El Rey Henri III |
Extraordinario relato del Reinado de Henri III de Francia, de tendencias homosexuales, rodeado por los famosas "mignons", (mignon, palabra que ha quedado en el vocabulario francés y que significa bonito), relatado por el historiador francés André Castelot, en donde se ve con todo detalle la lucha encarnizada entre los hugonotes Protestantes y la liga Católica, cuyo representante era el famoso Duque de Guise, vilmente asesinado por el Rey, en una emboscada en su propio palacio, crimen que el Rey pagó, cuando intentaba entrar en París, tomada por la liga católica, un fraile dominico le entregó un documento, y aprovechó esa ocasión para acuchillarle.
Como dijo el famoso escritor francés Voltaire, anticlerical convencido, la Inquisición española evitó las terribles guerras de Religión como la masacre de la Saint Barthelemy en Francia.
Hoy día es imposible una Inquisición como en el pasado, para evitar tantos desmanes de muchos que se llaman católicos, y que predican solo con la palabra, pero llevan una vida disoluta, sería necesario que se apartara de la viña todas las ramas gangrenadas, como ya se está haciendo, aunque tarde, con los casos de pederastia, pero que no se hace con toda una serie de supuestos "teólogos", que son los abanderados de una nueva teología de la secularizacion, que se oponen abiertamente al sucesor de Cristo, que quieren renegar de la tradición de los Santos Padres, o que predican al "dios caramelo", insensible al pecado y a las aberraciones humanas.
Siguen predicando puna doctrina "descafeinada", diciendo que Dios perdona absolutamente a todo el mundo, sin especificar que tiene que haber primero un profundo arrepentimiento proporcional a la culpa, como en el caso del hijo pródigo y además una lucha constante y penosa contra el pecado y el vicio, ya que los que quieren seguir la Sagrada Doctrina de Cristo, tienen a la fuerza de enfrentarse abiertamente contra Satanás, el cual se interpone siempre, y que saldrá al encuentro de los que intentan seguir por la senda estrecha que conduce a la Vida Eterna.
He puesto intencionadamente en negrita en el relato, lo que dice el Rey, que había preparado en su residencia una emboscada para asesinar a su primo el Duque de Guise.
[...] Acaso ¿Puede llegar Vd. a creer que tengo una alma tan dañina para que pueda llegar a conspirar en contra suyo? Bien al contrario, os declaro que a nadie en mi Reino, he llegado a amar tanto como a Vos, y que a nadie le debo tanto, y así lo haré saber dentro de poco.
Guise lo observa algo escéptico. El Rey presiente que hay que ir aún más lejos. Con lágrimas que le apagan la voz, exclama:
Como dijo el famoso escritor francés Voltaire, anticlerical convencido, la Inquisición española evitó las terribles guerras de Religión como la masacre de la Saint Barthelemy en Francia.
Hoy día es imposible una Inquisición como en el pasado, para evitar tantos desmanes de muchos que se llaman católicos, y que predican solo con la palabra, pero llevan una vida disoluta, sería necesario que se apartara de la viña todas las ramas gangrenadas, como ya se está haciendo, aunque tarde, con los casos de pederastia, pero que no se hace con toda una serie de supuestos "teólogos", que son los abanderados de una nueva teología de la secularizacion, que se oponen abiertamente al sucesor de Cristo, que quieren renegar de la tradición de los Santos Padres, o que predican al "dios caramelo", insensible al pecado y a las aberraciones humanas.
Siguen predicando puna doctrina "descafeinada", diciendo que Dios perdona absolutamente a todo el mundo, sin especificar que tiene que haber primero un profundo arrepentimiento proporcional a la culpa, como en el caso del hijo pródigo y además una lucha constante y penosa contra el pecado y el vicio, ya que los que quieren seguir la Sagrada Doctrina de Cristo, tienen a la fuerza de enfrentarse abiertamente contra Satanás, el cual se interpone siempre, y que saldrá al encuentro de los que intentan seguir por la senda estrecha que conduce a la Vida Eterna.
He puesto intencionadamente en negrita en el relato, lo que dice el Rey, que había preparado en su residencia una emboscada para asesinar a su primo el Duque de Guise.
