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domingo, 5 de agosto de 2012

LA IGLESIA CATÓLICA ROMANA Y LA ORTODOXA, SON LAS ÚNICAS DEPOSITARIAS DE LOS DONES DE DIOS



COMENTARIO SOBRE LOS DONES DEL
 ESPÍRITU SANTO

DE LA EPÍSTOLA DE S. PABLO A LOS CORINTIOS













       





         El Espíritu Santo, reparte a cada uno los dones que cree convenientes para la acción de Dios en su Pueblo, para la Salvación del género humano, y para que pueda florecer en el Pueblo Santo la doctrina salvífica de Cristo Jesús, el Camino, la Verdad y la Vida. Naturalmente, esos dones de Dios solo se reparten a las almas que tienen cierto grado de humildad, o sea de Temor de Dios, sin el cual es imposible que cualquiera reciba don alguno, porque Dios nunca se comunica con los soberbios, aunque sepan griego, hebreo, arameo o latín o que sean profesores de teología y que tengan un doctorado.

         Y tanto es así, que una vez recibido el don, si el alma se vuelve soberbia, es decir si tentada por Satán, pierde la humildad, esos dones santos y verdaderos, se vuelven impíos y falsos: Eso es lo que ocurre con los grandes teólogos, que poseían grandes dones de sabiduría, don de lenguas, discernimiento de los Espíritus, don de profecía, y que sucumbiendo a las astucias de Satán, han perdido la santa humildad y temor de Dios, y se rebelan contra la Jerarquía establecida por Dios, y hablan, predican, profetizan y disciernen falsamente.

          Y de la misma manera de que el que es sumiso y obediente a la Ley, conservando el santo temor de Dios, se transforma poco a poco en un ser semejante a su Maestro Jesús, amando hasta a sus enemigos, el que pierde ese santo temor y sucumbe al orgullo, se llena de odio y de desprecio hacia el prójimo, semejante a su maestro Satanás. Y de ahí nacen la gran variedad de sectas Religiosas, de Iglesias desgajadas del tronco de la Iglesia católica, y si se analizan detenidamente las causas de estas escisiones, siempre observaremos que inicialmente, un posible pecado de alguna Jerarquía de la  Iglesia Católica que es Santa y sana en su doctrina, pero que está constituida por hombres pecadores, y no por ángeles, es lo que ha propiciado esta escisión en la Iglesia de Cristo.

          El mecanismo, auspiciado por Satanás es siempre el mismo, como lo explica San Juan de la Cruz, el enemigo introduce primero la aguja de la verdad, que es un fallo de la Iglesia, para luego poder introducir el hilo de la mentira, que se produce siempre porque la promesa de Cristo “Las puertas del Infierno no prevalecerán”, no se aplica a las ramas desprendidas de la cepa de Cristo.

            Por esta razón podemos decir que las únicas Iglesias fundadas por Cristo son la Iglesia Católica, y la Iglesia Ortodoxa, que no han sido fundadas por seres humanos, y que todas las iglesias que están fundadas por personajes más o menos variopintos, se han desprendido del tronco principal. Es el caso de los Luteranos, los Calvinistas, los Erasmistas, los Baptistas, los Anglicanos (fundados por un sádico criminal), más recientemente los Santos de los últimos días, los Testigos de Jehová, los Mormones y un sin fin de sectas que sería largo enumerar. 

          No llego a comprender como aún no existe una unión perfecta de las Iglesias Católicas Romanas y Ortodoxas, no existe del punto de vista doctrinal, que es lo más importante, diferencia alguna entre las dos confesiones, y esa es la prueba que ambas son una misma Iglesia de Cristo. Solo falta un poco de buena voluntad de ambas partes:

            ¿Qué perdería la Iglesia Romana? ¡Absolutamente nada!, seguiría con el mismo poder que detenta en la actualidad, y además compartiría con la Iglesia ortodoxa la unidad de las dos partes más importantes y auténticas del Cristianismo.

       Lo mismo ocurriría para la Iglesia Ortodoxa, solo tendría que reconocer que la Iglesia Católica era anterior a la Iglesia Ortodoxa, como lo enseña la historia, y que la sangre de los primeros mártires, que es la base y el fundamento de la fe,  se ha vertido primero en el Coliseo Romano.

        El Patriarca Ortodoxo y el Santo Padre seguirían ostentando los mismos poderes, y en cuestión de Doctrina, sobre todo en los temas más transcendentales, no habría desavenencia alguna, ya que el Espíritu Santo que los ilumina es el mismo en ambas confesiones. Se volverían entonces a unir la Iglesia de Roma y la de Constantinopla, como así lo estaban en los inicios.


INVENTARIO DE LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
(1 Cor 12-1,11)


           “En cuanto a los dones del Espíritu, no quiero, hermanos que sigáis en la ignorancia. Como sabéis, cuando no erais Cristianos, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos. Por eso os hago saber, que nadie que hable movido por el Espíritu de Dios puede decir: “maldito sea Jesús”, como tampoco puede decir: "Jesús es el Señor”, si no está movido por el Espíritu Santo.

