MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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lunes, 23 de enero de 2023

VISIÓN DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE SAN JUAN APÓSTOL RELATADA EN EL APOCALIPSIS


Visión de Dios y de los 24 ancianos del Apóstol San Juan



DEL LIBRO DEL APOCALIPSIS

Publicado el 7-6-2.020



Después de todo esto, tuve una visión. Vi una puerta abierta en el Cielo, y aquella voz semejante a una trompeta, que me había hablado al principio decía: Sube aquí, y te mostraré lo que va a suceder en adelante.

De pronto caí en éxtasis y vi un trono colocado en el cielo y alguien sentado en el trono. El que estaba sentado tenía un aspecto resplandeciente como piedra de jaspe o de sardonio, y un halo parecido a la esmeralda rodeaba su trono. Alrededor del trono había otros veinticuatro tronos, en los que estaban sentados veinticuatro ancianos vestidos de blanco y con coronas de oro en la cabeza. Relámpagos y truenos retumbantes salían del trono: siete lámparas de fuego – que son los siete espíritus de Dios – ardían en presencia del trono y delante había también un mar transparente como el cristal.

En medio del trono y a su alrededor habían cuatro seres vivientes llenos de ojos por delante y por detrás. El primero era como un león; el segundo como un toro; el tercero tenía un rostro semejante a un hombre, y el cuarto se parecía a un águila en vuelo. Cada uno de los cuatro seres tenía seis alas, y estaban llenos de ojos por fuera y por dentro. Y día y noche proclamaban sin cesar:

Santo, Santo, Santo Señor Dios Todopoderoso el que era, que es y el que está a punto de llegar. Y cada vez que los seres vivientes daban gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono y vive por siempre, los veinticuatro ancianos se postraban ante el que está sentado en el trono, adoraban al que vive para siempre y arrojaban sus coronas a los pies del trono diciendo:

Digno eres, Señor y Dios nuestro de recibir la gloria, el honor y el poder. Tú has creado todas las cosas; en tu designio existían y según él fueron creadas.



INTERPRETACIÓN DE LA VISIÓN DEL REINO DE DIOS

El Reino de Dios se encuentra, según la Visión del Apóstol San Juan, tras la puerta abierta en el Cielo. Dios Padre, está sentado en el trono, y resplandecía como piedra de jaspe o de sardonio, con un halo parecido a la esmeralda, lo que testifica su divinidad.

Los veinticuatro ancianos con vestiduras blancas con sus coronas de oro, sentados en veinticuatro tronos, simbolizan todos los elegidos de la Humanidad, las doce tríbus de Israel y los doce Apóstoles del Hijo de Dios.

Los relámpagos y truenos retumbantes que salían del trono, representan el poder infinito de la Divinidad, las siete lámparas de fuego, que son los siete atributos de Dios, sus siete Espíritus, que están en misión por toda la Tierra, y arden en presencia del trono ante un mar transparente de cristal que simboliza todo el Universo creado.

Los cuatro seres vivientes, que aparecen también en la visión del Profeta Ezequiel, son el símbolo de la fe, grabada en la conciencia de cada ser humano, están llenos de ojos por delante y por detrás, porque esa es la misión de la fe, contemplar y tratar de imitar los cuatro atributos de Dios Padre: La fuerza de la pureza, que es la Luz de Dios, que permite el discernimiento espiritual del alma, simbolizada por el león; el toro que simboliza la fuerza de la Verdad; el que tenía cara de águila en vuelo, es la Justicia, ya que este animal es capaz de mirar al sol de frente, y tiene una visión telescópica; y el que tenía cara de hombre, simboliza el Espíritu de bondad, ya que solo al hombre y no el animal, por sus acciones de amor al prójimo merece la Vida Eterna, porque puede compadecerse y amar a su prójimo y por se hace semejante a Dios.

Y es la fe en Dios la que es capaz de proclamar que solo Dios es Santo, Todopoderoso, el que era, el que es y el que está por llegar. Ese es el nombre que dio Dios a Moisés cuando le dijo: “Yo soy el que soy”, que quiere decir: Yo soy siempre el mismo, el que permanece desde siempre: soy el Eterno. Por esa razón, los adoradores proclaman: Tú has creado todas las cosas; en tu designio existían, y según él fueron creadas.


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Del libro del Apocalipsis (5-6,14)

Vi entonces, en medio del trono, de los cuatro seres vivientes y de los ancianos, un Cordero en pié, con señales de haber sido degollado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la Tierra. Se acercó el Cordero y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono; y cuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero. Tenía cada uno una cítara y una copa de oro llena de perfumes, que son las oraciones de los santos. Cantaban un cántico nuevo que decía:

Eres digno de recibir el libro y romper sus sellos, porque has sido degollado y con tu Sangre has adquirido para Dios hombres de toda raza, lengua pueblo y nación, y los has constituido en reino para nuestro Dios y en sacerdotes que reinarán sobre la Tierra.

