Sublimes palabras de Jesús a la gran mística italiana María Valtorta, que estaba paralítica por un golpe recibido por un anarquista en la espalda, y con grandes sufrimientos respiratorios y cardiacos. Jesús explica de una manera muy clara cuales son las causas de todos los males que afligen a la humanidad entera: la falta de humildad que se traduce en el odio, y produce la carencia de mansedumbre que provoca la soberbia, con el añadido de la lujuria, que es el pecado más común a toda la humanidad.
Dice Jesús que esos defectos afligen a más de los dos tercios de los cristianos, y que son los culpables de todas las guerras, los sufrimientos y todas las desgracias de la Humanidad, lo que provoca el llanto del Redentor, que se da cuenta que habrá muerto inútilmente para muchos millones de almas que se entregan a esos vicios.
De los cuadernos de Mª Valtorta (24-8-1.943)
Dice Jesús:
Ánimo,
María. Piensa que sufres los dolores de mi agonía. También yo tenía muy mal los
pulmones y el diafragma, y cada movimiento, cada latido, era un dolor añadido
al dolor. Y no estaba como tu sobre una cama, sino cargado de un peso y por
calles en cuesta. Y después suspendido bajo el sol, con tanta fiebre que me
golpeaba en las venas como si fueran infinitos martillos.
Pero
eso no eran los dolores más graves. Lo que me era más espantoso la agonía del
corazón y del Espíritu. Y mucho más tormentosa después, la certeza de que para
millones de hombres, mi sufrimiento era inútil. No obstante, esa certeza no ha
disminuido en un átomo, mi voluntad de sufrir por vosotros.
¡Oh!
¡Dulce sufrir, María porque ofrecido para reparación del Padre y por vuestra
salvación! Saber que aquel signo que había quedado sobre vosotros, ofensa que
hubiera sido eterna, de la raza humana a Dios, era lavada con mi Sangre, y que
por morir os daba de nuevo la Vida. Saber que, pasada la hora de la Justicia, el
Amor os hubiera mirado a través de Mí, inmolado con Amor. Todo esto injertaba
una vena de bálsamo en el océano de la amargura tal que a su lado es poco menos
que nada la mayor de las amarguras padecidas sobre la Tierra desde que el
hombre existe, porque sobre Mí, pesaban las culpas de toda una humanidad y la
ira divina.
He
dicho: “Sed semejantes a Mí que soy manso y humilde de corazón”. Lo he dicho a
todos porque sabía que en esta imitación estaba la llave de vuestra felicidad
sobre esta tierra y en el Cielo.
Tenéis
todas las calamidades que tenéis porque no sois mansos y no sois humildes. Ni en las familias, ni en vuestras
ocupaciones y profesiones, ni en el ámbito más grande de las Naciones. La
soberbia y la ira os dominan y generan
tantos de vuestros delitos.
El
tercer agente de delitos es vuestra lujuria; esto os parece individual, pero
este y los dos primeros implican a muchos, muchos y muchos individuos, continentes
enteros, tales que trastocan la Tierra, solo por haber alcanzado la perfección
del mal en el alma en unos pocos hijos de Satanás, que le obedecen para colmar
de mieses malditas los graneros de su padre.
Y en verdad, os digo que ahora
es un momento en el que, por orden del padre de la mentira, sus hijos siembran
entre las almas, que estaban creadas por Mí y que inútilmente he fertilizado
con mi Sangre. Mieses más abundantes de cuanto pudiera concebir toda diabólica
esperanza, y los Cielos se estremecen por el llanto del Redentor que ve la
destrucción de los dos tercios del mundo de los cristianos. Y decir dos tercios
es todavía poco.
He
dicho a todos: “Sed mansos y humildes de corazón para ser semejantes a Mí”.
Pero a mis benditos, amadísimos hijos, a los predilectos de mi corazón, a mis
pequeños redentores, cuyo sacrificio que mana gota a gota da continuidad al
fluir del manantial redentor que brota de mi Cuerpo desangrado, Yo digo, y lo
digo estrechándoles el corazón y besándolos en la frente: “Sed semejantes a Mí
que fui generoso en el sufrimiento por el gran amor que todo me infundía”.
Más
se ama y más se es generoso, María. Sube. Toca la cumbre. Yo te espero en la
cima para llevarte conmigo al Reino del Amor.
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