COMENTARIO SOBRE LOS DONES DEL
ESPÍRITU SANTO
ESPÍRITU SANTO
DE LA EPÍSTOLA DE S. PABLO A LOS CORINTIOS
El Espíritu Santo, reparte a cada uno los dones que cree convenientes para la acción de Dios en su Pueblo, para la Salvación del género humano, y para que pueda florecer en el Pueblo Santo la doctrina salvífica de Cristo Jesús, el Camino, la Verdad y la Vida. Naturalmente, esos dones de Dios solo se reparten a las almas que tienen cierto grado de humildad, o sea de Temor de Dios, sin el cual es imposible que cualquiera reciba don alguno, porque Dios nunca se comunica con los soberbios, aunque sepan griego, hebreo, arameo o latín o que sean profesores de teología y que tengan un doctorado.
Y tanto es así, que una vez recibido el don,
si el alma se vuelve soberbia, es decir si tentada por Satán, pierde la
humildad, esos dones santos y verdaderos, se vuelven impíos y falsos: Eso es lo
que ocurre con los grandes teólogos, que poseían grandes dones de sabiduría,
don de lenguas, discernimiento de los Espíritus, don de profecía, y que
sucumbiendo a las astucias de Satán, han perdido la santa humildad y temor de
Dios, y se rebelan contra la Jerarquía establecida por Dios, y hablan,
predican, profetizan y disciernen falsamente.
Y de la misma manera de que el que es
sumiso y obediente a la Ley, conservando el santo temor de Dios, se transforma
poco a poco en un ser semejante a su Maestro Jesús, amando hasta a sus
enemigos, el que pierde ese santo temor y sucumbe al orgullo, se llena de odio
y de desprecio hacia el prójimo, semejante a su maestro Satanás. Y de ahí nacen
la gran variedad de sectas Religiosas, de Iglesias desgajadas del tronco de la
Iglesia católica, y si se analizan detenidamente las causas de estas
escisiones, siempre observaremos que inicialmente, un posible pecado de alguna
Jerarquía de la Iglesia Católica que es
Santa y sana en su doctrina, pero que está constituida por hombres pecadores, y
no por ángeles, es lo que ha propiciado esta escisión en la Iglesia de Cristo.
El mecanismo, auspiciado por
Satanás es siempre el mismo, como lo explica San Juan de la Cruz, el enemigo
introduce primero la aguja de la verdad, que es un fallo de la Iglesia, para
luego poder introducir el hilo de la mentira, que se produce siempre porque la
promesa de Cristo “Las puertas del Infierno no prevalecerán”, no se aplica a
las ramas desprendidas de la cepa de Cristo.
Por esta razón podemos decir que
las únicas Iglesias fundadas por Cristo son la Iglesia Católica, y la Iglesia Ortodoxa, que no han sido fundadas por seres humanos, y que todas las iglesias
que están fundadas por personajes más o menos variopintos, se han desprendido
del tronco principal. Es el caso de los Luteranos, los Calvinistas, los
Erasmistas, los Baptistas, los Anglicanos (fundados por un sádico criminal),
más recientemente los Santos de los últimos días, los Testigos de Jehová, los
Mormones y un sin fin de sectas que sería largo enumerar.
No llego a comprender como aún no
existe una unión perfecta de las Iglesias Católicas Romanas y Ortodoxas, no
existe del punto de vista doctrinal, que es lo más importante, diferencia alguna
entre las dos confesiones, y esa es la prueba que ambas son una misma Iglesia
de Cristo. Solo falta un poco de buena voluntad de ambas partes:
¿Qué perdería la Iglesia Romana?
¡Absolutamente nada!, seguiría con el mismo poder que detenta en la actualidad,
y además compartiría con la Iglesia ortodoxa la unidad de las dos partes más
importantes y auténticas del Cristianismo.
Lo mismo ocurriría para la
Iglesia Ortodoxa, solo tendría que reconocer que la Iglesia Católica era
anterior a la Iglesia Ortodoxa, como lo enseña la historia, y que la sangre de
los primeros mártires, que es la base y el fundamento de la fe, se ha vertido primero en el Coliseo Romano.
El Patriarca Ortodoxo y el Santo
Padre seguirían ostentando los mismos poderes, y en cuestión de Doctrina, sobre
todo en los temas más transcendentales, no habría desavenencia alguna, ya que
el Espíritu Santo que los ilumina es el mismo en ambas confesiones. Se
volverían entonces a unir la Iglesia de Roma y la de Constantinopla, como
así lo estaban en los inicios.
INVENTARIO DE LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
(1 Cor 12-1,11)
“En cuanto a los dones del
Espíritu, no quiero, hermanos que sigáis en la ignorancia. Como sabéis, cuando
no erais Cristianos, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos.
Por eso os hago saber, que nadie que hable movido por el Espíritu de Dios puede
decir: “maldito sea Jesús”, como tampoco puede decir: "Jesús es el Señor”, si no
está movido por el Espíritu Santo.
Hay diversidad de carismas, pero
el espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el
mismo. Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa
todas las cosas en todos. A cada cual se le concede la manifestación del
Espíritu para el bien de todos. Porque a uno el Espíritu lo capacita para hablar
con sabiduría, mientras a otro el mismo Espíritu le otorga un profundo
conocimiento. Este mismo Espíritu concede a uno el don de la fe, a otro el
carisma de curar enfermedades, a otro el poder de realizar milagros, a otro el
poder de hablar en nombre de Dios, a otro el distinguir entre espíritus falsos
y verdaderos, a otro el poder hablar en un lenguaje misterioso, y a otro en
fin, el don de interpretar ese lenguaje. Todo esto lo hace el mismo y único
Espíritu, que reparte a cada uno dones como él quiere.”