Oí después en la visión, la voz de innumerables ángeles que estaban alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos; eran cientos y cientos, miles y miles, que decían con voz potente: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Y las criaturas todas del cielo y de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, oí también que decían:

Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes respondieron: "Amén", y los ancianos se postraron en profunda adoración.Y es que toda la creación, que son los siete Espíritus de Dios en misión por toda la Tierra, proclaman la Gloria de Dios.



Del Evangelio como me ha sido revelado 
de María Valtorta:

La primera palabra del Padre y Señor es esta: “Yo soy el Señor, Dios tuyo”. En cada instante del día, la Voz de Dios pronuncia esta palabra y su dedo la escribe. ¿Dónde? Por todas partes. Todo lo dice continuamente: desde la hierba a la estrella, desde el agua al fuego, desde la lana al alimento, desde la luz a las tinieblas, desde el estar sano hasta la enfermedad, desde la riqueza hasta la pobreza.” Todo dice : “Yo soy el Señor. Por Mí, tienes esto. Un pensamiento Mío te lo da, otro te lo quita y no hay fuerza de ejercito ni de defensas que te pueda preservar de Mi voluntad”. Grita en la voz del viento, canta en la risa del agua, perfuma en la fragancia de la flor, se incide sobre las cúspides montanas, y susurra, habla, llama, grita en las conciencias: Yo soy el Señor Dios tuyo”.







miércoles, 18 de enero de 2023

LA IGLESIA FUNDADA DIRECTAMENTE POR CRISTO JESÚS ES LA VERDADERA, TODAS LAS DEMÁS HAN SIDO FUNDADAS POR SOBERBIOS ILUMINADOS


La Sainte Chapelle de Paris, Construida en 1248 es la capilla gótica  más hermosa del mundo
Contiene la Sagrada reliquia de la Corona de Espinas del Salvador del mundo




Estamos bombardeados constantemente por unas hordas de individuos, que se dedican a analizar los defectos de algunos miembros consagrados de la Iglesia Católica, en los casos de Pederastia, para darnos a entender que toda la Iglesia está contaminada, lo que es como decir que porque Judas era un traidor y un ladrón, todos los Apóstoles lo eran.


Este razonamiento equivale también a afirmar que porque existen en las profesiones de Arquitectos, Ingenieros, Médicos, o cualquier otro oficio, individuos pederastas, todos los integrantes de esas profesiones lo son. Su odio a la Religión católica, los vuelve ciegos y fanáticos, nunca llegarán por eso a reconocer todos los actos de caridad, de ayuda a los necesitados, que la Iglesia ha hecho en el curso de la historia, con la fundación de hospitales, hospederías y hasta universidades, y todo lo que la Iglesia está haciendo en nuestros días en los Países pobres, y en los países desarrollados dando de comer, entregando ropa y dinero en la medida de sus posibilidades. 

El caso más notable en nuestros días, es el de Santa Teresa de Calcuta, que entregó su vida para aliviar los sufrimientos de los más pobres y abandonados, en un País, de mayoría hinduista, que creen que esas criaturas están pagando las consecuencias de lo que llaman "Karma", los pecados de una vida anterior, ya que creen en la reencarnación.

En ninguna profesión liberal, o manual, si se elimina de su seno a uno de sus miembros por ser pederasta,  nadie se atreve a decir que todos sus miembros lo son, sin embargo, el odio satánico de ciertos individuos, les empuja a afirmar que todos los miembros de la Iglesia Católica sí lo son.

Ni los partidos de Izquierda, de ideología marxista, que dicen tanto defender a los marginados, ni los Sindicatos, se dedican a dar de comer a los pobres y también a los ricos que han venido a menos por culpa de la crisis económica.

Hay una sencilla razón para decir que solo la Iglesia Católica, y según mi opinión, la Iglesia Ortodoxa, son Iglesias Santas: No fueron fundadas por ningún hombre, sino por Jesús, mientras que en las otras Iglesias, solo intervinieron unos individuos que se creían "Iluminados", y escogidos por Dios, y que decidieron en un momento determinado, renegar de la verdadera Iglesia por lo que consideraban ciertos abusos.

Lo que creyeron ser una llamada de Dios para restablecer la verdadera Doctrina, y fundar una nueva Iglesia, fue en realidad una acción fomentada por Satanás, el cual, como lo explica tan bien San Juan de la Cruz, nunca tienta bajo el aspecto del mal, ya que sabe que el mal conocido nunca será admitido, sino, apoyándose en una verdad, inocula la falsa Doctrina, como la aguja que simboliza la verdad, para luego introducir el hilo de la mentira. 

La Iglesia le costó a Cristo, y a su Santa Madre, la Corredentora, Sangre, Sudor y Lágrimas, por eso la hizo invencible (Las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella), y por eso también la dotó de plenos poderes: Jesús le dijo a Pedro: "Lo que atares en la Tierra será atado en el Cielo, y lo que desataras en la tierra será desatado en el Cielo".

¡Cuanta gente, con poco sentido común, y sin ninguna humildad, creen que la Iglesia de Cristo, después de estar fundada por Él, y después de todo lo que le costó, va a permitir que sucumba bajo Satanás y sus hordas, y que creen que vaya a refundarse gracias a ellos, unos individuos llenos de soberbia, de odio y de imprecaciones hacia los herederos de San Pedro.