[...] Acaso ¿Puede llegar Vd. a creer que tengo una alma tan dañina para que pueda llegar a conspirar en contra suyo? Bien al contrario, os declaro que a nadie en mi Reino, he llegado a amar tanto como a Vos, y que a nadie le debo tanto, y así lo haré saber dentro de poco.
Guise lo observa algo escéptico. El Rey presiente que hay que ir aún más lejos. Con lágrimas que le apagan la voz, exclama:
-Todo lo que os he dicho lo digo con gran juramento. Lo juro por el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo que voy a recibir dentro de poco, en la misa.
¡El Rey se desquitará más tarde con una buena confesión!...
Y es que aún hoy hay mucha gente se cree, que con la confesión, se borran todos los pecados, aunque no exista arrepentimiento, es una creencia absurda.
Muchos Santos como el Santo Cura de Ars y el Padre San Pio de Pietrelcina, que tenían el don de discernimiento de los espíritus, negaban la absolución a muchos, porque no apreciaban el arrepentimiento necesario para merecerla.
Y es que aún hoy hay mucha gente se cree, que con la confesión, se borran todos los pecados, aunque no exista arrepentimiento, es una creencia absurda.
Muchos Santos como el Santo Cura de Ars y el Padre San Pio de Pietrelcina, que tenían el don de discernimiento de los espíritus, negaban la absolución a muchos, porque no apreciaban el arrepentimiento necesario para merecerla.
HENRI III Y PARIS
De la jornada de las barricadas…
…Al cuchillo de Jacques Clément
Paris se burla de Henri. Paris lo
odia, Paris lo amenaza, pero se olvida que ese rey graso, erizado de plumas de
egretas, que se asemeja hoy a un anciano listo para ser tonsurado es capaz de
montar a caballo y de transformarse en un guerrero de treinta y siete años.
Haciendo como si solo tuviera un solo deseo en la vida: tirar al aire la bola
de madera inventada por el carpintero de Paris, llamado Boquet, sufre “mil agonías” al
ver el odio ciego de Paris y la triste situación de su Reino desmembrado por la
guerra de religión fraticida.
¡Como odia Paris! ¡Y sin embargo, como
la amó! Durante tantos años ha estado como en su casa en las calles de su
capital. ¿Cuantas veces no lo vieron los parisinos en el carnaval corriendo “a
rienda suelta” y divertirse con los burgueses? ¿Acaso no lo vieron también,
arrepentido, en procesión con los penitentes, vestido del hábito de tela de
Holanda, con cinturón de cuerda donde colgaba la disciplina? ¿Acaso no lo
vieron recién casado, feliz, paseando por las calles con su mujer, la rubia,
dulce y humilde reina Louise de Lorraine, toda maravillada de haber sido
escogida para reinar al lado del hombre que ama? Emocionado por ese amor, había
querido hacerle visitar Paris.
¿No era acaso la cosa más hermosa de su Reino que quería ofrecerle? No le había ocultado nada, ni las más altas torres redondas dela Bastilla ,
ni las ciento cuarenta tiendas, los títeres y los que se dedican a mostrar
animales y la feria de Saint-Germain. Además la feria era para él el lugar
adonde le gustaba más perderse, a pesar de las bromas y de las burlas de los
escolares. Estos no habían tenido temor alguno, un día que se paseaba con sus
favoritos afeminados, apodados “Mignons”,
mostrarle grandes fresas de papel plegado y de hacer un coro alrededor
del rey, gritando “¡Adelante con las fresas, ya conocemos la ternera!”
¿No era acaso la cosa más hermosa de su Reino que quería ofrecerle? No le había ocultado nada, ni las más altas torres redondas de
Henri odiaba sobre todo a Paris por burlarse
de sus queridos amigos, “esas flores de muguete rizados, rimados, coloreados,
espolvoreados con polvos violáceos, de perfumes olorosos”. Paris se olvidaba de
que esos Mignons eran también recios espadachines, mostrando un total desprecio
a su vida – y a las de los demás – cuando había que luchar para su rey. Henri
en esas horas sombrías de 1.588 estando agonizando la realeza, necesitaba de
los mejores de entre ellos: Quelus y Maugeron que los puñales de los
partidarios del duque de Guise habían clavado hace diez años en la arena del
mercado de caballos, en el lugar del castillo des Tournelles.
