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jueves, 10 de abril de 2014

LAS HEREJÍAS DE JUDAS ISCARIOTE Y LA SANTIDAD DE JUAN


DEL POEMA DEL HOMBRE-DIOS DE MARÍA VALTORTA 





LA IMAGEN DEL DIOS DE LOS PROGRESISTAS:
EL PAPAÍTO QUE PERDONA SIEMPRE, AUNQUE
NO HAYA ARREPENTIMIENTO




Hacia Gadara. Las herejías de Judas Iscariote y las renuncias de Juan, que solo quiere amar.


              Nota: La mentalidad de Judas de Keriot es la misma que la de muchísima gente de hoy día: son los inmovilistas o quietistas; los relativistas, que pregonan que Dios no ve diferencia alguna entre el pecado y la Virtud. El Infierno es una utopía, por la inmensa Bondad de Dios, Él no puede permitir que uno de sus hijos se condene, y por eso el Infierno está vacío, ¡como así me lo afirmó contundentemente cierto Obispo!

           Tampoco existen ni las posesiones, ni  el Demonio que es solo una alegoría, o un invento de los curas para mantener a la gente asustada, como así lo afirmó el horrendo "teólogo" Hans Küng, negando así un Dogma de la Iglesia Católica, que lo transforma en anatema, y pongo entre comillas la palabra teólogo, porque Satanás también es un gran teólogo. Eso es lo que decía San Pablo a los que se justificaban diciendo que creían en Dios: "El Demonio también cree en Él y le teme"

                           
          Respuesta clara y contundente de Jesús y de los otros Apóstoles a esas herejías. Aquí esté muy bien analizado por qué mucha gente no cree en Satanás. Ellos mismos se auto-convencen de que esas cosas no pueden existir, ya que inconscientemente, saben que su conducta es merecedora de esos castigos, como lo dice Jesús a Judas, no ven el Demonio, porque lo tienen dentro y creen que al negar esas evidencias, todos esos dogmas de fe van a derrumbarse, es de lo que les convence constantemente Satanás, y es su mayor triunfo: Hacer evidente que él no existe, y que todo son cuentos de la Edad Media. 

          Como lo dice San Juan de la Cruz, el demonio para engañar a la gente, utiliza siempre primero una verdad, porque sabe que el mal conocido nunca será admitido: y la táctica que emplea es siempre la misma: Dios es nuestro Padre, un Padre no puede mandar para toda la Eternidad a sus hijos al infierno. Una vez admitido esto, todos los dogmas y todo el sentido de la Religión, y la Redención de Cristo se derrumban. Hace unos días, en un programa de T.V. en directo salió una chica joven muy atractiva que dijo: "No existe el pecado; y encima, antes nos amenazaban con el Infierno" (sic). ¡Menuda sorpresa se va a llevar la pobre, el dia del Juicio!



          Jesús está ya en Transjordania. Y, por lo que entiendo, la ciudad que se ve en lo alto de una colina es Gadara; es también la primera ciudad que tocan después de haber bajado de las barcas en la orilla suroriental del lago de Galilea, porqué allí han puesto pie en tierra, sin bajar a Ippo, adonde habían llegado ya las barcas que llevaban a los desertores de Jesús. Creo que han desembarcado, por tanto, justo en frente de Tariquea, es la salida del Jordán del lago.

       “¿Sabes el camino más corto para ir a Gadara, no? ¿Te acuerdas por donde es?” pregunta Jesús.
          “¡Hombre, claro! Cuando lleguemos a las caldas del Yarmok, solo tendremos que seguir el camino” responde Pedro.
        “¿Y donde vas a encontrar los manantiales?", pregunta Tomás.
       “¡Basta tener buen olfato para encontrarlos! ¡Huelen desde unas millas antes de llegar!” exclama Pedro arrugando con disgusto la nariz.

          “No sabía que sufrías de dolores…” observa Judas Iscariote.
          “¿Dolores yo? ¿Y cuándo?”.
       “¡Es que conoces tan bien las caldas de Yarmok que debes haber estado allí!”.
         “¡Nunca he tenido necesidad de baños para estar bien! Me han salido los venenos de los huesos con las sudaderas del trabajo honrado… y, además habiendo trabajado más que gozado, han entrado pocos venenos, siempre pocos, en mí…”.
          “Lo dices por mí, ¿no es verdad? ¡Ya! ¡Yo tengo la culpa de todo!…”, dice inquieto Judas.

