MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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martes, 3 de enero de 2017

UN CRIMINAL MATA EL CUERPO, PERO UN HERÉTICO PUEDE MATAR EL ALMA INMORTAL.

Santo Tomás de Aquino Doctor 
de la Iglesia Católica




La muerte del alma llamada la segunda muerte es la condenación eterna, la peor desgracia que le puede ocurrir a un ser humano, en el mundo relativista de hoy, en donde no se ve diferencia alguna entre el pecado y la virtud  y en donde se pinta a un Dios "merengón", que quiere de la misma manera al más grande asceta que al mayor de los asesinos, no entendiendo  la diferencia que hay entre el amor unitivo, que es el que tuvo Jesús con Juan, y el amor de compasión que es que tuvo hacia Judas, tantos Jerarcas de la Iglesia han renegado de las creencias tradicionales de la Iglesia. y no creen que exista el Infierno ni Satanás que son inventos de la Edad Media.






“HABIENDO PELIGRO PRÓXIMO PARA LA FE, LOS PRELADOS DEBEN SER ARGÜIDOS INCLUSO PÚBLICAMENTE POR LOS SÚBDITOS”.
(SUMA TEOLÓGICA, II-II, 33, 4-2)


Dijo Jesús:"No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que el alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la Gehena" (Mat. 10, 28)

Y por esa razón, hay que combatir a los herejes, que pueden llevar el alma a la segunda muerte, que es el Infierno. Muchos soberbios que se creen elegidos, y que quieren interpretar a su manera la Palabra de Dios, llevan a la perdición a mucha gente, su responsabilidad es terrible, sobre todo cuando son pastores de almas. Es por eso que todos los Santos eran implacables contra los herejes, como lo explica tan bien este artículo tomado de Internet. 

Es fácil comprender que una muerte por homicidio como la de un mártir, puede llevar al alma al Paraíso, pero una muerte del alma que esta en pecado mortal, llamada la segunda muerte puede condenarla al fuego eterno. Por esa razón hay que combatir y acallar a un hereje, que es un instrumento de Satanás, y un enemigo de Dios. Así como lo podemos leer, lo llevaron a cabo Santos tan mansos y pacíficos como San Buenaventura, San Francisco de Sales, o San Juan Bautista, y el mismísimo Jesús, manso y humilde, pero implacable contra los Fariseos, lo que le valió la muerte en la Cruz.


XXII.- De la caridad en las formas de la polémica - Argumentos católico liberales- Felix Sardá y Salvany

DE LA CARIDAD EN LO QUE SE LLAMA LAS FORMAS DE LA POLÉMICA, Y SI TIENEN EN ESO RAZÓN LOS LIBERALES CONTRA LOS APOLOGISTAS CATÓLICOS.

          Mas no es este último principalmente el terreno en que coloca la cuestión el Liberalismo, porque sabe que en el de los principios sería irremediablemente vencido. Mas a menudo acusa a los católicos su propaganda, y en este punto es donde, como hemos dicho, suelen hacer especial hincapié ciertos católicos buenos en el fondo, pero resabiados de la maldita paste liberal. ¿Qué hay, pues, sobre el particular?

         Hay lo siguiente: Que tenemos razón los católicos en esto como en lo demás, y no la tienen, ni sombra de ella, los liberales. Fijémonos para esto en los siguientes puntos:

            1º Puede claramente el católico decir a su adversario liberal, que lo es. Nadie pondrá en duda esta proposición. Si tal autor o periodista o diputado empieza por jactarse de liberalismo, y no oculta poco ni mucho sus ideas o aficiones liberales ¿qué injuria se le hace en llamarle liberal? Es principio de derecho: Si palam res est, repetitio injuriam non est: "No hay injuria en decir lo que está a la vista de todos". Mucho menos en decir del prójimo lo que él mismo dice a todas horas de sí. ¿Cuántos liberales, no obstante, particularmente del grupo de los mansos o templados, tienen a gran injuria que los llamen liberales o amigos del Liberalismo, un adversario católico?

