María Valtorta era con la Biblia la lectura de la Madre Teresa de Calcuta, y la del Padre Pío de Pietrelcina que la recomendaba a sus fieles, diciéndoles que debían leer sus escritos
(Visión de María Valtorta el 27 de Marzo de 1.945)
LA CRUCIFIXIÓN, LA MUERTE Y EL DESCENDIMIENTO DE JESÚS
(Primera parte la crucifixión)
24 páginas
escritos por ambas caras describen con todo detalle estos hechos, que en los
Evangelios solo relatan en menos de una página, parece increíble que desde hace
75 años no se haya dado a conocer
oficialmente por el Vaticano, contiene detalles tan emocionantes que no se
pueden leer sin sentir un estremecimiento especial, la escritora describe los
hechos de una manera tan real que parece que estamos en medio de la escena, del
punto de vista de la descripción del crucificado, no hay que olvidar que la
escritora era enfermera, y describe las
señales del sufrimiento de la terrible agonía de una manera que no da lugar
alguno sobre la autenticidad del relato. Del punto de vista literario, es un
relato perfecto, insuperable por el mejor maestro literario.
[...] Cuatro hombres fornidos, que por su aspecto no parecen
Judíos, y que estaban en un sendero, saltan al lugar del suplicio. Van
vestidos con túnicas cortas y sin mangas. Tienen en sus manos clavos, martillos
y cuerdas. Y muestran burlonamente estas cosas a los tres condenados. La
muchedumbre se excita envuelta en un delirio cruel.
El centurión ofrece a Jesús el ánfora, para que beba
la mixtura anestésica del vino mirrado. Pero Jesús la rechaza. Los dos ladrones
por el contrario beben mucha (…)
Se da a los condenados la orden de desnudarse. Los dos
ladrones lo hacen sin pudor alguno. Es más, se divierten haciendo gestos
obscenos hacia la muchedumbre y especialmente hacia el grupo sacerdotal, todo
blanco con sus túnicas de lino (…)
Los verdugos ofrecen tres trapajos a los condenados
para que los aten a la ingle. Los ladrones los agarran mientras profieren
blasfemias aún más horrendas (…) Jesús lo rehúsa, creyendo que conservará el
calzón corto que tuvo durante la flagelación. Pero cuando le dicen que también
se le quite, tiende la mano para mendigar el trapajo (…)
Pero María se ha percatado y se ha quitado el largo y
sutil lienzo blanco (…) un velo en el que ella ha derramado mucho llanto. Se lo
pasa a Juan para que se le dé a Longino para su Hijo. Jesús lo reconoce y se lo
envuelve varias veces alrededor de la pelvis.
Ahora Jesús se vuelve, y se ve así que también el
pecho, los brazos, las piernas están llenas de golpes de los azotes. A la
altura del hígado hay un enorme cardenal. Bajo el arco frontal izquierdo hay
siete nítidas estrías en relieve,
terminadas por siete pequeñas
laceraciones sangrantes rodeadas
por un círculo violáceo… un duro golpe de flagelo en esa zona tan sensible del
diafragma. Las rodillas, magulladas por las múltiples caídas que ya empezaron
inmediatamente después de la captura y que terminaron en el calvario, están
negras por los hematomas, y abiertas por la rótula, especialmente la derecha,
con una vasta laceracion sangrante.
