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domingo, 7 de febrero de 2016

EXCURSUS TEOLÓGICO SAPIENCIAL SOBRE EL DOGMA DEL INFIERNO


JESÚS REY DE REYES, CAMBIARÁ SU CAYADO DE PASTOR
POR UN CETRO REAL PARA SEPARAR LAS
 OVEJAS DE LOS CABRITOS




Jesús cambiará su cayado de Pastor por su Cetro de Rey de Reyes, su juicio será inexorable, en el Cielo solo entrarán las almas sin rastro alguno de pecado, el pecado venial será destruido por el fuego del Purgatorio, el pecado mortal, no tendrá redención alguna, será merecedor de un castigo eterno y el alma será por toda la eternidad esclava de Satanás.

Dios paga a las almas con la misma moneda que han utilizado en su vida terrena, las que han sido misericordiosas con sus hermanos, obtendrán misericordia, las almas que han sido impías, serán tratadas con impiedad. Lo que ocurre es que el bien y el mal que esas almas han hecho en la Tierra, que es de una cuantía limitada, serán correspondidas por un ser que es infinito, por eso el premio y el castigo serán de una duración y de una intensidad infinitas.

Lo que para mí es incomprensible es que se haya excomulgado a Mons. Lefebvre, que nunca predicó contra ningún Dogma de la Santa Iglesia Católica - menos mal que el Papa Benedicto levantó dicha excomunión - , y se dejen campar a sus anchas predicadores que niegan el Dogma del Infierno, o que dicen que está vacío por la Gran Misericordia de Dios, se trata de Cardenales, Arzobispos y predicadores, que sigan a sus anchas expandiendo esa Doctrina satánica.

Me acordaré toda mi vida una misa de Navidad Concelebrada con varios Sacerdotes, en donde el predicador, pidió perdón a la numerosa asamblea. ¡Porqué el Infierno lo hemos inventado nosotros los curas!, cualquier alma de esa asamblea que hubiera estado en pecado mortal, si no fuera por la Misericordia de Dios, estaba en ese momento alentada para seguir en su pecado, lo que firmaría la sentencia de muerte de su alma.


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Por Saulo de Santa María

―Y todo el que no fue hallado escrito en el libro de la vida fue arrojado en el estanque de fuego. Pero los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicadores, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque, que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte”. 
Apocalipsis 20:15; 21:8 

No es del gusto general oír hablar del infierno o de la muerte, así lo reflejan nuestras diarias conversaciones con los amigos, los compañeros de trabajo o los comentarios de las noticias televisivas cuando muere algún personaje célebre. Lo mismo ocurre cuando muere un familiar o un amigo, solemos regalarle un pasaporte gratis que lo lleva directamente al cielo sin pensar que el destino de esa alma solo lo decide Dios que es el dueño de la vida y de la muerte, el Justo y el Veraz. La Justicia de Dios es inalcanzable e incomprensible para el hombre. 

Es Dios quien por su propia naturaleza es Justo, su justicia es perfecta, emanada de su divina Omnisciencia (Is. 45, 21–24). En contraposición, la Justicia del hombre es imperfecta y profundamente distinta de la Divina, nunca llegará a ser perfecta, por tanto sus juicios pueden ser erróneos, salvo la de aquellos ―justos‖ que viviendo en santidad la plena gracia de Dios, comparten como don divino la justicia procedente de la Divinidad. 

Hay mucha confusión con el tema del infierno, confusión plenamente enraizada con la grave contaminación que está afectando a la Iglesia Católica por parte de sectas protestantes, gnósticas, teosóficas, espiritistas, religiones orientales, Testigos de Jehová, teorías de teólogos herejes o simplemente con las enseñanzas de la Nueva Era (New Age) tan en boga hoy en día. 

Otro factor contribuyente a esta confusión e ignorancia de este fundamental Dogma, es aquel ―silencio o ausencia total de la palabra infierno en las homilías de algunas parroquias, hasta llegar a suprimirse de las lecturas, como ocurrió en un caso reciente que conozco personalmente, cuando un sacerdote suprimió alegremente una frase del Santo Evangelio, donde se mencionaba la frase ―… Y allí será el llanto y rechinar de dientes‖ (Lc. 13, 28). 