             2º Dado que el Liberalismo es cosa mala, no es faltar a la caridad llamar malos a los defensores públicos y conscientes del liberalismo. Es en sustancia aplicar al caso presente la ley de justicia que se ha aplicado en todos los siglos.

             Los católicos de hoy no hacemos innovación en este punto, nos atenemos a la práctica constante de la antigüedad. Los propagadores y fautores de herejías han sido en todos tiempos llamados herejes, como los autores de ellas. Y como la herejía ha sido siempre considerada en la Iglesia como gravísimo mal, a tales fautores y propagadores ha llamado siempre la Iglesia malos y malvados. Regístrense las colecciones de los autores eclesiásticos. 

         Véase cómo trataron los Apóstoles a los primeros heresiarcas, y cómo siguieron tratándolos los Santos Padres, cómo los han seguido tratando los modernos controversistas y la misma Iglesia en su lenguaje oficial. No hay, pues, falta de caridad en llamar a lo malo, malo; a los autores, fautores y seguidores de lo malo, malvados; y al conjunto de todos sus actos, palabras y escritos, iniquidad, maldad, perversidad. El lobo fue llamado siempre lobo a secas, y nunca se creyó hacer mala obra al rebaño ni a su dueño con llamarle y apostrofarle así.


             3.º Si la propaganda del bien y la necesidad de atacar el mal exigen el empleo de frases duras contra los errores y sus reconocidos corifeos, éstas pueden emplearse sin faltar a la caridad. Es éste un corolario o consecuencia del principio anterior. Al mal debe hacérsele aborrecible y odioso; y no puede hacérsele tal, sino denostándolo como malo y perverso y despreciable. La oratorio cristiana de todos los siglos autoriza el empleo de las figuras retóricas más vivas contra la impiedad. En los escritos de los grandes atletas del Cristianismo es continuo el uso de la ironía, de la imprecación, de la execración, de los epítetos depresivos. La ley de todo esto deben ser únicamente la oportunidad y la verdad.

          Hay otra razón además. La propaganda y apologética popular (y siempre es popular la religiosa) no puede guardar las formas enguantadas y sobrias de la academia y de la escuela. No se convence al pueblo sino hablándole al corazón y a la imaginación, y éstos sólo se emocionan con la literatura calurosa y encendida y apasionada. No es malo el apasionamiento producido por la santa pasión de la verdad. Las llamadas intemperancias del moderno periodismo ultramontano, aparte de ser muy flojas comparadas con las del periodismo liberal (ejemplos recientes tenemos por ahí cerca), están justificadas con sólo abrir por cualquier página las obras de los grandes polemistas católicos de los mejores tiempos.


El Bautista empezó por llamar a los fariseos "raza de víboras". Cristo Dios no se abstuvo de apostrofarlos con los epítetos de "hipócritas, sepulcros blanqueados, generación malvada y adúltera", sin que creyese por ello manchar la santidad de su mansísima predicación. San Pablo decía de los cismáticos de Creta, "que eran mentirosos, malos, bestias, barrigones, perezosos". Al seductor Elimas Mago, llámale el mismo Apóstol hombre lleno de todo fraude y embustero hijo del diablo, enemigo de toda verdad y justicia".

        Si abrimos las colecciones de los Padres, no topamos más que con rasgos de esta naturaleza, que no dudaron emular a cada paso en su eterna polémica con los herejes. Citaremos tan sólo uno que otro de los principales. San Jerónimo, disputando con el hereje Vigilancio, le echó en cara su antigua profesión de tabernero, y le dice: "Otras cosas aprendiste (y no teología) desde tu temprana edad; a otros estudios te has dedicado. No es por cierto cosa que pueda ejecutar bien un mismo hombre, averiguar el valor de las monedas y el de los textos de la Escritura; catar los vinos y tener inteligencia de los Profetas y de los Apóstoles". 