LA IMPORTANCIA DE LOS DONES (1 Cor 13-27, 30)
Ahora bien, vosotros formáis el
Cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro. Y Dios ha asignado a
cada uno un puesto en la Iglesia: primero están los Apóstoles, después los que
hablan en nombre de Dios, a continuación los encargados de enseñar, luego
vienen los que tienen el don de hacer milagros, de curar enfermedades, de
asistir a los necesitados, de dirigir la comunidad, de hablar un lenguaje
misterioso.
¿Son todos Apóstoles? ¿Hablan
todos en nombre de Dios? ¿Enseñan todos? ¿Tienen todos el poder de hacer
milagros, o el don de curar enfermedades? ¿Hablan todos un lenguaje misterioso
o pueden todos interpretar ese lenguaje?
En todo caso, aspirad a los
carismas más valiosos. Pero aún os voy a mostrar un camino que los supera a
todos.
EL LENGUAJE DE DIOS
Aunque hablara las lenguas de los
hombres y de los ángeles, si no tengo amor soy como campana que suena o címbalo
que retiñe. Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera
todos los misterios y toda la Ciencia y aunque mi fe fuera tan grande como para
trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Y aunque repartiera todos mis
bienes a los pobres y entregase mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada
me sirve.
El amor es paciente y bondadoso
No tiene envidia
ni orgullo, ni jactancia.
No es grosero ni egoísta;
no se irrita, ni lleva cuentas del mal;
no se alegra de la injusticia,
sinó que encuentra su alegría en la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree,
Todo lo espera, todo lo aguanta.
El amor no pasa jamás. Desaparecerá
el don de hablar en nombre de Dios, cesará el don de hablar en un lenguaje
misterioso, y desaparecerá también el don del conocimiento profundo. Porque
ahora nuestro saber es imperfecto, como también es imperfecta nuestra capacidad
de hablar en nombre de Dios; pero cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo
imperfecto. Cuando yo era niño, hablaba como niño, razonaba como niño; al
hacerme hombre, he dejado las cosas de niño. Ahora vemos por medio de un espejo
y oscuramente, entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente,
entonces conoceré como Dios mismo me conoce.
Ahora subsisten esas tres cosas : la fe, la esperanza, el amor, pero la
más excelente de todas es el amor.
LA EXCELENCIA DEL QUE HABLA EN
NOMBRE DE DIOS
NOMBRE DE DIOS
(1 Cor 14-1, 25)
Buscad pues el amor. En cuanto a
los demás dones, aspirad sobre todo al de hablar en nombre de Dios. Y es que
quien posee el don de expresarse en un lenguaje misterioso no habla a los
hombres, sino a Dios, pues movido por el Espíritu dice cosas misteriosas que
nadie entiende. Pero el que habla en nombre de Dios, habla a los hombres, los
ayuda espiritualmente, los anima y los consuela. El que se expresa en lenguaje
misterioso se ayuda a si mismo; en cambio, el que habla en nombre de Dios,
contribuye al bien de la Iglesia.
Desearía que todos vosotros
tuvieseis el don de expresaros en ese lenguaje misterioso, pero prefiero que
tengáis el don de hablar en nombre de Dios, pues para el bien de la Iglesia es
más útil el que transmite mensajes en nombre de Dios, que quien habla un
lenguaje misterioso, a no ser que también interprete ese mensaje.
Supongamos por ejemplo, hermanos
que yo fuera a vosotros hablándoos en un lenguaje misterioso, ¿De qué os
aprovecharía si mi lenguaje no os proporcionase alguna revelación, algún
conocimiento, algún mensaje o alguna enseñanza? (…)
Así también vosotros, si habláis
un mensaje misterioso y no pronunciáis palabras inteligibles, ¿Cómo se
entenderá lo que decís? ¡Estaréis hablando a las paredes! (…)
Yo doy gracias a Dios porque hablo ese lenguaje misterioso más y mejor
que todos vosotros. Pero en la asamblea prefiero hablar cinco palabras
inteligibles e instructivas, a diez mil en un lenguaje ininteligible. (…)
Así pues, el don de expresarse en un lenguaje misterioso tiene carácter
de signo, no para los creyentes, sino para los que no creen. En cambio el don
de hablar en nombre de Dios no es para los que no creen sino para los
creyentes. Por tanto, si reunida la asamblea, entra un iniciado o uno que no
cree y todos se están expresando en ese lenguaje misterioso ¿No dirán que
estáis locos? Pero si todos están hablando en nombre de Dios y entra ese
iniciado y ese que no cree, entre todos les harán recapacitar y reconocer sus
pecados, quedando de manifiesto los secretos de su corazón. Caerá entonces de
rodillas, adorará a Dios y proclamará que Dios está realmente entre vosotros.”
Y aquí están las palabras irrefutables de San Pablo, el gran Apóstol
que es el faro de la Iglesia de Dios. Según S. Juan de la Cruz, San Pablo y
Moisés son los únicos que han tenido el privilegio de ver a Dios con sus ojos
mortales, a pesar de lo que afirmaba el Antiguo testamento: "No puede verme ser
humano sin morir”, ya que la visión inefable de la Divinidad es de un esplendor
y de un fulgor tal, que el cuerpo material se “fundiría”, por eso, dice S. Juan
de la Cruz, que para entrever esa visión, Dios tuvo que amparar con su "Brazo izquierdo" la debilidad del cuerpo material.
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