Durísimo enfrentamiento entre Jesús el Príncipe de la Paz, y Belcebú, el Príncipe negro, que había poseído un hombre porque se había entregado a todos los vicios de una manera "completa", es decir que se había entregado a los siete pecados capitales, por eso al liberarle, Jesús le dice: "Sé continente", en este episodio Jesús ha querido demostrar la dificultad que se presenta para exorcizar ese tipo de almas, ese hombre se había llevado a Jerusalén para presentarlo a los sacerdotes del Templo, que no habían lograr exorcizarlo, y que volvió aún peor que antes.
Jesús explica a Judas que María Magdalena, había conseguido librarse de los siete demonios, con mucha más facilidad porque ella había querido liberarse, personalmente, habiendo asistido con el Padre Fortea a muchos exorcismos, me he dado cuenta de como el demonio se resiste, el mismo Padre Fortea afirma en su libro "Summa Daemoniaca", qu un mal Sacerdote logrará exorcizar por el poder que ha conferido Jesús a su Iglesia, pero que le costará más trabajo que a un sacerdote Santo.
A este respeto, he leído en algunos libros de Teología que un Santo puede quedar poseído, creo sinceramente que es un grave error, Jesús explica aquí que la fuerza de la posesión diabólica es proporcional a la gravedad de los pecados, y que tres son los caminos para dar entrada al Demonio: la carne, que nunca falta, el dinero y la soberbia. San Juan de la Cruz dice en sus dichos de luz y amor que "El alma que está unida con Dios, el demonio la teme como al mismo Dios".
Habiendo citado este texto a un exorcista que creía que un Santo podía quedar poseído, me contestó que Santa Catalina de Siena, en algunos momentos, tenía muestras de estar poseída. Creo que es un grave error, San Juan de la Cruz explica que muchos Santos, tienen ataques terribles del Demonio por razones de Justicia de Dios, ya que al tener grandes éxtasis y arrobamientos, Dios permite al maligno que se desquite atacando a esos Santos, como le pasó a él mismo, a Santa Teresa, al Padre Pío, y a muchos otros que tienen contactos místicos con Dios.
LUCHA DIRECTA ENTRE LA LUZ Y LAS TINIEBLAS
(Del Evangelio como me ha sido revelado de María Valtorta 29-9-1.945)
Jesús y los suyos siguen estando en los campos. Aquí la siega de los cereales está ya terminada y los campos muestran los rastrojos resecos. Jesús camina por el margen de un sendero umbroso. Va hablando con unos hombres que se han unido al grupo de Apóstoles.
"Sí", dice uno, "Nada le cura. Está más que desquiciado. Mira, es el terror de todos, especialmente de las mujeres, porque las sigue con gestos o palabras obscenos. ¡Y ay si les echara mano!".
"Nunca se sabe donde está", dice otro. "En los montes, en los bosques, en los surcos de los prados... aparece de improviso como una serpiente... las mujeres tienen mucho miedo de él. Una, jovencita, murió a causa de él en pocos días por una fuerte fiebre".
El otro día, mi cuñado había ido al lugar donde había preparado para sí y los suyos el sepulcro, porque se le había muerto el padre de su mujer, para aprestar todo para la sepultura, pero tuvo que huir, porque dentro estaba el poseso, desnudo y gritando, como siempre, y le amenazaba lanzándole piedras... Le siguió hasta el pueblo y luego volvió al sepulcro, y ha tenido que sepultar al muerto en mi sepulcro".
(...)"¿Pero, no le mostrasteis a los sacerdotes?".
"Sí. Atado como una carga de mercancía le llevaron hasta Jerusalén... ¡Qué viaje! ¡Qué viaje!... Te digo - yo estaba - que no necesito bajar al infierno para ver lo que sucede y se dice allí. Pero no sirvió de nada... ".
"¿Como antes?".
"¡Peor!".
"¡Y, sin embargo... el sacerdote!... ".
"Sí, ya,, pero... Se necesitaría... ".
"¿Qué?, continua... ".
Silencio.
"Habla, pues. No temas. No te voy a acusar".
"Bien... Estaba diciendo.... pero no quiero pecar... estaba diciendo... pero no quiero pecar... estaba diciendo... que sí... el sacerdote lo podía conseguir si... si... ".