Eso es lo que ocurrió con el iracundo y lujurioso Lutero, el padre de todas las innumerables y variopintas sectas protestantes actuales, que sería larguísimo enumerar, Y el sanguinario asesino Enrique VIII, que mató con su hija Elisabeth a más católicos que la Inquisición católica en toda su historia, y el cruel y sádico Calvino, que mandó quemar vivo a Miguel Servet por su visión particular sobre la Santísima Trinidad.

Si algo en común tienen todas las religiones, y las sectas, que no han sido fundadas por Dios, sino inducidas por Satanás para combatir la verdadera Iglesia, a lo largo de los tiempos, es que siempre terminan desvelando a su fundador: el padre de la mentira. Es el caso del "matrimonio" homosexual, la ordenación de mujeres, y Obispas, incluso a declarados homosexuales, la objeción sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía, la no existencia del Purgatorio, la predestinación y tantas otras cosas más, debidas a una interpretación falsa de las Escrituras. 

Recuerdo que el Papa actual, celebra el Sacrificio Eucarístico en el Vaticano, encima de la tumba de San Pedro, Jefe en la Tierra de la Iglesia fundada por Cristo, nombrado por Él, para él y también para sus legítimos sucesores.

Esto no quiere decir que los miembros de la Iglesia estén libres de pecados, como hombres que son, pero están en camino de alcanzar la santidad unos, y otros, aún que lleven el hábito talar, están descartados, si están en pecado mortal, por eso decimos que la Iglesia es Santa, porque los que aún no lo son están en camino de serlo, y los que no están en el camino de serlo ni lo serán, no pertenecen a la Iglesia de Cristo.

En este mundo, en donde Dios da toda una vida para santificarse, podemos decir que las almas son como el lienzo de un pintor, que está trabajando en su obra, no se le puede decir al pintor antes de terminar el cuadro: "¡Qué obra tan fea!", ya que dirá: "¡Espera a que lo termine para opinar!". El cuadro es el alma, el Pintor es Dios, y a la hora de la muerte, si el cuadro no está aún terminado, le dará los últimos retoques en el Purgatorio.

Muchos que no son Católicos, obedeciendo a la voz de su conciencia que está puesta por Dios y con más dificultad que los Católicos, por carecer de los Sacramentos, se salvarán y pertenecen sin saberlo a la Iglesia de Cristo.
Por eso se puede afirmar que en la Iglesia católica no están todos los que son, ni son todos los que están,

Gloria Patris et Filio et Spiritui Sancto, sicut era
in principio et nunc et semper, et
 in saecula saeculorum. Amen.





jueves, 22 de diciembre de 2022

EL NACIMIENTO DEL HOMBRE-DIOS; LA LUZ DE DIOS ILUMINA LA GRUTA Y LA TRANSFORMA EN UN PALACIO. SUBLIMES PALABRAS DE LA VIRGEN MARÍA, CORREDENTORA Y VENCEDORA DE SATANÁS.


IMAGEN COPTA, EL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS








EL RAYO DE LUZ ILUMINA LA GRUTA
AL NACER EL HIJO DE DIOS



   ESTREMECEDOR  RELATO DEL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS, EL CREADOR DEL UNIVERSO VISIBLE E INVISIBLE; EL ALFA Y EL OMEGA; LA SUBLIME BELLEZA; SABIDURÍA Y PERFECCIÓN. NUESTRO REDENTOR Y NUESTRO SUPREMO JUEZ, EL QUE TIENE LAS LLAVES DEL CIELO Y DEL HADES; EL QUE DARÁ PREMIO Y CASTIGO A LOS HOMBRES DE TODA CONDICIÓN.



          Del Poema del Hombre-Dios de María Valtorta


         Continúa mi visión del interior de este pobre refugio de piedra en que han encontrado amparo, unidos María y José en la suerte, a unos animales.

       El fueguecillo se adormila junto a su guardián. María levanta lentamente la cabeza de su yacija y mira. Ve que José tiene la cabeza reclinada sobre el pecho como si estuviera meditando… será – piensa – que el cansancio ha sobrepujado su buena voluntad de permanecer despierto, y sonríe bondadosa; luego con menos ruido del que puede hacer una mariposa posándose en una rosa, se sienta, para después arrodillarse. Ora con una sonrisa beata en su rostro. Ora con los brazos extendidos casi en cruz, con las palmas hacia arriba y hacia delante… y no parece cansarse en esa posición violenta. Luego se postra con el rostro contra el heno, adentrándose aún más en su oración; y la oración es larga.

