IMÁGENES DE SANTA MARGARITA MARÍA
DEFENSORA DE LA DEVOCIÓN AL
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Madera del avellano de las apariciones El divino Corazón solo pide vuestra confianza para haceros descubrir la fuerza de su socorro |
En el reverso: Sello del Monasterio de la Visitación de Paray-le Monial. Paño tocado a los huesos de Bienaventurada Margarita María |
Visión de Santa Margarita María Alacoque.
De los cuadernos de María Valtorta (2-6-1.944)
[...] Pues bien, creo que estoy en una Iglesia en el interior de un monasterio de rigurosa clausura. Veo un amplio arco, muy alto, que da luz a la Iglesia. En realidad, dar luz o es la expresión más adecuada porque su vano está ocupado por una tupida reja, que lo hace aún más impenetrable porque está cubierta por una pesada cortina de paño muy oscuro, que baja desde lo alto hasta más o menos un metro y medio del suelo, o sea, hasta el punto en que termina el muro que sostiene la reja. [...]
Entra una monja alta y, sin dudas, delgada porque, a pesar del amplio hábito, se nota un cuerpo esbelto. Se dirige al banco y se arrodilla. Se alza el velo que cubría el rostro y veo que este es joven, no tan bello pero gracioso, sumiso, suavemente pálido. Veo dos ojos claros - me parecen de un color castaño-verdoso - que brillan suavemente cuando los alza para mirar el tabernáculo, mientras los finos labios se entreabren con una suave sonrisa. El óvalo del rostro se afila entre las blancas vendas, algo más blancas que su tez. El velo negro desciende hasta la túnica de igual color, de modo que en la figura arrodillada, lo único claro son su gentil rostro, las manos afiladas y bien formadas, unidas en la plegaria, y una cruz de plata que brilla sobre el pecho, más abajo del amplio griñón. Con los ojos fijos en el tabernáculo reza fervorosamente.
Y aquí llega lo bello de la visión. La reja, toda la reja resplandece como si un fuego vivísimo se hubiera encendido más allá de la cortina. la lámpara que antes parecía una estrella reluciente, ahora queda anulada en la luz que va aumentando y cobra cada vez más un tono de plata vivísima, tan vivo que los ojos distinguen solo eso, pues también la reja resplandece en el fortísimo resplandor. Y en ese resplandor aparece Jesús, de pie, erguido, con su cándida túnica y su manto rojo, sonriente, bellísimo.
Exclama: "¡Margarita!" para sacudir a la monja que se ha quedado inmóvil, mirándolo. La llama tres veces, cada vez más dulcemente y sonriéndole cada vez con mayor intensidad. Avanza caminando sin apoyarse en el suelo, sobre el tapiz de luz que se extiende debajo de Él. "Soy Yo, Jesús, a quien amas, no temas".
Margarita María le mira con beatitud y le dice entre lágrimas: "Señor, ¿qué quieres de mí? ¿Por qué te apareces a mí?.
"Soy Jesús, que te ama, Margarita: quiero que tu hagas que me amen".
"¿Como puedo hacerlo, Señor?"
"Observa y lo podrás todo porque lo que verás te dará fuerzas y voz para sacudir al mundo y traerlo a Mí. He aquí mi Corazón. Míralo. Es el que amó tanto a los hombres y deseó que lo amasen. Pero los hombres no le aman, a pesar de que en ese amor estaría la salvación del género humano. Margarita, di al mundo que Yo quiero que mi Corazón sea amado, ¡Tengo sed! Dame de beber. ¡Tengo hambre! Dame de comer. ¡Sufro! Consuélame. Esta misión será tu júbilo y tu dolor, pero te pido que no la rechaces. Ven, ven a Mí. Acércate a Mí. Besa mi Corazón. ya no tendrás miedo a nada...".
Margarita María se levanta y camina como en éxtasis hacia Jesús. la enorme claridad hace aún más blanco su rostro. se postra a los pies de Jesús.
Más Él la alza y, sosteniéndola con la mano izquierda, se abre la túnica en su pecho - y al hacerlo parece que se desgarra la carne - y aparece el divino Corazón vivo, palpitante, entre torrentes de luz que iluminan el modesto coro, que hace resplandecer el cuerpo material de la discípula dilecta como si fuera un cuerpo ya espiritualizado. Jesús atrae a sí a su amada y con amorosa violencia le acerca el rostro a la altura de su Corazón, lo estrecha contra él y sostiene a la discípula arrobada pues, de lo contrario, se desplomaría de júbilo. por eso, cuando la separa de Sí, sigue sosteniéndola con dulce cuidado y la apoya en el suelo - pues hasta ese momento Margarita ha caminado en la estela de luz para llegar hasta Jesús - y no la abandona hasta que no la ve firme en su lugar. Entonces dice: "Volveré para hacerte saber mi voluntad. Ámame cada vez más. Ve en paz".
La luz le envuelve como una nube y va atenuándose cada vez más hasta desaparecer, en el coro, de nuevo sumido en la oscuridad, brilla solamente la estrellita amarilla de la lámpara.
Esto es lo que vi. Y Jesús me dice: "Has cumplido la adoración del Jueves, vísperas del primer viernes. ¿Podrías desear algo mejor?". Sonríe y me deja.
Lucas 7,11-17.
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.
Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: "No llores". Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: "Joven, yo te lo ordeno, levántate".
El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo".
El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
¿Cómo puede ser posible que haya tanta gente que no ame a Jesús?, cuando pasó su vida en la Tierra haciendo el bien, resucitando a muertos, curando enfermos, ciegos sordos y leprosos y exorcizando a los posesos.
Para colmo, se ofreció como Víctima expiatoria, murió para darnos la Vida, por lo que, como lo dice San Juan de la Cruz, si teníamos que agradecerle por habernos dado la vida material, le debemos amor eterno por habernos dado la Vida espiritual eterna, que tuvo que pagar con su tremenda Pasión, y su agonía en la Cruz.
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