"Si fuese santo, quieres decir, y no te atreves a decirlo. Yo te digo: evita el juzgar. Pero es verdad cuanto dices. ¡Es dolorosamente verdadero!... " dice Pedro.
Jesús calla y suspira. Un breve silencio embarazoso.
Luego uno se atreve a hablar de nuevo. "Si le encontramos, ¿le curas? ¿Liberas estas comarcas?".
"¿Esperas que pueda hacerlo? ¿Por qué?".
"Porque eres Santo".
"Santo es Dios".
"Y Tú, que eres Hijo suyo".
"¿Cómo puedes saberlo?".
"¡Hombre, corre la voz! Y además somos del río y sabemos lo que hiciste hace tres lunas. ¿Quién para una crecida, si no es el Hijo de Dios?"
"¿Y Moisés? ¿Y Josué?".
"Obraban en nombre de Dios y para su gloria. Y podían porque eran santos. Tú los superas".
"¿Lo vas a hacer, Maestro?".
"Lo haré, si lo encontramos".
Prosiguen. El calor, que aumenta, los induce a dejar el camino y a buscar alivio en una espesura de árboles que hay en la orilla del río, que ya no está agitado como cuando la crecida, sino que, aunque todavía baje rico en aguas, las tiene quietas y azules, llenas de resplandor bajo el sol.
El sendero se ensancha y muestra en el fondo una blancura de casas. Debe de ser un pueblo que se va haciendo cada vez más cercano. En las márgenes, construcciones pequeñas, blanquísimas y sin más aberturas que en una pared. Parte están abiertas; la mayoría, sin embargo, cerradas herméticamente. En los alrededores de ellas, no hay nadie. Están diseminadas en un terreno yermo y agreste; parece abandonado. Solo yerbajos y pedruscos.
"¡Vete! ¡Vete! ¡Retrocede o te mato!".
"¡Ahí está el poseso y nos ha visto! Yo me marcho".
"Yo también".
"Y yo os sigo".
"No temáis. Quedaos y ved".
Jesús se muestra tan seguro que los... valientes obedecen, aunque, eso sí, se ponen detrás de Jesús. También se quedan atrás los discípulos. Jesús va adelante solo y solemne, como si nada viera ni oyera..
"¡Vete!". El grito de la voz es desgarrador, tiene componentes de gruñido y aullido. Parece imposible que pueda salir de garganta humana.
"¡Vete! ¡Atrás! ¡Te mato! ¿Por qué me persigues? ¡No quiero verte!".
El poseso pega saltos, completamente desnudo, moreno, pelo y barba largos y enredados. Los mechones negros e hirsutos, llenos de hojas secas y polvo, le caen por encima de los ojos torvos, inyectados de sangre, móviles alrededor de sus órbitas; y llegan hasta la boca abierta, mientras grita y mientras emite demenciales carcajadas que parecen una pesadilla, hasta la boca que emite espuma y que sangra, porque el desquiciado se golpea la boca con una piedra puntiaguda y dice: "¿Por qué no te puedo matar? ¿Quién me ata la fuerza? ¿Tú? ¿Tú?".
Jesús le mira y sigue adelante.
El poseso se revuelca por el suelo, se muerde, echa más espuma todavía, se golpea con su piedra, se pone de nuevo en pie bruscamente, apunta el índice hacia Jesús, mirándole fuera de sí, y dice: ¡Oíd! ¡Oíd! Este que viene es.... ".
"¡Calla, demonio del hombre! Te lo ordeno".
"¡No! ¡No! ¡No! No me callo, no, no me callo. ¿Qué hay entre nosotros y Tú? ¿Por qué no nos dejas tranquilos? ¿No te ha bastado encerrarnos en el reino del infierno? ¿no te basta venir, haber venido para arrebatarnos al hombre? ¿Por qué nos impeles hasta allá abajo? ¡Déjanos vivir en nuestras presas! Tú, Grande y Poderoso pasa, y conquista si puedes. Pero déjanos a nosotros gozar y hacer daño. Para eso estamos. ¡Oh! ¡Mal...! ¡No! ¡No puedo decirlo! ¡No te lo dejes decir! ¡No puedo maldecirte! ¡Te odio! ¡ Te persigo! ¡Te espero para torturarte! Te odio a Ti y a Aquel de quien procedes, y odio aquel que es vuestro Espíritu. ¡Odio al Amor, ya que soy Odio! ¡Quiero maldecirte! ¡Quiero matarte! Pero no puedo ¡No puedo! ¡No puedo todavía! Pero te espero, Cristo te espero. ¡Muerto te veré! ¡Oh, hora de felicidad! ¡No! ¡No felicidad! ¿Muerto Tú? No. No muerto. ¡Y yo vencido! ¡Vencido! ¡Siempre vencido!... ¡¡¡Ah!!!...". El paroxismo toca su culmen.