        “¿Pero quien te ha picado? Tú preguntas, yo respondo; a ti como habría respondido el Maestro a un compañero. Yo creo que ninguno de ellos, ni siquiera Mateo, que… ha sido una persona del mundo, se lo habría tomado tan mal”.
         “¡Pues yo me lo tomo a mal!”.
        “No te creía tan delicado. Pero te pido perdón de esta supuesta insinuación. Por amor al Maestro ¿sabes? Al Maestro que tanta aflicción recibe de los extraños y que no tiene necesidad de recibir más de nosotros. Mírale, en vez de correr tras tus sensibilidades, y verás que necesita paz y amor.

       Jesús no habla. Se limita a mirar a Pedro y sonreírle agradecido. Judas no responde a la justa observación de Pedro. Está cerrado e inquieto. Quiere aparecer amable, pero la rabia, el malhumor, la desilusión que tiene en su corazón, se manifiestan a través de la mirada, la voz, la expresión, y hasta a través de su paso arrogante, que le hace chocar fuertemente las suelas, como para desahogarse, para así desfogarse de todo lo que le hierve dentro.
          Pero se esfuerza en parecer sereno y en ser amable; no lo consigue, pero lo intenta… Pregunta a Pedro: “¿Y entonces, como conoces estos lugares? Quizás es que has estado aquí con tu mujer…”.

          “No. He pasado por aquí en Etanim, cuando vinimos a Aurán con el Maestro. Acompañé a su Madre y las discípulas hasta las tierras de Cusa, por eso, viniendo de Bosra, pasé por aquí”, responde sincera y prudentemente Pedro.
          “¿Estabas tú solo?”, pregunta con ironía Judas.
         “¿Por qué? ¿No crees que valgo solo por muchos, cuando hay que valer y hay que hacer un encargo de confianza y además, se hace por amor?”.
          “¡Cuanta soberbia! ¡Quería haberte visto!”.
     “Habrías visto a un hombre serio, acompañando a mujeres santas”.

         “¿Pero estabas realmente solo?”Pregunta Judas con modales de inquisidor.
          “Estaba con los hermanos del Señor”.
          “¡Ah! ¡Ya empiezan las admisiones!”.
         “¡Y empiezan a ponerse de punta los nervios! ¿Se puede saber que te pasa?”.
         “Es verdad. Es una vergüenza” dice Judas Tadeo.
        “Y ya es hora de acabar con esto” añade Santiago de Zebedeo.
      “No te es lícito injuriar a Simon” dice Bartolomé en tono de reproche.
      “Porqué deberías recordar que es el Jefe de todos nosotros” termina el Zelote.

             Jesús no habla.
          “No injurio a nadie, y no me pasa nada en absoluto; lo único es que me gusta pincharle un poco…”.
      “¡No es verdad! ¡Mientes! Haces preguntas astutas porqué quieres llegar a precisar algo. El artero considera a todos arteros. Aquí no hay secretos. Estábamos solos. Todos hicimos lo mismo: lo que había ordenado el Maestro. Y no hay nada más. ¿Comprendes?” grita, verdaderamente airado el otro Judas.

       “Silencio. Parecéis mujeres riñendo. Todos estáis en error. Y me avergüenzo de vosotros” dice severo Jesús.
        Se abate un profundo silencio, mientras van a la ciudad situada sobre la colina.

          Rompe el silencio Tomás diciendo: “¡Que mal olor!”.
        “Son las caldas. Aquél es el Yarmok y aquellas construcciones son las termas de los romanos. Detrás de las termas hay una calle bonita toda adoquinada que va a Gadara. Los romanos quieren viajar bien. ¡Gadara es muy bonita!” dice Pedro.
        “Será todavía más bonita porqué no nos encontraremos en ella a ciertos… seres… Al menos no abundantes”, murmura Mateo entre dientes.
        Cruzan el puente del río entre acres olores de aguas sulfurosas. Pasan muy cerca de las termas, entre los vehículos romanos; toman una bonita calle pavimentada con grandes losas, que conduce a la ciudad edificada en lo alto de la colina, hermosa dentro de sus murallas.

          Juan se pone al lado del Maestro: “¿Es verdad que donde están aquellas aguas, antiguamente, fue arrojado a las entrañas de la tierra un réprobo? Mi madre, cuando éramos pequeños, nos lo decía, para que comprendiéramos que no se debe pecar; sino, el infierno se abre bajo los pies de aquel a quien Dios maldice, y se lo traga. Y luego, como recuerdo de advertencia, quedan fisuras de las que sale olor, calor y aguas del infierno. Yo tendría miedo de bañarme en esas aguas…”.
       “¿De qué, muchacho? No te corromperían. Es más fácil ser corrompidos por los hombres que llevan dentro el infierno y de él emanan olores y venenos. Pero se corrompen solamente aquellos que, por si mismos, tienen tendencia a corromperse”.

