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lunes, 24 de septiembre de 2012

EL REGRESO DE LOS SETENTA Y DOS PROFECÍA SOBRE LOS MÍSTICOS FUTUROS.


FOTOGRAFÍA DE LA GRAN MÍSTICA ITALIANA
 MARÍA VALTORTA

          Extraordinario relato de Jesús con sus discípulos, en donde los 72 le relatan sus peripecias cuando, mandados por Él, fueron a predicar al pueblo de Israel, estos acontecimientos son un “ensayo”, de lo que ocurrirá en los siglos futuros, cuando los misioneros tendrán que enfrentarse sin su presencia material, con los paganos.

Profunda enseñanza teológica acerca de las posesiones: un poseso liberado por Jesús, vuelve a ser poseído sin liberación posible, por no haber hecho caso a sus recomendaciones.

 Demostración de cómo Jesús actuara místicamente en los  siglos futuros, inspirando a las almas de sus predicadores y misioneros, para propagar la Buena Nueva, y de como el ardiente  deseo de las almas de la Palabra de Dios, - “No solo de pan vive el hombre, pero  también de toda palabra que sale de la boca de Dios”- atrae al Espíritu Santo, y esa sed, que infundio Dios en las almas, que fueron creadas para ese fin, trae consigo sus siete dones, que son toda la “potente artillería” necesaria para triunfar de las acechanzas de los tres enemigos del alma que son Mundo, Demonio y Carne, esas armas invencibles son: Ciencia, Consejo, Fortaleza, Inteligencia, Piedad, Sabiduría y Santo Temor de Dios.

Esas siete potentes armas, manejadas por un extraordinario General, que es nuestro Ángel de la Guardia, puesto por el Gobierno celestial de Dios, va empleando cada una de ellas, según las necesidades de cada momento del combate, van siempre unidas entre sí, ya que no se puede tener una sin poseer a las otras, son las condiciones “suficientes y necesarias”, como se dice en la ciencia matemática para solucionar el “teorema” de la Salvación. Sin esta ayuda divina, el alma no tendría nunca la fuerza necesaria para triunfar de sus enemigos, por eso dijo Jesús a la pregunta de ¿Y entonces quien podrá salvarse? “Para vosotros es imposible, pero Dios todo lo puede”

Profecía sobre los místicos futuros, que son los que mantendrán viva a la Iglesia, a pesar de las persecuciones desde fuera, de las herejías internas, y de la apatía de cierta Jerarquía que poco a poco intenta abandonar la Doctrina verdadera, son las traiciones a Jesús de parte de los renegados, los cuales con la ayuda de Satanás, la asaltarán para intentar destruirla.


DEL POEMA DEL HOMBRE DIOS DE 
MARÍA VALTORTA


 En el largo crepúsculo del sereno día de Octubre, regresan los setenta y dos discípulos, con Elías, José y Leví. Cansados, llenos de polvo… ¡Pero, cuán dichosos! Dichosos los tres pastores por poder ya servir libremente al Maestro; dichosos también de estar – después de tantos años de separación – unidos a sus compañeros de antaño; dichosos los setenta y dos, por haber desarrollado bien su primera misión: los rostros resplandecen más que las lamparillas que iluminan las cabañas construidas para este numeroso grupo de peregrinos.

(…) Aislados del runrún de la multitud, después de orar en común, informan a Jesús más ampliamente de cuanto no habían podido hacer antes en medio de unos que iban y otros que venían. Se revelan asombrados y contentos, mientras dicen: “¿Sabes, Maestro que por la fuerza de tu nombre hemos dominado no sólo a las enfermedades sino incluso a los demonios? ¡Qué cosa, Maestro! ¡Nosotros, nosotros, unos pobres hombres, por el solo hecho de que nos habías enviado Tú, podíamos liberar al hombre del espantoso poder de un demonio!…” y narran muchos casos sucedidos en uno y otro lugar. Solo de uno dicen: “Sus familiares, para más exactitud su madre y unos vecinos, le trajeron a la fuerza en nuestra presencia. 

