MARÍA Stma; EN SU TRONO DE REINA DEL CIELO Y TIERRA POR SER MADRE DE DIOS Y DE LA HUMANIDAD, BIENAVENTURADOS LOS QUE SON SÚBDITOS SUYOS |
María la obra más perfecta de Dios, es recibida en los Cielos como la Criatura que Dios soñó para toda la humanidad, no hay en ella el menor atisbo de mancha, o de impureza de soberbia, es la nueva Eva que nos enseña como deberían de ser todos los hombres para cumplir con la voluntad de Dios. Como Reina de todo lo creado, tiene en sus manos el poder de concedernos la divina Gracia de Dios, ya que es también medianera de todos sus dones, que dará con amor de Madre a todos los que la aman y que se acogen a su protección.
DEL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO
DE MARÍA VALTORTA
Diciembre 1.943
Dice María:
“Mi humildad no podía dejarme pensar que me estaba
reservando tanta gloria en el Cielo. En mi pensamiento estaba casi la certeza
de que mi carne humana, santificada por haber llevado a Dios, no conocería la
corrupción. Porque Dios es vida y cuando de sí mismo satura y llena a una
criatura, esa acción suya es como un ungüento que preserva de la corrupción de
la muerte.
Yo no solo había permanecido Inmaculada, no solo
había estado unida a Dios con un casto y fecundo abrazo, sino que me había
saturado, hasta en mi más profundo ser, de las emanaciones de la Divinidad
escondida en mi seno y que quería velarse de carne mortal. Pero el que la
bondad del Eterno tuviera reservado a su sierva el gozo de volver a sentir en
sus miembros el toque de la mano de mi
Hijo, su abrazo, su beso y de volver a oír con mis oídos su voz, y de ver con
mis ojos su rostro… esto no podía pensar que me fuera concedido, y no lo
anhelaba. Me habría bastado con estas bienaventuranzas le fueran concedidas a mi espíritu, y con
ello, ya se habría sentido lleno de beata felicidad mi yo.
Pero, como testimonio de su primer pensamiento
creador respecto al hombre, destinado por el Creador a vivir, pasando sin
muerte del Paraíso terrenal al celestial, en el reino eterno, Dios quiso que
yo, Inmaculada, estuviera en el Cielo con alma y cuerpo… inmediatamente después
del fin de mi vida terrena.
Yo soy el testimonio cierto de lo que Dios había
pensado y querido para el hombre: una vida inocente y sin conocimiento de
culpas; un dulce paso de esta vida a la
Vida eterna, paso con el que, como quien cruza el umbral de una casa para
entrar en un Palacio, el hombre, con su ser completo hecho de cuerpo material y
de alma espiritual, habría pasado de la Tierra al Paraíso, aumentando esa
perfección de su yo que Dios le había dado, con la perfección completa, tanto
de la carne como la del espíritu, que el pensamiento divino tenía destinada
para todas las criaturas que permanecieran fieles a Dios y a la Gracia.
Perfección que habría sido alcanzada en la luz plena que hay en el Cielo y lo
llena, pues que de Dios viene; de Dios, Sol eterno que ilumina el Cielo.
Delante de los Patriarcas, Profetas y Santos,
delante de los Ángeles y los Mártires, Dios me puso a mí, elevada a la gloria
del Cielo en alma y cuerpo, y dijo:
“Esta es la obra perfecta del Creador; la obra que,
de todos los hijos del hombre, Yo creé a mi más verdadera imagen y semejanza,
fruto de una obra maestra divina y creadora, maravilla del Universo, que ve,
dentro de un solo ser, a lo divino en el espíritu eterno como Dios y como Él
espiritual, inteligente, libre, sabio, y a la criatura material en el más
inocente y santo de los cuerpos, criatura ante la que todos los demás vivientes
de los tres reinos de la Creación están obligados a inclinarse.
Aquí tenéis el testimonio de mi amor hacia el
hombre, para el que quise un organismo perfecto y un bienaventurado destino de
eterna vida en mi Reino.
Aquí tenéis el testimonio de mi perdón al hombre, al
que, por la voluntad de un Trino Amor, he concedido nueva habilitación y creación ante mis ojos.
Esta es la mística piedra de parangón, este es el
anillo de unión entre el hombre y Dios. Ella es la que lleva de nuevo el tiempo
a sus días primeros, y da a mis ojos divinos la alegría de contemplar a una Eva
como Yo la creé, aún más hermosa y santa por ser Madre de mi Verbo y por ser Mártir del mayor
de los perdones.
Para su Corazón Inmaculado que jamás conoció mancha
alguna, ni siquiera la más leve, Yo abro los tesoros del Cielo; y para su
Cabeza, que jamás conoció la soberbia, con mi fulgor hago una corona, y la
corono, porque es para Mí santísima, para que sea vuestra Reina”.
En el Cielo no hay lágrimas. Pero, en lugar del
jubiloso llanto que habrían derramado los espíritus si les hubiera conseguido
el llanto – humor que rezuma destilado por una emoción -, hubo, después de
estas divinas palabras, un centelleo de luces, y visos de esplendores
resplandeciendo aún más esplendorosas, y un incendio de fuegos de caridad que
ardían con más encendido fuego, y un
insuperable e indescriptible sonido de celestes armonías, a las cuales se unió
la Voz del Hijo mío, en alabanza a Dios Padre y a su Sierva bienaventurada para
todo la eternidad”.
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