Jesús sigue andando hacia el poseso, teniéndole bajo el rayo de sus ojos magnéticos. Ahora Jesús está completamente solo. Apóstoles y lugareños, se han quedado atrás. Estos, detrás de los Apóstoles; los Apóstoles, separados de Jesús unos treinta metros al menos.
Algunos habitantes del pueblo que parece muy poblado y también rico, han salido, atraídos por los gritos; están observando la escena, preparados también para huir como el otro grupo. Así, la escena se desarrolla de esta manera: en el centro el poseso y Jesús, ya a pocos metros uno del otro; detrás de Jesús, a la izquierda, apóstoles y lugareños, a la derecha, detrás del poseso, los habitantes del pueblo.
Jesús, después de la orden de callar, no ha vuelto a hablar, solamente mira fijo al poseso. pero ahora Jesús se detiene y alza los brazos, los extiende hacia el endemoniado, está para hablar. Los gritos se hacen verdaderamente infernales. el poseso se retuerce, da saltos a la derecha, a la izquierda, hacia arriba. Parece como si quisiera huir o arremeter, pero no puede. Está clavado allí y aparte de sus contorsiones no se le permite ningún otro movimiento. Cuando Jesús estira los brazos, con las manos extendidas como quien jura, el demente grita más fuerte, y después de haber increpado, reído y blasfemado, se pone a llorar y a suplicar.
"¡En el infierno, no! ¡no en el infierno! ¡no me mandes allí!. Horrenda es mi vida ya aquí, en esta cárcel de hombre, porque quiero recorrer el mundo y despedazar a tus criaturas. Pero ¡allí! ¡allí! ¡allí! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Déjame fuera!...".
"Sal de este, te lo mando"
"¡No!".
"¡Sal!".
"¡No!".
"¡Sal!".
"¡No!".
"¡En el nombre del Dios Verdadero, sal!".
"¡Oh! ¿Por qué me vences? Pero no salgo, no. Tu eres el Cristo, Hijo de Dios, pero yo soy... ".
"¿Quien eres?".
"Yo soy Belcebú, Belcebú soy, el Amo del mundo, y no me doblego, ¡Te desafío Cristo!".
El poseso se inmoviliza de golpe, rígido casi hierático, y mira fijo a Jesús con ojos fosforescentes, apenas moviendo los labios con palabras ininteligibles y haciendo, con las manos llevadas hasta los hombros, los codos flexionados, leves movimientos.
Jesús también se ha detenido. Ahora tiene los brazos recogidos sobre el pecho. Le mira. También Jesús mueve levemente los labios. Pero no oigo ninguna palabra.
Los presentes esperan con opiniones contrarias: "¡No lo consigue!", "Sí, ahora Cristo lo consigue", "No. Vence el otro", "Es bien fuerte", "Sí", "No".
Jesús abre los brazos. Su rostro es un resplandor de imperio, su voz un trueno. "Sal. Por última vez. ¡Sal, Satanás! ¡Lo mando Yo!".
"¡Aaaaah" es un grito larguísimo, de aflicción infinita. No lo emite así uno que sea traspasado lentamente por una espada. Y luego el grito se concreta en palabras:
"Salgo, sí. Me has vencido. Pero me vengaré. Tú me echas a mí, pero tienes un demonio a tu lado y en ese entraré para poseerle, invistiendole con todos mis poderes. Y no habrá orden tuya que me le arrebate. En todo tiempo, en todo lugar, me engendro hijos. Yo, el autor del Mal. Y como Dios se ha generado por si mismo, yo por mi mismo me genero. Me concibo en el corazón del hombre, y este me da a luz, da a luz un nuevo Satanás que es él mismo, y yo exulto, ¡exulto de tener tanta prole!