Pero el Demonio se burló de nosotros diciendo: “He vuelto aquí por voluntad suya, después de que Jesús Nazareno me había expulsado, y ya no me vuelvo a marchar de él, porque me ama más a mí que a vuestro Maestro y me ha buscado de nuevo”. Y, de repente, con una fuerza irresistible, arrancó al hombre de las manos del que lo sujetaba y le arrojó por una escarpada. Corrimos a ver si se había espachurrado. ¡Qué va, hombre! Corría como una joven gacela, profiriendo blasfemias y palabras burlescas que ciertamente no eran de este mundo… Sentimos compasión de la madre… ¡Pero él! ¡Pero él! ¿Pero puede hacer eso el demonio?”.

“Eso y más todavía”, dice afligido Jesús.
“Quizás si hubieras estado Tú…”.

“No. A ese hombre le había dicho: “Ve y no quieras volver a caer en tu pecado”. Ha querido. Era consciente de querer el Mal. Y ha querido. Está perdido. El que sufre posesión por su primitiva ignorancia es distinto del que se deja poseer sabiendo que, haciéndolo, se vende de nuevo al demonio. No habléis de él. Es un miembro amputado sin esperanza. Es un voluntario del Mal. 

Alabemos más bien, al Señor por las victorias que os ha dado. Yo sé el nombre del culpable y los nombres de los salvados. Veía a Satanás caer del Cielo como un rayo por vuestro mérito unido a mi Nombre. Porque he visto también a vuestros sacrificios, vuestras oraciones, el amor con que ibais a los desdichados para cumplir lo que Yo había indicado. Habéis obrado con amor y Dios os ha bendecido. Otros harán lo mismo que hacéis vosotros, pero sin amor, y no obtendrán conversiones… mas no os alegréis de haber dominado a los espíritus, alegraos porque vuestros nombres están escritos en el cielo. No los borréis jamás de allí…”.


“Maestro, ¿Cuándo vendrán esos que no van a obtener conversiones? ¿Quizás cuando ya no estés con nosotros?” pregunta un discípulo que desconozco.
“No, Agapo. En todo tiempo”.
“Es decir, ¿incluso mientras nos adoctrinas y nos amas?”.
“Si. Amaros, os amaré siempre, aunque estéis lejos de Mí. Mi amor llegará siempre a vosotros y lo sentiréis”.
“¡Es verdad! Yo lo sentí una tarde que estaba preocupado por no saber que responder a las preguntas de uno. Ya estaba para marcharme avergonzado. Pero me acordé de tus palabras: “No temáis. En su momento se os darán las palabras que habréis que decir”, y te invoqué con mi espíritu. Dije: “Sin duda Jesús me ama, así que pido el auxilio de su amor” y me vino el amor… como un fuego, una luz… una fuerza… El hombre estaba frente a mí, y me observaba y me sonreía maliciosamente con ironía haciendo guiños a sus amigos; se sentía seguro de vencer la disputa. Abrí mi boca y fue como un torrente de palabras que salía con gozo de mi necia boca. Maestro, ¿Viniste realmente o fue una ilusión? No lo sé. Sé que al final, el hombre – y era un escriba – se ha arrojado a mi cuello, diciendo: “Bienaventurado tú y quien te ha conducido a esta sabiduría”. Me pareció una persona deseosa de buscarte. ¿Vendrá?”.

“La idea del hombre es lábil como palabra escrita en el agua, su voluntad se mueve como ala de golondrina que revolotea en busca de la última comida del día. De todas formas, ora por él… Y… si, fui a ti; y como tú, me tuvieron también Matías y Timoneo, Juan de Endor, Simón, Samuel y Jonás. Quien advirtió mi presencia, quien no la advirtió; pero he estado con vosotros, y estaré con quien me sirva en amor y verdad, hasta el final de los siglos”.