¿Cómo podemos interpretar esta actitud de algunos sacerdotes? Puede haber varias respuestas, pero las más acertadas son, que se debe a una TIBIEZA latente, a una falta de FE en los primordiales Dogmas de nuestra Santa Religión, a una falta de DESOBEDIENCIA al Magisterio de la Iglesia y al Santo Padre, y a un ENVENENAMIENTO DOCTRINAL con teologías modernistas y afines.

En las homilías y catequesis no se habla ni del Infierno ni del Demonio, se tratan estos temas ―diplomáticamente, como ―con pinzas, para no asustar al personal. La predicación sobre los NOVÍSIMOS ya no se hace, se ha caído en el olvido, no se toma ejemplo de grandes predicadores y santos como el Santo Cura de Ars, San Vicente Ferrer, San Roberto Belarmino, San Alfonso Mª de Ligorio entre otros.

En las Misas de difuntos se proclama inequívocamente que ― el difunto en cuestión ya está en el Cielo, se halagan los oídos de la familia para no crear psicosis ni angustia o para no hacerles ― pasar un mal rato porque ― se pueden traumatizar emocionalmente aquellos caracteres demasiado susceptibles‖, difundiéndose la idea de que Dios es exclusivamente Misericordia infinita, (que es verdad) pero despreciando el rigor de su divina Justicia que también es perfecta, como lo es todo en Dios.

Nos olvidamos que la Santísima Virgen de Fátima en 1917, les enseñó una visión  terrorífica  del  Infierno  a  3  niños  de  7,  9  y  10  años  sin  que  por  ello  se ―traumatizaran‖. Enfermizadamente hoy en día no se predica sobre  el infierno, no ya a los niños, sino tampoco a los adultos. Es una realidad que si un sacerdote habla del infierno, se le tache de proscrito y se le ridiculice hasta llamarle ingenuo o ignorante, porque ese tipo de predicaciones es del pasado cuando se le daba más importancia a la atrición que a la Misericordia y a la misión salvífica, fruto de la inmolación de Cristo en la Cruz.

La tendencia generalizada  hoy  en  día  en  relación  al  tema  del  Infierno,  es  o negarlo en absoluto o creer vagamente en el con una idea totalmente distorsionada, es decir unos creen que Dios Padre infinitamente Misericordioso no puede destinar a sus hijos a un sufrimiento tan cruel y además eterno, por tanto el Infierno no existe, se niega el dogma; otros creen que si existe, pero que allí no va nadie. 

Por desgracia, algunos teólogos modernos como el caso del ex religioso Leonardo Boff (censurado por Roma) se pregunta ―¿Cómo un Dios todo amor, puede condenar a sus hijos a las penas eternas del infierno?, tanto él como el también desgraciadamente célebre Hans Küng, (ambos herejes), llegan prácticamente a negar dicho dogma, cuestionando su eternidad, es decir que el infierno en el caso de que exista, solo lo sería por un determinado período de tiempo, tras el cual, habría una ―amnistía general y desaparecía para siempre.

He tenido la vergonzosa experiencia de oír hablar a un respetado sacerdote religioso, teólogo y profesor en ejercicio de una universidad católica española negar la existencia del Dogma del infierno, afirmando claramente que ―Allí no hay nadie, ni va nadie.

Nuestros padres y abuelos comentan que antes se predicaba más sobre el infierno, que se hablaba tal vez en demasía, pero aun así eso era bueno porque se obtenían muchísimas conversiones, no obstante en la actualidad es todo lo contrario, se omite, se pasa por encima, se tergiversa o se niega. Hemos pasado de la hartura a la duda, de la duda a la ausencia, y de ésta a la negación, es decir a la HEREJÍA estrechamente cercana a la APOSTASÍA. 

Como ejemplo tomo estas palabras del caudillo de la Teología de la Liberación, Leonardo Boff, al que acolitan algunos sacerdotes y fieles. (Que los lectores juzguen por si mismos): «…Si pudiese, anunciaría esta novedad: el infierno es un invento de los curas para mantener al pueblo sometido a ellos; es un instrumento de terror excogitado por las religiones para garantizar sus privilegios y sus situaciones de poder. Si pudiese, lo anunciaría y ciertamente significaría una liberación para toda la humanidad. (Hablemos de la otra vida‖ Ed. Sal Terrae).

Narra el P. Marcel Nault, que cierto sacerdote en una conferencia carismática dijo a una multitud de unas 3 mil personas y 100 sacerdotes: ―Dios es amor, Dios es misericordia y verán su infinita Misericordia en el fin del mundo, cuando Jesús liberará a todas las almas del Infierno, aún a los demonios. ¡¡Este sacerdote sigue predicando y su Obispo no suspende sus facultades por enseñar tal herejía!! 