Tú y los hombres, siempre encontraréis estas criaturas mías que son otros idénticos a mí. Voy, Cristo a tomar posesión de mi nuevo reino, como Tú quieres, y te dejo ese trapo de hombre maltratado por mí. Por este que te dejo, limosna de satanás a Ti, Dios, me tomo ahora mil, diez mil y los encontrarás cuando seas un sucio harapo de carne, arrojado como escarnio a los perros; y tomaré otros, en el transcurso de los siglos, millares y millares, para hacer de ellos mi instrumento y tu tormento.
¿Crees vencer alzando tu Signo? Los míos lo echarán abajo y yo venceré... ¡Ah! ¡No, no te venzo! ¡Pero te torturo en Ti y en los tuyos!...".
[...] Pero Jesús, que se ha agachado a tomar la mano del hombre caído, se vuelve, y dice: "¡Venid. No temáis!". Temerosa, la gente se acerca. "Está curado. Traed una túnica". Uno sale a la carrera.
El hombre vuelve en sí poco a poco. Abre los ojos y encuentra la mirada de Jesús. Se sienta. Con la mano libre se seca el sudor, la sangre y la baba, se echa hacia atrás el pelo, se observa. Se ve desnudo delante de tanta gente y se avergüenza. Se acurruca y pregunta: "¿Qué ha sido? ¿Quien eres? ¿Por qué estoy aquí desnudo?".
"Nada, amigo. Ahora te traerán ropa y volverás a tu casa".
"¿De donde vengo? ¿Y tú de dónde vienes?. Habla con voz de enfermo, cansada y blanda.
"Vengo del mar de Galilea".
"¿Y como me conoces? ¿Por qué me socorres? ¿Como te llamas?".
Llegan algunos hombres con una túnica. Se la ofrecen al hombre que ha recibido el milagro, y llega una pobre vieja llorando y aprieta el curado contra su corazón.
"¡Hijo mío!"
"¿Mamá! ¿Por qué me has dejado tanto tiempo?".
La anciana llora más fuerte y le besa y acaricia. Quizás iba a decir otras palabras, pero Jesús la domina con sus ojos, y le inspira otras, más compasivas: "¡Has estado muy enfermo, hijo mío! Alaba a Dios que te ha curado, y a su Mesías, que ha obrado en el nombre de Dios".
"¿Este? ¿Como se llama?"
"Jesús de Galilea. Pero su nombre es Bondad. Besale las manos, hijo; dile que te perdone por cuanto has hecho o dicho.... Cierto que has hablado estando... ".
"Sí, ha hablado estando con fiebre" dice Jesús para detener las palabras imprudentes. "Pero no era él el que hablaba, y Yo no soy severo con él. Sé bueno ahora. Sé continente". Jesús recalca la palabra. El hombre baja la cabeza confundido.
Pero lo que Jesús ahorra, no lo ahorran los ciudadanos ricos que ahora ya están cerca. Entre ellos están los indefinibles fariseos. "¡Te ha ido bien! ¡Suerte la tuya, que has encontrado a este, amo de los demonios!".
"¿Endemoniado yo?". El hombre está aterrorizado.
La vieja reacciona: "¡Malditos! ¡Sin piedad ni respeto! ¡Víboras odiosas y crueles! Y tú también, inútil ministro de la sinagoga. ¿Amo de los demonios el Santo?".
"¿Y quien quieres que pueda tener poder sobre ellos si no su rey y padre?".
"¡Sacrílegos! ¡Blasfemos! ¡M... !".
"Silencio, mujer. Sé feliz con tu hijo. No impreques. A Mí no me causa preocupación ni afrenta. Id en paz todos. A los buenos, mi bendición. Vamos, amigos".
"¿Puedo seguirte?". Es el curado el que habla.
"No. Quédate. Sé testimonio Mío y alegría para tu madre. Ve".
Y, entre gritos y aplausos y cuchicheos de burla, Jesús atraviesa parte de la Ciudad para luego entrar de nuevo en las sombras de los árboles que están a lo largo del río.
Los apóstoles se pegan a Él. Pedro pregunta: "¿Por qué, Maestro el espíritu inmundo ha opuesto tanta resistencia?".
"Porque era un espíritu completo".