El mismo día que el rey había
enterrado a sus dos amigos en la iglesia de Saint-Paul, el sábado 31 de Mayo de
1.578, tuvo que colocar la primera piedra del Pont-neuf, el primer puente de
Paris encima del cual no se construirán casas. Vestido enteramente de negro, la
espada de duelo a su costado, con perlas de plomo a sus orejas, el rosario con
calavera en la mano, había atravesado el río en barca, bajo una copiosa lluvia.
Henri lloraba. Grandes lágrimas corrían por su cara mientras que, paleta de
plata en la mano, sellaba la piedra grabada con sus armas y las de la ciudad. Y
Paris se había reído de su pena, bautizando la futura vía “el puente de los llantos” y afirmando, encogiéndose de hombros,
que era una locura construir un puente “ en ese lugar”…¡Casi en pleno campo!
¡Solo a algunos insensatos del lugar podía ocurrirle edificar del lado del Prè
aux Clercs!
Paris se había también destornillado
al ver las lágrimas que el rey había derramado para otro de sus amigos:
Saint-Magrin que los Guisardos – ¡otra vez ellos!- habían traspasado de treinta
y tres espadazazos, casi enfrente al Louvre, en la esquina de la calle
Saint-Honoré. No importándole lo que dirán. Henri III había mandado levantar,
en memoria de las víctimas tres estatuas de mármol – lo que había permitido a
los parisinos poder afirmar, señalando a los favoritos que quedaban:
“¡Los haremos de mármol como a los
demás!”
Hoy se rebaja el rey más que nunca,
Todo son burlas y narigotadas.
¡Henri por la gracia de su madre,
bromean sin descanso los parisinos, cierto rey de Francia y de la imaginaria
Polonia, portero del Louvre, registrador de Saint-Germain-l´Auxerrois y de
todas las iglesias de Paris!
¿Portero del Louvre? ¡Ya veremos! Y
Henri ante esa maldita liga – ese estado en el Estado – trata de defenderse.
Como así lo hará más tarde Louis XVI, la víspera de la toma de la Bastilla , llama a Paris a
sus tropas que le son fieles. Pero las cosas se torcerán tanto para uno como
para el otro rey…
Dos mil gardes-françaises y cuatro
mil suizos van a acampar en el barrio Saint-Denis. Si Paris se mueve, ¡Si Paris
quiere obligar al Rey a que ordene un nuevo masacre de los parpaillots, el rey
hará entrar a sus tropas en la ciudad!
Afortunadamente, el duque de Guise no
se encuentra ahí. Viene de triunfar sobre los traidores alemanes y Henri III le
niega la entrada en la capital. Su sola presencia envenenaría la situación y
llevaría a los parisinos a los extremos…
Pero el rey de Paris va a desafiar
al rey de Francia.
El Lunes 9 de mayo, hacia las doce y
media, se abre la puerta de la estancia real. Es un compañero fiel.
-¡Monsieur de Guise ha llegado!
El Rey - con un gesto habitual –
recorre su rostro con sus largas manos blancas y casi llega a gritar:
-¿Se ha atrevido? ¡Por Dios vivo,
morirá por eso!
Hace media hora, a pesar de las
órdenes del rey, el duque penetró en Paris por la puerta de Saint-Martín. Solo
entraron con él ocho gentilhombres, pero se le ha reconocido y muy pronto
treinta mil parisinos, locos de alegría, le acompañan por las calles. ¡Se pelean
para tocarle la ropa y las botas! “Francia estaba loca por ese hombre, decía un
cronista, ya que “enamorada era decir poco.”
Así aclamado, adulado, incensado
el duque llega a casa de Catherine de Medicis, a su mansión de Soissons. La
gota, el reuma y un catarro crónico han aplastado el cuerpo de la viuda de
Henri II. La edad ha cargado y empastado sus rasgos. ¡Ha trabajado tanto con
cuatro hijos pequeños y con un reino en sus brazos! Hoy es solo una figura a la
sombra del trono, pero cree poder siempre tender su telaraña. Es ella que le
pidió al Balafré de entrar y de venir a verla. Se levanta, pide su litera y
acompaña al duque de Guise a la casa del Rey.
