EL CURA DE CUCUGNAN
Precioso y divertido relato de la vida de Cucugnan, un Pueblo de Provenza, en donde los habitantes viven una vida despreocupándose completamente de su vida espiritual, y como un sacerdote, preocupado por su salvación eterna, gracias a un sueño providencial, logró convertir a todos sus feligreses.
Este acontecimiento relatado en plan de fantasía, contiene una gran doctrina religiosa y moral: La gente no se convierte predicando el relativismo, el "Dios te quiere como eres, hagas lo que hagas", como oí personalmente predicar. El Pueblo se convierte, solo predicando la Verdad del Evangelio, y respetando la Tradición transmitida por todos los Santos, la Doctrina de Dios no se puede adaptar al tiempo en que vivimos, es el Pueblo que tiene que adaptarse a la Doctrina de Dios porque es inmutable: Dios no cambia de criterio como ocurre con las modas.
El otro día fui al centro de Granada, para resolver unos trámites personales, y entré en una Iglesia del centro, en donde hace muchos años, asistí a una misa concelebrada de Navidad, repleta de gente, en el sermón, oí con mi Mujer una prédica que me dejó anonadado: "¡Os tenemos que pedir perdón, porque nosotros los curas hemos inventado el Infierno!"(sic).
Esta vez, en la misa, el sacerdote, en su prédica afirmó: "Hermanos, en el Antiguo Testamento, Dios se manifestó con prohibiciones con las tablas de la Ley entregadas a Moisés, ahora Cristo vino, cambiando las prohibiciones por bienaventuranzas, sin olvidar los mandamientos."(sic)
Naturalmente, me revolví en mi asiento, y mi mujer me dijo: "Entra en la Sacristía a decirle algo", siendo reacio a ello, tuve la valentía de entrar, estaba hablando rodeado de gente, le dije:
- Padre, ha olvidado Ud. algo
- ¡Ah, dígame!
- Se ha olvidado Ud. de decir las imprecaciones de Jesús en el sermón de la montaña, que están en el Evangelio: "¡Ay de vosotros!, palabra que en francés se escribe "Malheur a vous!, que se traduce por "malditos seáis".
-Sí, pero he dicho que no hay que olvidar los mandamientos.
-Yá, pero Ud. predica una doctrina "descafeínada".
-Descafeínada no, y además, el Papa Francisco...
Y la conversación terminó, ya que el joven cura tenía mucha prisa, y además había demasiada gente.
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Todos los años en la fiesta de la Candelaria los poetas provenzales publican en la ciudad de Avignon un divertido libreto, lleno hasta rebosar de bonitos poemas y de graciosos relatos. El de este año, acabo de recibirlo y en el, encuentro un adorable cuentecito que trataré de contaros resumiéndolo un poco…
Parisinos, traed las cestas, esta vez se os va a hacer entrega de la más fina harina provenzal…el padre Martin era cura…..de Cucugnan.
Era bueno como el pan, mas franco que el oro fino, amaba a sus cucugnaneses de una manera paternal; para él, su Cucugnán hubiera sido el Paraíso en la tierra si sus cucugnaneses le hubieran dado un poco más de alegría, pero ¡Ay desgracia!, había telarañas en su confesionario y, el solemne día de Pascua, las hostias permanecían en el fondo de su copón.
El bueno del sacerdote, tenía por ello el corazón destrozado, y siempre suplicaba a Dios la gracia de concederle antes de morir, la vuelta al aprisco de su rebaño disperso.
Pero vais a descubrir que Dios oyó su plegaria.
Un domingo, después del Evangelio el Padre Martín subió al púlpito.
Queridos hermanos dijo, creerme si lo queréis: la otra noche, me he encontrado yo, miserable pecador en la puerta del Paraíso, llamé y ¡San Pedro me abrió!
“Ah, me dijo ¿Es Usted, mi bueno de Monsieur Martín; que le trae por aquí, que se le ofrece, en que puedo ayudarle?
“Hermoso San Pedro, Vos que regentáis el gran libro y las llaves, ¿podríais decirme si no me consideráis demasiado curioso, cuantos cucugnaneses moran en el Paraíso?
“No os puedo negar nada Monsieur Martín: siéntese, vamos a examinar tranquilamente el asunto.
Y San Pedro tomó el gran libro, lo abrió, se puso sus anteojos: Veamos un poco: decimos Cucugnán, Cu…Cu…Cucugnán. Aquí estamos. Cucugnán…mi querido Monsieur Martín, la página está completamente en blanco. No hay ni un alma…
Hay menos cucugnaneses que espinas en un pavo.
