LA GRANDEZA DE LA MISERICORDIA
DE DIOS CON LOS PECADORES ARREPENTIDOS
Siempre me ha admirado la sublime
Misericordia y perdón de Dios, en lo que se refiere al pecado, por horrible que
sea, siempre que exista el sincero arrepentimiento, y es una maravilla tan
grande que se asemeja a la Resurrección
de un cuerpo muerto y putrefacto como así lo estaba, en el caso de la resurrección
de Lázaro.
Esta
Misericordia, que es el perdón de los pecados, es de una grandeza tan grande,
que Satán, el eterno enemigo de Dios, conocedor de la importancia del
Sacramento de la Penitencia, lucha incansablemente para inculcar en las almas
la convicción de que el pecado cometido nunca será olvidado por Dios, para así
entorpecer la acción de la Gracia, que para que tenga efecto, tiene que
producirse en un corazón semejante al de un niño, que confía ciegamente en el
amor y cariño de su Padre.
Satán sabe que un corazón que desconfía de Dios es un obstáculo para la acción de la Gracia, y puede con su acción, aislar poco a poco el alma de Dios, algo así como cuando una fiera ataca a una cría de búfalo, para así poder evitar el enfrentamiento directo con la madre y así poder devorarla.
Satán sabe que un corazón que desconfía de Dios es un obstáculo para la acción de la Gracia, y puede con su acción, aislar poco a poco el alma de Dios, algo así como cuando una fiera ataca a una cría de búfalo, para así poder evitar el enfrentamiento directo con la madre y así poder devorarla.
Porque ese es lo que busca incansablemente
Satanás: apartar el alma de Dios para poder apoderarse de ella y arrancársela,
alejándola de su protección que es su divina Gracia.
Y en eso consiste su labor y el de sus
siniestros ministros: intentar crear los escrúpulos en todas las almas, haciéndoles creer que están
desahuciadas por Dios, y así llevarlas a la desesperación, porque les ha
pintado a Dios como un verdugo que los tiene condenados, y llevándolos cuando
puede al suicidio y al odio no solo hacia Dios, pero también hacia sus
hermanos, porque si es verdad lo que dice San Pablo, que el que dice que ama a
Dios que no ve, y que dice que no ama al prójimo que ve, es un embustero,
también es verdad que el que no ama a Dios que no ve, también aborrece al
prójimo que ve.
Y
a ese respecto, recuerdo siempre un relato que me dejó la “carne de gallina”, y
que cada vez que lo recuerdo, tengo dificultad en contener las lágrimas.
Una
persona decía que veía y hablaba con el Sagrado Corazón de Jesús, una amiga
suya completamente incrédula le dijo:
-“Vamos a ver si es verdad: ayer me confesé de un grave pecado, pregúntale al Sagrado Corazón de Jesús cual ha sido ese pecado, si me lo dices creeré que ves y hablas con Dios.
-“Vamos a ver si es verdad: ayer me confesé de un grave pecado, pregúntale al Sagrado Corazón de Jesús cual ha sido ese pecado, si me lo dices creeré que ves y hablas con Dios.
-“Muy
bien, cuando lo vea le preguntaré”
Al
cabo de algún tiempo, la amiga le preguntó:
-“¿Que
te ha dicho el Sagrado corazón acerca de mi pecado?”
-“¡Me
ha dicho que no se acuerda de nada!”
Estoy convencido que si esa persona hubiera confesado ese grave pecado sin arrepentimiento o con odio y rencor hacia otra persona, el Sagrado corazón de Jesús le hubiera dicho a la vidente, con todos los detalles cual había sido ese pecado tan grave, pero quizá no le hubiera dicho el por qué no le había perdonado: Es el pecado contra el Espíritu Santo, que no se puede perdonar sencillamente porque la persona que lo comete no es capaz de perdonar a los demás. O también lo que ocurría con los Fariseos del tiempo de Jesús que veían milagros de Misericordia de Jesús y decían que lo hacía con el poder de Satanás.
Y aquí hay que recordar la famosa Parábola
de Jesús sobre la persona a la cual un acreedor le había perdonado una deuda
fabulosa, era un deudor suyo, que no tenía con que pagar, pero esa persona a
su vez no perdonó una pequeña deuda a uno de sus deudores, lo que provocó la
condena del acreedor que le hizo devolver hasta el último céntimo de su deuda.
Y los comentarios de S. Juan de la Cruz
sobre el perdón de Dios a los pecadores en el Cántico espiritual (C 33,1)
“Para
más inteligencia de lo dicho y de lo que sigue es de saber que la mirada de
Dios cuatro bienes hace en el alma, es a saber: limpiarla, agraciarla,
enriquecerla y alumbrarla, así como el sol cuando envía sus rayos, que enjuga y
calienta y hermosea y resplandece. Y después que Dios pone en el alma estos
tres bienes postreros, por cuanto por ellos le es el alma muy agradable, nunca
más se acuerda de la fealdad y del pecado que antes tenía, según lo dice por
Ezequiel (18, 22); y así habiéndole quitado una vez ese pecado y fealdad, nunca
más le da en cara por ella, ni por eso le deja de hacer más mercedes, pues que Él no juzga dos veces una cosa (Nab 1, 9).
Pero
aún que Dios se olvide de la maldad y pecado después de perdonado una vez, no
por eso le conviene al alma echar en olvido sus pecados primeros, diciendo el
Sabio: Del pecado perdonado no quieras
estar sin miedo (Eccli 5,5). Y eso
por tres cosas: la primera, por tener siempre ocasión de no presumir; la
segunda, para tener materia de siempre agradecer; la tercera, para que le sirva
de más confiar para más recibir, porque si, estando en pecado, recibió de Dios
tanto bien, puesta en amor Dios y fuera de pecado, ¿Cuánto mayores mercedes
podrá esperar?
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