"¿Qué quiere decir esta palabra?".
"Escuchadme: Hay quien se da a Satanás abriendo una puerta a un vicio capital. Hay quien se da dos veces. quién tres, quien siete. Cuando uno ha abierto el espíritu a los siete vicios, entonces entra en él un espíritu completo. Entra Satanás el príncipe negro".
"Ese hombre, joven todavía ¿Como podía estar poseído por Satanás?".
"¡Oh! ¡amigos! ¿Sabéis por qué sendero viene Satanás? Tres son las vías generalmente holladas, y una no falta nunca. Tres: la carnalidad, el dinero, la soberbia de la mente. La carnalidad es la que no falta nunca. Emisaria de las otras concupiscencias, pasa sembrando su veneno y todo florece con floración satánica. Por eso os digo: "Sed dueños de vuestra carne". Que sea este dominio el comienzo de cualquier otro dominio, de la misma forma que esta esclavitud es el comienzo de cualquier otra. El esclavo de la lujuria se hace ladrón y tramposo, cruel, homicida, con tal de servir a su ama. La misma sed de poder está emparentada con la carne.
¿No os parece así? Así es. Meditad y ved si me equivoco. Por la carne Satanás entró en el hombre, y feliz si puede hacerlo, por la carne entra de nuevo; él, uno y septipartito, con la proliferación de sus legiones de demonios menores".
María de Magdalá, Tú lo dijiste, y ciertamente eran demonios de lujuria. Y, sin embargo la liberaste con mucha facilidad".
"Sí, Judas, es verdad".
"Y entonces?".
"Y entonces - dices - mi teoría se viene abajo. No, amigo. La mujer quería ya ser liberada de su posesión. Quería. La voluntad es todo
"¡No! ¡No! ¡No! No me callo, no, no me callo. ¿Qué hay entre nosotros y Tú? ¿Por qué no nos dejas tranquilos? ¿No te ha bastado encerrarnos en el reino del infierno? ¿no te basta venir, haber venido para arrebatarnos al hombre? ¿Por qué nos impeles hasta allá abajo? ¡Déjanos vivir en nuestras presas! Tú, Grande y Poderoso pasa, y conquista si puedes. Pero déjanos a nosotros gozar y hacer daño. Para eso estamos. ¡Oh! ¡Mal...! ¡No! ¡No puedo decirlo! ¡No te lo dejes decir! ¡No puedo maldecirte! ¡Te odio! ¡ Te persigo! ¡Te espero para torturarte! Te odio a Ti y a Aquel de quien procedes, y odio aquel que es vuestro Espíritu. ¡Odio al Amor, ya que soy Odio! ¡Quiero maldecirte! ¡Quiero matarte! Pero no puedo ¡No puedo! ¡No puedo todavía! Pero te espero, Cristo te espero. ¡Muerto te veré! ¡Oh, hora de felicidad! ¡No! ¡No felicidad! ¿Muerto Tú? No. No muerto. ¡Y yo vencido! ¡Vencido! ¡Siempre vencido!... ¡¡¡Ah!!!...". El paroxismo toca su culmen.
Jesús sigue andando hacia el poseso, teniéndole bajo el rayo de sus ojos magnéticos. Ahora Jesús está completamente solo. Apóstoles y lugareños, se han quedado atrás. Estos, detrás de los Apóstoles; los Apóstoles, separados de Jesús unos treinta metros al menos.
Algunos habitantes del pueblo que parece muy poblado y también rico, han salido, atraídos por los gritos; están observando la escena, preparados también para huir como el otro grupo. Así, la escena se desarrolla de esta manera: en el centro el poseso y Jesús, ya a pocos metros uno del otro; detrás de Jesús, a la izquierda, apóstoles y lugareños, a la derecha, detrás del poseso, los habitantes del pueblo.
Jesús, después de la orden de callar, no ha vuelto a hablar, solamente mira fijo al poseso. pero ahora Jesús se detiene y alza los brazos, los extiende hacia el endemoniado, está para hablar. Los gritos se hacen verdaderamente infernales. el poseso se retuerce, da saltos a la derecha, a la izquierda, hacia arriba. Parece como si quisiera huir o arremeter, pero no puede. Está clavado allí y aparte de sus contorsiones no se le permite ningún otro movimiento. Cuando Jesús estira los brazos, con las manos extendidas como quien jura, el demente grita más fuerte, y después de haber increpado, reído y blasfemado, se pone a llorar y a suplicar.