          “¿Me podrían corromper a mí?”.

        “No. Aunque estuvieras en medio de una turba de demonios, no”.
      “¿Por qué? ¿Qué tiene de distinto a los demás?” pregunta inmediatamente Judas de Keriot.
        “Tiene que es puro bajo todos los aspectos. Por tanto, ve a Dios” responde Jesús. Y Judas ríe maliciosamente.
           Juan pregunta otra vez: “¿Entonces no son bocas del infierno esos manantiales?”.
       “No. Son al contrario, cosas buenas puestas por el Creador para sus hijos. El infierno no está bajo la tierra. Está sobre la tierra, Juan; en el corazón de los hombres. Más allá se completa”.

        “¿Pero existe verdaderamente el infierno?” pregunta Judas Iscariote.      
     “¿Pero que dices?” le preguntan escandalizados los compañeros.           
            “Digo: ¿existe verdaderamente? Yo – y hay otros, no soy sólo yo – no lo creo”.           
          “¡Pagano!”, gritan con horror.       
          “No. Israelita. Somos muchos en Israel los que no creemos en ciertas patrañas”.

         “¿Pero entonces, ¿Cómo puedes creer en el Paraíso?, ¿Y en la Justicia de Dios?, ¿Dónde metes a los pecadores?, como explicas a Satanás?” gritan muchos.

         
         “Digo lo que pienso. Se me ha echado en cara hace poco que soy un embustero. Os demuestro que soy sincero, aunque esto os haga escandalizaros de mí y me haga odioso ante vuestros ojos. Además no soy el único en Israel que cree esto, desde que Israel ha progresado en el saber, en contacto con helenistas y romanos. Y el Maestro, el único cuyo juicio respeto, y que protege a los griegos y es visiblemente amigo de los romanos, no puede censurarnos ni a mí, ni a Israel…

          Yo parto de este concepto filosófico: si Dios controla todo, todo lo que hacemos es por su voluntad; por tanto, nos debe premiar a todos de una única forma, porqué no somos sino autómatas, movidos por Él. Somos seres desprovistos de voluntad. Lo dice también el Maestro. Dice: “La voluntad del Altísimo. La voluntad del Padre”. Esa es la única voluntad. 


        Y es tan infinita que aplasta y anula la voluntad limitada de los humanos. Por tanto, Dios hace tanto el Bien como el Mal, porqué nos los impone, aunque parezcan hechos por nosotros. Y, por tanto, no nos castigará por el mal, y así quedará su justicia, porqué nuestras culpas no serán voluntarias, sino impuestas por quien quiere que las hagamos, para que en la Tierra exista el  bien y mal. 

           El malo es el medio de expiación de los menos malos. Y él sufre el no poder ser considerado bueno, expiando así su parte de culpa. Jesús ha dicho que el infierno está sobre la tierra y en el corazón de los hombres. Yo no pienso en Satanás. No existe. Tiempo ha, lo creía. Pero ya, desde hace algún tiempo estoy seguro de que todo es una patraña. Y creer de esta forma es llegar a la paz”.

     Judas exhibe estas… teorías con un engreimiento tan formidable, que los otros se quedan atónitos…Jesús guarda silencio. Y Judas le incita: “¿No tengo razón, Maestro?”.

              “No”. El “no” es tan seco, que parece un estallido. 


        “Pues a pesar de todo, yo… no siento a Satanás y no admito el libre albedrío, el Mal. Y todos los Saduceos están conmigo y, muchos otros en Israel o de fuera de Israel. No. Satanás no existe”.

            Jesús le mira. Una mirada tan compleja, que no se puede analizar: de Juez, de Médico, de persona afligida, asombrada… hay de todo en esa mirada…

      
       Judas, ya lanzado, termina: “Será que he superado el terror de los hombres hacia Satanás porque soy mejor que los demás, más perfecto”.

      Y Jesús guarda silencio. Y él le pincha: “¡Pero habla! ¿Porqué no siento terror de él?”.

          Jesús calla. “¿No respondes, Maestro? ¿Por qué? ¿Tienes miedo?”.

