MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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sábado, 4 de febrero de 2017

DIALOGO DE MARÍA VALTORTA CON SU MADRE EN EL PURGATORIO: ¡OH! ¡SI SUPIERAS DE QUE MODO SE EXPÍA AQUÍ LO QUE SE HA HECHO SUFRIR AL PRÓJIMO!


Retrato de la gran mística italiana
María Valtorta


     María Valtorta era con la Biblia la lectura de la Madre Teresa de Calcuta, y la del Padre Pío de Pietrelcina que la recomendaba a sus fieles, diciéndoles que debían leer sus escritos estaba plenamente aceptada por San Juan Pablo II, Gallegra, la madre Inés del Stmo. Sacramento y Luigi Novarese, según he leído en la Asociación francesa "Las amis de Maria Valtorta".

      En este escrito de María Valtorta, aparece un diálogo con su madre que se encontraba en el Purgatorio, persona que cuando vivía, según lo que leí, aparece como una madre dura de corazón y autoritaria, que tenía en poca consideración a su hija que estaba en la cama con parálisis y grandes sufrimientos por su enfermedad cardíaca y respiratoria.

    Este diálogo es, bajo mi punto de vista, de una gran transcendencia porque muestra como el alma, para poder entrar en el Paraíso, que es la unión mística del alma con Dios, según lo explica tan bien San Juan de la Cruz, tiene que depurarse, eliminando completamente todas sus imperfecciones, ya que Dios, la sublime perfección no se puede unir con un alma manchada por el pecado, que es una tara que afea y ensucia el alma.

         El pecado es siempre un impedimento para la unión con la Divinidad y la gente espiritual, ya en este mundo, se da cuenta de la gran diferencia que existe entre Dios y su alma, lo que le causa una tremenda molestia y sufrimiento, ya que la presencia de Dios en el alma ilumina sus miserias de una manera tan clara que, al verse tan diferente de su Creador, se siente tan miserable que se ve incapaz de unirse con la Divinidad, lo que le consume de tal manera y le amarga tanto la vida, que esa sensación le es más molesta que todos los otros padecimientos físicos o las adversidades del mundo.


        Ese sufrimiento, es como una espada de Damoclés, que no se puede quitar nunca de encima y que han padecido todos los místicos, es para algunas personas un verdadero Purgatorio en la Tierra, y tiene el maravilloso efecto de generar en el alma que lo padece, un estado de humildad tan grande, que como lo dice San Juan de la Cruz, no se puede disimular. Está muy bien descrito por lo que sentía el gran Santo de los tiempos modernos: el Padre Pío de Pietrelcina, en el libro sobre su vida del Padre capuchino Elías Cabodevilla Garde, podemos leer:


(...) Pero más dolorosos que los físicos fueron sus sufrimientos morales: Ante todo, "las llagas", que le causaban, como confesó a su Director espiritual, "una confusión y una humillación indescriptible e insostenible"; las visitas médicas para examinar sus llagas, impuestas por las autoridades eclesiásticas de la Orden capuchina; su aislamiento de los fieles y la prohibición, durante más de dos años, de todo ministerio sacerdotal, a excepción de la Misa que, como ya se ha indicado en otro lugar, debía celebrar en privado; las calumnias gravísimas sobre su persona y su ministerio; las "violentas y asiduas" tentaciones contra la fe, la esperanza y la pureza; y sobre todo, el fenómeno místico de "la noche oscura", que le acompañó durante casi toda su vida y le llevó a escribir: 

"Preferiría llevar mil cruces y hasta me sería dulce y llevadera toda Cruz, si no tuviese esta prueba de sentirme siempre en la duda de si agrado o no el Señor en mis obras".


          Y aquí en la situación de estas almas tan probadas, el sufrimiento mayor, que se añade a todas las persecuciones de parte de sus tres enemigos naturales que son el Mundo, el demonio y la carne, es la tremenda duda de saber si para Dios es digno de amor o de desprecio, esto es lo que afirma San Juan de la Cruz: “No es posible saber si uno es digno de Amor o de desprecio a los ojos de Dios”.