"¡En el infierno, no! ¡no en el infierno! ¡no me mandes allí!. Horrenda es mi vida ya aquí, en esta cárcel de hombre, porque quiero recorrer el mundo y despedazar a tus criaturas. Pero ¡allí! ¡allí! ¡allí! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Déjame fuera!...".
"Sal de este, te lo mando"
"¡No!".
"¡Sal!".
"¡No!".
"¡Sal!".
"¡No!".
"¡En el nombre del Dios Verdadero, sal!".
"¡Oh! ¿Por qué me vences? Pero no salgo, no. Tu eres el Cristo, Hijo de Dios, pero yo soy... ".
"¿Quien eres?".
"Yo soy Belcebú, Belcebú soy, el Amo del mundo, y no me doblego, ¡Te desafío Cristo!".
El poseso se inmoviliza de golpe, rígido casi hierático, y mira fijo a Jesús con ojos fosforescentes, apenas moviendo los labios con palabras ininteligibles y haciendo, con las manos llevadas hasta los hombros, los codos flexionados, leves movimientos.
Jesús también se ha detenido. Ahora tiene los brazos recogidos sobre el pecho. Le mira. También Jesús mueve levemente los labios. Pero no oigo ninguna palabra.
Los presentes esperan con opiniones contrarias: "¡No lo consigue!", "Sí, ahora Cristo lo consigue", "No. Vence el otro", "Es bien fuerte", "Sí", "No".
Jesús abre los brazos. Su rostro es un resplandor de imperio, su voz un trueno. "Sal. Por última vez. ¡Sal, Satanás! ¡Lo mando Yo!".
"¡Aaaaah" es un grito larguísimo, de aflicción infinita. No lo emite así uno que sea traspasado lentamente por una espada. Y luego el grito se concreta en palabras:
"Salgo, sí. Me has vencido. Pero me vengaré. Tú me echas a mí, pero tienes un demonio a tu lado y en ese entraré para poseerle, invistiendole con todos mis poderes. Y no habrá orden tuya que me le arrebate. En todo tiempo, en todo lugar, me engendro hijos. Yo, el autor del Mal. Y como Dios se ha generado por si mismo, yo por mi mismo me genero. Me concibo en el corazón del hombre, y este me da a luz, da a luz un nuevo Satanás que es él mismo, y yo exulto, ¡exulto de tener tanta prole!
Tú y los hombres, siempre encontraréis estas criaturas mías que son otros idénticos a mí. Voy, Cristo a tomar posesión de mi nuevo reino, como Tú quieres, y te dejo ese trapo de hombre maltratado por mí. Por este que te dejo, limosna de satanás a Ti, Dios, me tomo ahora mil, diez mil y los encontrarás cuando seas un sucio harapo de carne, arrojado como escarnio a los perros; y tomaré otros, en el transcurso de los siglos, millares y millares, para hacer de ellos mi instrumento y tu tormento.
¿Crees vencer alzando tu Signo? Los míos lo echarán abajo y yo venceré... ¡Ah! ¡No, no te venzo! ¡Pero te torturo en Ti y en los tuyos!...".
[...] Pero Jesús, que se ha agachado a tomar la mano del hombre caído, se vuelve, y dice: "¡Venid. No temáis!". Temerosa, la gente se acerca. "Está curado. Traed una túnica". Uno sale a la carrera.
El hombre vuelve en sí poco a poco. Abre los ojos y encuentra la mirada de Jesús. Se sienta. Con la mano libre se seca el sudor, la sangre y la baba, se echa hacia atrás el pelo, se observa. Se ve desnudo delante de tanta gente y se avergüenza. Se acurruca y pregunta: "¿Qué ha sido? ¿Quien eres? ¿Por qué estoy aquí desnudo?".
"Nada, amigo. Ahora te traerán ropa y volverás a tu casa".
"¿De donde vengo? ¿Y tú de dónde vienes?. Habla con voz de enfermo, cansada y blanda.
"Vengo del mar de Galilea".
"¿Y como me conoces? ¿Por qué me socorres? ¿Como te llamas?".
