Extraordinaria explicación de Jesús a María Valtorta sobre la eternidad, y sobre el intercambio de Amor entre el alma esposa y su Divino Esposo Jesús en su intercambio de Amor en el Cielo. Son Palabras que recuerdan el Cantar de los Cantares de la Biblia, y la llama de Amor viva de San Juan de la Cruz, palabras que hacen conocer el por qué el alma no preparada con la limpieza espiritual - que son las noches del sentido y las terribles noches activas y pasivas del espíritu - no puede unirse místicamente con Dios.
También se da uno cuenta de la importancia del primer mandamiento de la Ley de Dios, que es amarlo con todas nuestras fuerzas, y sobre todas las cosas, ya que sin ese amor, el alma no se puede transformar en el Cielo en el mismo Dios, porque lo veremos tal cual es, y que por eso seremos semejantes a él como lo dice el Apóstol san Juan en su Evangelio.
Y por eso, las almas que no están preparadas, tienen que sufrir un largo Purgatorio para aprender a Amar, a ese propósito dice San juan de la Cruz que el alma gana más en esta vida en una hora de Sacrificio que muchos años en el Purgatorio, en donde allí el alma no puede merecer, si no es por nuestra intercesión, que es la del Cuerpo místico de Cristo.
Dice
Jesús:
[…]
¿Cómo pretendéis considerar las cosas según los criterios de la carne, oh
vosotros que vivía para el espíritu? ¿Qué es lo que habéis pedido a Dios? Pues,
que haga de vosotros criaturas espirituales, y las criaturas espirituales que
son semejantes a Dios, ¿en qué tiempo viven? Pues viven en el tiempo de Dios.
Y, ¿Cuál es el tiempo de Dios? El tiempo de Dios es un eterno presente, un
eterno “ahora”. En el Cielo no existe un ahora, no existe un futuro para
vuestro eterno Padre. Existe solamente un instante eterno.
Dios
no sabe de vida o de muerte, de albas o crepúsculos, de principio y de fin. Loa
ángeles espirituales como Él, conocen solamente “un día”, un día que comenzó en
el instante que fueron creados y que no conocerá fin. Desde el momento en que
nacen para el Cielo, los Santos se convierten en poseedores de este tiempo
inmutable del Cielo, que no fluye, que está fijo en su diamantino esplendor encendido por Dios, en las eras del mundo que
giran en torno a su fijeza inmutable, como así lo hacen los planetas alrededor
del sol, formándose y disolviéndose, imperando y disgregándose, mientras Él
sigue el mismo y siempre lo será. ¿Por cuánto tiempo lo será? Lo será por
siempre.
Piensa,
María, que si tú pudieras contar todos los granitos de arena de los mares de
todo el globo, del fondo y de las orillas de todos los lagos, de los estanques,
de los ríos y torrentes y arroyuelos, y me dijeras: “Transfórmalos en días”,
aún sería limitado ese número de días. Y si les unieras todas las gotas de agua
de los mares, de los lagos, de los ríos, torrentes y arroyos, todas las gotas
que tiemblan en las frondas bañadas por la lluvia y el rocío, si les unieras
todo el agua de las nieves alpinas, de las nubes vagantes, de los glaciares que
revisten de cristal las cumbres montañosas, aún sería limitado ese número de
días. Y si también unieras todas las moléculas que forman los planetas, las
estrellas y todas las nebulosas, todo lo que surca el firmamento y lo colma de
música que solo los ángeles oyen – pues, en efecto, cada astro al recorrer su
órbita, canta loas al Creador, como un reluciente arpista que deje deslizarse
sus manos en arpas de azul y por eso, el firmamento entero resuena por ese
desmesurado concierto de órgano – aún sería limitado el número de días. Y aún
lo sería si unieras el polvo sepultado en la Tierra de hombres que con su
materia han vuelto a la nada y que están
esperando desde hace cientos de siglos la orden de volver a ser hombres y ver
el triunfo de Dios (Y aquí se trata de miles de millones de átomos de
polvo-hombre, que pertenecieron a millones de hombres que se creyeron tanto y
que desde hace siglos son nada; de hombres que el mundo hasta ignora que vivieron).
El Reino de Dios es eterno como su Rey. Y la eternidad conoce una sola palabra.
“Ahora”. También tú debes conocer esa sola palabra para medir el tiempo del
dolor y así deben hacerlo todos los consagrados al holocausto.
Debes
decirte: “Ahora”, ¿Desde cuándo estoy sufriendo?: desde ahora. ¿Cuándo dejaré
de sufrir?. Ahora. Es solo presente. Para las criaturas espirituales solo
existe lo que es de Dios y así es también para el tiempo. Antes de que llegue
el momento, aprended a calcular el tiempo tal como lo poseeréis en el Paraíso:
Ahora.
¡Oh, bendito sea ese tiempo que es inmutable posesión, inmutable posesión de Dios, inmutable júbilo! El acorde que ritma vuestro canto de criaturas mártires y bienaventuradas debe de ser este: “La vida es un abrir y cerrar de ojos, el tiempo terrenal no dura más que un suspiro, pero mi Cielo es eterno”.
En la vida de mi mártir Cecilia, se lee: “Cecilia cantaba en su corazón”. Cantad también vosotros en vuestro corazón, cantad el “Ahora” de Dios me espera. Ya me encuentro envuelta en el torbellino de este eterno “ahora” y este torbellino me acerca cada vez más a este centro de perfección. Ya veo caer este polvo en que cada átomo es un día y cada granito un mes; lo veo caer al soplo de esta vorágine que me aspira hacia Dios: es el amor que quiere darme su tiempo, quiere darme su eterno presente en que cada segundo del tiempo terreno corresponde a la Bienaventuranza de recibir en mí a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo en un abrazo siempre nuevo, siempre deseado, siempre anhelado tenazmente, sin desfallecimientos; un abrazo siempre rico en resplandores siempre nuevos, en sabores siempre nuevos, en amores siempre nuevos.
Cada nueva llegada me hace nacer como en el primer momento en que gocé de este Dios Uno y Trino, mi único Amor, con cada nueva llegada alcanzo la perfección de la Vida, y luego renazco al júbilo de ser Bienaventurada para amarle cada vez más y más aún, y ser amada por Él más y más aún. Pero existe un límite, porque en el Paraíso todo ha alcanzado la perfección y no es susceptible de aumentos ni de disminuciones; todo se cumple en la misma y fresca Leticia, siempre igual: mi Leticia de Bienaventurada que se abraza a Dios y la Leticia de Dios, que puede difundir su Amor, su esencia sobre una criatura que Él creó por amor, para recibir de ella amor y para darle infinitamente amor.
Mi pequeña esposa, considera de este modo tu sufrimiento y te parecerá que dura aún menos que nada, y cuando termine, allí estaré Yo, Yo mismo. Que mi Paz esté siempre contigo”.
2 comentarios:
Ay! Señor qué preciosa enseñanza para prepararnos para el encuentro contigo. Permiteme Señor hacer entrega de estos dolores y padecimientos por esta enfermedad. Y gracias por enseñarme "el ahora" lo necesito tanto! Amén.
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