          José sale bruscamente de su sueño; ve mortecino el fuego y casi oscuro el establo. Echa un puñado de tamujo muy fino. La llama vuelve a chispear. Y va añadiendo ramitas cada vez más gruesas; en efecto, el frío debe de ser punzante, el frío de esa noche invernal, serena, que penetra por todas las partes de esas ruinas. El pobre José, estando como está cerca de la puerta – llamemos así a la abertura a la que hace de cortina su manto -, debe estar congelado. Acerca las manos a la llama, se quita las sandalias, acerca también los pies; así se calienta. Luego, cuando el fuego ha adquirido ya viveza y su luz es segura, se vuelve; no ve nada, ni siquiera la blancura del velo de María que antes dibujaba una línea clara obre el heno oscuro. Se pone en pie y se acerca despacio a la yacija.

         “¿No duermes, María?” pregunta.

        Lo pregunta tres veces, hasta que Ella torna en sí y responde: 

       “Estoy orando”.

       “¿No necesitas nada?”.

       “No, José”

       “Trata de dormir un poco, de descansar al menos”.

       “Lo intentaré, pero la oración no me cansa”.

       “Hasta luego, María”.

       “Hasta luego, José”.

       María vuelve a su posición de antes. José, para no ceder otra vez al sueño, se pone de rodillas junto al fuego, y ora. Ora con las manos caídas en el rostro; de vez en cuando las separa para alimentar el fuego, y luego vuelve a su ferviente oración. Menos el ruido del crepitar de la leña y el del asno, que de tanto en tanto pega con una pezuña en el suelo, no se oye nada.

     Un inicio de Luna se insinúa a través de una grieta de la techumbre, parece un hilo de incorpórea plata que buscase a María. Se alarga a medida que la Luna va elevándose en el cielo y, por fin, la alcanza. Ya está sobre la cabeza de la orante, nimbándosela de candor.

      María levanta la cabeza como por una llamada celeste y se yergue hasta quedar de nuevo de rodillas. ¡Oh, qué hermoso es este momento! Ella levanta la cabeza, que parece resplandecer bajo la luz blanca de la Luna, y una sonrisa no humana la transfigura. ¿Qué ve? ¿Qué oye? ¿Qué siente? Solo Ella podría decir lo que vio, oyó y sintió en la hora fúlgida de su Maternidad. Yo solo veo que en torno a Ella la luz aumente, aumenta, aumenta; parece descender del Cielo, parece provenir de las pobres cosas que están a su alrededor, parece, sobre todo, que proviene de Ella.

        Su vestido, azul oscuro, parece ahora de un delicado celeste de miosota; sus manos, su rostro, parecen volverse azulinas, como los de uno que estuviera puesto en el foco de un inmenso zafiro pálido. Este color, que me recuerda, a pesar de ser más tenue, el que veo en las visiones del santo Paraíso, y también el que vi en la visión de la venida de los Magos, se va extendiendo progresivamente sobre las cosas, y las viste, las purifica, las hace espléndidas.

       El cuerpo de María despide cada vez más luz, absorbe la de la Luna, parece como si Ella atrajera hacia sí la que le puede venir del Cielo. Ahora es Ella la depositaria de la Luz, la que debe dar esa Luz al mundo. Y esta beatífica, incontenible, inmensurable, eterna, divina Luz que de un momento a otro va a ser dada, se anuncia con un alba, un lucero de la mañana, un oro de átomos de Luz que aumenta, aumenta como una marea, sube, sube como incienso, baja como una riada, se extiende como un velo…

        La techumbre, llena de grietas, de telas de araña, de cascotes que sobresalen y están en equilibrio por un milagro de estática, esa techumbre negra, ahumada repelente, parece la bóveda de una sala regia. Los pedruscos son bloques de plata; las grietas, reflejos de ópalo; las telas de araña, preciosísimos baldaquines engastados de plata y diamantes. Un voluminoso lagarto, aletargado entre dos bloques de piedra, parece un collar de esmeraldas olvidado allí por una reina; y un racimo de murciélagos en letargo, una lámpara de ónix de gran valor. Ya no es hierba el heno que pende del pesebre más alto, es una multitud de hilos de plata pura que oscilan temblorosos en el aire con la gracia de una cabellera suelta.

          La madera oscura del pesebre de abajo parece un bloque de plata bruñida. Las paredes están recubiertas por un brocado en que el recamo perlino del relieve oculta el candor de las seda. Y el suelo… ¿Qué es ahora el suelo? Es un cristal encendido por una luz blanca; los salientes parecen rosas de luz arrojadas al suelo como obsequio; los hoyos, cálices valiosos de cuyo interior ascenderían aromas y perfumes.

       La Luz aumenta cada vez más. El ojo no la resiste. En ella desaparece, como absorbida por una cortina de incandescencia, la Virgen… y emerge la Madre.

       Sí. Cuando mi vista de nuevo puede resistir la Luz, veo a María con su Hijo recién nacido en los brazos. Es un Niñito rosado y regordete, que gesticula, con unas manitas del tamaño de un capullo de rosa; que menea sus piececitos, tan pequeños que cabrían en el corazón de una rosa; que emite vagidos con su vocecita trémula, de corderito recién nacido, abriendo una boquita que parece una menuda fresa del bosque, y mostrando una lengüecita temblorosa contra el rosado paladar; que menea su cabecita, tan rubia que parece casi desprovista de cabellos, una cabecita redonda, que su Mamá sostiene en la cavidad de una de sus manos, mirando a su Niño, adorándole, llorando y riendo al mismo tiempo… Y se inclina para besarlo, no en la inocente cabeza, sino en el centro del pecho, sobre ese corazoncito que palpita, que palpita por nosotros… en donde un día se abrirá la Herida. Su Mamá se la está curando anticipadamente, con su beso inmaculado.

