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Pintura de Giacometti, madre con 3 hijos |
Maravillosa predicación de Jesús sobre el mandamiento de la Ley: honrarás a tu padre y a tu madre, explicación de como influye el comportamiento de los padres sobre el futuro desarrollo espiritual de los hijos: de la misma manera que los padres transmiten a sus hijos a través de sus genes, ciertas cualidades morales, artísticas o enfermedades, también, salvo excepciones, existe una transmisión de sus malos o buenos hábitos espirituales.
Esto es una explicación de como al ser hijos de Adán y Eva, estos nos han transmitidos los "genes espirituales" del pecado original, nadie llama misterio a que un hijo tenga una enfermedad hereditaria transmitida por sus padres, sin embargo muchos teólogos llaman misterio a la transmisión del pecado original.
Ser hijos de Adán y Eva significa que en su lugar, hubiéramos comido también del fruto prohibido, el único ser humano que no ha recibido ese gen de la muerte, es la santísima Virgen María, y eso porque estaba destinada de todo eternidad a ser la Madre de Dios, y la Corredentora del género humano, y está claro que fue Jesús como nuevo Adán y María, como nueva Eva, los que han transmitido también a sus hijos espirituales los antídotos necesarios para borrar los genes transmitidos por Adán y Eva.
Aquí vemos como la fe profunda en Jesús de una madre con el corazón dolorido y con lágrimas de dolor, puede transformar el comportamiento de un hijo rebelde, es lo que ocurre muchas veces con la Santísima Virgen María, la cual como Madre de la Humanidad, con su corazón dolorido e Inmaculado, puede retener el brazo del castigo de Dios, y alguna vez lograr su conversión.
Y es que una madre que ha dado a un hijo suyo la vida material, puede también darle la Vida espiritual, si como en el parto, cuando sufre materialmente de dolor para conseguir dar la primera vida, sufre espiritualmente luego para también dar a su hijo la segunda Vida que es la Vida eterna. Por eso creo que una madre que ora y sufre para la conversión de su hijo pecador y rebelde, e implora al Hijo de Dios, obtendrá tarde o temprano la Salvación de su hijo, algunas veces solo un momento antes de comparecer ante el Juicio de Dios.
DEL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO DE
MARÍA VALTORTA
(...) Pero, para no ser malvados hermanos siempre, y adúlteros esposos un día, hay que aprender ya desde la primera edad el respeto hacia la familia, que es el más pequeño y a la vez el más grande organismo del mundo: el más pequeño respeto al organismo de una ciudad, de una región, de una nación, de un continente, pero el mayor porqué es el más antiguo, porqué lo puso Dios cuando aún el concepto de Patria, de País no existía, viviendo sin embargo ya y siendo activo el núcleo familiar, manantial de la raza humana y de las distintas razas, pequeño reino en el que el hombre es rey, la mujer reina, súbditos los hijos. ¿Puede acaso un reino dividido, en que sus habitantes entre sí son enemigos, puede subsistir? No puede. Pues así, en verdad, una familia no subsiste si no hay obediencia, respeto, economía, buena voluntad, laboriosidad, amor.
“Honra al padre y a la madre” dice el decálogo. ¿Cómo se honra? ¿Por qué se deben honrar?
Se honran con verdadera obediencia, con exacto amor, con confidente respeto, con un temor reverencial que no cierra las puertas a la confidencia, como tampoco nos hace tratar a nuestros mayores como si fuéramos siervos o inferiores. Se les debe honrar porqué, después de Dios, quienes dan la vida y proveen a todas las necesidades materiales de la vida, los primeros maestros, los primeros amigos del joven ser nacido a este mundo, son el padre y la madre.
Se dice: “Que Dios te bendiga”; se dice: “Gracias” a aquel que recoge un objeto que se nos ha caído, o nos da un trozo de pan. Pues entonces, ¿no vamos a decir, con amor, “Que Dios te bendiga”, y “gracias”, a quienes se matan trabajando para darnos de comer, o tejiendo nuestros vestidos y manteniéndolos limpios, a quienes se levantan para escrutar nuestro sueño, se niegan al descanso para cuidarnos, o nos hacen de su seno lecho en nuestros momentos más dolorosos de cansancio?
(...) Son nuestros amigos. Mas, ¿qué amigo puede ser más amigo que un padre, o más amiga que una madre? ¿Podéis tener miedo de ellos? ¿Podéis decir que él o ella van a traicionar? Bueno, pues ved como ese joven necio o esa muchacha aún más necia se buscan amigos entre los extraños, y cierran el corazón al padre y a la madre, y corrompen su mente y su corazón con contactos al menos imprudentes, si es que no son incluso culpables, motivo de lágrimas paternas y maternas, que hienden, como gotas de plomo fundido, el corazón de los padres.
Pero Yo os digo que esas lágrimas no caen en el polvo y en el olvido; Dios las recoge y las cuenta. El martirio de una madre o de un padre pisoteados recibirá premio del Señor. Así como tampoco será olvidado el acto de un hijo que somete a suplicio a su padre y a su madre, aunque estos, en su doliente amor, supliquen piedad de Dios para su hijo culpable.
