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viernes, 12 de octubre de 2012

LA DEMOSTRACIÓN DE LA SANTIDAD DEL PATRÓN DE LOS SACERDOTES DEL MUNDO ENTERO

LA FIGURA DE UN GRAN SANTO




El cuerpo incorrupto del Santo Cura de Ars


Aquí esta la figura del Cura de Ars, con su cuerpo incorrupto, uno de los más grandes Santos de la Iglesia Católica Romana, y en esta persona están resumidas todas las características que son comunes a los Santos.

En el Libro de Monseñor Trochú, donde está tan bien relatada sus obras y su vida, se destacan de una manera ejemplar todos los atributos de este gran Santo:

Su gran humildad

Esta Virtud que es el fruto de uno de los dones del Espíritu Santo, llamado Temor de Dios, está siempre presente en todos los santos, y a ese efecto aún recuerdo cuando estudiaba hace 65 años en los H.H. maristas en Francia: Un predicador indicó a los alumnos una anécdota, que relata  de una manera precisa una de las condiciones necesarias para la santidad. Es una simple pregunta a un presunto santo, y de su respuesta, se deduce inmediatamente si esa santidad es auténtica, o una superchería, artimaña de Satanás para confundir a la gente.

En un Monasterio, había una monja que hablaba maravillas, y que dejaba a las hermanas maravilladas por sus conocimientos.
Fue llamado al monasterio, cierto erudito eclesiástico, para examinar esa supuesta santa que hablaba maravillas.
El Sacerdote mandó reunir a toda la comunidad, e hizo una simple pregunta: ¿Cual de vosotras es la Santa que tengo que examinar?. Se adelantó una monja que dijo: "¡Soy yo, Padre!"
El examinador se despidió enseguida sin dar explicación alguna, ya  qué la razón era más que evidente: El verdadero santo, debido a la presencia de Dios, que alumbra todas las imperfecciones del alma, cuando más cerca se encuentra de Dios, más se ve miserable e imperfecta, lo que le causa siempre una profunda humildad, directamente proporcional a la intensidad de esa presencia y produce en el alma un desasosiego, que le durará mucho tiempo en la vida, hasta que esté completamente purificada por la noche oscura pasiva y activa del alma, como así lo explica el gran San Juan de la Cruz. 

Ese sufrimiento es parecido al que tiene el alma en el Purgatorio, en donde la presencia de Dios y su gloria contemplada en el Juicio particular, le hacen añorar su presencia, que ve aún lejana por su imperfección, al compararla con la de Jesús.

Cuando el Santo Cura de Ars empezó a tener fama en toda Francia, debido a todos los peregrinos que acudían constantemente, llegando a crearse un servicio de diligencias desde París, para ir a confesarse con él, la Iglesia primero le quiso nombrar canónigo, lo que hizo que el Santo recibió la distinción de su Obispo, como un condenado que recibe la notificación de su condena, al poco tiempo vendió el sobrepelliz que le había puesto el Obispo y entregó el dinero a sus pobres.

Algún tiempo después, le escribió a su Obispo diciéndole que ¡le habían dado un buen dinero para sus pobres por el sobrepelliz que había vendido, y le pidió si podía mandarle otro más para venderlo!

Después el gobierno francés, en tiempo de Napoleón III, le quiso otorgar la Legión de honor, lo que rechazó inmediatamente, al enterarse de que ese premio no traía ningún beneficio pecuniario para sus pobres, alegando: "No la quiero, si la acepto, en el día del Juicio, Dios me dirá: "¡Ya tienes tu recompensa, vete de mi presencia!".

Pero el ejemplo de más grande humildad, fue cuando, debido a su dificultad para aprender el latín en el seminario, y a la envidia que causaba a los párrocos de los pueblos vecinos el desfile cada vez mayor de peregrinos, estos redactaron y firmaron una carta dirigida al Obispo, aconsejándole de despedirlo de su parroquia, porque debido a su ignorancia, apartaba a los fieles de la verdadera fe.
El santo Cura aprovechó la carta, para estampar él también su firma, pidiendo el traslado, ya que quería ir a llorar sus pecados al monasterio de los Trapenses.

Otro ejemplo, no menos significativo, fue cuando recibió una carta anónima de un Párroco vecino, pidiéndole que abandonara su ministerio debido a su incultura. El Santo le contestó, porque reconoció su letra, y le dijo que solo él lo entendía, y que le ayudara a convencer al Obispo de mandarlo con los Trapenses.
Naturalmente, el Párroco se dio entonces cuenta de su Santidad, y vino a arrodillarse ante él para pedirle perdón.











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