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martes, 7 de febrero de 2017

LA EXTREMA GRAVEDAD DEL PECADO ORIGINAL, EXPLICADA POR JESÚS.


La tentación de Jesús en el desierto, fue contra la Fe,
la Esperanza y la Caridad




     La tentación que usa Satanás con más frecuencia, es la tentación de la lujuria material y espiritual, como la soberbia, que es la lujuria de la mente y la desobediencia, que es la lujuria del corazón. Adán y Eva, e incluso Jesús y todos los mortales fueron de alguna manera tentados por ella y la mayoría, salvo Jesús y la Virgen María, salieron derrotados, ya que sea por acciones, omisiones o pensamientos, fueron alcanzados como consecuencia del pecado original, y unos pocos resistieron, lo que es una gran victoria, porque el pecado no está en ser tentados, sino en caer en la tentación. Muy al contrario, los que han sido tentados y no sucumbieron han alcanzado mayor mérito, fortaleza y gloria.

       En este escrito, queda claro lo que ningún teólogo de todos los tiempos, ni ningún Doctor de la Iglesia ha sabido explicar: la extrema gravedad del pecado original, gravedad que aclara de una manera contundente la causa de los terribles sufrimientos de Jesús y de la Santísima Virgen María la Corredentora, los nuevos Adán y Eva, por mucho que les pese a las innumerables sectas protestantes. Y al ver lo que costó el rescate, se puede ver la gravedad de esa culpa, ya que como lo dice la ciencia Física, para poder levantar un cuerpo, hay que aplicarle una fuerza inversamente proporcional a su peso.





De los cuadernos de María Valtorta

        Dice Jesús:

     ¿Acaso esa tentación no es la más común y la más secundada por los hombres? ¿Acaso no es la más empleada por Satanás, precisamente porque sabe que es la que obtiene el consentimiento más fácil? ¿No es esa la puerta - puerta de la impureza, de la lujuria - por la que Satanás entra muchas veces en los corazones? ¿No es acaso su vía y su arma preferida para lograr entrar y corromper?

     ¿Qué otra vía emprendió al principio de los días del hombre, para tarar la planta sin taras de la Humanidad? ¿Cómo logró corromper la inocencia de los dos Progenitores? Si la acción de Eva se hubiese limitado a acercarse a la planta prohibida y hasta a escuchar a la Serpiente, más sin obedecer ni ceder a las insinuaciones, ¿Habría nacido el pecado? ¿Se habría producido la condena? No, no se habría producido. Es más, al rechazar las tentaciones satánicas, los Progenitores habrían imitado a los ángeles buenos, a quienes en vano Lucifer tentó a la rebelión, y habrían obtenido un aumento de gracia.

     Lo repito: ser tentado no es una culpa. La culpa es adherir a la tentación. Y Eva y Adán no hubieran sido castigados por la imprudencia ya expiada a través de la resistencia a la tentación. Dios es un Padre amoroso y paciente. Pero Eva, pero Adán, no rechazaron la tentación. La lujuria de la mente (es decir, la soberbia), la lujuria del corazón (es decir la desobediencia), fueron acogidas en sus almas hasta entonces no corrompidas, y la corrompieron despertando en ellas impuras fiebres que Satanás agudizó hasta el delirio y el delito. 

        No empleo palabras equivocadas y digo "delito" y es justo. ¿Acaso al pecar no violentaron su espíritu, hiriéndolo y llagándolo duramente? ¿No es un delito contra el espíritu el que comete un pecador que mata con la culpa mortal o que, debilitándolo continuamente con las culpas veniales, hiere el propio espíritu?

     Observemos conjuntamente el creciente paroxismo de la culpa y las etapas de la caída y luego, comparémoslos con el episodio de la tentación. Si se lo hace con una visión límpida y un corazón honesto, no se podrá prescindir de la conclusión de que la tentación, indudable instrumento del Mal, no es pecado sino mérito de los que saben padecerla sin ceder a ella. Padecer no significa gozar. Se padece un martirio, no se padece un gozo. La tentación es un padecimiento para los santos, más la tentación es un gozo pervertido para los que no son santos, o sea para los que la acogen y obedecen a ella.

      Pues bien, Eva, dotada de una ciencia proporcional a su estado, notad esto porque es un agravante de la culpa y por eso, un índice del valor de la prudencia, va hacia el árbol prohibido. 

       Aunque leve, este es el primer error. Va hacia él con ligereza, es decir no con la buena intención de recogerse en el centro del Edén para aislarse en la oración. 