-No me da miedo, decía,
refiriéndose al Guisardo; ¡lo conozco muy bien es demasiado miedoso!
Madame Catherine se equivoca:
“Nunca hubo miedosos en esa valiente raza”, decía Montluc.
A penas el Loreno entra en la
habitación, que Henri, los ojos alterados, el rostro descompuesto, le dice:
- ¿Por qué ha venido?
Con esos modales, la conversación
no puede llegar a buen término. Toda reconciliación está dirigida al fracaso.
El Rey quiere primero, mandar matar al rebelde por los córcegos de Monsieur de Ornano, pero desiste de ello acordándose
lo que sería el asalto popular al Louvre y prefiere hacer proclamar una llamada
a las armas.
El 12 de Mayo, los parisinos son
despertados al alba por las flautas y los tamborines de los Suizos que entran
en la ciudad como victoriosos. Los gardes-françaises desfilan detrás de sus
compañeros, con las mechas de sus arcabuces encendidas. En la puerta
Saint-Honoré, el rey radiante de alegría, acoge personalmente a sus tropas y
los emplaza en lugares estratégicos: Los puentes, el cementerio des Innocents,
la plaza de Grève y la isla de la
Ciudad.
¡Paris, que no se encuentra
amordazada, parece enseguida una ciudad sitiada! Ninguna tienda abre sus
puertas. Por todas partes se oyen gritos: “¡Alarma! ¡Alarma!” Los burgueses
abandonan apresuradamente sus casas, se reúnen ante el cuerpo de guardia de
vigía y se acaloran entre ellos. Con toda seguridad, se rumorea y luego se
proclama: ya que las tropas reales ocupan Paris, “el hermano Henri” ¡ha
decidido asesinar a los jefes de la
Liga !
¡Es la Saint Barthélemy de los católicos
que se está preparando!
Las campanas suenan a rebato en
todos los campanarios de la ciudad, y por la primera vez en la historia de
Paris, cada cincuenta pasos, las calles estrechas se bloquean con cadenas,
contenedores llenos de tierra y de escombros, de vigas, de piedras y hasta de
muebles. Los parisinos – en este día de las Barricadas – descubren un medio
para defenderse de la autoridad, cuyo procedimiento va a ser copiado durante
muchos años, y que dará casi siempre la victoria a esos sempiternos agitadores
– por lo menos hasta Junio de 1.848. El poder tardará dos siglos y medio para
darse cuenta, de que ante todo hay que evitar “la guerra en una escupidera”. Y
que hay que dejar en ciertos arrabales formarse el motín, madurar y reventar,
luego llevar el bisturí en esos abscesos para fijarlos: Esa es la única
estrategia que hay que aplicar.
Este 12 de mayo, apretujadas por
todas partes, las tropas reales no pueden ni avanzar, ni retroceder, ni
reunirse para poder maniobrar. Un poco antes de medio día, los moradores del
puente Saint-Michel dejan caer piedras y tejas sobre los soldados que ocupan el
puente. Se oyen disparos y los soldados, tiroteados desde lo alto de los
edificios, se refugian en donde pueden. Los parisinos ordenan a los Suizos
acampados en el Marché-Neuf de apagar sus mechas. Agitando sus rosarios y
gimiendo: “Buena Francia, buenos católicos”, los Suizos se repliegan hacia la
explanada de Notre-Dame. Solo, algunas compañías han podido mantenerse delante
del Louvre. Aconsejado por su madre, Henri vuelve a envainar su espada y ordena
a todos los suyos, nos dice Pierre de l´Estoile, a desenvainar sus espadas a
medias, respondiendo de ello con la vida, “con la esperanza de que el tiempo,
la dulzura y las buenas palabras amainarían el furor de los amotinados y
desarmaría poco a poco a ese idiota de pueblo”.
