el Alfa y el Omega de la "Nueva Evangelización" |
Maravillosa introducción en la vida pública
de Jesús, en donde se pone de manifiesto que el ser humano está de paso en este
mundo, y que su verdadero destino está en la Vida Eterna. Se pone de relieve el
destino final del Hombre que es la Salvación eterna, o la segunda muerte, que
es la condena y el tormento eternos.
Y aquí está reflejada como tiene que ser la
predicación, en este tiempo que tanto se habla de la nueva Evangelización: Lo
que nos estamos jugando: La Vida Eterna, que es la suprema felicidad, para lo
cual tenemos que escoger el camino estrecho “pisoteando el sentido y las
pasiones, para gozar la libertad de los Hijos de Dios”, o dar rienda suerte a
nuestros apetitos, cogiendo el camino ancho de la perdición, que conduce a la
muerte eterna, que es el horrible reino de Satanás.
La teología moderna actual que llaman
“teología de la secularización o de la desacralización”, no quiere hacer
alusión a esos dos tipos de Camino, y muchos se creen que todos somos hijos de
Dios, y que por el Sacrificio de Cristo estamos todos salvados, cuando la
filiación espiritual de Hijos de Dios se obtiene por la fidelidad a los
mandamientos de la Ley, el amor incondicional a Jesús el Supremo Redentor
y el reconocimiento de nuestros pecados
que nos hacen pedir a Dios “Piedad y misericordia”.
Solo la Santidad, o por lo menos el deseo
profundo de poseerla, y la lucha continua y perseverante para alcanzarla, con
la oración de súplica y el espíritu contrito por haber desagradado a Dios por
el pecado, y la ayuda de Dios a través de los Sacramentos, nos puede conseguir la
filiación divina.
DEL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO DE
MARÍA VALTORTA
Comienzo de la Vida en común. Discurso de apertura de Jesús
Dice Jesús:
[...] “Paz a vosotros que buscáis la Palabra”,
comienza Jesús. Y va hasta el fondo del porche, dejando a sus espaldas la tapia
de la casa. Habla lentamente al grupo de unas veinte personas que están, con el
calorcillo de un solecillo de Noviembre, sentadas en el suelo o apoyadas en los
soportes.
“El hombre cae
en un error al considerar la vida y la muerte, y al aplicar estos dos nombres:
Llama “vida” al tiempo en que, dado a luz por la madre, comienza a respirar, a
nutrirse, a moverse, a pensar, a obrar; y llama “muerte” al momento en que cesa
de respirar, comer, moverse, pensar, obrar, viniendo a ser un despojo frío e
insensible, preparado para entrar en un seno: el de un sepulcro. Pero no es
así. Yo quiero haceros entender la “vida”, indicaros las obras aptas para la
vida.
Vida no es
existencia. Existencia no es vida. Existe esta parra que se entrelaza con estos
soportes, pero no tiene la vida de que Yo hablo. Existe también aquella oveja
que bala, atada a aquel árbol lejano, pero no tiene la vida de que Yo hablo. La vida de que Yo hablo no empieza con la existencia ni termina cuando la carne
llega a su fin.
¡La vida de la cual Yo hablo tiene su
principio no en un seno materno; tiene su principio cuando el pensamiento de
Dios crea un alma para habitar en una carne; termina cuando el pecado la mata!
Sin ella, el
hombre no sería sino una semilla que crece, semilla de carne en vez de ser de
gluten o de pulpa como la de los cereales o de la fruta. Sin ella no sería sino
un animal en estado de formación, un embrión de animal no distinto del que
ahora está creciendo en el seno de aquella oveja. Pero, dado que en esta
concepción humana se infunde esta parte incorpórea (y que no obstante es la más
potente con su incorporeidad sublimadora), entonces el embrión animal no solo
existe como corazón que palpita, sino que “vive” según el Pensamiento creador,
y es el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, el hijo de Dios, el
ciudadano futuro del Cielo.
