Este cuadro simboliza espiritualmente hablando, el misterio de la Redención que tiene lugar en este mundo |
Todos los creyentes somos hijos de Abrahán, ya que Dios le entregó ese título, porque creyó en su Palabra, cuando le dijo “Sal de tu casa, y yo te haré padre de un pueblo innumerable”, que iba a ser toda la multitud de los seres humanos que iban a imitar su comportamiento.
Pero, para que este axioma se cumpla, es necesario que esa creencia no sea solo un vulgar compromiso, Dios pone a prueba en este mundo a cada creyente, para analizar si este compromiso es verídico y así, poder ver si es verdadero: Hay que confirmar la creencia con los actos, por eso Yahvé pidió a Abrahán que sacrificara a su único hijo Isaac, depositario de la Promesa.
De la misma manera Dios nos examina, diciendo Jesús que el que quiera a su padre, a su madre o a su hijo más que a Mí, no es digno de Mí, o el que quiere salvar su vida la perderá, y el que la pierda por Mí la salvará.
Existe pues una verdadera dicotomía entre los hijos de Dios y los hijos de las Tinieblas en esta vida: Son los que han querido salvar su vida terrestre, entregándose a todos los atractivos del mundo, demonio y carne, y los que han abandonado esos apetitos y se han entregado a Dios.
Hay pues en este mundo una diferencia entre el verdadero creyente y el ateo, que hablan dos lenguajes espirituales completamente distintos, por ser radicalmente opuestos, diferencia que se va acentuando cada vez más en esta vida, ya que un abismo llamando a otro abismo, una virtud, llama a otra virtud, y un pecado llama a otro pecado. Pero la Virtud causa al alma un estado de Paz y de esperanza, incluso en los peores sufrimientos, y un estado de impaciencia y de desesperación en los que se dan al mundo.
El mundo es pues un verdadero “banco de pruebas”, en donde en presencia de la Cruz que Dios manda a cada uno, se producen dos comportamientos completamente distintos y opuestos, uno que lleva a la Vida eterna, el Reino de Dios y otra que lleva a la perdición, el Reino de Satanás.
El ejemplo más claro de ello, se encuentra en el Gólgota, con Jesús clavado en la Cruz, y San Dimas a su derecha, que lo reconoció como Hijo de Dios y el mal ladrón a su Izquierda, el relativista que no vio diferencia alguna entre el pecado y la virtud, como tantísima gente de hoy día.
Jesús también como los otros crucificados, fue en toda su vida puesto a prueba en su naturaleza humana, como todos los creyentes, fue enviado por su Padre para redimir a los hombres de buena voluntad, porque también Abrahán estaba dispuesto a sacrificar a su único Hijo por Dios. Dos comportamientos completamente distintos y opuestos, uno que lleva a la Vida eterna, el Reino de Dios y otra que lleva a la perdición, el Reino de Satanás.
El ejemplo más claro de ello, se encuentra en el Gólgota, con Jesús clavado en la Cruz, y San Dimas a su derecha, que lo reconoció como Hijo de Dios y el mal ladrón a su Izquierda, el relativista que no vio diferencia alguna entre el pecado y la virtud, como tantísima gente de hoy día.
Jesús también como los otros crucificados, fue en toda su vida puesto a prueba en su naturaleza humana, como todos los creyentes, fue enviado por su Padre para redimir a los hombres de buena voluntad, porque también Abrahán estaba dispuesto a sacrificar a su único Hijo por Dios.
¿Qué hubiera pasado si Abrahán hubiera dicho que no?; ¿Qué hubiera pasado si la Santísima Virgen María, tan despreciada por las sectas Protestantes también hubiera dicho que no? ¡Creo sinceramente que Dios no hubiera podido enviar a su Hijo! ¿Qué hubiera sido entonces de la Humanidad entregada a Satanás?
DE LOS CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA
(7 de Julio de 1.944)
Dice Jesús:
En verdad, te he concedido una flor porque “aún” eres una mujer. Y el sufrimiento de tu sensibilidad de mujer no comprendida me causa piedad.
Pero Yo quiero que me pertenezcas solo a Mí. No eres aún lo suficientemente generosa para saber romper todas las ataduras que te ligan a la Tierra, y quedes ligada solamente a Mí, y me oigas solamente a Mí. Entonces, Yo rompo esas ataduras: Te hago ver la miseria de los afectos humanos y te hago compararlos con el mío. Son tan diferentes como una hoja de papel de aluminio respeto a una lámina de oro puro, o mejor, a un lingote de oro puro. Son como astillas de vidrio respeto a un brillante purísimo. ¿Y tú quieres demorarte en mirarlos y remirarlos y añorarlos? ¡Oh, niña Mía! ¡Ve adelante, libre, dichosa con la libertad y la dicha de los bienaventurados!
Hay una frase que vosotros, los elegidos por Mí, meditáis demasiado poco. Pertenece al apóstol Pablo, y dice: “Cuando Él que me separó desde el seno de mi madre, y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo…yo, enseguida sin escuchar ni la carne ni la sangre…”(Galatas 1, 15-16). Luego Pablo volvió a la gente, pero para ese entonces, por obediencia a Dios, había terminado la “segregación” que Dios había iniciado y para la cual, dejando de lado la carne y la sangre, se había dado por completo al amor verdadero.
¡Oh todos vosotros, los elegidos por Mí para una misión particular!, sois todos vosotros unos “segregados”. Te hablé de esto hace unos días (27 de junio): “Vete de tu casa y de junto a tus parientes”.
Entre el alma elegida y el resto del mundo se alza un impalpable muro, más sólido que el de una fortaleza. Os convertís en extranjeros para los demás, Aunque seguís hermanados a ellos, porque con las lágrimas de vuestra evangélica soledad trabajáis para su bien. No les repudiáis. Al contrario, les amáis con un amor perfecto, porque para dicho amor no cuentan ni la carne, ni la sangre, ni el provecho, ni el afecto, para él cuenta solo la caridad que viene de Dios y que hermana amigos y enemigos, a parientes y desconocidos, a buenos y malvados, porque no os fijáis en su rostro y en su corazón, miráis el santo rostro de Dios, Padre de todos los creados, y mi corazón, que ama a todos los hombres.
Ve adelante, ve adelante. El último trecho del camino es el más empinado, para recorrerlo hay que estar libre de todo peso. Más a cada paso se dilata el horizonte y está más cerca el sol.
Ven, ven. Mírame solo a Mí. Mira esta Morada, esta Patria. No mires las pequeñas y mudables moradas y las pequeñas y mudables patrias de la Tierra. Mira esta eterna Casa, que es también la tuya y esta eterna Patria, que también es la tuya y este eterno Amor, que es tuyo.
Yo, Yo, Yo soy el Amor.
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