Tal es el daño que está causando estas erróneas interpretaciones teológicas, que hay seminarios en Hispanoamérica donde años antes florecían y llenaban por completo vocaciones ejemplarizantes, que se han ido vaciando a medida que se introducían estas corruptas ideas que desgarran la FE de los seminarista, propias no ya de un religioso o sacerdote, sino del mismo Demonio o Anticristo.

Es  por  estos  motivos,  y  por  el  alarmante  convencimiento  que  cunde  entre algunos teólogos, seminaristas, religiosos, fieles y de algún que otro sacerdote de que el Infierno no existe, o de que Dios en su infinita Misericordia, va a preparar  una ―amnistía‖ general,  perdonando a los condenados y cerrándolo para siempre,  por lo que publicamos este artículo que no presenta novedad alguna, solo es un recordatorio de lo que el Santo Magisterio de la Iglesia tiene registrado como Dogma primordial y del que parece que hoy en día es algo realmente ―repugnante,  del que hay que huir inmediatamente.  Nos  dejamos  arrastrar  por  los  pensamientos  del  mundo  y  sus acólitos: los actores, artistas de moda,  escritores famosos, políticos,  sociólogos, y  los personajillos de la telebasura, los tomamos como personas muy inteligentes, y si dicen lo que dicen  por algo será y habrá que tenerlo en cuenta, ¡¡hay que ―estar a la moda!!

Como botón de muestra expongo a continuación un breve párrafo del libro ―Espejos: una historia casi universal‖ del conocido escritor contemporáneo uruguayo Eduardo Galeano: 

«La Iglesia Católica inventó el Infierno y también inventó al Diablo. El Antiguo Testamento no mencionaba esa parrilla perpetua, ni aparecía en sus páginas ese monstruo que huele a azufre, usa tridente y tiene cuernos y rabo, garras y pezuñas, patas de chivo y alas de dragón. Pero la Iglesia se preguntó: ¿Qué será de la recompensa sin el castigo? ¿Qué será de la obediencia sin el miedo? Y se preguntó: ¿Qué será de Dios sin el Diablo? ¿Qué será del Bien sin el Mal? Y la Iglesia comprobó que la amenaza del Infierno es más eficaz que la promesa del Cielo, y desde entonces sus doctores y santos padres nos aterrorizan anunciándonos el suplicio del fuego en los abismos donde reina el Maligno. 

En el año 2007, el Papa Benedicto XVI lo confirmó:―Hay Infierno. Y es eterno. Los librepensadores, los filósofos, los científicos, los literatos y muchos amantes de la ―cultura‖, todos ellos hijos de este mundo, seguro que aplaudirán a rabiar la prosa del famoso escritor, pero además de despreciar la palabra de Dios, olvidan flagrantemente que los padres de la filosofía como Sócrates, Platón, Aristóteles, Séneca y Cicerón que aunque paganos, hablaron sobre el Tártaro, aquel infierno de los griegos, ―adonde llegaban los impíos que despreciaban las santas leyes‖. A pesar de ser ―cultos, las celebridades contemporáneas interpretan algunas obras literarias de los autores clásicos griegos Homero y Virgilio, como simples fábulas de la época y no digamos lo que opinan de las Sagradas Escrituras.

Encontramos en todos los pueblos de esta trillada tierra, la creencia universal del Cielo y del Infierno. Desde los más antiguos pueblos paganos como Asiria, India, etc. hasta los más salvajes pueblos indígenas de la América precolombina y pueblos del África negra una creencia sobre ese lugar de castigo para los malvados. 

Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla‖ (Mat. 11, 25–30).


 I. Origen  semántico de la palabra Infierno.

La palabra infierno es una palabra castellanizada proveniente del latín, ― infernus Pero como la Biblia no fue originalmente escrita en latín, no podemos encontrar este término en los textos primigenios que fueron hebreo, arameo y griego, por tanto vamos a analizar los diferentes nombres asignados en las lenguas originales, y que se prestan a alguna confusión cuando surgieron las diversas traducciones al igualar el término griego Hades con Gehenna y que son dos conceptos distintos, este análisis semántico no consigue otro fruto que la interpretación apropiada de los diferentes términos, resultado de una revelación progresiva.