Pero esto se
produce si la vida dura. El hombre puede existir teniendo imagen de hombre,
pero habiendo dejado de ser hombre, siendo un sepulcro en que se pudre la vida.
Se comprende entonces que Yo diga: “La vida no comienza con la existencia y no
termina cuando la carne llega a su fin”. La vida comienza antes del nacimiento.
La vida luego no tiene fin, porque el alma no muere, o sea, no se anula.
Muere a su destino beato cuando muere a la
Gracia. Esta vida, alcanzada por una gangrena cual es la muerte a su destino,
dura por los siglos de los siglos en la condena y en el tormento. Si, por el
contrario, esta vida se conserva como tal, llega a la perfección del vivir y se
hace eterna, perfecta, beata como su Creador.
¿Tenemos
deberes respecto a la vida? Si. La vida es un don de Dios. Todo don de Dios ha
de usarse y conservarse con cuidado, porque es algo tan santo como el Dador.
¿Maltrataríais vosotros el don de un Rey? No. Pasa a los herederos, y a los
herederos de los herederos, como gloria de la familia. Y entonces, ¿Por qué
hacerlo con el don de Dios? Pero ¿Cómo se usa y conserva este don divino? ¿Cómo
mantener en vida la paradisíaca flor del alma, conservándola así para los
Cielos? ¿Cómo obtener el “vivir” por encima y más allá de la existencia?
Israel dispone
de leyes claras al respecto y no se tiene más que observarlas. Israel dispone
de profetas y justos, los cuales dan el ejemplo y la palabra para practicar las
leyes. Y ahora Israel dispone de santos. No puede, no debería errar por tanto
Israel. Pero Yo veo manchas en los corazones y espíritus muertos pulular por
todas partes. Entonces os digo: “Haced penitencia; Abrid el corazón a la Palabra;
poned en práctica la Ley inmutable, infundid nueva savia a la exhausta “vida”
que está languideciendo en vosotros; si ya está muerta, acercaos a la Vida
verdadera, A Dios. Llorad vuestras culpas, Gritad: “¡Piedad!”…Y, en cualquier
caso, renaced. No seáis muertos en vida para no ser más tarde eternos penantes.
Yo no os voy a hablar más que del modo de alcanzar la Vida o de conservarla.
Otro os ha
dicho: “Haced Penitencia. Purificaros del fuego impuro de las lujurias, del
fango de las culpas”. Yo os digo: Pobres amigos, examinemos juntos la Ley.
Oigamos en ella de nuevo la Voz paterna del Dios verdadero. Y luego, juntos
oremos al Eterno diciendo: “Descienda tu Misericordia sobre nuestros
corazones”.
Es el tiempo
del sombrío invierno. Pero dentro de poco vendrá la primavera. Un espíritu muerto
es más triste que un bosque pelado por el hielo. Pero si la humildad, la
voluntad, la penitencia y la fe penetran en vosotros, la vida volverá en
vosotros como un bosque en primavera, y le floreceréis a Dios para, mañana (el
mañana de los siglos y siglos) dar perenne fruta de vida eterna.
¡Acercaos a la
Vida! Dejad de existir solamente y empezad a “vivir”. La muerte no será
entonces “fin”, sino que será principio. El principio de un día sin ocaso, de
una alegría sin cansancio y sin medida. La muerte será el triunfo de aquello
que vivió antes de la carne y triunfo de la misma carne, que será llamada a la
resurrección eterna, a coparticipar de esta Vida que Yo prometo en el nombre
del Dios Verdadero a todos aquellos que
hayan “querido” la “vida” para su alma, pisando el sentido y las pasiones para
gozar de la libertad de los Hijos de Dios.
Idos, pues.
Todos los días a esta hora os hablaré de la eterna Verdad. El Señor esté con
vosotros”.
La gente
despeja el lugar, lentamente, haciendo muchos comentarios. Jesús vuelve a la
solitaria casita y todo termina.
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