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lunes, 14 de enero de 2013

EL PERDÓN DE DIOS HACIA LOS PECADORES, SU NATURALEZA Y CUAL DEBE DE SER EL COMPORTAMIENTO DEL ALMA


LA GRANDEZA DE LA MISERICORDIA DE DIOS CON LOS PECADORES ARREPENTIDOS


EL CUARTO DE BAÑO DEL ALMA



Siempre me ha admirado la sublime Misericordia y perdón de Dios, en lo que se refiere al pecado, por horrible que sea, siempre que exista el sincero arrepentimiento, y es una maravilla tan grande que se asemeja a la Resurrección  de un cuerpo muerto y putrefacto como así lo estaba, en el caso de la resurrección de Lázaro.

 Esta Misericordia, que es el perdón de los pecados, es de una grandeza tan grande, que Satán, el eterno enemigo de Dios, conocedor de la importancia del Sacramento de la Penitencia, lucha incansablemente para inculcar en las almas la convicción de que el pecado cometido nunca será olvidado por Dios, para así entorpecer la acción de la Gracia, que para que tenga efecto, tiene que producirse en un corazón semejante al de un niño, que confía ciegamente en el amor y cariño de su Padre. 

Satán sabe que un corazón que desconfía de Dios es un obstáculo para la acción de la Gracia, y puede con su acción, aislar poco a poco el alma de Dios, algo así como cuando una fiera ataca a una cría de búfalo, para así poder evitar el enfrentamiento directo con la madre y así poder devorarla.

Porque ese es lo que busca incansablemente Satanás: apartar el alma de Dios para poder apoderarse de ella y arrancársela, alejándola de su protección que es su divina Gracia.

Y en eso consiste su labor y el de sus siniestros ministros: intentar crear los escrúpulos en  todas las almas, haciéndoles creer que están desahuciadas por Dios, y así llevarlas a la desesperación, porque les ha pintado a Dios como un verdugo que los tiene condenados, y llevándolos cuando puede al suicidio y al odio no solo hacia Dios, pero también hacia sus hermanos, porque si es verdad lo que dice San Pablo, que el que dice que ama a Dios que no ve, y que dice que no ama al prójimo que ve, es un embustero, también es verdad que el que no ama a Dios que no ve, también aborrece al prójimo que ve.


Y a ese respecto, recuerdo siempre un relato que me dejó la “carne de gallina”, y que cada vez que lo recuerdo, tengo dificultad en contener las lágrimas.
Una persona decía que veía y hablaba con el Sagrado Corazón de Jesús, una amiga suya completamente incrédula le dijo:
-“Vamos a ver si es verdad: ayer me confesé de un grave pecado, pregúntale al Sagrado Corazón de Jesús cual ha sido ese pecado, si me lo dices creeré que ves y hablas con Dios.
-“Muy bien, cuando lo vea le preguntaré”

Al cabo de algún tiempo, la amiga le preguntó:

-“¿Que te ha dicho el Sagrado corazón acerca de mi pecado?”
-“¡Me ha dicho que no se acuerda de nada!”


Estoy convencido que si esa persona hubiera confesado ese grave pecado sin arrepentimiento o con odio y rencor hacia otra persona, el Sagrado corazón de Jesús le hubiera dicho a la vidente, con todos los detalles cual había sido ese pecado tan grave, pero quizá no le hubiera dicho el por qué no le había  perdonado: Es el pecado contra el Espíritu Santo, que no se puede perdonar sencillamente porque la persona que lo comete no es capaz de perdonar a los demás. O también lo que ocurría con los Fariseos del tiempo de Jesús que veían milagros de Misericordia de Jesús y decían que lo hacía con el poder de Satanás.

Y aquí hay que recordar la famosa Parábola de Jesús sobre la persona a la cual un acreedor le había perdonado una deuda fabulosa, era un deudor suyo, que no tenía con que pagar, pero esa persona a su vez no perdonó una pequeña deuda a uno de sus deudores, lo que provocó la condena del acreedor que le hizo devolver hasta el último céntimo de su deuda.

Y los comentarios de S. Juan de la Cruz sobre el perdón de Dios a los pecadores en el Cántico espiritual (C 33,1)

“Para más inteligencia de lo dicho y de lo que sigue es de saber que la mirada de Dios cuatro bienes hace en el alma, es a saber: limpiarla, agraciarla, enriquecerla y alumbrarla, así como el sol cuando envía sus rayos, que enjuga y calienta y hermosea y resplandece. Y después que Dios pone en el alma estos tres bienes postreros, por cuanto por ellos le es el alma muy agradable, nunca más se acuerda de la fealdad y del pecado que antes tenía, según lo dice por Ezequiel (18, 22); y así habiéndole quitado una vez ese pecado y fealdad, nunca más le da en cara por ella, ni por eso le deja de hacer más mercedes, pues que Él no juzga dos veces una cosa (Nab 1, 9).

Pero aún que Dios se olvide de la maldad y pecado después de perdonado una vez, no por eso le conviene al alma echar en olvido sus pecados primeros, diciendo el Sabio: Del pecado perdonado no quieras estar sin miedo (Eccli 5,5). Y eso por tres cosas: la primera, por tener siempre ocasión de no presumir; la segunda, para tener materia de siempre agradecer; la tercera, para que le sirva de más confiar para más recibir, porque si, estando en pecado, recibió de Dios tanto bien, puesta en amor Dios y fuera de pecado, ¿Cuánto mayores mercedes podrá esperar?    


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