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miércoles, 11 de septiembre de 2024

DURÍSIMA IMPRECACIÓN DE JESÚS EN CONTRA DE LA MENTALIDAD FEMINISTA ACTUAL. ESTREMECEDOR MILAGRO DE JESÚS QUE DA LA VISTA A UN NIÑO SIN OJOS.


                                       
                               La Sagrada Familia de Nazaret
       

La mentalidad feminista actual, que busca "desmontar" a la familia, quitando toda autoridad al padre, que Dios constituyó a ejemplo de la familia de Nazaret, donde San José era el Padre de Familia, a pesar de tener a la Virgen María, la más sublime Criatura del Universo, y al mismísimo hijo de Dios, que le estaban sometidos, y que además recibía las directrices del mismo Dios, como cuando se le advirtió de que huyera a Egipto por la persecución de Herodes.

Leyendo atentamente el escrito el Poema del Hombre Dios, de María Valtorta sobre un estremecedor milagro de Jesús, en la parte final de los comentarios, hechos por Jesús a la vidente, se describe perfectamente la causa de todos los desastres de la Sociedad actual: 200.000 abortos en España; 100.000 separaciones de parejas, lo que produce siempre los mismos efectos: las consecuencias de las separaciones las sufren siempre el miembro de la pareja más pobre, y sobre todo los hijos, todo por la mentalidad feminista actual, que quiere igualar completamente el hombre con la mujer, lo que es contrario a las Escrituras, a la Tradición de los Santos Padres, y a la naturaleza.

Dios hizo a la compañera para que el hombre no esté solo y para procrear; la mujer le debe obediencia al hombre y este tiene que darle amor a ella y sus hijos, como así lo explica tan bien San Pablo, en caso contrario no se cumple la Ley de Dios, y la sociedad entra en bancarrota, que es su decadencia moral y económica, que siempre van ligadas.

En el caso de la Sagrada Familia, Jesús Dios obedecía a sus padres, la Virgen a San José, que es el que recibía los oráculos del Señor, siendo este último muy inferior a la Virgen María e infinitamente inferior a Jesús.


DEL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO DE MARÍA VALTORTA
      
           
15 de Agosto de 1.944.


Veo a Jesús saliendo de una sinagoga, rodeado de los Apóstoles y de gente. Comprendo que es una sinagoga porque por la puerta abierta de par en par veo el mismo mobiliario que vi en la de Nazaret, en una de las visiones preparadoras de la Pasión.

(…) En un ángulo de la plaza hay una mujer con niño o niña (van todos vestidos con una misma tuniquita de color claro). No parece del lugar. (…) La mujer tiene de la mano el niño o niña que he dicho. Es un bonito niño de unos siete años. Y es robusto, pero de vivaracho no tiene nada. Está muy quieto, cabizbajo de la mano de su mamá, sin prestar atención a lo que sucede a su alrededor.

La mujer mira, pero no se atreve a acercarse al grupo que se ha arremolinado en torno a Jesús. Parece indecisa, debatiéndose entre las ganas de ir y el temor de acercarse… Decide una cosa intermedia: atraer la atención de Jesús. Ve que él ha tomado en brazos a un angelote todo rosado y sonriente, que una madre le ha ofrecido. La madre ve que, mientras habla con un viejecillo, aprieta contra su pecho al niño meciéndolo. Entonces se agacha hacia su niño y le dice algo.

El niño levanta la cabeza. Veo entonces una carita triste, con los ojos cerrados. Es ciego. “¡Piedad de mí, Jesús!”, dice. La vocecita infantil hiende el aire quieto de la plaza y llega el lamento hacia el grupo. Jesús se vuelve, se mueve inmediatamente, con amorosa solicitud. Ni siquiera devuelve a su madre el niño que tiene en brazos. Va, alto y guapísimo, hacia el pobre cieguito, que tras su grito ha bajado de nuevo la cabeza, inútilmente instado por su madre a que repita el grito. Jesús está frente a la mujer. La mira. También ella le mira; luego, tímidamente, baja la mirada. Jesús la ayuda. Ha devuelto a la otra mujer el niño que llevaba en brazos.

“Mujer, ¿es tuyo este hijo?”
“Sí, Maestro, es mi primogénito”.

Jesús acaricia la cabecita - agachada - del niño, y parece no haber visto la ceguera del pequeño. Pero creo que lo hace conscientemente, para dar pie a la madre para formular su petición.

“Así, pues el Altísimo ha bendecido tu casa con numerosa prole, y dándote en primer lugar el varón consagrado al Señor”.
“Tengo solo un varón, este; y otras tres niñas. Y no voy a tener otros…”. Un sollozo.

“¿Por qué lloras, mujer?”
“¡Por qué mi hijo es ciego, Maestro!”.
“Y querías que viera, ¿Puedes creer?”.
“Creo, Maestro, me han dicho que abriste ojos que estaban cerrados. Pero mi niño ha nacido con los ojos secos. Mírale Jesús. Debajo de los párpados no hay nada…”.

