Jesús el Dios-Emperador del Universo, por Él creado era Paciente y Obediente, ya que estaba sometido a la Stma. Virgen María y a San José |
Jesús explica a la gran mística italiana María Valtorta las virtudes necesarias para alcanzar la Vida eterna, Jesús ha querido en estos tiempos donde la fe y la Religión católica están cada vez más "vapuleadas", explicar claramente como debemos de ser los católicos, el razonamiento y la explicación es de una intensidad y de una claridad tan impresionantes, que yo me explico el por qué la Gran Santa de nuestra época, la Madre Teresa de Calcuta, tenía además de su breviario y su rosario, esos escritos tan impresionantes.
DE LOS CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA 11 DE OCTUBRE DE 1.944
Dice Jesús:
“La paciencia y la obediencia son dos grandes virtudes. La
paciencia aporta la paz; aporta la amistad con Dios, el respeto a Dios, la
caridad hacia el prójimo, la salud espiritual y física y las bendiciones
celestes.
El
impaciente está inquieto. Dios no está en la inquietud, pues se siente solo en
la paz del corazón. También un corazón apenado
puede estar en paz. Hay paz cuando hay resignación. Más en el corazón que se
obstina ante la voluntad eterna y el embate de las cosas comunes, siempre hay esfuerzo,
sufrimiento, inquietud.
¡Como si sirviera para algo ser inflexibles y obstinarse como
mulos reacios, para cambiar a su favor el curso de los acontecimientos, aún de
las más sencillos! ¡Más no es así, hijos míos! Los acontecimientos humanos no
se doblegan y, si oponéis resistencia, os doblegarán duramente con el rigor de
las leyes, o los superiores. Y en cuanto a las sobrenaturales, es más fácil que
se modifiquen ante una filial y dócil sumisión vuestra y que no lo hagan ante
vuestra arrogante rebelión.
El impaciente termina por no tener respeto hacia Dios. Para
él, es fácil pasar a pensamientos, actos y palabras que nunca deberían brotar
de un hijo y súbdito, respeto a la paternidad y majestad de Dios. El impaciente
es soberbio. Se cree más acertado que Dios y del que le dirige, y por lo tanto,
desea obrar por sí mismo. El impaciente llega a desairar a su prójimo y se hace
responsable del retraso para obtener lo que desea. El impaciente daña su salud
espiritual al ofender la confianza y la caridad hacia Dios y hacia el prójimo y
daña su salud física porque todo resquemor deprime el organismo. El impaciente
cierra con el dique de su rebelde impaciencia los ríos de la Gracia que son las
bendiciones celestes.
¿Creéis no merecer ese sufrimiento que padecéis? ¿Sois
acaso como esos perfectos monstruos de soberbia, que se creen tan perfectos que
proclamáis no tener culpas por expiar? Mirad hacia atrás, hacia vuestro
pasado. No digáis: “No maté, no robé”. No solo son esas culpas que merecen un
castigo. Y no roba solamente el que se oculta y luego ataca a uno que pasa.
¡Oh, se puede robar de tantos modos! Y pueden robarse muchas cosas, no solo
dinero.
¿Queréis conocer algunas cosas que se pueden robar, además
de las monedas, las alhajas y los bienes materiales? Son el honor, la pureza,
la estima, la salud, las ganancias y, en cuanto a Dios, el respeto, el culto
sincero y la obediencia hacia Él. ¿Veis? Y os he citado solo algunos. En
cambio, ¡Cuántos y cuántos otros robos comete hasta el hombre que parece más
honesto! ¿Acaso no mata el que lleva a su prójimo a la desesperación, aun cuando
el desesperado no se mate? Sí que mata, mata la parte más selecta, el espíritu,
que en su desesperación se aparta de Dios, matriz de todo hombre destinado a
nacer para el Cielo, y por eso muere. ¿Acaso no comete un robo el que quita la
fe del corazón de su prójimo? Sí que lo
comete y, sin embargo. ¡Cuántos arrancan la fe, con obras y palabras a quien
creía en su justicia y siembran en él la incredulidad hacia toda fe, o la
venenosa planta de la idolatría! ¿Acaso no roba el que quita el honor y la paz
a una mujer y le niega la paternidad al bastardo, nacido por su causa? Sí que
roba: comete dos robos, que están entre los más graves y maldecidos por Mí. He
citado los hechos más graves, pero luego…pero luego…
¡Oh!, nadie está libre de culpas para expiar. Yo me he
ofrecido para evitaros el castigo que habíais merecido aquí en la Tierra; es un
castigo de Amor, porque no he querido castigaros en aquel otro lugar en donde
el castigo se mide en siglos o en eternidad, mientras aquí – ya sean meses o
años - siempre se trata de una migaja de tiempo. Pues bien, si yo me he
entregado, ¿Por qué queréis reavivar inmediatamente mi severidad con vuestra
desobediencia y mostrándome un corazón airado por la impaciencia? Haced que Dios sea amigo vuestro, y Él estará
con vosotros contra vuestros enemigos, que son los hechos de la vida, las
consecuencias por la tragedia que habéis provocado por vuestra culpable
ligereza, al dejar que Satanás y los demonios menores quedaran libres para
torturar al género humano.
Más,
si queréis hacer lo que más os gusta, según la antigua soberbia de la raza
humana, si queréis haceros sordos a las voces celestiales que desean vuestro
bien, sordos a las voces de la caridad y movidos por vuestro sentimiento de
egoísmo que aborrezco, Yo os digo: “Hacedlo, más no evitaréis lo que os
habríais evitado si os hubierais entregado a Mí. Y entonces, será inútil llamar
a Dios”.
Luego
Jesús me dice:
“Esto es para ti. Pero no para ti sola. Que cada uno tome
su parte y lo use como medicina”.
No dice nada más. Y yo, por lo que me toca, tomo la parte
que reconozco que me corresponde. Y por los demás, siento dolor, un verdadero y
sincero dolor. No habría querido este dictado, en el que vuelvo a recordar al
severo Maestro de un año atrás.
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