        
Es lo que explica tan bien en los terribles padecimientos que siente el alma en la Noche oscura, en donde a pesar de todos los discursos sobre la bondad de Dios, se ve rechazada por Él, como si estuviera condenada por sus pecados, que a cualquier persona mediocre le parecen simples imperfecciones, pero que a estas almas, debido a la fuerte presencia de Dios, que alumbra intensamente todas sus imperfecciones para que quede completamente limpia y pura y así sea capaz de ser “fagocitada” por Dios, ya que Dios no puede fusionarse con ninguna imperfección por mínima que sea.
        
          Y este estado de cosas es prácticamente imposible de aprehender por las almas mediocres que no han llegado ni siquiera a sospecharlas, aunque sean grandes teólogos, muy al contrario, esta Doctrina es para ellos pura herejía, ya que predican y siguen con una Doctrina relativista, en donde ya nada es pecado, y en donde Dios quiere a todo el mundo por igual, lo mismo a un sádico pecador que al más grande asceta.

Y desgraciadamente, lo peor es que muchos de esos individuos, muchas veces pertenecientes a la alta Jerarquía, tachan a estas almas que han subido tan alto, como almas enfermas, alejadas de Dios o engañadas por el Demonio. Es lo que ha ocurrido siempre con todos los grandes Santos, desde los grandes místicos como San Juan de la Cruz, que al final de su vida fue perseguido incansablemente por sus hermanos de Comunidad, siendo azotado públicamente durante 9 meses en su cárcel de Toledo, llegando a citar las palabras del Cantar de los Cantares:

“Mis hermanos se enzarzaron conmigo, y me pusieron a guardar las viñas, ¡Y mi propia viña no la guardé!” (Cant 1-6).

Lo que se podría traducir por: “mis compañeros me maltrataron y me ordenaron ocuparme de los cosas del mundo, cuando yo las había abandonado para ocuparme de las cosas de Dios.” También ocurrió con Santa Teresa de Ávila, tratada de “monja inquieta y andariega”. Y más recientemente, como Santa Teresita, que fue despreciada y maltratada por su Comunidad; como el Padre Pío de Pietrelcina, acusado de tener relaciones sexuales con mujeres devotas, y al cual se le prohibió decir misa en público, y que fue tratado de farsante por sus “falsos estigmas”, acusado por los Purpurados del Santo Oficio, que dieron la orden de trasladarlo de Comunidad.



DIÁLOGO DE MARÍA VALTORTA CON SU MADRE
EN EL PURGATORIO 
(16 de Mayo de 1.944)


          Veo a mi Mamá.


      ¡Es mi Mamá! Demuestra una apacible tristeza. Su rostro está más sereno, ya no tiene la cerúlea palidez de las primeras apariciones; es el rostro de sus mejores horas y aún más sereno, como suavizado por el reflejo de un alma nutrida de paz… Pero está triste. Me mira con amorosa piedad. Es la mirada que muchas veces yo hubiera deseado que me dirigiera mientras era mi Mamá en la Tierra, una mirada que recibí muy raramente y que, de todos modos, era más débil que la de ahora. Me mira… Parece que sufre… Pero ya no se encuentra lejos de mí, en zonas ultraterrenas, como en las primeras apariciones. 


       Está justo aquí, hacia los pies de mi cama y mira a su alrededor, no sé si lo hace por curiosidad o para saludar a sus cosas, que ve en torno a mí. Sonríe a su retrato, colocado cerca de mí, sonríe a su Dolorosa, a mi miniatura, y luego mira a su Jesús que tengo colocado en la cabecera del lecho; su mirada es tan indeleble que no logro describirla. Parece que reza y adora y que se humilla pidiendo perdón… Parece que sufre.

           Pienso que está triste porque hace dos meses que no logro hacerle decir una Santa Misa de sufragio. Antes, desde diciembre, hasta marzo se había calmado, o me parecía que se había calmado, porque ni la veía ni la sentía como si la Santa Misa mensual le hubiera dado alivio. Le digo: “Tienes razón, mamá. ¡Pero si supieras como me encuentro! De un momento a otro dejarán de ocuparse de mí…”

        Baja la cabeza con gesto de negación…
      Prosigo: “No sé a quién dirigirme para asegurarme que te den alivio con el Santo Sacrificio…”
      Responde: “Yo lo sé, nosotros aquí, lo sabemos. Pero no sufro por mí, sufro por ti. ¡Pobre María, la nunca comprendida, la nunca amada, la nunca feliz!... No lo eres ni siquiera ahora que estás tan enferma y tan necesitada de ayuda. ¡Cuántas culpas tenemos que reprocharnos todos a tu respecto!”.