La muchedumbre le escarnece en coro “¡Que hermoso! ¡El
más hermoso de los hijos de los hombres! Las hijas de Jerusalén te adoran…”. Y
empiezan a cantar (del Cantar de los
Cantares) : “Cándido y rubicundo es mi dilecto, se distingue entre
millares. Su cabeza es oro puro, sus cabellos racimos de palmera, sedeños como
pluma de cuervo. Sus ojos como dos palomas chapoteando en arroyos de leche, que
no de agua, en la leche de sus órbitas. Sus mejillas son aromáticos cuadros del
jardín; sus labios, purpúreos lirios que rezuman preciosa mirra. Sus manos
torneadas como trabajo de orfebre, terminadas en róseos jacintos. Su tronco es
marfil veteado de zafiros. Sus piernas, perfectas columnas de cándido mármol
con bases de oro. Su majestuosidad es como la del Líbano, su solemnidad, mayor
que la del alto cedro. Su lengua está empapada de dulzura, toda una delicia es
Él". Y se ríen y también gritan: “El leproso! ¡El leproso! ¿Será que has
fornicado con algún ídolo, si Dios te ha castigado de este modo? ¿Has murmurado contra los santos de Israel
como María de su hermano Moisés, ya que has recibido ese castigo? ¡Oh! ¡Oh! ¡El
Perfecto! ¿Eres el Hijo de Dios? ¡Qué va! Lo que eres es el aborto de Satanás
¡Al menos él, Mammona es poderoso y fuerte. Tu… eres un andrajo impotente y
asqueroso”.
Alzan a las cruces a los ladrones y se les coloca en
sus sitios, uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús. Gritan,
imprecan, maldicen; y especialmente cuando meten las cruces en el agujero, y
los descoyuntan y las cuerdas magullan sus muñecas, sus maldiciones contra
Dios, contra la Ley, contra los romanos, contra los Judíos son infernales.
Es ahora el turno de Jesús. El se extiende mansamente
sobre el madero. Los dos ladrones se rebelaban tanto que no siendo suficientes
los cuatro verdugos habían tenido que intervenir soldados para sujetarlos, para
que no apartaran con patadas a los verdugos que los ataban por las muñecas.
Pero para Jesús no hay necesidad de ayuda. Se extiende y pone la cabeza en
donde le dicen que la ponga. Abre los brazos como le dicen que los habrá.
Estira las piernas como le dicen que lo haga. Solo se ha preocupado de
colocarse bien su velo. Ahora su largo cuerpo esbelto y blanco, resalta sobre
el madero oscuro y el suelo amarillo.
Dos verdugos se sientan encima de su pecho para
sujetarle. Y siento que dolor y opresión debe sentir bajo ese peso. Un tercer
verdugo le toma el brazo derecho y lo sujeta, con una mano en la primera parte
del antebrazo; con la otra en el extremo
de los dedos. El cuarto verdugo que tiene ya en sus manos el largo clavo de
punta afilada, mira si el agujero ya practicado en la madera coincide con la
juntura del radio y el cúbito de la muñeca, Coincide. El verdugo pone la punta
del clavo en la muñeca, alza el martillo y da el primer golpe.
Jesús que tenía los ojos cerrados, al sentir el crudo
dolor, grita y se contrae, y abre al máximo los ojos, que nadan entre lágrimas.
Debe sentir un dolor atroz…el clavo penetra rompiendo músculos, venas, nervios
y penetra quebrantando huesos…
María responde que es casi como un gemido de cordero
degollado al grito de su Criatura torturada; y se pliega como quebrantada Ella,
sujetándose la cabeza entre las manos. Jesús para no torturarla ya no grita.
Pero siguen los golpes, metódicos, ásperos, de hierro contra hierro… y uno
piensa que, debajo, es un miembro vivo que lo recibe.
La mano derecha ya está clavada. Se pasa a la
izquierda. El agujero no coincide con el carpo. Entonces agarran una cuerda,
atan la muñeca izquierda y tiran hasta dislocar la juntura, hasta arrancar
tendones y músculos, además de lacerar la piel ya serrada por las cuerdas de la
captura. También la otra mano debe sufrir porque está estirada por reflejo y
entorno a su clavo se va agrandando el agujero. Ahora a duras penas se llega al
principio del metacarpo, junto a la muñeca. Se resignan y clavan a donde
pueden, o sea, entre el pulgar y los otros dedos, justo en el centro del
metacarpo. Aquí el clavo entra más fácilmente pero con mayor espasmo, porque
debe cortar nervios importantes (tanto que los dedos se quedan inertes mientras
que los de la derecha experimentan contracciones y temblores que ponen de
manifiesto su vitalidad). Pero Jesús ya no grita, solo emite un ronco quejido
tras sus labios fuertemente cerrados, y lágrimas de dolor caen al suelo después
de haber caído en la madera.