        El buey se ha despertado por el resplandor, se levanta haciendo mucho ruido con las pezuñas, y muge. El asno vuelve la cabeza y rebuzna. Es la Luz la que los saca del sueño, pero me seduce la idea de pensar que hayan querido saludar a su Creador, por ellos mismos y por todos los animales.

           Y José, que casi en rapto, estaba orando tan intensamente que era ajeno a cuanto le rodeaba, también torna en sí, y por entre los dedos apretados contra el rostro, ve filtrarse la extraña Luz. Se descubre el rostro, levanta la cabeza, se vuelve. El buey, que está en pié, oculta a María, pero ella llama: “José, ven”.

      José acude. Cuando ve, se detiene, como fulminado de reverencia, y está casi para caer de rodillas en ese mismo lugar; pero María insiste: “Ven, José” y, apoyando la mano izquierda en el heno y teniendo con la derecha estrechado contra su corazón al Infante, se alza y se dirige hacia José, quien, por su parte, se mueve azarado por el contraste entre su deseo de ir y el temor a ser irreverente.

      Cerca de la cama para el ganado, los dos esposos se encuentran, y se miran llorando con beatitud.

      “Ven, que ofrecemos a Jesús al Padre” dice María. José se pone de rodillas. Ella, erguida, entre dos troncos sustentantes, alza a su criatura en sus brazos y dice: “Heme aquí – por Él, ¡Oh Dios!, te digo esto - , heme aquí para hacer tu Voluntad. Y con Él yo, María, y José, mi esposo. He aquí a tus Siervos, Señor, para hacer siempre, en todo momento y en todo lo que suceda, Tu voluntad, para gloria tuya y por amor a Ti”.

         Luego, María se inclina hacia José y, ofreciéndole el Infante le dice: “Toma, José”.

    “¿Yo? ¿A mí? ¡Oh, no! ¡No soy digno!”. José se siente profundamente turbado, anonadado ante la idea de deber tocar a Dios.

      Pero María insiste sonriendo: “Bien digno de ello eres tú, y nadie lo es más que tú, y por eso el Altísimo te ha elegido. Toma José, tenlo mientras yo busco su ropita”.

      José, rojo como una púrpura, alarga los brazos y toma ese copito de carne que grita de frío; una vez que lo tiene entre sus brazos, no persiste en la intención de mantenerlo separado de sí por respeto, sino que lo estrecha contra su corazón rompiendo a llorar fuertemente: “¡Oh! ¡Señor! ¡Dios mío!”; y se inclina para besar los piececitos. Los siente fríos y entonces se sienta en el suelo y le recoge en su regazo, y con su indumento marrón y con las manos, trata de cubrirle, calentarle, defenderlo del frío de la noche.

        Quisiera acercarse al fuego, pero allí se siente esa corriente de aire que entra por la puerta. Mejor quedarse donde está o, mejor todavía, entre los dos animales, que hacen de escudo al aire y dan calor. Y se pone entre el buey y el asno dando espalda a la puerta, con su cuerpo hacia el Recién Nacido para hacer de su pecho una hornacina, cuyas paredes laterales son: una cabeza gris, con largas orejas, un hocico grande, blanco, con unos ojos húmedos, buenos y un morro que exhala vapor.

        María ha abierto el baulillo, y ha sacado unos pañales y unas fajas, ha ido al fuego y las ha calentado. Ahora se acerca a José y envuelve al Niño en esos pañales calentitos, y con un velo, le cubre la cabeza. “¿Dónde le ponemos ahora?”, pregunta.

        José mira a su alrededor, piensa… “Mira – dice - , corremos un poco más para acá los dos animales y la paja, y bajamos ese heno de allí arriba, y le ponemos a Él allí dentro. La madera del borde le resguardará del aire, el heno será su almohada, el buey con su aliento le calentará un poquito. Mejor el buey. Es más paciente y tranquilo”.

      Y se pone manos a la obra, mientras María acuna al Niño estrechándolo contra su corazón, con su carrillo sobre la cabecita para darle calor.

       José reaviva el fuego, sin ahorrar leña, para hacer una buena hoguera, y se pone a calentar el heno, de forma que, según lo va secando, para que no se enfríe, se lo va metiendo en el pecho; luego, cuando ya tiene suficiente para un colchoncito para el Infante, va al pesebre y lo dispone como una cunita. “Ya está” dice. “Ahora sería necesario una manta, porque el heno pica; y además para taparle…”.

        “Coge mi manto” dice María.

       “Vas a tener frío”.

      “¡Oh, no tiene importancia! La manta es demasiado áspera; el manto, sin embargo, es suave y caliente. Yo no tengo frío en absoluto. ¡Lo importante es que Él no sufra más!”.

