SUBLIMES PALABRAS DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, QUE EXPLICAN DE UNA MANERA TRANSCENDENTAL COMO RESTITUYÓ AL GÉNERO HUMANO, Y EN PARTICULAR A LA MUJER SU DIGNIDAD PERDIDA POR CULPA DEL PECADO ORIGINAL, AL VENCER A SATANÁS, APLASTANDO SU CABEZA, QUE SIMBOLIZA TODAS SUS ARTIMAÑAS PARA DERROTAR A TODA LA HUMANIDAD, PARA QUE LUEGO VENGAN A PREDICAR ¡QUE MARÍA NO ES LA CORREDENTORA, SINO UNA SMPLE DISCÍPULA!
AQUÍ HABRÍA QUE APLICAR LO QUE DIJO S. JUAN DE LA CRUZ: "SI ALGUNO, FUESE PRELADO O NO, LE PREDICARA DOCTRINA DE ANCHURA Y MÁS ALIVIO, ÁUN QUE SE LO CONFIRME CON MILAGROS, NO LO CREA NI LO ABRACE, SINO PENITENCIA Y DESASIMIENTO DE TODAS LAS COSAS".
Dice María:
“Te había prometido que Él vendrá a traerte su paz. ¿Te acuerdas de la paz que tenías durante los días de Navidad, cuando me veías con mi Niño? Entonces era tu tiempo de paz, ahora es tu tiempo de sufrimiento. Pera ya sabes que es en el sufrimiento donde se conquista la paz y toda la gracia para nosotros y para el prójimo. Jesús-Hombre tornó a ser Jesús-Dios después del tremendo sufrimiento de la Pasión; tornó a ser Paz, Paz en el Cielo del que había venido y desde el cual, ahora, derrama su Paz sobre aquellos que en el mundo le aman. Más durante las horas de la Pasión, Él, Paz del mundo, fue privado de esta paz. No habría sufrido si la hubiera tenido, y debía sufrir plenamente.
Yo, María, redimí a la mujer con mi Maternidad divina, más se trataba solo del comienzo de la redención de la mujer. Negándome, con el voto de virginidad, al desposorio humano, había rechazado toda satisfacción concupiscente, mereciendo gracia de parte de Dios. Pero no bastaba, porqué el pecado de Eva era árbol de cuatro ramas: soberbia, avaricia, glotonería, lujuria. Y había que quebrar las cuatro antes de hacerle estéril en sus raíces.
Vencí la soberbia humillándome hasta el fondo.
Me humillé delante de todos. No hablo ahora de mi humildad respeto a Dios; ésta deben tributarsela al Altísimo todas las Criaturas. La tuvo su Verbo. Yo, mujer debía también tenerla. ¿Has reflexionado, más bien, alguna vez, en qué tipo de humillaciones tuve que sufrir de parte de los hombres y sin defenderme de manera alguna? Incluso José que era justo, me había acusado en su corazón. Los demás, que no eran justos, habían pecado de murmuración sobre mi estado, y el rumor de sus palabras, había venido, como ola amarga, a estrellarse contra mi humanidad.
Y estas fueron sólo las primeras de las infinitas humillaciones que mi vida de Madre de Jesús y del género humano me procuraron. Humillaciones de Pobreza; la humillación de quien debe abandonar su tierra; humillaciones a causa de las reprensiones de los familiares y de las amistades que, desconociendo la verdad, juzgaban débil mi forma de ser Madre respeto a mi Jesús, cuando empezaba a ser ya un Hombre; humillaciones durante los tres años de su Ministerio; crueles humillaciones en el momento del Calvario; humillaciones hasta en el tener que reconocer que no tenía con qué comprar ni sitio ni perfumes para enterrar a mi Hijo.
Vencí la avaricia de los Progenitores renunciando con antelación a mi hijo.
Una madre no renuncia nunca a su hijo, si no se ve obligada a ello. Ya sea la Patria, o el amor de una esposa, o el mismo Dios quienes piden al hijo a su corazón, ella se resiste a la separación. Es natural que sea así. El hijo crece dentro de nosotros, y el vínculo de su persona con la nuestra jamás queda completamente roto. A pesar de que el conducto del vital ombligo haya sido cortado, siempre permanece un nervio que nace en el corazón de la madre (un nervio espiritual, más vivo y sensible que un nervio físico) y arraiga en el corazón del hijo, y que siente como si le estiraran hasta el límite de lo soportable, si el amor de Dios o de una criatura, o las exigencias de la Patria alejan al hijo de la madre; y que se rompe, lacerando el corazón, si la muerte arranca el hijo a su madre.