Jesús alza hacia sí esa carita precozmente seria, y alzando con el pulgar los párpados, mira. Debajo hay un vacío. Vuelve a hablar, teniendo levantada con una mano hacia sí la carita.

“¿Por qué has venido entonces, mujer?”.
“Porque… sé que para mi niño es más difícil… pero si es verdad que eres el Esperado, lo puedes hacer. Tu Padre ha hecho los mundos… ¿No ibas a poder hacerle Tú dos pupilas a mi criatura?”.
“¿Crees que vengo del Padre, Señor Altísimo?”.

“Creo esto y que Tú todo lo puedes”.

Jesús la mira como para discernir cuanta fe hay en ella y de que pureza es esa fe. Sonríe. Luego dice: “Niño, ven a mí” y le lleva de la mano a un murete de medio metro de altura, y le pone encima. El murete se alza desde el camino hacia una casa: una especie de parapeto para proteger a ésta del camino, que tuerce en este punto.
Cuándo el niño está bien seguro encima de este realce, Jesús adquiere aspecto serio, imponente. La gente se agolpa entorno a Él, al niño y a la madre temblorosa. Yo veo a Jesús de lado, de perfil. Solemnemente cubierto con su manto azul oscurísimo encima de la túnica un poco más clara, muestra un rostro inspirado. Parece más alto, y hasta más fuerte, como siempre cuando emana potencia de milagro. 


Y esta vez es una de las que me parece más imponente. Pone las manos encima de la cabeza del niño, las manos abiertas, pero apoyando los dos pulgares en las órbitas vacías. Levanta la cabeza y ora intensamente, pero sin mover los labios. Luego dice: “¡Ve! ¡Lo quiero! ¡Y alaba al Señor!”, y a la mujer: “Sea premiada tu fe. Aquí tienes el hijo que será tu honor y tu paz. Muéstraselo a tu marido. Él volverá a tu amor y nuevos días felices conocerá tu casa”.

La mujer – que ya ha lanzado un grito agudísimo de alegría al ver que, quitados los pulgares divinos, en las órbitas vacías dos espléndidos ojos azul oscuro como los del Maestro la miran, fijamente, asombrados y felices bajo el flequillo de los cabellos morenos oscuros – lanza otro grito y, a pesar de tener su hijo apretado contra su corazón, se arrodilla a los pies de Jesús diciendo: “¿También sabes esto? ¡Ah! Tú eres verdaderamente el Hijo de Dios” y le besa la túnica y las sandalias, y luego se levanta transfigurada de alegría y dice: “Oíd todos".

Vengo de la lejana tierra de Sidon, he venido porque otra madre me habló del Rabí de Nazaret. Mi marido, judío y mercader, tiene en esa ciudad el almacén para el comercio con Roma. Rico y fiel a la Ley, me dejó de amar desde que, después de haberle dado un varón desdichado, le di tres niñas y luego me quedé estéril. Él se alejó de su casa; yo, aunque no había sido repudiada, vivía como una de ellas, y ya sabía que quería separarse de mí para tener de otra mujer un heredero capaz de continuar el comercio y gozar de las riquezas paternas.  Antes de salir fui donde mi esposo y le dije: “Espera,. Espera a que vuelva. Si vuelvo con el hijo todavía ciego, repúdiame. Pero si no, no hieras a muerte mi corazón y no niegues un padre a tus hijos”. Y él me juró: "Por la gloria del Señor, mujer, te juro que si me traes a mi hijo sano, - no sé cómo vas a poder hacerlo, porque tu vientre no supo darle ojos – volveré a ti como en los días del primer amor”. El Maestro no podía saber nada de mi dolor de esposa, y a pesar de ello me ha consolado también en esto. Gloria a Dios, y a ti Maestro y Rey”. La mujer está de nuevo arrodillada y llora de alegría.


“Ve, dile a Daniel, tu marido, que el que creó los mundos, ha dado dos claras estrellas por pupilas al pequeño consagrado al Señor. Porque Dios es fiel a sus promesas y ha jurado que quien crea en Él verá todo tipo de prodigios. Sea ahora fiel al juramento que hizo y no cometa pecado de adulterio. Dile a Daniel. Ve. Sé feliz. Os bendigo a ti y a ese niño, y contigo a los que tú amas”.

Un coro de alabanzas y felicitaciones se eleva de la multitud, y Jesús entra en una casa La visión termina aquí, y juro que me he quedado impresionada.



17 de Agosto de 1.944.

Dice Jesús:
“Dios, para los que tienen fe en él, supera siempre las peticiones de sus hijos y da más todavía. Cree esto. Creedlo todos. A la mujer que, desde Sidón había venida Mí, con dos espadas clavadas en lo secreto del corazón y se atreve sólo a decirme el nombre de una de ellas - revelar siempre ciertas íntimas desdichas es más penoso que decir estoy enfermo, - le doy también este segundo milagro.

