Páginas

martes, 17 de enero de 2017

JESUCRISTO REY Y SACERDOTE ETERNO, SEGÚN EL RITO DE MELQUISEDEC


 Melquisedec, Sacerdote y Rey, prefigura de Jesús 



Estas Palabras de Jesús en el Templo, solo pueden haber sido pronunciadas por Dios, es imposible para un humano, por Santo que sea, como San Pablo o San Juan de la Cruz, que estuvieron en contacto íntimo con la Divinidad, pronunciar unas palabras tan sublimes.

No llego a comprender, como hay gente que duda de la autenticidad de estas palabras, la única explicación que vislumbro, es que al no ser ovejas del rebaño de Jesús, no conocen su voz y son incapaces de saborear intelectualmente este discurso teológico, que nunca había escuchado aún ningún oído humano.

Este Discurso de Jesús, que no modifica en nada las Escrituras, confirma plenamente toda la Revelación, es como un zoom que permite observar de más cerca los Evangelios, nos permite admirar de cerca y con más detalles al Redentor, y confirmar todo lo que la Santa Iglesia Católica habí­a afirmado desde siempre, por enseñanzas de la Tradición y de la Doctrina de los Santos Padres.

Espiritualmente hablando, se explica de la gran diferencia que existe entre crear y engendrar: la creación es imperfecta porque es incompleta, y necesita una recreación, que es el volver a nacer otra vez, como lo dijo Jesús a Nicodemo, y el engendrar es crear sin la necesidad de esa nueva creación, ¿Acaso podemos decir que la Virgen María, el tabernáculo de Dios, fue “engendrada” ya que nació y vivió sin pecado?

"Tú eres mi Hijo, y Hoy te he engendrado", estas palabras del Padre, están intrínsecamente ligadas a la definición que hizo Dios a Moisés en la zarza ardiente: "Yo soy el que soy", teniendo tanto la palabra "Hoy", como la frase "Yo Soy el que soy", el mismo significado, que quiere decir: "YO SOY EL ETERNO".




DISCURSO DE JESÚS EN EL TEMPLO

SUBLIME EXPLICACIÓN DE SU DIVINIDAD

(DEL POEMA DEL HOMBRE-DIOS DE MARÍA VALTORTA)




Dice Jesús:

Los Ángeles, criaturas espirituales siervas del Altísimo y mensajeras suyos, han sido creados por Él como el hombre, como los animales, como todo lo que fue creado. Pero no han sido engendrados por Él. Porque Dios engendra únicamente a otro Sí­ mismo, pues no puede el Perfecto engendrar sino a un Perfecto, a otro Ser parecido a Sí­ mismo, para no rebajar su perfección engendrando a una criatura inferior a Él. Ahora bien, Dios no puede engendrar a los Ángeles, y ni siquiera elevarlos a la dignidad de Hijos suyos, ¿cómo será el Hijo al que dice: “Tú eres mi Hijo. Hoy te he engendrado? 

¿Y de que naturaleza será, si engendrándole, y señalándole a sus Ángeles, dice: “Y le adoren todos los Ángeles de Dios”? Y como será ese Hijo, para merecer oír que el Padre – Aquel a cuya gracia se debe a que los hombres le puedan nombrar con el corazón anonadado en adoración – le dice: “Siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemigos escabel de tus pies”? Ese Hijo no podrá ser sino Dios como el Padre, con quien comparte atributos y poderes y con quien goza de la Caridad que los letifica en los inefables e incognoscibles amores de la Perfección hacia sí­ misma.

Pero, si Dios no ha juzgado conveniente elevar al grado de Hijo a un Ángel, ¿habría podido decir a un hombre lo que al final de este hará tres años, dijo a quién os habla en el valle de Betabara? (y muchos de vosotros que os oponéis a Mí, estabais presentes cuando lo dijo). Vosotros lo oísteis y temblasteis. Porque la Voz de Dios es inconfundible, y sin una especial gracia suya abate a quien la oye, y estremece su corazón.

¿Quién es entonces el Hombre que os habla? ¿Es acaso uno que ha nacido de origen y de voluntad de hombre, como todos vosotros? ¿Habrá podido poner el Altí­simo a su Espí­ritu a vivir en una carne carente de Gracia, como es la de los hombres nacidos de por voluntad carnal? ¿Y podrá el Altí­simo, como satisfacción de la gran Culpa, aplacarse con el sacrificio de un hombre?

Pensad. ¿Podrá entonces designar a un hombre para serlo? ¿Y podrá el Redentor ser solo Hijo del Padre, sin asumir naturaleza humana; ser el Redentor con medios y poderes que superaran las humanas deducciones? ¿Y el Primogénito de Dios, podrá acaso tener padres, si es el Primogénito eterno? ¿No se os trastoca el soberbio pensamiento ante estos interrogantes, que suben hasta los reinos de la Verdad, acercándose cada vez más a ella, y que hayan solo respuestas en un corazón humilde y lleno de fe?

¿Quién debe ser el Cristo? ¿Un Ángel? Más que un Ángel. ¿Un hombre? Más que un hombre. ¿Un Dios? Si, un Dios, pero con una carne unida a Él, para que ésta pueda cumplir la expiación de la carne culpable. Todas las cosas pueden ser redimidas a través de la materia con que pecaron. Dios, por tanto habrí­a debido enviar a un Ángel para expiar la culpa de los Ángeles caí­dos, y que expiara por Lucifer y sus Ángeles caí­dos.

Porque ya sabéis que Lucifer también pecó. Pero Dios no envía a un espí­ritu angélico a redimir a los Ángeles tenebrosos. Ellos no han adorado al Hijo de Dios, y Dios no perdona el pecado contra su Verbo engendrado por su Amor. Pero Dios ama al hombre y enví­a al Hombre, al único Perfecto, a redimir al hombre y obtener Paz con Dios. Y es justo que solo un Hombre-Dios pueda cumplir la Redención del hombre y aplacar a Dios.