Yo renuncié desde el momento que lo tuve, a mi Hijo. A Dios se lo dí, a vosotros os lo dí. Me despojé del Fruto de mi vientre para dar reparación al hurto de Eva del fruto de Dios.
Vencí la glotonería, tanto del saber como del gozar, aceptando saber únicamente lo que Dios quería que supiera, sin preguntarme a mí misma, sin preguntarle a Él, más de cuanto se me dijera.
Creí sin indagar. Vencí la gula del gustar porqué me negué todo deleite del sentido. Mi carne la puse debajo de las plantas de mis pies. Puse la carne, instrumento de Satanás, y con ella el mismísimo Satanás, bajo mi calcañar para hacerme así un escalón para acercarme al Cielo. ¡El Cielo!... Mi meta. Donde estaba Dios. Mi única hambre. Hambre que no es gula sino necesidad bendecida por Dios, por este Dios que quiere que sintamos apetito de Él.
Vencí la lujuria, que es la gula llevada a la exacerbación.
En efecto, todo vicio no refrenado conduce a un vicio mayor. Y la gula de Eva, ya de por sí, digna de condena, la condujo a la lujuria; efectivamente, no le bastó ya el satisfacerse sola sino que quiso portar su delito a una refinada intensidad; así conoció la lujuria y se hizo maestra de ella para su compañero. Yo invertí los términos y, en vez de descender, siempre subí; en vez de hacer bajar, atraí siempre hacia arriba; y de mi compañero, que era un hombre honesto, hice un ángel.
Es ese momento en que poseía a Dios, y con Él sus riquezas infinitas, me apresuré a despojarme de todo ello, diciendo: “Que por Él se haga tu voluntad y que Él la haga”. Casto es aquel que controla no sólo su carne, sino también los afectos y los pensamientos. Yo tenía que ser la Casta para anular a la impudicia de la carne, del corazón y de la mente. Me mantuve comedida sin decir ni siquiera de mi Hijo, que en la Tierra era sólo Mío, como en el Cielo era solo de Dios: “Es Mío y para Mí lo quiero”.
Y a pesar de todo no era suficiente para que la mujer pudiera poseer la Paz que Eva había perdido. Esa Paz os la procuré al pié de la Cruz, viendo morir a Aquel que tú has visto nacer. Y, cuando me sentí arrancar las entrañas ante el grito de mi hijo, quedé vacía de toda feminidad de connotación humana: ya no carne, sino Ángel.
María la Virgen desposada con el Espíritu, murió en ese momento; quedó la Madre de la Gracia, la que os generó la Gracia desde su tormento y os la dio. La hembra, a la que había vuelto a consagrar mujer la noche de Navidad, a los pies de la Cruz conquistó los medios para venir a ser Criatura del Cielo.
Esto hice Yo por vosotras, negándome toda satisfacción, incluso las satisfacciones santas. De vosotras, reducidas por Eva a hembras no superioras a las compañeras de los animales, he hecho – basta con que lo queráis – las santas de Dios. Por vosotras subí y, como a José os elevé.
La roca del Calvario es mi Monte de los Olivos. Ese fue mi impulso para llevar al Cielo, santificada de nuevo, el alma de la mujer, junto con mi carne, glorificada por haber llevado al Verbo de Dios y anulado en Mí hasta el último vestigio de Eva, la última raíz de aquel árbol de las cuatro ramas venenosas, aquel árbol que tenía hincada su raíz en el sentido y que había arrastrado a la humanidad a la caída, y que hasta el final de los siglos y hasta la última mujer os morderá las entrañas.
Desde allí, donde ahora resplandezco, envuelta en el rayo del Amor, os llamo y os indico cual es la medicina para venceros a vosotras mismas: La Gracia de mi Señor y la sangre de mi Hijo.
Y tú, voz Mía, haz descansar a tu alma con la Luz de esta alborada de Jesús para tener fuerza en las futuras crucifixiones que no te van a ser evitadas, porque te queremos aquí, y aquí se viene a través del dolor; porque te queremos aquí, y más alto se viene cuanto mayor ha sido la pena sobrellevada para obtener Gracia para el mundo.
Ve en Paz, Yo estoy contigo”.
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