NO PREOCUPARSE POR “LO QUE DIRÁN”, ES HACER PRUEBA DE GRAN HUMILDAD, Y ALEJA DE NOSOTROS EL TERRIBLE PECADO DE SATANÁS: LA SOBERBIA
Todas las preocupaciones humanas, vienen casi siempre por falta de humildad y de confianza en Dios, como lo dijo S. Juan de la Cruz en sus dichos de Luz y Amor:
“No es de voluntad de Dios que el alma se turbe de nada y que
padezca trabajos; que, si los padece en los adversos casos del mundo, es por la
flaqueza de su virtud, porque el alma del perfecto se goza en lo que se pena la
imperfecta”.
Y de esto tenemos sobrados
ejemplos en la vida y obras de los grandes Santos: al Santo Cura de Ars le
llegó un día un escrito de los Párrocos de los pueblos vecinos - envidiosos por la gran afluencia de público
que acudía a su Parroquia -, y dirigida al Obispo del Lugar, en el cual
solicitaban que se le relevara de su puesto por su gran ignorancia religiosa
que podía ser un peligro para la fe. El Santo ni se inmutó, estampó su firma en
el escrito dando su aprobación a esta misiva dirigida contra su persona.
En otra ocasión, le llegó una
carta anónima de un Párroco vecino, que el reconoció al observar su letra,
pidiéndole que dimita por su ignorancia, ya que lo habían echado en cierta
ocasión del seminario por su dificultad en aprender el latín. El Santo se
dirigió a él diciéndole que era el único que le comprendía que le ayudara para
que el Obispo le quite su Parroquia para ir a llorar sus pecados en el
Monasterio de los Trapenses. Naturalmente, el autor de la carta al reconocer su
santidad vino personalmente a pedirle perdón.
El mismo San Juan de la Cruz,
al escuchar toda la lluvia de
improperios que le propinaba cierto fraile de su Orden, que él había
reformado con Santa Teresa, comentó: “Este hermano si que me conoce muy bien”.
Por esta razón, uno de los
consejos que daba en sus escritos para
combatir la soberbia, era procurar con su actitud, que la gente hablara mal de
uno mismo.
De los
cuadernos de Mª Valtorta 11-6-1.943.
Dice Jesús:
[…] Tienes
tanta pena, ¡pobre alma! Pero Yo quiero aliviar tu pena, no “quitar” tu pena. Sino aliviarla. Aliviarla consolándote y
aliviarla ayudándote a levantarla bien en alto para que sea totalmente
meritoria. Si me escuchas verás que la herida duele menos.
María no seas
una que no sabe hacer fructificar las monedas que Yo le doy. Cada
acontecimiento de vuestra jornada de hombres es una moneda que Dios os confía
para que la hagáis fructificar para la Vida Eterna. Sírvete de la nueva moneda
que Yo te doy de manera que obtengas el cien por cien. ¿De qué modo?
Con la resignación en primer lugar, aceptando
beber este cáliz sin volver para otro lado la cabeza evitando acercar los
labios al amarguísimo borde.
Con gratitud siempre, hacia Mí que te doy
con el conocimiento justo como Yo
solo lo puedo tener, de hacerte el bien, o sea de hacer por ti un nuevo acto de
amor.
Con confianza. Yo te ayudaré a llevar la
nueva cruz y las otras que de esta brotarán. ¿No estás contenta de tenerme por
Cirineo, Yo, tu Jesús que te ama?
Con visión superior sobre todo. Sí, no
envilezcas el oro de esta cruz ensuciándolo con maquinaciones humanas. Y, ¿qué
te importa que el mundo no te comprenda, ni siquiera en tus sentimientos más
selectos? ¿Y qué? ¿Te preocupas porque te juzgan fría, egoísta, sin amor hacia
tu madre? ¿Y qué? ¿Te afliges por un pobre juicio humano? No, María. Lo malo sería que Yo te juzgara culpable contra
los mandamientos de la Ley Divina y humana por tu actuar hacia tu madre. Pero de los demás, no te preocupes.
Y mírame a Mí
una vez más. ¿Acaso no fui Yo escarnecido por el insulto de que era
blasfemador, un rebelde al Dios de Abraham, un poseído, un hijo sin corazón?
Ningún discípulo es más que el Maestro, María, y cada discípulo debe por eso
igualarme en las ofensas que recibe y en las obras que cumple.
De las ofensas
se ocupan los demás, los cuales “no saben lo que hacen y lo que dicen”. Por
eso, perdónales. De las obras ocúpate tú, continuando tu camino y levantando
muy en alto tu espíritu hasta donde las piedras de la difamación, de la corta
vista humana, no puedan llegar. Soy Yo
quien ve y juzga y quien te premia y
bendice. Los demás son polvo que cae.
Ve en paz,
María. Ves que te toco para quitar de tu cabeza la corona espinosa. Hoy la
llevaré Yo por ti, y no busques más otros corazones aparte del mío para
consolar tu sufrir. Aunque recorrieses toda la Tierra no encontrarías a nadie
que te entendiera con verdad y justicia como lo puede hacer Jesús, tu Maestro y
Amigo.
Ve en paz. Te
doy mi Paz.”
[…] Todo el bien que vosotros hacéis, aunque sea
muy vasto, es una pequeñez insignificante si se compara con el infinito Bien
que es Dios, e incluso vuestras obras más perfectas, de una perfección humana,
están llenas de errores a los ojos de Dios. Pero si las ofrecéis unidas a mis
méritos, entonces toman las características que agradan a Dios, ganando en
perfección, en extensión, y llegan a ser capaces de redención.
Es necesario
saber hacerlo todo en Mí e imitándome a Mí y en mi Nombre. Entonces mi Padre ve
en vuestras obras mi signo y la semejanza conmigo y las bendice y hace
fructificar. Por una humildad equivocada no debes nunca decir: “Yo no puedo
hacer esto”. Yo lo he dicho: “Haréis las mismas obras que hago Yo”. Así es
porque permaneciendo en Mí con vuestra buena voluntad, os hacéis pequeños
Cristos capaces de seguirme a Mí, Cristo verdadero, en todas las vicisitudes de
la vida”.
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