       Cuando llega allí, traba conversación con el desconocido. No la pone en guardia el fenómeno de un animal que habla, mientras todos los demás tenían voz pero no palabras comprensibles para el hombre. Y es el segundo error.

      El tercero es que en su estupor, no invoca a Dios para que le explique el misterio, ni tampoco recuerda o piensa que Dios les ha dicho a sus hijos que ése es el árbol del bien y del mal y que, por eso, debía juzgarse imprudente acoger todo lo proveniente de él, sin haberle preguntado antes al Señor cuál era su verdadera índole.

    Cuarto error: el haber tenido mayor fe y certidumbre en la afirmación de un desconocido que en los consejos de su Creador.

     Quinto error: la avidez de conocer lo que solo Dios conocía y de volverse semejante a Dios. 

   Sexto error: el apetito de los sentidos que quieren deleitarse mirando, palpando, oliendo, comiendo de lo que el desconocido había sugerido coger y gustar. 

   Séptimo error: haberse convertido de tentada en tentadora, haber pasado del servicio de Dios al de Satanás, olvidando las palabras de Dios, para repetir a su compañero las de Satanás y persuadirle para robar el derecho de Dios.

      El ardor había llegado ya a su extremo grado. La subida del arco fatal había llegado al punto más alto. Allí el pecado se consumó completamente con la adhesión de Adán a las lisonjas de su compañera y se produjo la caída de los dos a lo largo de la otra parte de la curva. Fue una caída veloz, mucho más veloz que la subida, porque estaba sobrecargada por el peso de la culpa consumada, y el peso de la culpa se agravó aún por las consecuencias de la misma, es decir el huir de Dios. Las excusas no suficientes y exentas de caridad y justicia - y también de sinceridad de la confesión de la falta - , el espíritu de rebelión latente, que impide pedir perdón.

     No se esconden por el dolor de estar manchados por la culpa, que son la precisa señal de la tentación no rechazada y de sus culpables consecuencias: "He oído tu voz y, como estaba desnudo, tuve miedo y me escondí", "La mujer que me has dado por compañera, me ofreció el fruto y comí de él", "La serpiente me sedujo y comí de él" (Gn 3, 9-13).

     Entre tantas palabras falta la única que debía estar: "Perdón porque he pecado". Falta por lo tanto, la caridad hacia Dios. Falta la caridad hacia el prójimo. Adán acusa a Eva. Eva acusa a la serpiente. Y en fin, falta la sinceridad de la confesión. Eva confiesa lo que es innegable. Pero cree poder ocultar a Dios los preliminares del pecado, es decir su ligereza, su imprudencia, su débil voluntad, que se enfermó inmediatamente después de haber hecho el primer paso hacia la desobediencia de la Santa orden que le mandaba no caer en la tentación de coger el fruto prohibido.

         Para ella, que era sumamente inteligente, esa orden tenía que haber sido un aviso para hacerles entender que ellos no eran tan fuertes para colocarse impunemente en la condición de pecar sin llegar a hacerlo. Habrían alcanzado esta condición perfeccionando con la propia voluntad la libertad que Dios les había concedido y habrían llegado a usarla únicamente para el Bien. 
     
        Por consiguiente, Eva le miente a Dios al callar la razón por la cual comió el fruto, o sea, para hacerse semejante a Dios. He aquí que en el hombre reside la triple concupiscencia. Todos los rasgos de la amistad con la serpiente son evidentes en la soberbia, en la rebelión, en la mentira, en la lujuria y el egoísmo que han reemplazado las Virtudes que tenían antes.

      Y ahora comparemos este encuentro de Lucifer con los Progenitores con el encuentro de Lucifer conmigo, el nuevo Adán que había venido a restaurar el orden violado por el primer Hombre.
         También Yo voy a un lugar solitario. Más, ¿para qué voy? ¿Cuándo voy? ¿Qué entiendo hacer? Por medio de la penitencia, preparación indispensable para las obras de Dios, voy a prepararme para mi Misión, que estaba a punto de iniciar. Se había acabado la protectora paz de la casa, de la familia, de mi ciudad, esa paz que apenas podían alterar los inevitables contrastes de ideas entre Yo y mis parientes, pues Yo era solo Espíritu y ellos solo humanidad y soñaban para Mí gozos humanos. Ahora había llegado la época de la evangelización, los peligros de la exaltación y el odio, los contactos con los pecadores y con todo eso que comúnmente se llama mundo.

