Del Poema del Hombre-Dios de Mª Valtorta
(…) Una mujer tiene ante todo sus hijos: la alegría, la corona regia para las horas joviales, en que realmente es reina de la casa y del consorte, y el bálsamo para las horas dolorosas en que una traición, u otras penosas experiencias de la vida conyugal, flagelan su frente, y sobre todo su corazón, con las espinas de su triste realidad de esposa mártir. ¿Tan pisoteadas como para desear volver a casa, divorciándoos, o buscar compensación en un falso amigo, que fingiendo piedad hacia el corazón de la traicionada, en realidad, su apetito está puesto en la hembra? ¡No, mujeres, no! Esos hijos, esos hijos inocentes, ya turbados, precozmente tristes a causa de un ambiente doméstico que ya no es ni sereno, ni justo, tienen derecho a una madre, a un padre, al consuelo de una casa en que, aun habiendo fenecido un amor, el otro permanezca atento velando por ellos.
Esos ojos suyos inocentes os miran, os escudriñan y comprenden más de lo que pensáis, y plasman sus espíritus según lo que ven y comprenden. No seáis nunca motivo de escándalo para vuestros inocentes; antes bien, refugiaos en ellos como un baluarte de adamantinas azucenas contra las debilidades de la carne y las insidias de las serpientes.
Y que la mujer sea madre, esa madre justa que es al mismo tiempo hermana, que es amiga al mismo tiempo que hermana de sus hijos e hijas, y que es ejemplo sobre todo y en todo. Velar por los hijos y las hijas, corregir amorosamente, sostener, hacer meditar, y todo sin preferencias; porque todos los hijos han nacido de una semilla y de un seno materno, y, si es natural el cariño, por la alegría que dan, hacia los hijos buenos, también es un deber amar -aún que con amor doloroso – a los hijos no buenos, recordando que el hombre no debe ser más severo que Dios, que ama no solo a los buenos sino también a los no buenos, y los ama para tratar de hacerlos buenos, para tratar de darles el medio y tiempo para hacerse buenos, y soporta hasta que muere el hombre, reservándose ser justo Juez cuando el hombre ya no pueda rectificar.
Y aquí quiero hacer un inciso personal a este discurso de Jesús: Nunca llegué a entender por qué muchos predican que Dios quiere a todas las almas por igual: aquí está perfectamente explicado lo que dice Jesús en el Evangelio: “Sed buenos como vuestro Padre Celestial, que hace caer la lluvia sobre los buenos y los malos”, Dios intenta con bondad hacer cambiar el malo, ya que como dice el proverbio, las moscas se atrapan con miel y no con vinagre, y un ser humano nunca se convierte con odio, pero sí puede cambiar con cariño.
Estas personas no llegan a entender que existe el Amor unitivo, y el amor de misericordia, el mejor ejemplo está en el Evangelio: Dios amó a sus Apóstoles y en especial a Juan con Amor unitivo, y a Judas Iscariote con Amor misericordioso y doloroso, para ver si cambiaba, si lo hubiera despreciado, el odio de sus compañeros hacia él, habría hecho imposible su conversión. Judas no aprovechó esa Misericordia, otros si lo han hecho, y lo siguen haciendo.
Y, permitirme, llegado a este punto, que diga una cosa que no es propiamente inherente a esta materia, pero que es útil que tengáis presente. Muchas veces, demasiadas, se oye que los malos tienen más alegría que los buenos, y que ello no es justo. Antes de nada os digo: “No juzguéis las apariencias y lo que no conocéis”. Las apariencias son a menudo falaces y el juicio de Dios está oculto en esta Tierra.
Lo conoceréis en la otra parte y veréis que el transitorio bienestar del malo fue concedido como medio para llevarlo al Bien y como merma de ese poco bien que hasta el más malvado puede hacer.
Más, cuando veáis las cosas con la luz adecuada de la otra vida, veréis que más breve que la vida del tallito de hierba nacido en primavera en el guijarral de un torrente que el verano seca, es el tiempo de dicha del pecador, mientras que un solo instante de gloria en el Cielo es, por la dicha que comunica al espíritu que de ello goza, más vasto que la vida humana más triunfal que jamás haya habido.
No envidiéis por tanto, la prosperidad del malo; antes bien, tratad, con buena voluntad de alcanzar el tesoro eterno del justo.
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