     José coge el amplio manto de suave lana azul oscura y lo dispone doblado encima de la paja, y deja un borde colgando fuera del pesebre. El primer lecho del Salvador está preparado.

        Su Madre, con dulce paso ondeante, le lleva al pesebre, en él le coloca, y le tapa con la parte del manto que había quedado fuera y con ella arropa también la cabecita desnuda, que se hunde en el heno, protegida apenas por el fino velo de María. Queda solo destapada la carita, del tamaño de un puño de hombre, y los dos, inclinados hacia el pesebre le miran con beatitud mientras duerme su primer sueño; en efecto, el calorcito de los paños y de la paja le ha calmado el llanto y le ha hecho conciliar el sueño al dulce Jesús.


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 SUBLIMES PALABRAS DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, QUE EXPLICAN DE UNA MANERA TRANSCENDENTAL COMO RESTITUYÓ AL GÉNERO HUMANO, Y EN PARTICULAR A LA MUJER SU DIGNIDAD PERDIDA POR CULPA DEL PECADO ORIGINAL, AL VENCER A SATANÁS, APLASTANDO SU CABEZA, QUE SIMBOLIZA TODAS SUS ARTIMAÑAS PARA DERROTAR A TODA LA HUMANIDAD.







              Dice María:

       “Te había prometido que Él vendrá a traerte su paz. ¿Te acuerdas de la paz que tenías durante los días de Navidad, cuando me veías con mi Niño? Entonces era tu tiempo de paz, ahora es tu tiempo de sufrimiento. Pera ya sabes que es en el sufrimiento donde se conquista la paz y toda la gracia para nosotros y para el prójimo. Jesús-Hombre tornó a ser Jesús-Dios después del tremendo sufrimiento de la Pasión; tornó a ser Paz, Paz en el Cielo del que había venido y desde el cual, ahora, derrama su Paz sobre aquellos que en el mundo le aman. Más durante las horas de la Pasión, Él, Paz del mundo, fue privado de esta paz. No habría sufrido si la hubiera tenido, y debía sufrir plenamente.

        Yo, María, redimí a la mujer con mi Maternidad divina, más se trataba solo del comienzo de la redención de la mujer. Negándome, con el voto de Virginidad, al desposorio humano, había rechazado toda satisfacción concupiscente, mereciendo gracia de parte de Dios. Pero no bastaba, porqué el pecado de Eva era árbol de cuatro ramas: soberbia, avaricia, glotonería, lujuria. Y había que quebrar las cuatro antes de hacerle estéril en sus raíces.

       Vencí la soberbia humillándome hasta el fondo.

        Me humillé delante de todos. No hablo ahora de mi humildad respeto a Dios; ésta deben tributársela al Altísimo todas las Criaturas. La tuvo su Verbo. Yo, mujer debía también tenerla. ¿Has reflexionado, más bien, alguna vez, en qué tipo de humillaciones tuve que sufrir de parte de los hombres y sin defenderme de manera alguna? Incluso José que era justo, me había acusado en su corazón. Los demás, que no eran justos, habían pecado de murmuración sobre mi estado, y el rumor de sus palabras, había venido, como ola amarga, a estrellarse contra mi humanidad.

      Y estas fueron sólo las primeras de las infinitas humillaciones que mi vida de Madre de Jesús y del género humano me procuraron. Humillaciones de Pobreza; la humillación de quien debe abandonar su tierra; humillaciones a causa de las reprensiones de los familiares y de las amistades que, desconociendo la verdad, juzgaban débil mi forma de ser Madre respeto a mi Jesús, cuando empezaba a ser ya un Hombre; humillaciones durante los tres años de su Ministerio; crueles humillaciones en el momento del Calvario; humillaciones hasta en el tener que reconocer que no tenía con qué comprar ni sitio ni perfumes para enterrar a mi Hijo.

       Vencí la avaricia de los Progenitores renunciando con antelación a mi hijo.

          Una madre no renuncia nunca a su hijo, si no se ve obligada a ello. Ya sea la Patria, o el amor de una esposa, o el mismo Dios quienes piden al hijo a su corazón, ella se resiste a la separación. Es natural que sea así. El hijo crece dentro de nosotros, y el vínculo de su persona con la nuestra jamás queda completamente roto. A pesar de que el conducto del vital ombligo haya sido cortado, siempre permanece un nervio que nace en el corazón de la madre (un nervio espiritual, más vivo y sensible que un nervio físico) y arraiga en el corazón del hijo, y que siente como si le estiraran hasta el límite de lo soportable, si el amor de Dios o de una criatura, o las exigencias de la Patria alejan al hijo de la madre; y que se rompe, lacerando el corazón, si la muerte arranca el hijo a su madre.

         Yo renuncié desde el momento que lo tuve, a mi Hijo. A Dios se lo dí, a vosotros os lo dí. Me despojé del Fruto de mi vientre para dar reparación al hurto de Eva del fruto de Dios.

