DE LOS CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA (24-8-1943)
En esta maravillosa flor de la Pasión, se ven las cinco llagas de Cristo, y los tres clavos de las manos y los pies, ella simboliza el Sacrificio de la Cruz, con la irradiación de las gracias que se desprenden de él que es la acción purificadora y redentora del Sacrificio de Jesús, que se expande en todas las direcciones del orbe y que rescata a toda la Humanidad que era esclava de Satán.
Este es el precio del rescate que tuvo que pagar Jesús - por culpa de
la desobediencia de Adán y Eva, al comer del fruto del árbol del conocimiento
del bien y del mal, con la soberbia intención de ser iguales a Dios - para reparar
la ofensa hecha a Dios, y así poder arrancar a la Humanidad de las garras de
Satán, que por ese pecado, suscitado por él, se había adueñado de la Condición
humana. Esta ofensa al Creador, es de una gravedad tal, que solo podía ser
reparada por el mismo Dios, y esto es un razonamiento de Ciencias físicas, ya
que la ley dice que para mover una masa determinada, hay que aplicar una
fuerza proporcional a esa masa, y así, una ofensa hecha a Dios solo puede ser
borrada por el mismo Dios, por una fuerza también divina que es la acción del
Espíritu Santo.
Esta agonía de Jesús, estuvo agravada, como lo narra este relato, por
la certeza de que esta dolorosa Pasión y muerte, iba a ser inútil para millones
de seres, y que además se iba a producir en nuestros tiempos la destrucción espiritual de
más de dos tercios de la humanidad, debido a la soberbia, la ira y la lujuria
de los seres humanos.
Esta amarga realidad, era la que Satán recordaba insistentemente desde
la agonía en el Huerto de los Olivos, que solo podía ser contrarrestada por
Gabriel, el Ángel Consolador, cuando dio de beber a Jesús el Cáliz del recuerdo de la cantidad de almas que serían
salvadas por su tremendo Sacrificio, y que se lo iban a agradecer por toda la
eternidad, con un júbilo indescriptible.
Dice Jesús:
Ánimo, María. Piensa
que sufres los dolores de mi agonía. También Yo tenía muy mal los pulmones y el
diafragma, y cada respiro, cada movimiento, cada latido, era un dolor añadido
al dolor. Y no estaba como tú sobre una cama, sino cargado de un peso y por
calles en cuesta. Y después suspendido, bajo el sol, con tanta fiebre que me
golpeaba en las venas como si fueran infinitos martillos.
Pero no eran estos
los dolores más graves. Lo que me eran más espantosos era la agonía del Corazón
y del Espíritu. Y mucho más tormentosa después, la certeza de que para millones
de hombres, mi sufrimiento era inútil. No obstante, esa certeza no ha
disminuido en un átomo mi voluntad de sufrir por vosotros.
¡Oh! ¡Dulce sufrir,
María porque ofrecido para reparación del Padre y por vuestra salvación! Saber
que aquel signo que había quedado sobre vosotros, ofensa que hubiera sido
eterna, de la raza humana a Dios, era lavada con mi Sangre, y que por morir os
daba de nuevo la Vida. Saber que, pasada la hora de la Justicia, el Amor os hubiera
mirado a través de Mí, inmolado con Amor. Todo esto injertaba una vena de
bálsamo en el océano de la amargura tal que a su lado es poco menos que nada la
mayor de las amarguras padecidas sobre la tierra desde que el hombre existe,
porque sobre Mí, pesaban las culpas de toda una humanidad y la ira divina.
He dicho: “Sed
semejantes a Mi que soy manso y humilde de corazón”. Lo he dicho a todos porque
sabía que en esta imitación estaba la llave de vuestra felicidad sobre esta Tierra
y en el Cielo.
Tenéis todas las
calamidades que tenéis, porque no sois mansos y no sois humildes. Ni en las
familias, ni en vuestras ocupaciones y profesiones, ni en el ámbito más grande
de las Naciones. La soberbia y la ira os dominan y generan tantos de vuestros
delitos.
El tercer agente de
delitos es vuestra lujuria; esto os parece individual, pero este y los dos
primeros implican a muchos, muchos y muchos individuos, continentes enteros,
tales que trastocan la Tierra, solo con haber alcanzado la perfección del mal
en el alma en unos pocos hijos de Satanás, que le obedecen para colmar de
mieses malditas los graneros de su padre.
Y en verdad, os digo que ahora es un momento
en el que, por orden del padre de la mentira, sus hijos siembran entre las almas,
que estaban creadas por Mí y que inútilmente he fertilizado con mi Sangre.
Mieses más abundantes de cuanto pudiera concebir toda diabólica esperanza, y
los Cielos se estremecen por el llanto del Redentor que ve la destrucción de los
dos tercios del mundo de los cristianos. Y decir dos tercios es todavía poco.
He dicho a todos:
“Sed mansos y humildes de corazón para ser semejantes a Mí”. Pero a mis
benditos, amadísimos hijos, a los predilectos de mi corazón, a mis pequeños
redentores, cuyo sacrificio que mana gota a gota da continuidad al fluir del
manantial redentor que brota de mi Cuerpo desangrado, Yo digo, y lo digo
estrechándoles al Corazón y besándolos en la frente: “Sed semejantes a Mí que
fui generoso en el sufrimiento por el gran amor que todo me infundía”.
Más se ama y más se
es generoso, María. Sube. Toca la cumbre. Yo te espero en la cima para llevarte
conmigo al Reino del Amor.
Gloria al Padre; al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio,
ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amen.
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