El Padre y el Hijo se han amado y se han comprendido. Y el Padre ha dicho: “Quiero”. Y el Hijo ha dicho: “Quiero”. Y luego el Hijo ha dicho: “Dame”. Y el Padre ha dicho: “Toma”, y el Verbo tuvo una Carne, cuya formación es misteriosa, y esta carne se llama Jesucristo, Mesí­as, aquel que debe redimir a los hombres, llevarlos al Reino, vencer al Demonio, quebrar las esclavitudes.

¡Vencer al Demonio! No podí­a un Ángel, no puede cumplir lo que el Hijo del hombre puede. Y por esto, Dios no llama a los Ángeles a la gran obra, sino al Hombre. Aquí tenéis el Hombre cuyo origen os parece incierto, o es negado por vosotros u os pone pensativos. 

Aquí­ tenéis al Hombre. Al Hombre aceptable para Dios. Al Hombre representante de todos sus hermanos. Al Hombre que es como vosotros en la semejanza; al Hombre superior y distinto de vosotros por la proveniencia; el cual – que no por un hombre sino por Dios ha sido engendrado y consagrado para su Ministerio – está ante el excelso altar para ser Sacerdote y Víctima por los pecados del Mundo, eterno y supremo Pontí­fice, sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec.

¡No temáis! No tiendo mis manos hacia la tiara pontifical. Otra corona me espera. ¡No temáis! No os voy a quitar el racional. Otro está ya preparado para Mí­. Temed solo, más bien, el que para vosotros no sirva al sacrificio del Hombre y la Misericordia de Cristo.

Os he amado tanto, tanto os amo, que he pedido asimilar todo el dolor del mundo para daros la salud eterna.

¿Por qué no me queréis creer? ¿No podéis creer todavía? ¿No está escrito de Cristo: “Tú eres Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”? ¿Y cuándo empezó el Sacerdocio? ¿Quizás en tiempo de Abraham? No. Y vosotros lo sabéis. El rey de Justicia y de Paz que viene a anunciarme, con figura profética, en la aurora de nuestro pueblo, ¿No os apercibe acerca de la existencia de un Sacerdocio más perfecto, que viene directamente de Dios?; como Melquisedec, de quien nadie pudo jamás señalar sus orí­genes y que es llamado “el Sacerdote” y Sacerdote será para siempre

¿No creéis ya en las palabras inspiradas? Y si creéis, ¿Cómo es que vosotros, doctores, no sabéis dar una explicación aceptable a las palabras que dicen – y de Mí­ hablan - : “Tú eres Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”? Hay pues, otro sacerdocio más allá, antes del de Aarón. Y de este está escrito: “eres”; no “fuiste” no “serás”. Eres Sacerdote para siempre. He aquí­ pues que esta frase anticipa que el eterno Sacerdote no será de la estirpe, conocida, de Aarón, no será de ninguna estirpe sacerdotal. No; será de proveniencia nueva, misteriosa, como Melquisedec. Es de esta proveniencia. Y si el Poder de Dios la manda, es señal de que quiere renovar el Sacerdocio y el rito para que sea provechoso.

¿Conocéis vosotros mi origen? No. ¿Conocéis mis obras? No. Intuí­s mis frutos? No. Nada sabéis de Mí­. Podéis ver, pues, que también en esto soy el “Cristo”, cuyo origen y naturaleza y misión deben permanecer desconocidos hasta que a Dios le plazca revelarlos a los hombres. Bienaventurados los que sepan, los que saben creer antes de que la tremenda Revelación de Dios los aplaste contra el suelo con su peso y ahí­ los clave y triture bajo la fulgurante, poderosa verdad pronunciada: como trueno desde los Cielos; como grito desde la Tierra: “Este era el Cristo de Dios”.

Vosotros decís “Es de Nazaret. Su padre era José. Su Madre es María”. No. Yo no tengo padre que me haya engendrado hombre; no tengo Madre que me haya engendrado Dios. Y, no obstante, tengo una carne, y la he asumido por misteriosa obra del Espíritu, y he venido a vosotros pasando por un tabernáculo Santo. Y os salvaré después de haberme formado a Mí mismo por voluntad de Dios; os salvaré haciendo salir a mi verdadero Yo mismo del tabernáculo de mi Cuerpo, para consumar el gran Sacrificio de un Dios que se inmola para la salvación del hombre ¡Padre! ¡Padre mío! Te lo dije al principio de los días: “Aquí­ estoy, para hacer tu voluntad”.

 Te lo dije en la hora de gracia antes de dejarte para revestirme de carne, y así­ padecer: “Aquí­ estoy, para hacer tu voluntad”. Te lo digo una vez más para santificar a aquellos por quien he venido: “Aquí­ estoy para hacer tu voluntad”. Te lo digo una vez más, para santificar a aquellos por quienes he venido: “Aquí­ estoy para hacer Tu voluntad”. 

Y volveré a decírtelo, siempre te lo diré, hasta que Tu voluntad sea cumplida…”

Jesús baja los brazos - los tenía levantados hasta el Cielo, orando - , los recoge en su pecho y agacha la cabeza, cierra los ojos y se sume en una oración secreta.

La gente bisbisea. No todos han comprendido, o no han querido comprender, sonriendo malévolamente dicen. "¡Este delira!”. Pero no se atreven a decir más y se apartan o se encaminan hacia las puertas meneando la cabeza. Tanta prudencia creo que es fruto de las dagas y las lanzas de los romanos que brillan al sol contra la muralla externa.






No hay comentarios:

Publicar un comentario