       Vencí la glotonería, tanto del saber como del gozar, aceptando saber únicamente lo que Dios quería que supiera, sin preguntarme a mí misma, sin preguntarle a Él, más de cuanto se me dijera.

      Creí sin indagar. Vencí la gula del gustar porqué me negué todo deleite del sentido. Mi carne la puse debajo de las plantas de mis pies. Puse la carne, instrumento de Satanás, y con ella el mismísimo Satanás, bajo mi calcañar para hacerme así un escalón para acercarme al Cielo. ¡El Cielo!... Mi meta. Donde estaba Dios. Mi única hambre. Hambre que no es gula sino necesidad bendecida por Dios, por este Dios que quiere que sintamos apetito de Él.

        Vencí la lujuria, que es la gula llevada a la exacerbación.

           En efecto, todo vicio no refrenado conduce a un vicio mayor. Y la gula de Eva, ya de por sí, digna de condena, la condujo a la lujuria; efectivamente, no le bastó ya el satisfacerse sola sino que quiso portar su delito a una refinada intensidad; así conoció la lujuria y se hizo maestra de ella para su compañero. Yo invertí los términos y, en vez de descender, siempre subí; en vez de hacer bajar, atraí siempre hacia arriba; y de mi compañero, que era un hombre honesto, hice un ángel.

            Es ese momento en que poseía a Dios, y con Él sus riquezas infinitas, me apresuré a despojarme de todo ello, diciendo: “Que por Él se haga tu voluntad y que Él la haga”. Casto es aquel que controla no sólo su carne, sino también los afectos y los pensamientos. Yo tenía que ser la Casta para anular a la impudicia de la carne, del corazón y de la mente. Me mantuve comedida sin decir ni siquiera de mi Hijo, que en la Tierra era sólo Mío, como en el Cielo era solo de Dios: “Es Mío y para Mí lo quiero”.

         Y a pesar de todo no era suficiente para que la mujer pudiera poseer la Paz que Eva había perdido. Esa Paz os la procuré al pie de la Cruz, viendo morir a Aquel que tú has visto nacer. Y, cuando me sentí arrancar las entrañas ante el grito de mi hijo, quedé vacía de toda feminidad de connotación humana: ya no carne, sino Ángel.

       María la Virgen desposada con el Espíritu, murió en ese momento; quedó la Madre de la Gracia, la que os generó la Gracia desde su tormento y os la dio. La hembra, a la que había vuelto a consagrar mujer la noche de Navidad, a los pies de la Cruz conquistó los medios para venir a ser Criatura del Cielo.

      Esto hice Yo por vosotras, negándome toda satisfacción, incluso las satisfacciones santas. De vosotras, reducidas por Eva a hembras no superioras a las compañeras de los animales, he hecho – basta con que lo queráis – las santas de Dios. Por vosotras subí y, como a José os elevé. 

         La roca del Calvario es mi Monte de los Olivos. Ese fue mi impulso para llevar al Cielo, santificada de nuevo, el alma de la mujer, junto con mi carne, glorificada por haber llevado al Verbo de Dios y anulado en Mí hasta el último vestigio de Eva, la última raíz de aquel árbol de las cuatro ramas venenosas, aquel árbol que tenía hincada su raíz en el sentido y que había arrastrado a la humanidad a la caída, y que hasta el final de los siglos y hasta la última mujer os morderá las entrañas.

       Desde allí, donde ahora resplandezco, envuelta en el rayo del Amor, os llamo y os indico cual es la medicina para venceros a vosotras mismas: La Gracia de mi Señor y la sangre de mi Hijo.

     Y tú, voz Mía, haz descansar a tu alma con la Luz de esta alborada de Jesús para tener fuerza en las futuras crucifixiones que no te van a ser evitadas, porque te queremos aquí, y aquí se viene a través del dolor; porque te queremos aquí, y más alto se viene cuanto mayor ha sido la pena sobrellevada para obtener Gracia para el mundo.

        Ve en Paz, Yo estoy contigo”.




miércoles, 21 de diciembre de 2022

EN EL MUNDO RELATIVISTA DE HOY, MUY POCA GENTE CONOCE LA FUERZA TAN GRANDE QUE EXISTE EN LA ORACIÓN ENAMORADA HACIA EL PECADOR

La fuerza del Amor de Dios, tiene tal poder que una alma enamorada puede cambiar el curso natural de las cosas, y
  convertir el ateo y pecador más empedernido.





           Todos los seres humanos, salvo la Santísima Virgen María que nació sin pecado original, son pecadores en más o menos cuantía, es decir que aunque hayan sido bautizados, la herencia de Adán resurge como una planta a la cual no le han arrancado todas las raíces.
           Eso quiere decir que por pensamiento, obra y omisión, todos somos pecadores. san Juan de la Cruz explica en la noche oscura del alma, como algunos pocos logran arrancar esas profundas raíces, a través de las noches activas y pasivas del sentido y del espíritu, terribles noches que son largas y penosísimas, ya que son el Purgatorio en la Tierra, en las cuales el alma recobra la inocencia perdida, y es entonces apta para la unión mística con Dios, verdadera fusión con la divinidad por toda la eternidad.