Ahora le toca a los pies. A unos dos metros – un poco
más -del extremo de la Cruz hay un pequeño saliente cuneiforme, escasamente
suficiente para un pié, acercan a Él los pies para ver si se ajusta a la
medida, y dado que está un poco bajo y que los pies llegan mal, estirajan por
las rodillas al pobre Mártir. Así la madera áspera de la Cruz raspa las heridas
y menea la corona, de forma que esta se descoloca, arrancando otra vez
cabellos, y puede caerse, un verdugo, con mano violenta vuelve a incrustarla en la cabeza…
Ahora los que estaban sentados en el pecho de Jesús se
alzan para ponerse de rodillas, ya que Jesús hace un movimiento involuntario de
retirar las piernas al ver brillar al sol el larguísimo clavo, el doble de
ancho y de largo que los que han sido usados para las manos, y cargan su peso
sobre las rodillas escoriadas, y hacen presión sobre las pobres tibias contusas,
mientras los otros dos llevan a cabo la operación mucho más difícil de enclavar
un pie sobre el otro, tratando de hacer coincidir las dos junturas de los
tarsos.
A pesar de que miren bien y tengan bien sujetos los
pies por los tobillos y los dedos, contra el apoyo cuneiforme, el pie de abajo
se corre por la vibración del clavo, y tienen que desclavarle casi, porque después de haber entrado en las partes
blandas, el clavo que ya había perforado el pie derecho y sobresalía, tiene que
ser un poco más centrado. Y golpean, golpean, golpean… solo se oye el atroz
ruido del martillo sobre la cabeza del clavo, porque todo el calvario es solo
ojos atentísimos, y oídos aguzados para percibir la acción y el ruido y gozarse
de ello…
Acompaña el sonido áspero del hierro un lamento quedo
de paloma: el ronco gemido de María, quien cada vez se pliega más a cada golpe
como si el martillo le hiriera a Ella, la Madre Mártir. Y es comprensible que
parezca próxima a sucumbir por esa tortura, la crucifixión es terrible; como la
flagelación en cuanto al dolor, pero más atroz de presenciar porque se ve
desaparecer el clavo dentro de las carnes vivas; sin embargo es más breve que
la flagelación, que agota por su duración.
Para mí, la agonía del Huerto, la flagelación y la Crucifixión son los momentos más atroces. Me revelan toda la tortura de Cristo.
La muerte me resulta consoladora, porque digo: ”¡Se acabó!”. Pero estas no son el final, son el comienzo
de nuevos sufrimientos.
Ahora arrastran la cruz hasta el agujero. La cruz
rebota sobre el suelo desnivelado y zarandea al Pobre Crucificado. Izan la
Cruz, que dos veces se va de las manos de los que la levantan (una vez de
plano; la otra golpeando el brazo derecho de la cruz) y ello procura un acerbo
tormento a Jesús, porque la sacudida que recibe remueve las extremidades
heridas. Y cuando luego, dejan caer la cruz en el agujero – oscilando además
esta en todas las direcciones antes de quedar asegurada por piedras y tierra, e
imprimiendo continuos cambios de posición al pobre Cuerpo, suspendido de tres
clavos -, el sufrimiento debe de ser atroz. Todo el peso del Cuerpo se echa hacia adelante y cae hacia abajo, y los agujeros se ensanchan, especialmente
el de la mano izquierda; y se ensancha el agujero de los pies. La Sangre brota
con más fuerza. La de los pies gotea por los dedos y cae al suelo o desciende
por el madero de la cruz; la de las manos recorre los antebrazos, porque las
muñecas están más altas que las axilas, debido a la postura; y surca también
las costillas bajando desde las axilas hacia la cintura. La corona, cuando la
cruz se cimbrea antes de ser fijada, se mueve, porque la cabeza se echa
bruscamente para atrás, de manera que hinca en la nuca el grueso nudo de
espinas en que termina la punzante corona, y luego vuelve a acoplarse en la
frente, y araña sin piedad.
