencia de cruz, que fue humilde hasta abajarse a los pies del traidor y besárselos; que fue fuerte contra todas las insidias, dulce como un niño, sobrio como un asceta, manso como un cordero, puro como un ángel, y más que un ángel, sabio por ser el hombre uno con Dios, contemplativo que ascendía con su Espíritu arrobado a las adoraciones perfectas que hacían que exultasen los Cielos a los que, por fin, subía desde la Tierra del hombre, una adoración que saciaba el deseo de Dios.
        También María fue un ejemplo de temor perfecto. Más Ella, fue lo que fue en atención a los méritos de su Hijo. Y por eso hay que seguir diciendo que Quien desde toda la Eternidad poseyó el temor Perfecto fue el Verbo de Dios por el que todo fue hecho, hasta la maravilla del Cielo y de La Tierra: La Virgen Inmaculada, Hija, Madre y Esposa de Dios.
       De entre tantos versículos, uno tan solo ha sido comentado. Más su importancia es tal que la Sabiduría hase detenido en él. Si poseéis el perfecto temor de Dios poseeréis el amor perfecto y con él, poseeréis a Dios y seréis por Él poseídos. Y esto eternamente.