DIÁLOGO CON EL SANTO PADRE PÍO DE PIETRELCINA
El Santo Padre Pío de Pietrelcina llama al amor unitivo que tuvo Jesús con Juan Amor de complacencia, y el que tuvo con Judas, lo llama amor de compasión, porque se puede condenar |
Extraordinaria explicación de Jesús sobre el por qué tenemos que amar al prójimo imperfecto, ya se conocía la explicación de que era porque es con amor, como se atrae al pecador, mostrarle odio, solo conseguiría alejarlo más y más de la Salvación eterna. Además otra cosa importantísima que también ya conocíamos, es que perdonar a los que nos ofenden, es condición necesaria y suficiente para conseguir que Dios nos perdone nuestros pecados, es lo que decimos en la oración del Padrenuestro: "Y perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido".
Naturalmente amar al sádico pecador que destroza la vida de un semejante, es cosa imposible, es como decirle a un joven que se quiere casar: "Ama a esa persona", cuando no le gusta, el amor unitivo no se puede obligar. La explicación que tenía yo para ese caso es que hay dos tipos de amores: el unitivo que es el que tuvo Jesús con San Juan y el amor de compasión, que es el que tuvo Jesús con Judas, ese amor tiene más mérito que el primero ya que amar a un traidor es mucho más difícil que amar a un Santo. Todos los predicadores que había oído, y todos los libros que había leído no explicaban esa diferencia tan grande, hasta que leí que el Santo padre Pío de Pietrelcina dijo que hay dos tipos de amor: el unitivo y el compasivo, lo que me dio una gran alegría.
Naturalmente amar al sádico pecador que destroza la vida de un semejante, es cosa imposible, es como decirle a un joven que se quiere casar: "Ama a esa persona", cuando no le gusta, el amor unitivo no se puede obligar. La explicación que tenía yo para ese caso es que hay dos tipos de amores: el unitivo que es el que tuvo Jesús con San Juan y el amor de compasión, que es el que tuvo Jesús con Judas, ese amor tiene más mérito que el primero ya que amar a un traidor es mucho más difícil que amar a un Santo. Todos los predicadores que había oído, y todos los libros que había leído no explicaban esa diferencia tan grande, hasta que leí que el Santo padre Pío de Pietrelcina dijo que hay dos tipos de amor: el unitivo y el compasivo, lo que me dio una gran alegría.
Pero aquí aparece una nueva explicación, que no se conocía: al amar al prójimo imperfecto, con un amor verdadero, que proviene de Dios, se produce en el pecador un especie de trasvase que en cierta manera "limpia" su imagen, para que sea apta para ser considerada por Dios, y para que pueda actuar su Gracia santificante y así, lograr su salvación.
Esto es lo que dijo la Santísima Virgen María a los pastorcillos en Fátima: "¡Cuanta gente se condena porque no hay nadie que rece por ellos!", que es como decir: se condenan porque no hay nadie que los ame, ya que rezar por los pecadores, solo se puede hacer amándoles, no se puede rezar por alguien que se odia .
El amor, es pues la increíble y misteriosa fuerza de Dios Todopoderoso, que es capaz de transformar un alma pecadora, y hacerle aceptable a Dios. Dice Jesús:
Sé un abismo de fuego y un mar de amor en que se hundan las criaturas que son un dolor para Mí, y que Yo ya no las vea, que te vea solamente a ti, y que vea a través de ti, a esas criaturas que, entonces, serán soportables para Mí porqué estarán envueltas en tu fuego y cubiertas con las ondas de tu amor.
Sé un abismo de fuego y un mar de amor en que se hundan las criaturas que son un dolor para Mí, y que Yo ya no las vea, que te vea solamente a ti, y que vea a través de ti, a esas criaturas que, entonces, serán soportables para Mí porqué estarán envueltas en tu fuego y cubiertas con las ondas de tu amor.
De los cuadernos de María Valtorta
(Dictado del 11 de Septiembre de 1.949)
Dice Jesús:-
“Para poder amar a todos tus prójimos, veme en cada uno de ellos”
“¡Es muy difícil que en algunos pueda verte a Ti, que eres verdadera caridad, fiel y constante caridad; a Ti que eres verdad: a Ti que eres justicia, misericordia, paciencia, templanza y todas, todas las virtudes!”