“Maestro, no nos has dicho todavía si entre nosotros habrá personas sin amor…”.
“No es necesario saberlo. Sería falta de amor por mi parte indisponeros hacia un compañero que no sabe amar”.
“¿Pero hay? Esto sí lo puedes decir…”.
“Hay. El amor es la cosa más sencilla, dulce e infrecuente que hay; no siempre arraiga, aunque haya sido sembrado”.
“¡Pero si no te amamos nosotros, ¿Quién te puede amar?!”.
Casi hay indignación en los apóstoles y discípulos, que se alborotan descontentos, por la sospecha y el dolor.

Jesús baja los párpados y con sus ojos, vela también su mirada para no señalar a nadie. Eso sí, hace un gesto de resignación, el gesto dulce y triste de sus manos, que se abren con las palmas hacia arriba: “Así debería ser. Pero no es así. Muchos todavía no se conocen. Pero Yo sí los conozco, y siento compasión de ellos”.

“¡Oh! ¡Maestro! ¡Maestro! ¡¿No seré yo, ¿eh?!” pregunta Pedro, mientras se pega literalmente a Jesús, aplastando al pobre Margziam entre si y el Maestro, y echa sus brazos cortos y robustos a los hombros de Jesús, y le agarra y le menea, enloquecido por el terror de ser uno que no ama a Jesús.

Jesús abre sus ojos luminosos, a pesar de estar tristes, y mira al rostro interrogativo y aterrorizado de Pedro, y le dice: “No, Simón de Jonás, tú no eres; tu sabes amar y sabrás amar cada vez más; tú eres mi Piedra, Simón de Jonás, una buena piedra, sobre la cual apoyaré las cosas que más quiero, y estoy seguro de que las sostendrás imperturbable”.
“¿Y entonces?”, “¿yo?”, “¿yo?”. Las preguntas se repiten de boca en boca, como el eco.
“¡Calma! ¡Calma! Estad tranquilos y esforzaos en poseer todos el amor”.

“Pero, de nosotros, ¿Quién sabe amar más?”.

Jesús extiende su mirada (una caricia sonriente) a todos… luego baja su mirada y la posa en Margziam, que sigue apretado contra Él y Pedro y, apartando un poco a Pedro y poniendo el niño de cara a la pequeña muchedumbre, dice: “Este es el que más sabe amar de vosotros. El Niño. No os acongojéis, de todas formas, los que tenéis ya barba en la cara e hilos canos en los cabellos. Todo el que renace en Mí, se hace un niño” ¡Marchaos en paz! Alabad a Dios, que os ha llamado, porque verdaderamente veis con vuestros ojos los prodigios del Señor: Bienaventurados los que vean lo que vosotros veis. Porque os digo que muchos profetas y reyes anhelaron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y muchos patriarcas habrían querido saber lo que vosotros sabéis y no lo supieron, y muchos justos habrían querido escuchar lo que vosotros oís y no pudieron escucharlo. Mas, de ahora en adelante, los que me amen sabrán todo”.
“¿Y después, cuando te vayas, como dices?”.

“Después hablaréis vosotros por Mí. Y luego… ¡Oh, las grandes formaciones de mis pequeños-grandes! ¡Ojos eternos, mentes eternas, oídos eternos! ¿Cómo explicaros a vosotros que estáis en torno a Mí, lo que será este eterno vivir – más que eterno, sin medida – de los que me amarán y por Mí serán amados hasta el punto de abolir el tiempo, y serán los “ciudadanos de Israel” – aunque vivan cuando ya Israel no sea sino un recuerdo de Nación -, los contemporáneos de Jesús vivo en Israel? Estarán conmigo, en Mí, hasta el punto de conocer lo que el tiempo ha borrado y la soberbia ha confundido, ¿Qué nombre les daré? Vosotros Apóstoles, vosotros, discípulos, los creyentes, serán llamados “cristianos”.

 ¿Y estos? ¿Qué nombre tendrán estos? Un nombre conocido solamente en el Cielo. ¿Qué premio tendrán ya en la Tierra? Mi beso, mi Voz, el calor de mi carne. Todo, todo, todo Yo mismo. Yo, ellos. Ellos, Yo. La comunión total… Podéis iros. Yo me quedo aquí a deleitar mi espíritu  con la contemplación de mis futuros conocedores y amantes absolutos. La paz sea con vosotros. 





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