A los ojos del mundo habrá parecido y parecerá todavía, qué es mucho más fácil rehacer la concordia entre dos cónyuges separados por un motivo que ya está superado, y además felizmente, que no dar dos pupilas a dos ojos que nacieron sin ellas. Pero no, no es así. Hacer dos pupilas para el Señor y Creador, es una cosa sencillísima, como devolver a un cadáver el soplo de la vida. El Amo de la Vida y de la Muerte, el Amo de todo lo que hay en la creación, no carece ciertamente, de un soplo vital que infundir de nuevo en los muertos, ni de dos gotas de humor para un ojo seco. Le basta querer para poder. Porque esto depende sólo de su deseo. 


Pero, cuando se trata de concordia entre seres humanos, hace falta, juntamente con el deseo de Dios, la “voluntad de los hombres” Dios sólo raramente violenta la libertad humana. En general os deja libres de actuar como queréis.

Aquella mujer que vivía en tierra de idólatras y seguía creyendo, como su esposo, en el Dios de sus padres, ya por ello merece la benignidad de Dios. Llevando luego su fe más allá del límite de las medidas humanas, superando las dudas y la oposición de la mayoría de los creyentes judíos – esto lo prueban las palabras de su esposo: “Espera a que regrese”, seguro de que volvería con su hijo curado – merece un doble milagro. Merece también este difícil milagro de abrir los ojos del espíritu a su consorte, ojos que se habían apagado para el amor y el dolor de su esposa, y le echaba la culpa a ella de algo que no es culpa.

Quiero también – y esto es para las esposas – que se reflexione en la humildad respetuosa de esta hermana suya. “Fui donde mi esposo y le dije: Espera, señor”.
La razón estaba de su parte, porque echar la culpa a una madre de un defecto de nacimiento, es necedad y cosa cruel. Y su corazón está quebrantado ante la vista de su criatura desdichada. Doblemente la razón está de su parte, porque su marido la había marginado desde que había sabido que era estéril, y además tiene noticia de la intención de divorciarse de su esposo y, a pesar de ello, sigue siendo la “esposa”. O sea la compañera fiel y sujeta a su compañero, como Dios quiere que sea y la Escritura enseña. No hay rebelión ni sed de venganza o intención de hallar a otro hombre para no ser la “mujer sola”.

“Si no regreso con el hijo curado, repúdiame. Pero si, sí, no hieras mortalmente mi corazón ni niegues un padre a tus hijos”. ¿No parece estar oyendo a Sara y a las antiguas mujeres hebreas? ¡Qué distinto es, mujeres vuestro lenguaje de ahora! Más también: ¡Qué distinto es lo que obtenéis de Dios y de vuestro esposo! Y las familias se destruyen cada vez más.

Como siempre, cumpliendo el milagro, he tenido que poner un signo que lo hiciera aún más incisivo. Tenía ante mí todo un mundo para persuadirlo, un mundo cerrado en todas las barreras de una secular manera de pensar, y guiado por una secta enemiga mía. Se ve pues la necesidad de hacer resplandecer claramente mi poder sobrenatural. Más la enseñanza de la visión no está aquí. Está en la fe, en la humildad y, no obstante, fidelidad al cónyuge, en la elección del camino adecuado – oh esposas y madres donde habéis encontrado espinas donde esperabais rosas – para ver nacer donde os hirieron las espinas nuevas ramas florecidas.

Volved con vuestro marido Y, para volveros hacia Él con rostro y corazón seguros, sed honestas, buenas, respetuosas, fieles, verdaderas compañeras de vuestro esposo, no simples huéspedes de su casa o, peor todavía, advenedizas que una coincidencia reúne bajo un mismo techo, como dos que coinciden en un lugar de peregrinos.


Esto sucede ahora demasiadas veces. ¿El hombre falta? Hace mal. Pero esto no justifica la manera de actuar de demasiadas esposas. Y todavía menos la justifica cuando a un buen compañero no sabéis corresponderle con bien al bien y con amor al amor. Y no quiero ni detenerme en el caso, demasiado común de vuestras infidelidades carnales, que no os hacen distintas de las meretrices, con el agravante de practicar hipócritamente el vicio y de manchar el altar de la familia, a cuyo alrededor están las almas angélicas de vuestros inocentes. Pero estoy hablando de vuestra infidelidad moral al pacto de amor jurado ante mi altar.

Pues bien, Yo dije: “El que mira a una mujer con deseo comete adulterio en su corazón”; dije: “El que despide a su mujer con libelo de divorcio la dispone al adulterio”. Pero ahora, que demasiadas mujeres son advenedizas para su marido, digo: 


“Las que no aman en alma, mente y carne a su compañero, le impulsan al adulterio y, si bien le pediré a él explicación de su pecado, no menos lo haré con aquella que no fue la ejecutora del pecado pero sí su creadora”. 

Hay que saber comprender en toda su extensión y profundidad la Ley de Dios, y hay que saber vivirla en plena verdad.
Tú, que no tienes relación con esto, quédate con mi paz y ten tu corazón fijo en Mí”





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