Llegan algunos hombres con una túnica. Se la ofrecen al hombre que ha recibido el milagro, y llega una pobre vieja llorando y aprieta el curado contra su corazón.
"¡Hijo mío!"
"¿Mamá! ¿Por qué me has dejado tanto tiempo?".
La anciana llora más fuerte y le besa y acaricia. Quizás iba a decir otras palabras, pero Jesús la domina con sus ojos, y le inspira otras, más compasivas: "¡Has estado muy enfermo, hijo mío! Alaba a Dios que te ha curado, y a su Mesías, que ha obrado en el nombre de Dios".
"¿Este? ¿Como se llama?"
"Jesús de Galilea. Pero su nombre es Bondad. Besale las manos, hijo; dile que te perdone por cuanto has hecho o dicho.... Cierto que has hablado estando... ".
"Sí, ha hablado estando con fiebre" dice Jesús para detener las palabras imprudentes. "Pero no era él el que hablaba, y Yo no soy severo con él. Sé bueno ahora. Sé continente". Jesús recalca la palabra. El hombre baja la cabeza confundido.
Pero lo que Jesús ahorra, no lo ahorran los ciudadanos ricos que ahora ya están cerca. Entre ellos están los indefinibles fariseos. "¡Te ha ido bien! ¡Suerte la tuya, que has encontrado a este, amo de los demonios!".
"¿Endemoniado yo?". El hombre está aterrorizado.
La vieja reacciona: "¡Malditos! ¡Sin piedad ni respeto! ¡Víboras odiosas y crueles! Y tú también, inútil ministro de la sinagoga. ¿Amo de los demonios el Santo?".
"¿Y quien quieres que pueda tener poder sobre ellos si no su rey y padre?".
"¡Sacrílegos! ¡Blasfemos! ¡M... !".
"Silencio, mujer. Sé feliz con tu hijo. No impreques. A Mí no me causa preocupación ni afrenta. Id en paz todos. A los buenos, mi bendición. Vamos, amigos".
"¿Puedo seguirte?". Es el curado el que habla.
"No. Quédate. Sé testimonio Mío y alegría para tu madre. Ve".
Y, entre gritos y aplausos y cuchicheos de burla, Jesús atraviesa parte de la Ciudad para luego entrar de nuevo en las sombras de los árboles que están a lo largo del río.
Los apóstoles se pegan a Él. Pedro pregunta: "¿Por qué, Maestro el espíritu inmundo ha opuesto tanta resistencia?".
"Porque era un espíritu completo".
"¿Qué quiere decir esta palabra?".
"Escuchadme: Hay quien se da a Satanás abriendo una puerta a un vicio capital. Hay quien se da dos veces. quién tres, quien siete. Cuando uno ha abierto el espíritu a los siete vicios, entonces entra en él un espíritu completo. Entra Satanás el príncipe negro".
"Ese hombre, joven todavía ¿Como podía estar poseído por Satanás?".
"¡Oh! ¡amigos! ¿Sabéis por qué sendero viene Satanás? Tres son las vías generalmente holladas, y una no falta nunca. Tres: la carnalidad, el dinero, la soberbia de la mente. La carnalidad es la que no falta nunca. Emisaria de las otras concupiscencias, pasa sembrando su veneno y todo florece con floración satánica. Por eso os digo: "Sed dueños de vuestra carne". Que sea este dominio el comienzo de cualquier otro dominio, de la misma forma que esta esclavitud es el comienzo de cualquier otra. El esclavo de la lujuria se hace ladrón y tramposo, cruel, homicida, con tal de servir a su ama. La misma sed de poder está emparentada con la carne.
¿No os parece así? Así es. Meditad y ved si me equivoco. Por la carne Satanás entró en el hombre, y feliz si puede hacerlo, por la carne entra de nuevo; él, uno y septipartito, con la proliferación de sus legiones de demonios menores".
María de Magdalá, Tú lo dijiste, y ciertamente eran demonios de lujuria. Y, sin embargo la liberaste con mucha facilidad".
"Sí, Judas, es verdad".
"Y entonces?".
"Y entonces - dices - mi teoría se viene abajo. No, amigo. La mujer quería ya ser liberada de su posesión. Quería. La voluntad es todo
No hay comentarios:
Publicar un comentario