EL INFIERNO

Seól (heb. she‘ôl): Significa ―mundo invisible o lugar de los muertos sin espíritu. (Utilizada en el Antiguo Testamento. Hades (gr. hád‘s): Quiere decir ―tumba o ―sepulcro. Inframundo, Morada de los muertos (palabra utilizada en el Nuevo Testamento). Infernus: (Lat. Infernus): Lo que yace debajo, la región inferior. 

Gehenna (gr. guéenna), Lugar cercano a Jerusalén donde se quemaba la basura. (Mt. 5,29–30; 18,9), Mc. 9,42 ss. en la Vulgata latina) (Se usa en el Nuevo Testamento). 

Tártaro (gr. Tartaróo), un lugar que existía debajo del Hades para castigar a los malos. 

Los tres primeros se refieren a un término general, algo escueto e impreciso, es aquel lugar llamado ―Morada de los muertos‖, un estado intermedio, sin especificar si son condenados o no, pues estaban esperando el juicio. Los dos últimos si definen enfáticamente como aquel lugar de castigo para los ―malos‖ o impíos‖. Por tanto el Infierno de castigo (gehenna, tártaro) no hay que confundirlo con el Hades o Seol o ―Seno de Abraham‖ o ―Limbo de los Padres. 

El Seno de Abraham como tal, se menciona solamente en dos versículos del Evangelio de San Lucas (Luc. 16, 22–23): parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, que nos describe un lugar donde el alma de los justos comparten el reposo y la felicidad de Abraham, ― el padre de los fieles‖; no obstante esta ―felicidad‖ no era una felicidad completa, sino más bien una felicidad ―imperfecta‖ donde no se gozaba de la visión beatífica de Dios, donde no se sufría, sino que era aquel lugar de descanso hasta después de ser vencidos el pecado y la muerte tras la Gloriosa Resurrección del Salvador Jesucristo.

No obstante lo anterior, el concepto judío de Seol había evolucionado en el período inter–testamentario pues ya se creía que existían dos compartimentos distintos. También en este período, el concepto de Hades evoluciona llegando a ser más puntual, y es el mismo Jesús quien lo ratifica en aquella parábola de Lucas 16, 19 (Parábola de Lázaro y el rico Epulón) donde hace referencia tanto al Seno de Abraham, lugar de descanso, como al Hades referido como a ―ese lugar de tormentos‖ de donde nadie sale por toda la eternidad.

En el Credo apostólico y las Sagradas Escrituras se dice:…descendió a los infiernos (Dogma definido en 1215 en el IV Concilio Lateranense), hay quien se pregunta confusamente por qué el alma de Jesucristo bajo a los Infiernos, (creyendo sea el Infierno de los condenados), si con su muerte tras la inmolación en el glorioso trono de la Santa Cruz obtuvo la victoria sobre la muerte y el pecado, consiguió la apertura de las puertas del Cielo para todos los justos (Ef. 4, 9–10), y por tanto no era necesario que fuera a ver a los condenados.

Pero, ―el por qué bajó a los infiernos está relacionado con otra pregunta: ¿Bajó solamente al ―infernus Seol o Hades de los justos o seno de Abraham, o también al ―infernus de los condenados? A la primera respondemos lo que claramente rezan las Sagradas Escrituras y el Catecismo de la Iglesia Católica (631, 632, 633, 634 y 635), es decir que Jesucristo bajo a la ―morada de los muertos para proclamar la buena nueva a los espíritus allí detenidos y llevarlos consigo al Cielo, entre esta multitud de justos estaban San José, los patriarcas y los profetas.

A la segunda respondemos que Jesucristo bajó al Seno de Abrahan para rescatar a los justos, pero no al infierno de los condenados o Hades según lo escribe San Lucas en Hechos 2, 31 en donde no hace clara referencia al descenso a dicho lugar de castigo, para dar testimonio a los espíritus encarcelados, es decir proclamó su victoria sobre la muerte y el pecado, el demonio, y el resto de condenados. No bajó pues para liberar a los condenados, ni para destruir el infierno. 

Se entiende entonces que el Seno de Abraham fue un lugar temporal y por lo tanto ya no existe desde la Resurrección de Jesucristo y su Ascensión a los Cielos, demarcándose la perfecta diferenciación entre Cielo e Infierno y el estado intermedio y temporal o Purgatorio. 