El Viernes 12 de mayo, con una
rebeca blanca, con una vara en la mano, Guise se pasea de una barricada a otra.
¡Es un verdadero delirio! Aprieta las manos que se dirigen hacia él. Ese
“idiota de pueblo” solo tiene en la boca dos palabras: “¡Que viva Guise!”.
Amigos míos, ¡basta ya!, contesta el
duque, caballeros, gritad “¡Viva el rey!”
Nadie obedece. Guise sería capaz de
todo, pero no se atreve. Obedeciendo a la solicitud de Madame Catherine, acepta
de aplacar el motín. Con dificultad, apacigua a los parisinos "verdaderos
toros furiosos” y se muestra feliz de humillar al Rey al dignarse perdonar la
vida de los Suizos y de los Gardes. Las barricadas se abren por orden suya y
las tropas reales vuelven cabizbajas al Louvre.
Por la tarde los buenos "barricaderos” no quieren acostarse. Ya que el Loreno no actúa, le obligarán a
hacer renunciar al de la dinastía de los Valois.
-¡Mañana, iremos a detener el
hermano Henri en su Louvre!
Pero, a la mañana siguiente, hacia
las cinco de la tarde, mientras que Catherine “el rostro sonriente y seguro”,
inmensamente feliz de volver a desempeñar su papel, va a visitar el duque de
Guise para traicionarlo, el rey sale del Louvre por la puerta Porte-Neuve del recinto de Carlos V, y hace
como si se paseara por el jardín de las Tuileries. Hace como si se interesara
por el nuevo edificio que aún está sin terminar. En realidad, presta el oído,
oye las campanas que tocan a rebato aquí y allá, percibe, por el rumor sordo
que proviene de la ladera izquierda, que una tropa avanza por el río. ¡Son los
alumnos y los monjes de la
Sorbonne , con el casco en la cabeza, y los mosquetes en la
mano! ¿Se atreverán a cruzar el Sena, lanzando tableros en voladizo sobre las
pilas del Pont-Neuf que solas, emergen del río?
Henri, siempre tranquilo, de dirige
hacia las cuadras de las Tuileries y da la señal de partida. Seguido por los
ministros, por los Suizos, los Gardes-Françaises y de sus fieles Cuarenta y cinco, va galopando hacia
Chaillot. Al llegar a lo alto de la colina “ Se vuelve hacia la ciudad para
maldecirla, echándole en cara su perfidia y su ingratitud en contra de todo el
bien que recibió de su mano y jura que solo entrará por la grieta de la
muralla”.
Solo una hora después, el duque de
Guise se enterará de la fuga del rey.
-¡Ah, Madame, ya estoy muerto, dice a
Catherine. Mientras que vuestra Majestad me tiene aquí retenido, el Rey se ha
ido para mi perdición!
Poco tiempo después, La Armada de Felipe II de
España – esta flota “bendecida por el papa, pedro maldecida por Dios” – desfila
lentamente delante de las costas francesas. Este ejército flotante de la Inquisición , esas
terribles fortalezas erizadas de mástiles, de velas y de cañones, van sin duda
alguna atacar a la reina Elisabeth, pero amenazan también a Francia. Si el rey
Felipe sale victorioso, el duque de Guise y Paris lo llamarán para ayudarles y
el reino de Henri de Valois será tratado por España, como viene de serlo
Italia. Por ese peligro, Henri prefiere obedecer a los requerimientos de su
madre. Llega a un acuerdo con el duque de Guise y firma el lamentable Pacto de
Unión.
Solicitándolo los habitantes de
Lorena, Henri III acepta la convocación de los Estados Generales, pero no será
en Paris que el barón de Oignon alineará a los diputados según una
clasificación tan diestra que pasará a ser histórica, no será en Paris, pero en
Blois, en donde los de la Liga
van a dar el asalto final a la monarquía a la deriva.
Ya vendrá el día del puñal, había
predicho el 1º de Julio el Mantuano Felipe de Cavriana.
El puñal se acercaba.
El 17 de Diciembre en una cena
ofrecida en casa de los lorenos, Madame
de Montpensier le dice a su hermano:
Lo agarraréis mientras que yo con
las tijeras, le haré una corona.
