Jesús simboliza aquí el estado de las almas santas, después de haberse purificado de sus pecados que la ensuciaban y le impedían la divina unión, y después de haber pedido a Dios su deseo de perdón para sus deudores, para que, si Dios lo estima oportuno se aplique a todos los que le han ofendido.
Entonces, cuando esas almas se encuentran desnudadas de todos sus apetitos materiales, libres de todo rencor, de toda soberbia y egoísmo, después de haberse visto desposeída de todo, y de haberse presentado como hija de Dios; después de haber sentido el abandono propiciado por su Hacedor, no teniendo el alma ningún rastro de soberbia, lo que le permite ser inmune a los ataques de Satanás, entonces lanza el grito previo al encuentro con el Juez Supremo: “Tengo sed”, que fue el lamento de Jesús en la Cruz.
Esa sed, es una sed que solo puede apagar Dios, lo que se le ofrece de parte del mundo es como la esponja de vinagre que fue la que le presentaron a Jesús y que probó y rechazó.
VI/ “Tengo sed”
Sí, es verdad. Cuando se ha entendido el verdadero valor de la Vida Eterna respeto al falso metal de la vida terrena; cuando la purificación del dolor y de la muerte es aceptada como santa obediencia, cuanto, junto a Dios se ha crecido en sabiduría y en gracia en pocas horas – a veces en poco minutos- más de lo que se ha crecido en muchos años de vida, acomete una sed profunda de aguas celestiales, de cosas celestes.
Quedan vencidas las lujurias de toda sed humana. Y llega la sed sobrenatural de poseer a Dios. Es la sed del amor. El alma aspira a beber el amor y a ser bebida por él. Como el agua caída en el terreno y que no quiere convertirse en barro, que quiere convertirse en nube, el alma siente ahora la sed de subir al lugar de donde ha descendido. Están casi rotas las barreras carnales, la prisionera siente las auras del Lugar de Origen y anhela a él con todas sus fuerzas.
Quedan vencidas las lujurias de toda sed humana. Y llega la sed sobrenatural de poseer a Dios. Es la sed del amor. El alma aspira a beber el amor y a ser bebida por él. Como el agua caída en el terreno y que no quiere convertirse en barro, que quiere convertirse en nube, el alma siente ahora la sed de subir al lugar de donde ha descendido. Están casi rotas las barreras carnales, la prisionera siente las auras del Lugar de Origen y anhela a él con todas sus fuerzas.
¿Cuál es el peregrino exhausto que advertir que, tras muchos años, ahora está cerca del lugar natal, no reúne sus fuerzas y prosigue rápidamente, tenazmente, despreocupado de todo lo que no sea llegar allí, de donde partió un día dejando su absoluto y verdadero bien, que está seguro de volver a encontrar y de apreciar aún mejor, ahora que ha experimentado el pobre bien, el que no sacia, el que encontró en el lugar del exilio?
“Tengo sed”, tengo sed de Ti, Dios mío. Tengo sed de tenerte, sed de poseerte, sed de darte, porque en los umbrales que separan el Cielo y la Tierra ya se entiende como hay que interpretar el amor hacia el prójimo y acomete el deseo de obrar para que, por nuestra obra, el prójimo que dejamos reciba a Dios.
Es la santa laboriosidad de los santos que, como semillas muertas que se vuelven espigas, se difunden en amor para dar amor y hacer amar a Dios por los que aún están empeñados en las luchas de la Tierra. “Tengo sed”. Cuando el alma llega a los umbrales de la Vida, solo hay un agua capaz de saciar: El Agua Viva. Dios mismo.
Es la santa laboriosidad de los santos que, como semillas muertas que se vuelven espigas, se difunden en amor para dar amor y hacer amar a Dios por los que aún están empeñados en las luchas de la Tierra. “Tengo sed”. Cuando el alma llega a los umbrales de la Vida, solo hay un agua capaz de saciar: El Agua Viva. Dios mismo.
El Amor verdadero es Dios mismo. Es un amor opuesto al egoísmo. En los justos, el egoísmo muere antes que la carne y reina el amor. Y el amor grita: “Tengo sed de Ti, y de almas: salvar, amar, morir, para ser libres de amar y de salvar. Morir para nacer; dejar para poseer; rechazar toda dulzura, todo consuelo, porque aquí abajo todo es vanidad y, en cambio, el alma solo quiere arrojarse en el río, en el océano de la Divinidad, beber de Ella, estar en Ella, sin tener ya sed, porque la Fuente del Agua de la Vida la habrá acogido”.
Hay que tener esta sed para reparar el desamor y la lujuria.
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