¿Cómo, no hay nadie de Cucugnán aquí, nadie?, ¡es imposible!, mire mejor…
“No hay nadie, buen hombre, mire Vd. mismo si cree que estoy bromeando.
“Yo, ¡Carajo!, yo pataleaba, y juntando las manos pedía misericordia. Entonces San Pedro exclamó:
“Créame, Monsieur Martín, no tenéis que poneros tan alterado, porque podría daros un ataque al corazón. No es culpa vuestra, mire Vd., vuestros cucugnaneses tienen que estar en cuarentena en el Purgatorio.
¡Ah, por caridad, sublime San Pedro! Permítame que por lo menos pueda ir a verlos, para ir a consolarlos.
No faltaría más, amigo mío…tome Vd., póngase estas sandalias porque los caminos no son por cierto muy agradables…así está bien, camine derecho siempre delante de Vd.. Fíjese allá en el fondo, a la vuelta, encontraréis un portón de plata incrustada de cruces negras…a la derecha…llamaréis y se os abrirá…
Mantenga el porte digno y con gallardía…
¡Y caminé…caminé, que batida!, se me pone la carne de gallina cuando lo recuerdo. Un estrecho sendero lleno de zarzas, de carbones que relucían y de serpientes que silbaban me condujo hasta el portón de plata.
¡Toc, toc!
“¿Quien es?” pregunta una voz ronca y dolorida.
“El cura de Cucugnan”
“…¿De?…
“…De Cucugnán.”
“…¡Ah!... Entre
“Entré. Un ángel grande y hermoso con las alas oscuras como la noche, con un vestido refulgente como el día, con una llave de diamante colgada de su cintura, escribía en un gran libro más grueso que el de San Pedro…
“¿Dígame en resumidas cuentas que es lo que quiere y lo que pide? Dijo el ángel.
“Hermoso ángel de Dios, desearía saber, soy quizá algo curioso, ¿si tiene Vd. aquí a los cucugnaneses?
“¿…A los…?
“ A los cucugnaneses, a los habitantes de cucugnan…yo soy su prior.
“…¡Ah!, el padre Martín, ¿no es cierto?
“…Para serviros señor Ángel.
“…¿ Ha dicho Vd. Cucugnan, no es así?…
Y el ángel abre y hojea su gran libro, mojando su dedo con saliva para que la hoja corra mejor.
“…Cucugnan, dijo suspirando profundamente…Monsieur Martin, no tenemos en el purgatorio a nadie de Cucugnan.
“…¡Jesús, María, y José!, nadie de Cucugnan en el purgatorio, oh, gran Dios!, ¿adonde están entonces?
“…¡Ea, buen hombre, están en el Paraíso. ¿En donde diantre quiere Vd. que estén?
“Pero si de ahí vengo, del Paraíso…
“De ahí viene Vd., …¿y luego, que?
“¡Pues que ahí no están…Ah, Reina de los ángeles!...
“Que quiere Vd., Señor cura, si no están ni en el Paraíso ni en el Purgatorio, no hay termino medio están…
“¡Santa cruz, Jesús Hijo de David, Ay, ay, ay!, ¿como es posible?... será eso una mentira del gran San Pedro?...
“¡No puede ser, ya que no oí cantar el gallo!...¡Ay, pobre de mí! ¿Como podré entrar yo en el Paraíso si mis cucugnaneses no están ahí?
“Oiga, mi pobre Monsieur Martín, ya que Vd. quiere a toda costa aclarar este asunto, y comprobar con sus ojos de que se trata, tome Vd. ese sendero, ¡sígalo corriendo, si sabe correr… encontrará a la izquierda, un enorme portón. Ahí se podrá informar de todo. Dios le ampare!
Y el ángel cerró la puerta.
Era un largo sendero adoquinado de brasas rojas, titubeaba como un borracho: a cada paso, tropezaba; estaba tan sudado que cada pelo de mi cuerpo tenía su gota de sudor, y jadeaba de sed…pero gracias a las sandalias que el bueno de San Pedro me había prestado, no me quemé los pies.
“Cuando ya, cansado de tantos trompicones, ví a mi izquierda una puerta…no un portón, un enorme portón abierto de par en par, parecido a la puerta de un enorme horno, ¡Oh, hijos míos, que espectáculo! Ahí no se me pregunta mi nombre: ahí no existe registro, por hornadas y por la puerta grande, se entra ahí, hermanos míos, así como entráis los domingos en el cabaret.