Destronar al “hermano Henri” les parece muy sencillo, y el Cardenal de
Lorena brinda mirando el duque de Guise:
-Bebo a la salud del rey de
Francia.
Al otro lado de la misa, perdido
entre los gentilhombres de Guise, está el italiano Venetianelli; afecta gritar
más fuerte que los otros convidados:
¡Viva Henri el balafré! ¡Viva el
heredero de Carlomagno!
Pero, a la mañana siguiente, fue a
referírselo todo a su amo Henri III. El rey empalideció y toma una decisión:
decide tomar el camino de la violencia que va a conducirle al crimen. No se
trata en realidad de un asesinato, pero si de una ejecución. ¡Si el soberano no
mata al Balafré, Francia estará perdida!
Los de Guise que ellos también,
tienen espías entre el personal del rey, sospechan que el “hermano Henri” está
maquinando algo. ¡Con toda seguridad, el hijo de la Medicis no dejará
tonsurarse tan fácilmente como así lo imagina Madame de Montpensier! El Balafré
quiere salir de dudas: Pide audiencia al Rey. La escena se desarrolla en el
jardín del castillo. Un vientecillo fresco hace girar algunos raros copos de
nieve.
Después de unas pocas palabras
banales, el Balafré pasa al ataque y ofrece el rey su dimisión de teniente
general.
Me doy perfectamente cuenta, aclara,
que el honor que su Majestad me ha otorgado en esta ocasión, me ha aparejado
grandes enemigos. A pesar de mi deseo que fue el de serviros lo mejor posible,
se han apoyado en estos favores para acusarme de importantes calumnias…
A Henri le cuesta mantener la
calma. En un segundo, se imagina el precipicio de la guerra civil abrirse bajo
sus pies. Si el Balafré se marcha, habrá de ahora en adelante tres Francias: La Francia de los hugonotes,
con Henri de Navarra, La
Francia de la
Liga con Henri de Guise, y entre esas dos fuerzas, la Francia real con Henri de
Valois, el más pobre, el más débil de los tres Henris.
Pero el duque de Guise prosigue:
-Sire, ¿porqué no habré de decirle
que en estos tiempos, me han avisado en reiteradas ocasiones, que me deseáis
ahora mucho mal?
El Rey logra mantenerse sereno,
por algo es el hijo de la Medecis. Hay
que ser astuto. Cogiendo el brazo del Balafré, enarbola una dulce sonrisa:
-Querido primo, ¿Acaso cree Vd. de
verdad todo lo que se puede llegar a decir en una corte? Si os imitara, os
tendría que decir que algunas veces, me han puesto en guardia en contra de
vuestras acciones. Dejemos todo eso, ¡Quiere Vd.!, Acaso ¿Puede llegar Vd. a
creer que tengo una alma tan dañina para que pueda llegar a conspirar en contra
suyo? Bien al contrario, os declaro que a nadie en mi reino, he llegado a amar
tanto como a Vos, y que a nadie le debo tanto, y así lo haré saber dentro de poco.
Guise lo observa algo escéptico.
El de Valois presiente que hay que ir aún más lejos. Con lágrimas que le apagan
la voz, exclama:
-Todo lo que os he dicho lo digo con gran juramento. Lo juro por el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo que voy a recibir dentro de poco, en la misa.
-Todo lo que os he dicho lo digo con gran juramento. Lo juro por el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo que voy a recibir dentro de poco, en la misa.
¡El Rey se desquitará más tarde
con una buena confesión!...Pero cuando se encuentra solo en su habitación, tira
al suelo su tocado lleno de rabia. La cólera pasada, se rehace:
-¡Vamos, piensa, no sirve para
nada la desesperación, cuando la prudencia puede aún apartar el peligro.
Laugnac, el jefe de los cuarenta
y cinco – la famosa guardia privada del rey, en contra de la cual, raja tanto
el Balafré – Laugnac está agazapado detrás de una tapicería. Hace su aparición
y observa atentamente a su amo.
-Es para pasado mañana, dice Henri
de una voz apagada. ¡Sí!...la trampa está lista, pero el muelle es tan fuerte,
que tendremos que juntarnos varios para poder tensarlo.