Por fin la cruz ha quedado asegurada y no hay otros
tormentos aparte de estar colgado. Levantan también a los ladrones, los cuales
puestos ya verticalmente, gritan como si los estuvieran desollando vivos, por
la tortura de las cuerdas, que van serrando las muñecas y hacen que las manos
se pongan negras, con las venas hinchadas como cuerdas, Jesús calla la muchedumbre ya no calla; antes bien
reanuda su vocerío infernal.
Ahora la cima del Gólgota tiene su trofeo y su guardia
de honor. En el extremo más alto la cruz de Jesús; a los lados las otras dos. Media centuria de soldados con las armas al pie rodeando la
cima. Dentro de ese círculo de soldados, los diez desmontados del caballo jugándose
a los dados los vestidos de los condenados.
En pie, erguido entre la cruz de Jesús y la de la
derecha, Longino que parece montar guarda de honor al Rey Mártir […]
Longino sin embargo observa con curiosidad e interés;
compara y mentalmente juzga: compara a los crucificados - especialmente a
Cristo - con los espectadores. Su mirada
penetrante no se pierde ni un detalle […]
Mirando, ve a María, justo al pie del escalón del
terreno, mirando hacia su Hijo con el rostro atormentado. Llama a uno de los
soldados que está jugando a los dados y le dice: “Si la Madre quiere subir con
el hijo que la acompaña, que venga. Escóltala y ayúdala”.
Y María con Juan – tomado por hijo – sube por los
escalones de la roca y traspasa el
cordón de los soldados para ir al pie de la cruz, aunque un poco separada, para
ser vista por su Jesús y verlo a su vez.
La turba, enseguida, le propina los más oprobiosos
insultos. Uniéndola a su Hijo en las blasfemias. Pero Ella, con los labios
temblorosos y blanquecinos, solo busca consolarlo con una sonrisa acongojada en
que se enjugan las lágrimas que ninguna fuerza de voluntad logra retener en los
ojos.
La gente, empezando por los sacerdotes, Escribas,
Fariseos, Saduceos, Herodianos y otros como ellos, se procura la diversión de
hacer como un carrusel: subiendo por el camino empinado, orillando el escalón
final y bajando por el otro sendero y al pasar al pie de la cima no dejan de
proferir sus palabras blasfemas como don para el Moribundo. Toda la infamia, la
crueldad, el odio, etc; los que más se ensañan son los miembros del Templo, con
la ayuda de los Fariseos “¿Y entonces Tú, Salvador del Género humano, por qué
no te salvas? ¿Te ha abandonado tu rey Belcebú? ¿Ha renegado de Ti?” gritan
tres sacerdotes,
Y una manada de Judíos: “Tu, que hace no más de cinco
días, con la ayuda del Demonio, hacías decir al Padre… ja! ¡ja! ¡ja!...que te
iba a glorificar, ¿Cómo es que no le recuerdas que mantenga su promesa?”.
Y tres Fariseos: “¡Blasfemo! ¡Ha salvado a los otros,
decía, con la ayuda de Dios! ¡Y no logra salvarse a sí mismo! ¿Quieres que la
gente crea? ¡Pues haz el milagro! ¿Ya no puedes, eh? Ahora tienes las manos
clavadas y estás desnudo”.
Y Saduceos y Herodianos a los soldados: “¡Cuidado con
el hechizo, vosotros que os habéis quedado sus vestidos! ¡Lleva dentro el signo
infernal!”.
Una muchedumbre en coro: "Baja de la Cruz y creeremos
en Ti. Tú que destruyes el Templo… ¡Loco!...Mira, allí está el glorioso y santo
Templo de Israel. ¡Es intocable, profanador! Y Tú estás muriendo”.