“Es verdad, Demasiado de ellos, aunque sean cristianos exteriormente, son los opuesto, en todo o en parte, de lo que Yo soy. Más tú esfuérzate en verme a Mí en cada uno. Cumple un acto de fe que pueda provocarte un acto de amor hacia los que, en verdad no merecen tu amor. Ámame en su alma. El alma proviene de Dios; por lo tanto proviene, una vez más, de Mí. Al menos por un momento, el alma fue templo del Espíritu de Dios; por lo tanto, tiene aún mi sabor.
La mala voluntad de la criatura, el desprecio hacia el primer mandamiento y por lo tanto, hacia los otros del Decálogo, el vicio que se prefiere a la virtud, el pecado, o mejor, los pecados, siempre han deteriorado y hasta borrado, mancillado y ofuscado la señal divina en los espíritus humanos y a veces, han llegado a anularla. Mas esa señal puede resurgir siempre, porque solo la impenitencia final la borra total e inexorablemente. En ese caso y por la eternidad, Jesús ya no estará en ese espíritu”.
“Más, ¿cómo se puede hacer para creer que Tú estás en las personas (mejor dicho en ciertas personas) si se ve que estas cumplen acciones que Tú condenas, acciones que Tú – que por ser Jesús eres perfectísima Santidad y por ser Verbo, eres infinita Santidad – no habrías cometido nunca cuando eras el Verbo encarnado y vivías entre nosotros?”, le pregunto.
Me responde:
“¡Logras creer que estoy Yo con todo mi cuerpo, mi Sangre, mi Alma y mi Divinidad bajo la apariencia de un puñado de harina reducido a hostia sutil! Pues entonces, cree del mismo modo que estoy oculto bajo la imperfecta materia de muchos.
En algunos, estoy como en un sepulcro…me llevan dentro de ellos pero me llevan muerto, mientras espero resucitar ante un impulso suyo de arrepentimiento y de amor.
En otros estoy escondido precisamente como el Santísimo Sacramento que está en el templo, más no se ve porque está oculto detrás del velo, del oro y la piedra del tabernáculo y dentro del receptáculo metálico de la píxide, oculta a su vez. Más estoy allí, listo para aparecer y donarme, tan pronto como la criatura, fiel y sacerdote al mismo tiempo, empiece el rito de la comunión con su Jesús y amándole, quite todos los obstáculos materiales que me ocultan y apartan del hombre, impidiéndome fundirme con él y vivir en él, vivir en lugar de él, para que su vida sea santa.
En otros estoy como el sol en una estación variable. Sus nubes, las nubes de su inconstancia, son tales que algunas veces Yo brillo en ellos y que otras veces parece que el sol ya no está. Por lo general estos inconstantes no son místicos ni contemplativos ni adoradores que se han formado a través de muchos años de voluntad fiel y de constante elevación, tanto más rápida cuanto más el dolor les oprime, todo el dolor que es la herencia de todos los que me aman y me imitan verdaderamente.
¡Son las paradojas de la vida mística: cuanto más oprime el dolor, tanto más el alma asciende, vuela, se eleva, se une a Mí, que le tiendo los brazos desde el radiante Abismo del Paraíso!
Estos son los …“sentimentales” de la religión, o sea los que, tras una prédica, una ceremonia religiosa, un retiro, una lectura, querrían emular a Pablo en la evangelización de las gentes, a Juan el virgen en la castidad, a Lorenzo en el martirio, a Jerónimo en la penitencia, más, en cuanto pasa la emoción, vuelven a caer en el “goce de la vida”. Quieren convertir en un incendio la débil llama que arde en ellos…y en la llamarada pasajera, forzada que les acomete, terminan por destruir también la débil llama…
Quieren ser atletas, quieren ser los primeros en todas las manifestaciones religiosas, actuar, persuadir, ser baluarte, faro, voz y oprimen y fuerzan tanto que se convierten para los demás en un temible telón a través del cual se me representa como no soy, en una luz engañadora porque me ilumina a Mí e ilumina a la Religión de un modo irreal que desconcierta a las pobres almas (que son las más numerosas, además de muy temerosas). Constituyen así una cadena que asfixia a la Religión, amiga y sostén de los espíritus y la convierte en una némesis armada con flagelos y castigos.