“No sufras, mamá. Sabes que estoy acostumbrada a este estado… “. No digo más porque comprendo que mis palabras serían numerosos reproches por los recuerdos del pasado, de su pasado y del mío…

Responde: “No puedo dejar de sufrir, porque ahora entiendo. Estamos sumergidos en un baño ardiente y luminoso de amor expiativo, y por eso vemos, conocemos y aprendemos ahora, aquí a amar a nuestro Dios y a nuestro prójimo, que en la vida amamos poco y amamos mal. Los sufrimientos del prójimo aumentan nuestra expiación, porque al caer el egoísmo, sabemos amar y sufrir con él y por él. Pero no te aflijas por eso. Esto nos sirve para llegar más rápidamente al Paraíso. Ten paciencia, María. Solo Dios te ama. Pero te ama muchísimo. Y ahora te ama también muchísimo tu mamá, que aún no puede darte todo lo que quería para reparar.

Ya ha terminado el primer periodo: el del remordimiento… y ahora estoy en el del amor activo. Pero todavía no puedo hacer más que rezar por ti. Más, quédate tranquila. Tú ya sabes amar y por eso estás protegida por el Amor. Yo aprendo a conocer en cada instante de la eternidad.. Conociendo cada vez más, cada vez más aprendo a amar. Cuando sepa amar como nos ha sido ordenado, terminará la expiación y entonces, podré mucho más. Aquí, como en la Tierra, el Paraíso y el poder se obtienen amando. No llores, chiquilina (ese era el diminutivo con que me llamaba mamá en mi niñez y también cuando ya era grande, en los rarísimos momentos en que se encontraba cariñosa).

El mal corresponde a los otros. Ellos deben llorar porque hacen el mal. ¡Oh! Si supieras de que modo se expía aquí lo que se ha hecho sufrir al prójimo. Todos ellos lo sufrirán. Es justo que así sea porque no tienen piedad de la criatura ni del medio usado por Dios. ¡Tendríamos que ser muy buenos mientras que se pueda serlo! 

Sé paciente y ofrece a Dios tu paciencia como sufragio por tu mamá. Es la ofrenda mejor porque está hecha por ti, solo por ti. Lo que me alivia son tus ofrendas, tus sacrificios porque, entre todos los seres vivientes fue a ti en que en mayor grado negué mi amor… Peppino ya no está entre los vivos… Adiós Mario…” (ese es otro nombre con que me llamaba mamá, porque hubiera preferido tener un hijo en vez de una hija, y me llamaba “Mario” como para consolarse de haber dado a luz a una niña…). Un fresco beso me roza la mejilla mientras la visión va ofuscándose… hasta desaparecer totalmente.

La llamo: “¡Mamá! ¡Mamá! ¡Dime!... ¿Ahora puedes hablar, mientras antes no podías hacerlo, porque estás más purificada? ¡Dímelo!...” pero se fue sin responderme. También quería preguntarle: “¿En diciembre, cuándo estabas tan angustiada y me llamabas con esa voz llorosa, lo hacías porque veías lo que se me preparaba?”. Y además, quería decirle “Por qué papá no viene nunca? ¿Acaso no está en paz, o por lo contrario lo está, de modo tan definitivo, que obra desde el Paraíso sin necesidad de venir?”. Pero no me dio tiempo para estas preguntas. Me quedo con mis interrogantes, pero al mismo tiempo, siento un plácido consuelo…

(Nota de las diez de la mañana). Me he quedado tan serena que tras una noche de continuo sufrimiento que me ha impedido dormir en absoluto, me adormezco dulcemente con el rosario entre las manos porque, después de haber dicho los cien “Requiem” por mamá, había empezado a rezar el Rosario.