Otros sacerdotes: “¡Blasfemo! ¿Hijo de Dios, Tú? ¡Pues
baja de allí entonces! Fulmínanos si eres Dios. Te escupimos porque no tenemos
miedo”.
Otros que pasan y menean la cabeza: “Solo sabe llorar.
¡Sálvate, si es verdad que eres el Elegido!”.
Los soldados: “¡Eso, sálvate! Y reduce a cenizas a la
cochambre de la cochambre! Qué sois la cochambre del Imperio, judíos canallas.
¡Hazlo! ¡Roma te introducirá en el Capitolio y te adorará como a un numen!”.
Los sacerdotes con sus cómplices: “Eran más dulces los
brazos de las mujeres que los de la Cruz, ¿verdad? Pero, mira: están ya
preparadas para recibirte estas – aquí dicen
un término infame – tuyas. Tienes a todo Jerusalén para hacerte de prónuba”.
Y silban como carreteros.
Otros, lanzando piedras: “Convierte esas en pan, Tú,
multiplicador de panes”.
Otros mimando los hosannas del domingo de ramos,
lanzan ramas y gritan: “¡Maldito el que viene en nombre del Demonio! ¡Maldito
su reino! ¡Gloria a Sión, que le segrega de entre los vivos!”.
Un Fariseo se coloca frente a la Cruz y muestra el
puño con el índice y el meñique alzados y dice:”¿Dijiste: Te entrego al Dios
del Sinaí?” Ahora el Dios del Sinaí te prepara para el fuego eterno. ¿Por qué
no llamas a Jonás para que te devuelva aquel buen servicio?”.
Otro: "No estropees la Cruz con los golpes de tu cabeza. Tiene que seguir para tus seguidores, toda una legión de seguidores tuyos morirá en tu madero, te lo juro por Yeoveh.Y el primero que voy a crucificar es a Lázaro. Veremos si esta vez lo resucitas".
"¡Si! ¡Si!" Vamos a casa de Lázaro. Clavémosle por el otro lado de la cruz, y como papagallos, imitan el modo lento de hablar de Jesús diciendo: "¡Lázaro, amigo mío, sal afuera! Desatadle y dejarle andar".
"!No! Decía a Marta y María sus hembras: "Yo soy la Resurrección y la Vida". ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡La Resurrección no sabe repeler la muerte. y la vida muere!".
"Ahí están Marta y María, sus hembras. Vamos a preguntarles donde está Lázaro y vamos a buscarle". Y se acercan hacia las mujeres, aterrorizadas se refugian detrás de los Pastores (Que habían ido a adorar a Jesús en su nacimiento), se adelanta hallando en su dolor la antigua altivez de los tiempos de pecado, y dice: "Id. Encontraréis ya en el Palacio a los soldados de Roma y a quinientos hombres de mis tierras armados, y os castrarán como a viejos cabros destinados para la comida de los esclavos de los molinos".
"¡Descarada! ¿Así hablas a los sacerdotes?".
"¡Sacrílegos! ¡Infames! ¡Malditos! ¡Volvéos! detrás de vosotros tenéis, yo ya las veo, las lenguas de las llamas infernales".
Tan segura es la información de María que esos cobardes se vuelven, verdaderamente aterrorizados; y, si no tienen las llamas detrás si tienen en los lomos las bien afiladas lanzas romanas, porque Longino ha dado una orden a la media centuria que estaba descansando ha entrado en acción y pincha en las nalgas a los primeros que encuentran . Estos huyen gritando y la media centuria se queda cerrando los accesos a los dos senderos y haciendo de baluarte a la explanada. Los Judíos imprecan, pero Roma es la más fuerte.
La Magdalena se cubre de nuevo con su velo - se lo había levantado para hablar contra los insultadores - y vuelve a su sitio.Las otras vuelven junto a ella.
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