    Me preparo con la penitencia y la oración. Completo mi preparación con la victoria sobre Satanás. ¡Oh! él advirtió bien que había surgido el Vencedor, al verme impávido ante la impura seducción y fuerte contra el hambre, contra la soberbia y la concupiscencia. Mas Yo quiero que me contempléis bajo el aspecto que juzgáis inconveniente, y que comparéis el Puro Jesús con la pura pareja de los Progenitores, en quienes pudo obrar el veneno de la Serpiente, porque quisieron recibirla y porque no quisieron padecer el esfuerzo de rechazarla visto que, imprudentemente, se habían acercado a ella. Yo no fui en busca de Satanás. Él vino y me buscó. Y cuando me hubo encontrado, padecí por su cercanía. Era una experiencia necesaria para poder ser vuestro Pontífice misericordioso, puesto a prueba como vosotros, que no os desdeña, que es para vosotros un ejemplo.

    ¡Oh, hombres!, heme aquí; he aquí al Cristo tentado por ser hombre y no vencido por haber elevado voluntariamente su humanidad a una perfección "poco inferior a los ángeles", los ángeles no tienen cuerpo; por eso, no tienen sentidos, por eso la impureza no puede dañarles ni turbarles más, o de modo inverso de lo que me turbó a Mí con el horror de este pecado de bruto.

     He aquí a Cristo que no huye vilmente porque le persiguen; que no contrata ni canjea ni discute con el Tentador sobre una cuestión tan baja que ni merece ser discutida. Que el hombre, la criatura más noble de la Tierra, dotada de razón de espíritu, que tiene conciencia de su fin, no corrompa a si mismo con el contacto real o metafórico con la lujuria. Que no contemple. Que no discuta. Que alce los ojos. Que contemple a Dios. Que ame, como hijo de Dios a Dios, y al prójimo. Que invoque a Dios. Que calle con Satanás y consigo mismo, en la parte de si mismo que quería discutir sobre cosas carnales.

     Que descienda el silencio de los labios y el silencio de la mente sobre los temas que exhalan humos homicidas. No siempre hay silencio donde los labios callan. A veces bajo ese silencio hablan el corazón, la mente, la voluntad, con impuros delirios, aunque los labios saben callar y los ojos permanecer bajos o adoptar poses trastornadas, sugeridas para engañar a los hombres, a los hombres que ven lo exterior del hombre, no a Dios, que lo ve en su interior y que aborrece toda forma de mentira mental, y mentira basada en el cálculo y fuente de cálculos.
    
     ¿Porque Satanás comenzó su Tentación con la impureza? Porque este es el pecado más difundido. Está en el mundo por doquier, en todas las clases sociales y, desgraciadamente, en todas las condiciones. Tiene muchos nombres. A veces se envuelve en el manto de legitimidad, pero enfanga los tálamos legítimos como el lecho de las prostitutas y no hago otras consideraciones. Comenzó con la impureza porque la primera vez le servio muy bien para introducir la malicia en el corazón del hombre; porque pensaba que solamente por ese medio, habría podido truncar para siempre el pensamiento de la Redención, corrompiendo al insustituible Redentor y, en fin, porque necesitaba cerciorarse de que Yo era el Redentor.

    Había intuido que Yo estaba en el mundo. Me buscaba. Aparecía en todos los lugares en donde había un elemento de santidad. Pero en todos los casos advertía factores relativos que le causaban incertidumbre. Llevaba muchos años sin lograr desgarrar el velo que envolvía el misterio de mi Madre y el Mío. La manifestación del Jordán le había turbado. Más el terror que Yo le causaba, aún le hacía titubear para poder calmarse. Quería saber quien era Yo pero, al mismo tiempo, no lo quería. Quería saberlo para hacerse la ilusión de vencerme. No quería saberlo para hacerse la ilusión de que no sería vencido por el Hombre.

    Me tentó con la impureza. Mi firme actitud -  muy diferente de la de todo hombre, que huye o se atemoriza y cede o se burla pensando que es fuerte y que luego cae más fácilmente del que huye - le demostró quien era Yo. Aún persuadido de ello, insiste. En su primera tentación ya están bosquejadas las otras tres, especialmente la última. Mis ojos le dejan helado. Mi silencio le exaspera. Mi tranquilidad le consterna. Advierte que está ante una fuerza que en vano pretenderá doblegar. Advierte que, ante el obsceno fruto que le tiende, el Puro puede experimentar solamente repugnancia.

     Entonces intenta una seducción aparentemente lícita: "Dí a las piedras que se conviertan en pan". Tener hambre de pan es propio del hombre, no es como la lujuria, el hambre de carne que es propia del bruto. Y entonces respondo como hombre, hijo de Dios no por ser el Verbo, sino por ser de la semilla de Adán como vosotros.






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