El alma, separándose de todas las espinas de la tierra |
Hojeando el libro del Ángel Azarías, ángel
de la Guardia de María Valtorta (Arzayah: palabra que en hebreo significa: Dios
socorre), he obtenido la confirmación de lo que había escrito acerca del
"Renacer del alma", basándome en las palabras de Jesús-Dios a
Nicodemo. Dios ha creado este mundo para que sea conocido y amado, todos hemos
nacido con la semilla del mal, sembrada por Satanás, que es el pecado original,
pero Dios ha sembrado el antídoto que es la conciencia y la razón, los dos testigos del Apocalipsis que permite a las
personas de buena voluntad, arrancar las raíces del pecado, que es lo que se
llama matar el hombre viejo y renacer.
Para conseguir esta transformación, Dios da
toda una vida, y ha bajado a la Tierra pata borrar el pecado Original,
inmolándose, resucitando para demostrar su triunfo sobre Satanás, nos ha dejado
en la Tierra los Sacramentos que se reparten a través de la única Iglesia
instituida por Él, La Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, y a mi parecer la Iglesia Católica Ortodoxa.
Satanás el eterno enemigo de Dios, lucha
tenazmente para tratar de impedir esta transformación empleando la mentira y la
seducción, predicando sin tregua que la felicidad solo se obtiene entregándose
a todos los placeres del mundo, no ha arriesgado ni un "pelo de su
rabo", para conseguirlo, sin embargo tiene más logros que Dios, ya que
como lo dijo Jesús "Muchos son los llamados y pocos los elegidos"
(Mat 22, 14).
Dice Azarías:
(...) "¿Cuál es la morada Santa de
Dios? A esta pregunta responderán algunos: "El Cielo"; otros "la
Iglesia", y otros: "El corazón del hombre". Y aún, no alcanzando
la perfección en la respuesta, ninguno habrá errado, ya que Dios habita en el Cielo,
en su Iglesia y en el corazón de los hombres que están en su gracia.
Más, para ser exactos, Dios está en Sí
mismo. El tiene la morada en su caridad infinita, única morada, que por su
perfección e infinitud, puede contener al Perfecto y al Infinito. En la
caridad, todo se opera, procede, se genera, se satisface, reposa y aplaca. La
Caridad, esto es, el mismo, es la morada Santa de Dios."
Y aquí son de recordar las poesías de San Juan de la Cruz, el cual describiendo el diálogo del alma con su Divino Esposo, En el Cántico Espiritual, dice: (Cant 1,5):
"Esto mismo quiso decir la esposa
en los Cantares divinos, cuando deseando unirse con la divinidad del Verbo
Esposo suyo, le pidió al Padre diciendo: "Muéstrame donde te apacientas y
donde te recuestas al mediodía" (1,6); porque al pedir le mostrase donde se
apacentaba, era pedir le mostrase la esencia del verbo Divino, su Hijo porqué
el Padre no se apacienta en otra cosa que en su divino Hijo, pues es la Gloria
del Padre, y el pedir le mostrase el lugar donde se recostaba, era pedirle lo
mismo, porque el Hijo sólo es el deleite del Padre, el cual no se recuesta en
otro lugar, ni cabe en otra cosa que en su amado Hijo, en el cual todo él se
recuesta, comunicándole toda su esencia al mediodía, que es la eternidad, donde
siempre le engendra y le tiene engendrado".
Por eso, como lo dice Azarías, La verdadera
morada de Dios Padre, se encuentra solo en la unión mística con Jesús, en el
amor del Espíritu Santo, que es la Caridad indicada por el Ángel. y por eso,
cuando el Sacerdote en la misa ofrece la víctima expiatoria, dice. "Con
Él, por Él y en Él, en unión con el Espíritu Santo, te ofrecemos a ti Dios
Padre, todo honor y gloria, por los siglos de los siglos. Amén". Es la
única ofrenda pura y sin tara, digna de Dios Padre, su divino Hijo Jesús, en el cual lo engendra
desde toda la Eternidad, por el amor del Espíritu Santo.
(…) La mujer es solo una criatura
imperfecta, como imperfecta es igualmente su matriz. Más Dios no es imperfecto.
Ponderad, por tanto, que grado de carácter y de semejanza imprimará en aquellos
que salen de su seno. Todas las almas son creadas por Dios y toman del Padre
una primera imagen y semejanza. Ahora bien, toda alma, por espontánea voluntad,
puede, diré así, tornar al Padre y volver a nacer de Él. Es esta, la
“recreación” del alma de la que han hablado los doctores de la Iglesia.