“Sudaba la gota gorda y sin embargo estaba helado, tenía escalofríos. Mis cabellos estaban de punta. Olía a quemado, a carne asada, algo así como el olor que se expande en nuestro Cucugnan cuando Eloy, el herrero quema para herrarla la pata de un viejo borrico. Perdía el aliento en ese aire apestoso y abrasado: Se oía un clamor horrible, lamentos, alaridos y blasfemias.”
“¿Vas a entrar, si o no?, me dice pinchándome con su tridente un demonio cornudo.
“¿Yo…?, no entro, soy un amigo de Dios
“¿Tu eres un amigo de Dios…Eh?, ¡m… tiñoso!, ¿que haces aquí?...
“…Vengo…¡Ah, no me lo pregunte, que apenas puedo mantenerme en pié!...Vengo, vengo de lejos...humildemente para preguntarle…si…si, por pura casualidad…no tendría aquí…alguien…alguien de Cucugnan...
“¡Ah, fuego de Dios!, te haces el tonto, como si no supieras que todo Cucugnan está aquí. Mira, feo cuervo, mira y verás como los tratamos aquí a tus famosos cucugnaneses…
“ Y ahí vi en medio de un espantoso torbellino de llamas:
“Al largo de Coq-Galine, - lo recordáis todos, hermanos – Coq-Galine, que se emborrachaba tan a menudo, y tan a menudo sacudía las pulgas de la pobre Clairon.
“Vi a Catarinet…esta pequeña desvergonzada…con su nariz respingona… que se acostaba sola en la granja… ¡lo recordareis, pillines! …pero pasemos de largo, he hablado demasiado.
“Vi a Pascal doigts-de-poix (dedos de grasa) que fabricaba su aceite con la aceituna de Monsieur Julién.
“Vi a Babet la espigadora que, espigando para atar mas fácilmente su gavilla cogía a manos llenas en las gavillas ajenas.
“Vi a Maese Grapasi, que engrasaba tan bien la rueda de su carretilla
“Y a Dauphine que vendía tan cara el agua de su pozo.
“Y a Tortillard el cual, cuando se tropezaba conmigo llevando el Santísimo, proseguía su camino, el birrete en la cabeza y la pipa en su pico…y orgulloso como Artaban…como si se hubiera tropezado con un perro.
“Y Couleau con su Zette, y Jacques y Pierre, y Toni…”
Emocionado, muerto de miedo, el auditorio gemía, viendo en el infierno abierto de par en par, unos a su padre, otros a su madre, otros a su abuela y otros a su hermana…
Os dais perfectamente cuenta, queridos hermanos, prosiguió el buen cura Martin, os dais cuenta que esto no puede durar. Tengo a mi cargo las almas, y quiero, yo quiero salvarlas del abismo en donde estáis todos cayendo de cabeza.
Mañana pondré manos a la obra, no pasará de mañana. ¡Y no faltará la faena! He aquí como trabajaré. Para que toda la faena se cumpla como Dios manda, hay que proceder ordenadamente. Iremos parte por partes, como en Jonquieres cuando bailan.
“Mañana Lunes confesaré a los viejos y a las viejas. Eso es poca cosa.
“Martes a los niños, terminaré pronto.
“Miércoles, los muchachos y las muchachas, esto podrá alargarse.
“Jueves a los hombres, será breve.
“Viernes, a las mujeres. Diré: ¡Déjense ya de cuentos!
“¡Sábado, al molinero!...No es demasiado un día para el solo…
“Y, si el Domingo hemos terminado, seremos muy felices.
“ Mirad, hijos míos, cuando la mies está madura hay que segarla, cuando el vino está sonsacado hay que beberlo. Basta ya de ropa sucia, hay que lavarla y lavarla muy bien.
“¡Es la gracia que os deseo a todos, Amén! “
Lo que se dijo, se cumplió. Se hizo la colada. Desde ese domingo memorable, el perfume de las virtudes de Cucugnan se respira a diez leguas a la redonda y el buen pastor Monsieur Martin, feliz y lleno de alegría, soñó la noche pasada que, seguido por todo su rebaño, subía en deslumbrante procesión, entre los cirios encendidos, y una nube de incienso que lo embalsamaba todo, con los monaguillos que cantaban el Te Deum, el camino luminoso hacia la ciudad de Dios.
He aquí la historia del cura de Cucuñan, tal como me mandó que la contara ese gran pillín de Roumanille, que la había oído el mismo de otro buen compadre suyo.
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