Y pasados dos días, mientras amanece
poco a poco un día gris y lleno de niebla, los Cuarenta y cinco embisten al “condenado” que el rey ha llamado a su
estancia. Es una verdadera escena de carnicería. Todos hieren sin descanso,
pero el de Guise no se derrumba. Como un animal herido que lleva consigo la
jauría, va y viene de la habitación del rey al Despacho viejo, manchando de
sangre paredes y tapicerías. Pronto está atravesado por seis heridas.
- ¡Ah, Señores, que traición!
¡Que traición!
Los asesinos se apartan: el
duque se ha detenido en medio de la
habitación. ¿Va a derrumbarse? No, se queda ahí, titubeando, buscando el equilibrio…Du Gast se acerca y lo remata. Angustiados, los asesinos se echan
para atrás, el duque, con los brazos extendidos, los ojos apagados, la boca
abierta, se acerca titubeante hacia Laugnac que se apoya en un baúl. El capitán
de los cuarenta y cinco, no se
molesta ni siquiera en desenvainar la espada. Con la vaina de su espada,
rechaza el moribundo. El duque retrocede, pierde el equilibrio, busca donde
apoyarse, por un momento se agarra al saliente de una pared que marca con su
sangre, por fin se derrumba.
¡Se acabó!
Una tapicería se abre. Henri
aparece.
-¿Ha muerto
ya? Pregunta con voz angustiosa.
-Sire, contesta uno de los verdugos, aún
tiembla un poco, pero solo es un estremecimiento de la carne. El alma ya no
está.
El rey respira profundamente.
Mira a los comparecientes lleno de alegría. Luego, dando una vuelta alrededor
de si mismo, ordena:
-¡Registrad sus bolsillos!
En la bolsa, se encuentra una
nota escrita por el duque de Guise:”Para
poder mantener la guerra en Francia, hacen falta setecientas mil libras
mensuales.”
El Loreno, más allá de la muerte,
justificada el asesinato del Rey.
Una sonrisa alumbra el rostro de
Henri.
-Heme aquí, Rey de Francia… ¡he matado al Rey de Paris!
¡Luego, con sus capellanes,
mientras que el cuerpo del duque y el de su hermano, el cardenal, asesinado en
su prisión, son despedazados, quemados y sus cenizas tiradas en el río Loire,
entra en oración recitando el De
Profundis en memoria de los señores de Lorena!.
El 30 de Abril de 1.589, el rey
se reconcilia con el futuro Henri IV, rey de Navarra y se puede ver en las
orillas del río Loire, en las orillas del más francés de los ríos, los dos
reyes, de rodillas, abrazados, mientras que de sus ojos caen pesadas lágrimas
de alegría. Ya no hay hugonotes, ni católicos, solo hay franceses.
Queda Paris, aún ocupado por la Liga , esa Liga que se había
atrevido, hace poco tiempo, ¡A nombrar rey de Francia al cardenal de Bourbon,
con el nombre de Charles X!
Por eso los dos soberanos han ido
a poner sitio a la ciudad.
-Solo entraré
por la brecha de la pared, repite Henri III.
Se halla en Saint-Cloud, el 2 de
Agosto de 1.589, sentado en su silla agujereada, el calzado bajado, cuando se
le anuncia un emisario que viene de Paris. Es un hermano Dominico del
monasterio de la rue Saint-Jacques; Henri no lo sabe: el monje ha sido
encargado por su prior de realizar un “sacrificio místico” y la duquesa de
Montpensier, para darle en esta tierra un ante gusto de las alegrías
celestiales, le ha besado…
Que pase, ordena el Rey.
Paris, esa ciudad del Diablo
¿accedería a abrir sus puertas? El Dominico se inclina, entrega una carta, y
mientras que el Rey empieza a leerla, el enviado de Paris saca despacio un
cuchillo de su hábito y lo hunde en el vientre del rey.
-¡Ah! ¡Maldito monje, me ha
matado!...
Henri III no entrará pues en Paris
“por la brecha de la muralla”; es el primer Borbón que cumplirá el juramento del
último Valois.
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