Y oprimen y fuerzan hasta desfallecer y luego yacen agotadas, incapaces de luchar contra Satanás, que espera ese agotamiento para asaltarles y postrarles; o, por pura reacción humana comparable a la que sucede en ciertas máquinas que han sido forzadas en exceso, se destruyen, precipitan en bestiales sensualidades por haber querido convertirse demasiado rápidamente en ángeles sin estar llamados a esa vocación y, sobre todo por haber querido hacerlo por sí mismos, amontonando filacterias y orlas, más olvidándose de que el camino para subir adonde se vuelve ángeles está en el Evangelio vivido.
¡Y es un largo camino! El Evangelio enseña: caridad y renuncia, caridad y sacrificio. He dicho caridad, no limosna, ni a Dios ni al prójimo. ¿Sabes cuándo el hombre da limosnas a Dios? Pues, cuando práctica sus devociones exteriormente en las horas de las devociones y luego, en las restantes se da al mundo. ¿Sabes, en cambio cuando el hombre le da caridad a Dios? Se la da cuando reduce a lo estrictamente necesario las devociones y las plegarias orales y ora y reza con todo si mismo, sin interrupciones, como obré y recé Yo. Y procede lo mismo con el prójimo. Le ama de verdad cuando le da el corazón, no la limosna; cuando le da una ayuda, no una limosna.
¿Y sabes cuando el hombre renuncia de verdad y cumple sacrificios? No lo hace solamente cuando renuncia a platos de carne porque es día de abstinencia; lo hace cuando renuncia sobre todo al apetito de su carne. Y se sacrifica cuando renuncia a su yo para servir a la caridad y la justicia hacia Dios y hacia el prójimo.
Más tú has de verme en todos para acercarte también a los demonios-hombre, a los leprosos-hombre, a los delincuentes-hombre. Y Yo te premiaré por ello viniendo a ti para consolarme de la vida disgustosa de ellos, más repelente que un sepulcro colmo de podredumbre, más triste que una iglesia abandonada, más espantoso que una cueva de ladrones.
Y allí, donde estoy como en un sepulcro, llámame a la resurrección con tu amor seráfico.
Y allí donde estoy escondido en un tabernáculo que han olvidado, requiere al olvidadizo para que honre al Huésped oculto, y hazlo con tu amor intrépido.
Y allí donde Yo, divino Sol, no puedo difundir mis rayos porque las nieblas de la humanidad son tan densas que a menudo me ocultan, disipa con tu amor vigoroso las nieblas enemigas.
¡Amor, María!, se necesita amor. Tú tienes muchísimo amor: todo el que te di y que no has disipado sino que, por el contrario lo has unido al tuyo, que ya era tanto, como la vid al sarmiento se abraza a la cepa. Dona ese amor a tu prójimo. Cuanto más des, más tendrás. Más, que tu amor sea fuerte, que esté libre de debilidades, que hasta sea rudo como una cizalla que corta los zarcillos de los vacíos sentimentalismos, y que sea purificador como un incendio. La llama muda la materia en luz. La llama, al elevarse, eleva hacia lo alto lo que yace en lo bajo. La llama da voz y calor también a las cosas sin voz ni calor.
En verdad, muchos entre los hombres son más mudos que las piedras y más helados que un metal expuesto a la escarcha nocturna. Amales porque no me aman. Que Yo encuentre únicamente en ti el amor que tenía que albergarse en éstos que no aman o que aman mal y sólo a veces.
Sé un abismo de fuego y un mar de amor en que se hundan las criaturas que son un dolor para Mí, y que Yo ya no las vea, que te vea solamente a ti, y que vea a través de ti, a esas criaturas que, entonces, serán soportables para Mí porqué estarán envueltas en tu fuego y cubiertas con las ondas de tu amor.
Las cosas que se echan al fuego se purifican y las que se arrojan al mar se lavan y se salan. Con tu amor por el prójimo, pensando que en dicho amor estoy Yo (todo está en Cristo), purifícalas, lávalas, sálalas, para que nunca más estén sucias, para que nunca más sean inútiles como cosas sin sabor.
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