EL SANTO TEMOR DE DIOS
Es la condición absolutamente necesaria para alcanzar la Salvación: Hay que tener el santo temor de ofender de Dios, que es un don del Espíritu Santo, lo que solo se consigue cuando el alma es pobre de Espíritu, es decir humilde, ya que entonces se siente pecadora y necesitada, para así poder alcanzar a Gracia santificante. Al verse pecadora el alma puede entonces pedir perdón a Dios y alcanzar su divina Misericordia, que solo se da a los que tienen un arrepentimiento proporcional a la culpa; nunca juzgará ni despreciará a sus hermanos, ya que se suele ver más pecadora que ellos, lo que le hace cumplir con el más importante de los mandamientos: Amar a Dios sobre toda las cosas y al Prójimo como a sí mismo.
Solo el pobre de espíritu es humilde, ya que el soberbio no teme a Dios y por eso no puede recibir esa divina Gracia, no puede tampoco pedir a Dios protección alguna, ya que se cree autosuficiente, tampoco puede pedir perdón a Dios, porque se ve perfecto, y al no verse pecador, ya que la soberbia lo ciega, odia recibir consejos, y le gusta enseñar; detesta a su prójimo, que juzga inferior a Él y se coloca a la altura de Dios al creerse perfecto, es el típico fariseo, que no podía comprender que Jesús estuviese en contacto con los publicanos, que para él son seres inmundos, por esas razones, a diferencia del humilde, incumple el primer mandamiento.
La imagen perfecta del soberbio y del humilde, la vemos en la Parábola de Jesús del fariseo y del publicano del Evangelio:
"Dijo también esta parábola a algunos que confiaban mucho en sí mismos, teniéndose por justos, y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar, el uno fariseo, el otro publicano. El fariseo en pie oraba para si de esta manera: ¡Oh Dios!, te doy gracias que no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni como este publicano. Ayuno dos veces en la semana, pago el diezmo de cuanto poseo.
El publicano se quedó allá lejos y ni se atrevía de levantar los ojos al cielo, y hería su pecho diciendo: ¡Oh Dios, sé propicio a mí, pecador! Os digo que bajó este justificado a su casa y no aquel, porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado" (Luc. 18, 9-14)
No hay comentarios:
Publicar un comentario