“Honra a tu padre y a tu madre si quieres vivir largamente sobre la Tierra” está escrito; “Y eternamente en el Cielo”, añado ¡Demasiado poco castigo sería el vivir poco aquí por haber ofendido a los padres! El más allá no es un cuento, y en el más allá se recibirá premio o castigo, según hayamos vivido. Quien ofende a un padre y una madre, ofende a Dios, porque Dios ha mandado amarlos, y quien no ama peca; pierde por tanto así, más que la vida material, la verdadera vida de que os he hablado, le espera la muerte (es más, ya está en él, habiendo caído su alma en desgracia de su Señor); tiene ya en sí el delito porque hiere el amor más santo después de Dios; tiene ya en sí los gérmenes de los futuros adulterios, porqué de un mal hijo, viene un pérfido esposo; tiene ya en sí los estímulos de la corrupción social, porque de un mal hijo nace el futuro ladrón, el torvo y violento asesino, el frío usurero, el libertino seductor, el vividor cínico, el repugnante traidor de la Patria, de los amigos, de los hijos, de la esposa, de todos. ¿Podéis acaso nutrir estima y confianza hacia quien ha sido capaz de traicionar el amor de una madre y burlarse de las canas de un padre?
Escuchad, no obstante también esto: el deber de los hijos se corresponde con un parejo deber de los padres. ¡Maldición al hijo culpable…más también para el culpable progenitor! Haced que los hijos no puedan criticaros y copiaros en el mal. Haceos amar por haber dado amor con justicia y misericordia. Dios es Misericordia. Los padres, que van solo después de Dios, sean misericordia. Sed ejemplo y consuelo de los hijos. Sed paz y guía.
Sed el primer amor de vuestros hijos. Una madre es siempre la primera imagen de la esposa que querríamos. Un padre, para las hijas jovencitas, tiene el rostro que sueñan para el esposo. Haced que, sobre todo, vuestros hijos e hijas elijan con sabia mano sus recíprocos consortes, pensando en la madre, en el padre, y deseando en el consorte lo que hay en el padre, en la madre: una virtud veraz.
Si tuviera que hablar hasta agotar el tema, no serían suficientes el día y la noche. Por ello, en atención a vosotros, concluyo. El resto, que os lo manifieste el Espíritu Eterno. Yo echo la simiente y sigo caminando. En los buenos, la semilla echará raíz y dará espiga. Marchad. La paz sea con vosotros”.
Quien se marcha se va raudo, quien se queda entra en la tercera pieza y come su pan, o el que le ofrecen los discípulos en nombre de Dios. Sobre rústicos apoyos han sido colocados unos tablones y paja donde pueden dormir los peregrinos.
La mujer velada se marcha con paso ágil; la otra, la que ya estaba llorando desde el principio, y ha seguido llorando sin interrupción mientras Jesús hablaba, se mueve incierta y luego se decide a marcharse.
Jesús entra en la cocina para tomar alimento; pero apenas acaba de empezar a comer, ya tocan a la puerta. Se levanta Andrés que está más cerca, y sale al patio. Habla y luego vuelve: “Maestro, una mujer, la que lloraba, pregunta por Ti. Dice que tiene que marcharse y debe hablarte”.
“Pero en este plan ¿Cómo y cuándo come el Maestro?” exclama Pedro.
“Debías haberle dicho que viniera más tarde”, le dice Felipe.
“Silencio. Luego como. Seguid vosotros”.
Jesús sale, la mujer está afuera.
“Maestro…una palabra…Tu has dicho…¡Oh…, ven detrás de la casa! ¡Es penoso manifestar mi dolor!”. Jesús condesciende, sin decir palabra; se limita una vez detrás de la casa a preguntar: “¿Que quieres de Mí?”.
“Maestro…te he oído antes, cuando hablabas entre nosotros…y luego te he oído mientras predicabas. Parece como si hubieses hablado para mí. Has dicho que en toda enfermedad física o moral está Satanás…yo tengo un hijo enfermo en su corazón
¡Ojalá te hubiera oído cuando hablabas de los padres! Es mi tormento, se ha desviado con malos compañeros y es…es exactamente como Tú dices…ladrón (por ahora en casa, pero...) Es un pendenciero…un avasallador…Siendo como es, joven, se destruye con la lujuria y la crápula.
Mi marido quiere echarle de casa. Yo…yo soy su madre…y muero de dolor. ¿Ves como jadea mi pecho? Es el corazón que se me parte de tanto dolor. Desde ayer, deseaba hablarte, porque…espero en Ti, Dios mío; pero no me atrevía a decir nada. ¡Es tan doloroso para una madre decir: “Tengo un hijo cruel”!...”. La mujer llora, curvada y doliente, ante Jesús.
“No llores más. Quedará curado de su mal”.
“Si pudiera oírte, sí; pero no quiere oírte. ¡Oh…, nunca sanará!”
“¿Tienes fe tú por él? ¿Tienes voluntad tú por él?”
“¿Y me lo preguntas? Vengo de la Alta Perea para rogarte por él..."
“Pues entonces, ve. Cuando llegues a tu casa, tu hijo te saldrá al encuentro arrepentido”.
“Pero, ¿cómo?"
“¿Cómo? ¿Crees que Dios no puede hacer lo que Yo pido? Tu hijo está allí, Yo estoy aquí, pero Dios está en todas partes…Y Yo le digo a Dios: “Padre, piedad por esta madre”. Y Dios hará tronar su llamada en el corazón de tu hijo. Ve, mujer. Un día pasaré por las calles de tu ciudad y tú, orgullosa de tu hijo, saldrás a recibirme con él.
Y, cuando él llore sobre tus rodillas, pidiéndote perdón y contándote su misteriosa lucha, de la que salió con alma nueva, y te pregunte como sucedió, dile: “Por Jesús has nacido de nuevo al Bien”. Háblale de Mí. Si has venido a Mí, es señal de que conoces; haz que él conozca y me lleve en su pensamiento para tener consigo la fuerza salvadora. Adiós. La paz a la madre que ha tenido fe, al hijo que vuelve, al padre contento, a la familia restaurada. Ve”. La mujer se va en dirección al pueblo y todo termina.