Después de estas mis palabras, aprecias
todas las profundas verdades de las de San Juan: el que ama, nació de Dios y lo
conoce. El que ama, puesto que si no amase a Dios, no haría por entrar en él ni
en “renacer” en plena y propia voluntad de Dios.
Vuestro primer nacimiento fue querido
por quien os engendró y Dios lo sanciona y ennoblece al conceder a la materia
el alma; más este nacimiento no depende de vuestra voluntad. La Iglesia,
desposada con Dios, coopera a vuestro nacimiento fortificando a la criatura con
la Gracia Bautismal y, consiguientemente con los otros sacramentos.
Pero únicamente cuando la criatura llega
a la edad de comprender y de querer, es cuando puede querer nacer de Dios, en
un segundo y mas perfecto nacimiento que se realiza mediante el amor a Dios y
al prójimo según los dispone la Ley.
Y aquí viene toda la retahíla de “Maestros
espirituales” que sin ningún temor a predicar en contra de la tradición de los
Santos Padres, de la Iglesia, y de la doctrina de los Evangelios, se atreven a
emitir juicios contrarios a las enseñanzas, por razones de "bonismo",
de relativismo y de progresismo. Los mueve la soberbia y la ceguera espiritual
debida a la ausencia de la Luz de Cristo, que no han querido recibir para que
no sean manifiestas sus obras, como dice el Apóstol San Juan, y su falta de
temor de Dios, no pudiendo dar a sus fieles algo que no tienen.
Con su razonamiento, que dice que todos somos hijos de Dios, llegan a la conclusión herética de que el Infierno está vacío, porque un Padre no puede mandar allí a un hijo suyo, como me lo dijo cierto Arzobispo, haciendo pues innecesaria la cruenta pasión y muerte de Cristo, el martirio de todos los Santos y la predicación de tantos misioneros, muchos de los cuales han dado su vida por la Fe. Y lo que es peor, petrifican las almas de los fieles, condenándoles al "Quietismo", yendo en contra de las recomendaciones de Jesús que dijo: “El que no está conmigo está contra Mí, y el que no amasa dispersa”.
Con su razonamiento, que dice que todos somos hijos de Dios, llegan a la conclusión herética de que el Infierno está vacío, porque un Padre no puede mandar allí a un hijo suyo, como me lo dijo cierto Arzobispo, haciendo pues innecesaria la cruenta pasión y muerte de Cristo, el martirio de todos los Santos y la predicación de tantos misioneros, muchos de los cuales han dado su vida por la Fe. Y lo que es peor, petrifican las almas de los fieles, condenándoles al "Quietismo", yendo en contra de las recomendaciones de Jesús que dijo: “El que no está conmigo está contra Mí, y el que no amasa dispersa”.
(…) La Caridad, en fin, alma mía, es la
que por si sola pone en fuga al demonio porque la Caridad es luz y el demonio
ama a las tinieblas; porque la Caridad es Sabiduría y las palabras engañosas de
Satanás son desmentidas por la Sabiduría; porque la Caridad es Verdad y el mal
la odia; porque la Caridad es Dios y Satanás no soporta la vista de Dios.
Las turbaciones que el adversario pueda
suscitar con el recuerdo de faltas pasadas y con sugestiones de tentaciones
presentes, quedan anuladas mediante la Caridad que es misericordia y sobrepasa
los méritos y deseos de las criaturas que le aman, otorgando, además de la
liberación del Maligno y de sus artes turbadoras, lo que incluso la criatura
humilde y amorosa no se atreve ni a imaginar siquiera que pueda obtener con su
oración.
(…) El árbol de la Vida se cubre sin
cesar de flores y de hojas y madura sus frutos para aquellos que aman, sirven y
responden con buena voluntad a los deseos de la Gracia de Dios, la Gracia de
Dios que está contigo, te protege y sostiene contra todos aquellos que
desearían alegrarse con una caída tuya, para así acallar la voz de su
conciencia que les reprocha muchas cosas, siendo las primeras de ellas sus
falta de Caridad y después su modo de hacer fructificar el don de Dios. Más tú,
ruega por ellos, por todos, para que tengan la caridad que es la fuente de toda
virtud y salvación.
Gloria Patri, et Filio et Sipíritu Sancto”.
Sicus erat in principio et in saecula saeculorum Amen.
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