             Y se ve que el Santo controversista les tenía afición a esos modos de desautorizar al adversario, pues en otra ocasión, atacando al mismo Vigilancio, que negaba la excelencia de la virginidad y del ayuno, pregúntale con festiva donaire "si lo predicaba así para no perder el consumo de su taberna" ¡Oh! ¡cuántas cosas hubiera dicho un crítico liberal, si eso hubiese escrito contra un hereje de hoy uno de nuestros controversistas!"

         ¿Qué diremos de San Juan Crisóstomo en su famosa invectiva contra Eutropio, que en personal y agresiva no tiene comparación con las tan agrias de Cicerón contra Catilina o contra Verres? El melifluo Bernardo no era ciertamente de miel al tratar con los enemigos de su fe. A Arnaldo de Brescia (gran agitador liberal de su siglo) le llama con todas las letras "seductor, vaso de injurias, escorpión, lobo cruel."

            El buen Santo Tomás de Aquino olvida la calma de sus fríos silogismos para dirigirse en vehemente apostrofe contra su adversario Guillermo de Saint-Amour y sus discípulos, Y llamarlo a boca llena "Enemigos de Dios, ministros del diablo, miembros del Anticristo, ignorantes, perversos, réprobos." Nunca dijo tanto el insigne Luis Veuillot. El dulcísimo San Buenaventura increpa a Geraldo con los epítetos de "imprudente calumniador, espíritu maléfico, impío, impúdico, ignorante, embustero, malhechor, pérfido e insensato." 


Al llegar a la época moderna se nos presenta el tipo encantador de San Francisco de Sales, que por su exquisita delicadeza y mansedumbre mereció ser llamado viva imagen del Salvador.¿Creéis que les guardó consideración alguna a los herejes de su tiempo y país? ¡Ca! Les perdonó sus injurias, les colmó de beneficios, procuró hasta salvar la vida a quien había atentado contra la suya. Llegó a decir a su rival: "Si me arrancaseis un ojo, no dejaría con el otro de miraros como hermanos". Pues bien; con los enemigos de su fe no guardaba clase alguna de temperamento o consideración. 

               Preguntado por un católico si podía decir mal de un hereje que esparcía sus venenosas doctrinas, le contestó: "Si, podéis, con tal que no digáis de él cosa contraria a la verdad, y sólo por el conocimiento que tengáis de su mal modo de vivir; hablando de lo dudoso como dudoso, y según el grado mayor o menor de duda que sobre eso tengáis." Más claro lo dejó dicho en su Filotea, libro tan precioso como popular. Dice así: "Los enemigos declarados de Dios y de la Iglesia deben ser vituperados lo más que se pueda. La caridad obliga a cada cual a gritar: "¡Al lobo!" cuando éste se ha metido en el rebaño, y aun en cualquier lugar en que se le encuentre."


       ¿Habrá necesidad de dar a nuestros enemigos un curso práctico de retórica y de crítica literaria? He aquí lo que hay sobre la tan decantada cuestión de las formas agresivas de los escritores ultramontanos, vulgo católicos verdaderos. La caridad nos prohíbe hacer a otros lo que razonablemente no hemos de querer para nosotros. Nótese el adverbio razonablemente, en el cual está todo el quid de la cuestión.

             La diferencia esencial de nuestro modo de ver y del de los liberales en este asunto, estriba en que estos señores consideran a los apóstoles del error como simples ciudadanos libres, que en uso de su perfecto derecho, opinan de otro modo en Religión, y así se creen obligados a respetar aquélla su opinión y a no contradecirla más que en los términos de una discusión libre; al paso que nosotros no vemos en ellos sino enemigos declarados de la fe que estamos obligados a defender, y en sus errores no miramos libres opiniones, sino formales herejías y maldades, como enseña la ley de Dios.


    Con razón, pues, dice un gran historiador católico a los enemigos del Catolicismo: "Vosotros os hacéis infames con vuestras acciones; pues bien, yo os acabaré de cubrir de infamia con mis escritos." Y por igual tenor enseñaba a la viril generación romana de los primeros tiempos de Roma la ley de las Doce tablas: Adversus Lostem aeterna auctoritas esto. Que se podría traducir: "A los enemigos, guerra sin cuartel”.