           Hay diversidad de carismas, pero el espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas en todos. A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos. Porque a uno el Espíritu lo capacita para hablar con sabiduría, mientras a otro el mismo Espíritu le otorga un profundo conocimiento. Este mismo Espíritu concede a uno el don de la fe, a otro el carisma de curar enfermedades, a otro el poder de realizar milagros, a otro el poder de hablar en nombre de Dios, a otro el distinguir entre espíritus falsos y verdaderos, a otro el poder hablar en un lenguaje misterioso, y a otro en fin, el don de interpretar ese lenguaje. Todo esto lo hace el mismo y único Espíritu, que reparte a cada uno dones como él quiere.”

LA IMPORTANCIA DE LOS DONES (1 Cor 13-27, 30)

          Ahora bien, vosotros formáis el Cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro. Y Dios ha asignado a cada uno un puesto en la Iglesia: primero están los Apóstoles, después los que hablan en nombre de Dios, a continuación los encargados de enseñar, luego vienen los que tienen el don de hacer milagros, de curar enfermedades, de asistir a los necesitados, de dirigir la comunidad, de hablar un lenguaje misterioso.

         ¿Son todos Apóstoles? ¿Hablan todos en nombre de Dios? ¿Enseñan todos? ¿Tienen todos el poder de hacer milagros, o el don de curar enfermedades? ¿Hablan todos un lenguaje misterioso o pueden todos  interpretar ese lenguaje?
En todo caso, aspirad a los carismas más valiosos. Pero aún os voy a mostrar un camino que los supera a todos.


EL LENGUAJE DE DIOS

           Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor soy como campana que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los misterios y toda la Ciencia y aunque mi fe fuera tan grande como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregase mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me sirve.

El amor es paciente y bondadoso
No tiene envidia
ni orgullo, ni jactancia.
No es grosero ni egoísta;
no se irrita, ni lleva cuentas del mal;
no se alegra de la injusticia,
sinó que encuentra su alegría en la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree,
Todo lo espera, todo lo aguanta.

           El amor no pasa jamás. Desaparecerá el don de hablar en nombre de Dios, cesará el don de hablar en un lenguaje misterioso, y desaparecerá también el don del conocimiento profundo. Porque ahora nuestro saber es imperfecto, como también es imperfecta nuestra capacidad de hablar en nombre de Dios; pero cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto. Cuando yo era niño, hablaba como niño, razonaba como niño; al hacerme hombre, he dejado las cosas de niño. Ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente, entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente, entonces conoceré como Dios mismo me conoce.
Ahora subsisten esas tres cosas : la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor.


LA EXCELENCIA DEL QUE HABLA EN 
NOMBRE DE DIOS
(1 Cor 14-1, 25)

           Buscad pues el amor. En cuanto a los demás dones, aspirad sobre todo al de hablar en nombre de Dios. Y es que quien posee el don de expresarse en un lenguaje misterioso no habla a los hombres, sino a Dios, pues movido por el Espíritu dice cosas misteriosas que nadie entiende. Pero el que habla en nombre de Dios, habla a los hombres, los ayuda espiritualmente, los anima y los consuela. El que se expresa en lenguaje misterioso se ayuda a si mismo; en cambio, el que habla en nombre de Dios, contribuye al bien de la Iglesia.

           Desearía que todos vosotros tuvieseis el don de expresaros en ese lenguaje misterioso, pero prefiero que tengáis el don de hablar en nombre de Dios, pues para el bien de la Iglesia es más útil el que transmite mensajes en nombre de Dios, que quien habla un lenguaje misterioso, a no ser que también interprete ese mensaje.

           Supongamos por ejemplo, hermanos que yo fuera a vosotros hablándoos en un lenguaje misterioso, ¿De qué os aprovecharía si mi lenguaje no os proporcionase alguna revelación, algún conocimiento, algún mensaje o alguna enseñanza? (…)

           Así también vosotros, si habláis un mensaje misterioso y no pronunciáis palabras inteligibles, ¿Cómo se entenderá lo que decís? ¡Estaréis hablando a las paredes! (…)

         Yo doy gracias a Dios porque hablo ese lenguaje misterioso más y mejor que todos vosotros. Pero en la asamblea prefiero hablar cinco palabras inteligibles e instructivas, a diez mil en un lenguaje ininteligible. (…)

             Así pues, el don de expresarse en un lenguaje misterioso tiene carácter de signo, no para los creyentes, sino para los que no creen. En cambio el don de hablar en nombre de Dios no es para los que no creen sino para los creyentes. Por tanto, si reunida la asamblea, entra un iniciado o uno que no cree y todos se están expresando en ese lenguaje misterioso ¿No dirán que estáis locos? Pero si todos están hablando en nombre de Dios y entra ese iniciado y ese que no cree, entre todos les harán recapacitar y reconocer sus pecados, quedando de manifiesto los secretos de su corazón. Caerá entonces de rodillas, adorará a Dios y proclamará que Dios está realmente entre vosotros.”

           Y aquí están las palabras irrefutables de San Pablo, el gran Apóstol que es el faro de la Iglesia de Dios. Según S. Juan de la Cruz, San Pablo y Moisés son los únicos que han tenido el privilegio de ver a Dios con sus ojos mortales, a pesar de lo que afirmaba el Antiguo testamento: "No puede verme ser humano sin morir”, ya que la visión inefable de la Divinidad es de un esplendor y de un fulgor tal, que el cuerpo material se “fundiría”, por eso, dice S. Juan de la Cruz, que para entrever esa visión, Dios tuvo que amparar con su "Brazo izquierdo" la debilidad del cuerpo material.





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