Por último, una pequeña aclaración: no hay que confundir el ―Seno de Abraham con el Purgatorio, aunque ambos son temporales, el primero ya dejó de existir, y el segundo todavía lo es hasta la consumación de los siglos y la finalización de las penas purgantes del último ser humano que tenga que permanecer allí.


II. Definición: ¿Qué es el infierno?


El infierno es un lugar en el estado de la más grande y completa desgracia eterna, destinado a ser morada de los ángeles réprobos o demonios, junto con su líder llamado Diablo o Satanás. Es también el destino final de las almas de los que ya han muerto y rechazaron libre y voluntariamente a Dios, de aquellos que no aceptaron las gracias de la salvación otorgadas por Dios que en su infinita bondad, merced a su pasión y muerte en la Cruz ha regalado a todos los hombres, por tanto estas almas y todos los demonios están condenados en la eternidad.

III. La existencia del Infierno. El dogma.

La existencia del infierno es un dogma de la Iglesia, definido en el IV Concilio de Letrán (1.215) y explicado en muchos documento del Magisterio. Por tanto al ser dogma de fe hay obligación de creer, de lo contrario caeremos en herejía y apostasía, con la debida carga de pecado mortal. Según el diario de Santa Faustina Kowalska, dice que en su visita al infierno, se le dio a conocer que la mayor parte de los condenados no habían creído en el infierno durante su vida terrenal.

Respecto al Dogma del Infierno, dice S.S. Juan Pablo II el 28 de julio de 1999:―El pensamiento del infierno y mucho menos la utilización impropia de las imágenes bíblicas no debe crear psicosis o angustia; pero representa una exhortación necesaria y saludable a la libertad, dentro del anuncio de que Jesús resucitado ha vencido a Satanás, dándonos el Espíritu de Dios, que nos hace invocar ―Abbá, Padre (Rm 8, 15; Ga 4, 6). 

Es  muy  cómodo  para  las  conciencias  anestesiadas  negar  la  existencia  del infierno. No se puede creer desde luego que ese rechazo se deba a la ignorancia, o a una dudosa premisa intelectual. Es más bien una problemática de índole moral, ya que  esa  doble  moral  se acomoda a  los  apetitos  carnales  de  los  que  no se quieren desvincular, más bien se desdibuja la arquitectura de la conciencia para admitir toda clase de pecados considerándolos lícitos, de ahí la ausencia de temor. Por eso es tan importante predicar sobre los novísimos, porque aunque resulte indigesto a muchos, solo por el temor se convertirían. Es por eso que los ateos y agnósticos niegan a Dios, pues es fácil creer que si no hay Dios, no hay pecado, por tanto no hay demonio, y menos aún infierno, y consecuentemente se puede vivir libremente, sin temores ni culpas; ya lo decía Dostoyevsky: Si Dios no existe, todo es lícito.

La Iglesia es rotundamente clara al afirmar como dogma de fe, que el infierno tiene  una  duración  eterna.  Así  en  las  traducciones  del  griego,  se  toma  la  palabra aionios  que  se  traduce  como  ″aquello  que  no  tiene  fin  en  clara  referencia a  la eternidad del infierno (Ap,14, 11) , es también la misma palabra utilizada por San Juan para hablar de la eternidad de Dios (Rom. 26, 16) y la misma para hablar de la vida eterna (Jn. 3, 16). Esta palabra no tiene doble significado, por tanto es claro que si Dios es eterno y la vida es eterna, la duración del infierno también es eterna.

Hemos descrito desde el principio, como la revelación de las Sagradas Escrituras es rica en fuentes primarias que describen el infierno  bajo varias palabras, bien sean  procedentes del arameo, hebreo o griego. No es de recibo, citar todos los versículos de la Biblia donde se menciona al infierno, por tanto el Magisterio de la Iglesia en la actualidad  resume el Dogma del Infierno en el Catecismo de la Iglesia Católica en su 1ª  parte,  2ª  sección,  Capítulo  3º,  artículo  12,  epígrafes  1030  a  1041,  y  que  aquí transcribimos solo dos:

1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, ―el fuego eterno‖ (cf DS 76; 409; 411; 80 1; 858; 1002; 135 1; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que ―quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión‖ (2 P 3:9).

Por otra parte, es necesario reseñar que en el canon romano de la Misa de San Pío V o Misa Tradicional (plegaria eucarística n. 1 del ―novus ordo), recuerda y conserva el dogma del infierno eterno en la oración ―Hanc igitur momentos antes de la Consagración: ―… Líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos.







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