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lunes, 2 de julio de 2012

LA FLOR DE LA PASIÓN, SÍMBOLO DE LA REDENCIÓN DE CRISTO



DE LOS CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA (24-8-1943)


LA FLOR DE LA PASIÓN, SÍMBOLO DE CRISTO




En esta maravillosa flor de la Pasión, se ven las cinco llagas de Cristo, y los tres clavos de las manos y los pies, ella simboliza el Sacrificio de la Cruz, con la irradiación de las gracias que se desprenden de él que es la acción purificadora y redentora del Sacrificio de Jesús, que se expande en todas las direcciones del orbe y que rescata a toda la Humanidad que era esclava de Satán. 

Este es el precio del rescate que tuvo que pagar Jesús - por culpa de la desobediencia de Adán y Eva, al comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, con la soberbia intención de ser iguales a Dios - para reparar la ofensa hecha a Dios, y así poder arrancar a la Humanidad de las garras de Satán, que por ese pecado, suscitado por él, se había adueñado de la Condición humana. Esta ofensa al Creador, es de una gravedad tal, que solo podía ser reparada por el mismo Dios, y esto es un razonamiento de Ciencias físicas, ya que la ley dice que para mover una masa determinada, hay que aplicar una fuerza proporcional a esa masa, y así, una ofensa hecha a Dios solo puede ser borrada por el mismo Dios, por una fuerza también divina que es la acción del Espíritu Santo.
Esta agonía de Jesús, estuvo agravada, como lo narra este relato, por la certeza de que esta dolorosa Pasión y muerte, iba a ser inútil para millones de seres, y que además se iba a producir en nuestros tiempos la destrucción espiritual de más de dos tercios de la humanidad, debido a la soberbia, la ira y la lujuria de los seres humanos.
Esta amarga realidad, era la que Satán recordaba insistentemente desde la agonía en el Huerto de los Olivos, que solo podía ser contrarrestada por Gabriel, el Ángel Consolador, cuando dio de beber a Jesús el Cáliz del  recuerdo de la cantidad de almas que serían salvadas por su tremendo Sacrificio, y que se lo iban a agradecer por toda la eternidad, con un júbilo indescriptible.





Dice Jesús:

Ánimo, María. Piensa que sufres los dolores de mi agonía. También Yo tenía muy mal los pulmones y el diafragma, y cada respiro, cada movimiento, cada latido, era un dolor añadido al dolor. Y no estaba como tú sobre una cama, sino cargado de un peso y por calles en cuesta. Y después suspendido, bajo el sol, con tanta fiebre que me golpeaba en las venas como si fueran infinitos martillos.

Pero no eran estos los dolores más graves. Lo que me eran más espantosos era la agonía del Corazón y del Espíritu. Y mucho más tormentosa después, la certeza de que para millones de hombres, mi sufrimiento era inútil. No obstante, esa certeza no ha disminuido en un átomo mi voluntad de sufrir por vosotros.

¡Oh! ¡Dulce sufrir, María porque ofrecido para reparación del Padre y por vuestra salvación! Saber que aquel signo que había quedado sobre vosotros, ofensa que hubiera sido eterna, de la raza humana a Dios, era lavada con mi Sangre, y que por morir os daba de nuevo la Vida. Saber que, pasada la hora de la Justicia, el Amor os hubiera mirado a través de Mí, inmolado con Amor. Todo esto injertaba una vena de bálsamo en el océano de la amargura tal que a su lado es poco menos que nada la mayor de las amarguras padecidas sobre la tierra desde que el hombre existe, porque sobre Mí, pesaban las culpas de toda una humanidad y la ira divina.

He dicho: “Sed semejantes a Mi que soy manso y humilde de corazón”. Lo he dicho a todos porque sabía que en esta imitación estaba la llave de vuestra felicidad sobre esta Tierra y en el Cielo.

Tenéis todas las calamidades que tenéis, porque no sois mansos y no sois humildes. Ni en las familias, ni en vuestras ocupaciones y profesiones, ni en el ámbito más grande de las Naciones. La soberbia y la ira os dominan y generan tantos de vuestros delitos.

El tercer agente de delitos es vuestra lujuria; esto os parece individual, pero este y los dos primeros implican a muchos, muchos y muchos individuos, continentes enteros, tales que trastocan la Tierra, solo con haber alcanzado la perfección del mal en el alma en unos pocos hijos de Satanás, que le obedecen para colmar de mieses malditas los graneros de su padre.

 Y en verdad, os digo que ahora es un momento en el que, por orden del padre de la mentira, sus hijos siembran entre las almas, que estaban creadas por Mí y que inútilmente he fertilizado con mi Sangre. Mieses más abundantes de cuanto pudiera concebir toda diabólica esperanza, y los Cielos se estremecen por el llanto del Redentor que ve la destrucción de los dos tercios del mundo de los cristianos. Y decir dos tercios es todavía poco.

He dicho a todos: “Sed mansos y humildes de corazón para ser semejantes a Mí”. Pero a mis benditos, amadísimos hijos, a los predilectos de mi corazón, a mis pequeños redentores, cuyo sacrificio que mana gota a gota da continuidad al fluir del manantial redentor que brota de mi Cuerpo desangrado, Yo digo, y lo digo estrechándoles al Corazón y besándolos en la frente: “Sed semejantes a Mí que fui generoso en el sufrimiento por el gran amor que todo me infundía”.

Más se ama y más se es generoso, María. Sube. Toca la cumbre. Yo te espero en la cima para llevarte conmigo al Reino del Amor.

Gloria al Padre; al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amen.




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