        “No. Soy la Caridad. Y la Caridad retiene su Juicio hasta que no se ve obligada a emitirlo… Déjame y retírate” dice, terminando, porqué Judas intenta abrazarle; y termina, susurrando, estrechado a la fuerza entre los brazos del blasfemo: 


        “¡Me horrorizas! ¡No ves ni sientes a Satanás porque forma unidad contigo! ¡Márchate, diablo!”.

         Judas, con verdadero descaro, le besa y ríe, como si el Maestro le hubiera hecho en secreto algún elogio. 
Vuelve donde los otros, que se han detenido horrorizados, y dice: “¿Os dais cuenta? Yo sé abrir el corazón al Maestro. Y le hago feliz porqué me abro a Él y de Él recibo la lección correspondiente. ¡Vosotros, por el contrario!... Jamás os atrevéis a hablar. Porqué sois soberbios. 

           ¡Oh, yo seré el que sepa más de Él !  Y podré hablar…”.


         Llegan a las puertas de la Ciudad. Entran todos juntos, porqué Jesús los ha esperado. Pero, mientras cruzan el pasaje, Jesús ordena: “Que mis hermanos y Simón se adelanten para reunir a la gente”.

        “¿Por qué no yo, Maestro? ¿Ya no me encargas misiones? ¿No son ahora más necesarias? Me diste dos seguidas, y de varios meses…”.
      “Y te quejaste diciendo que quería tenerte lejos. ¿Ahora te quejas porqué te tengo cerca?”.

       Judas no sabe que responder y calla. Se pone delante con Tomás, el Zelote, Santiago de Zebedeo y Andrés. Jesús se para, para dejar pasar a Felipe, a Bartolomé, a Mateo y a Juan, como si quisiera estar solo, no se oponen.

        Pero Juan, cuyos ojos, delante las disputas y blasfemias de Judas, más de una vez han brillado de lágrimas, movido por su amoroso corazón, se vuelve poco después: a tiempo, para ver que Jesús, creyendo pasar desapercibido en la callecita solitaria y sombría (por las ininterrumpidas arcadas que la cubren), se lleva las manos a la frente con un gesto de dolor, y se curva como quien sufre mucho. El rubio Juan, deja plantados a sus compañeros y vuelve donde su Maestro: 

          “¿Qué te pasa, Señor mío? ¿Sufres otra vez como cuando nos reunimos en Akcib? ¡Oh, mi Señor!”.
          “¡Nada, Juan, nada! Ayúdame tú, con tu amor. Y calla ante los demás. Ora por Judas”.
       “Sí, Maestro. ¿Es muy infeliz, no es verdad? Está en las tinieblas y no lo sabe. Cree haber alcanzado la paz… ¿Es paz ésa?”.
            “Es muy infeliz”, dice Jesús abatido.

        “No te abatas de esa forma, Maestro. Piensa en cuantos pecadores, endurecidos por el pecado, han vuelto a ser buenos. Lo mismo hará Judas. ¡Oh, Tú, ciertamente lo salvarás! Pasaré esta noche en oración por esto. Le voy a pedir al Padre que haga de mí uno que solo sepa amar; no deseo ninguna otra cosa. Soñaba en dar la vida por Ti, y hacer brillar tu potencia a través de mis obras. Ahora solo esto. Renuncio a todo, elijo la vida más humilde y común y pido al Padre que dé todo lo mío a Judas… para hacerle feliz… y para que así se vuelva hacia la santidad… Señor… tendría que decirte algunas cosas… creo saber porqué Judas es así”.

             “Ven esta noche. Oraremos juntos y hablaremos”.

            “¿Y el Padre me escuchará? ¿Aceptará mi sacrificio?”. 

            “El Padre te bendecirá. Pero sufrirás por ello…”. 
  
       “No, no; me basta con verte a Ti contento… y con que Judas… con que Judas…”.
          “Sí, Juan. Mira, nos están llamando. Corramos”.

          La callecita se transforma en una bonita calle, y luego en una arteria adornada con pórticos y fuentes; y se adorna de plazas, a cuál más hermosa; se cruza con otra artera igual. Al final, hay ciertamente un anfiteatro. Y en un ángulo de los pórticos, ya están reunidos en espera del Salvador distintos enfermos.

        Pedro viene al encuentro de Jesús: “Han conservado la fe en lo que dijimos de Ti en Betanim. Han venido inmediatamente”.

         “Y Yo voy inmediatamente a premiar su fe. Vamos”.
      Y se dirige, en el ocaso ya avanzado que tiñe de rojo los mármoles, a sanar a los que le esperan con fe.






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