                 Si Jesús ya no podrá sufrir más en su Naturaleza divina, como en su terrible Pasión, sigue sufriendo en su Naturaleza humana por los pecados de la Humanidad, ya que cada pecado es una ofensa a esa Naturaleza. Todos esos pecados son por la desobediencia a las Leyes de Dios, y al olvido de su predicación, de su Pasión, y de su muerte en la Cruz, que habrá sido inútil para mucha gente, en resumen es por una falta de Amor hacia su Persona.

         Ese Amor, cuando ha alcanzado su plenitud, como así lo expresa el Primer mandamiento de la Ley de Dios, es de una importancia tal, que tiene la facultad de limpiar totalmente el alma de sus pecados, por graves que hayan sido, como fue en el caso de María Magdalena, de ahí su Importancia y está clasificado en el primer lugar de la Ley, ya que cuando se logra tener, se cumple a la fuerza todos los otros mandamientos.

            De ahí la importancia de la Vida contemplativa que es lo que explica San Juan de la Cruz en todas sus Obras místicas, y que muy poca gente comprende, incluso "grandes teólogos" y grandes  Jerarcas católicos, creyendo firmemente que el alma apartada del mundo se aparta de la convivencia con sus hermanos, cuando en realidad es cuando más se acerca, por eso dijo el Santo Doctor en sus dichos de Luz y Amor: "Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de conciencia, que todas esas obras que quieres hacer". Y ya hemos visto que esa pureza se alcanza con el verdadero Amor a Dios.

      Y si un alma tiene la desgracia de comparecer ante Dios sin poco amor unitivo de parte de sus prójimos, tendrá que completarlo en el Purgatorio, y si en su lugar tiene desprecio y odio, ya que al no tener a Dios, ocupa su puesto el enemigo, esa alma tendrá la peor desgracia que le pueda ocurrir: la condenación eterna. Si un alma está en pecado mortal, Dios la puede perdonar si algún ser llegó a amarlo y a rezar por él  para su conversión, Dios verá el amor de su prójimo, que es la fuerza infinita del Espíritu Santo, que ha borrado el pecado, y el alma ha podido arrepentirse antes del Juicio de Dios. Es por eso que la Stma. Virgen María le dijo a los pastorcillos de Fátima: "Cuanta gente se condena porque no hay nadie que rece por ellos".  


San Juan de la Cruz: Llama de amor viva Canción 1,2


        “Y esta es la operación del Espíritu Santo, en el alma transformada en amor, que los actos que hace interiores es llamear, que son inflamaciones de amor, en que, unida la voluntad del alma, ama subidísimamente, hecha un amor con aquella llama.

         Y así estos actos de amor del alma son preciosísimos, y merece más en uno y vale más que cuanto había hecho en toda su vida sin esta transformación por más que ella fuese, etc".






lunes, 5 de diciembre de 2022

COMENTARIOS DEL EVANGELIO DEL 23/03/2.018 LA OCULTACIÓN DE LA DIVINIDAD DEJESÚS SIRVE PARA DISTINGUIR LOS HIJOS DE LA LUZ DE LOS HIJOS DE LAS TINIEBLAS


No vemos las cosas tales como son, las vemos como somos.


           Siempre me pregunté cual hubiera sido mi postura si hubiera nacido en Israel del tiempo de Jesús. Un tiempo en donde estaba vigente la Ley del talion, el distanciamiento hacia los leprosos que tenían que declararse impuros, las leyes del Deuteronomio, en donde si un hijo maldecía a sus padres, había que sacarlo fuera del campamento y lapidarlo como a los adúlteros, y cuantas otras leyes, que hoy día nos parecen inauditas, como cuando Yahvé reprochó a los israelitas de no haber exterminado a los niños de un pueblo idólatra, en una ciudad conquistada, hecho que San Juan de la Cruz explica místicamente, diciendo que esos niños simbolizaban a nuestros apetitos, que debemos aniquilar completamente en cuanto empiezan a desarrollarse.

                        Lo incomprensible era también la Profecía velada de la Venida del Mesías, que estaba descrito como un ser que iba a devolver la Gloria a su Pueblo como del tiempo de Salomón, lo que cegaba a la mayoría de los israelitas, para los cuales la figura de Jesús que soportaba la dominación romana, era incompatible con su nacionalismo exacerbado.

                    Esta visión del Mesías parece completamente opuesta a lo que dijo Jesús cuando afirmó a sus discípulos que el que quiera ser más grande, tiene que ser el servidor de los demás, o lo que dijo cuando lo prendieron: "El que mata por espada, morirá por espada", cuando en la toma de Palestina por Israel hay un largo capítulo dedicado a los héroes de Israel que tenían "soldada" a su mano la espada resaltando la cantidad innombrable de víctimas que habían matado con su arma.

                       Y es que Jesús vino para operar una separación entre los soberbios y los humildes, rescatando no solo a Israel, pero a todos los hombres del mundo, que también habían sido creados por Dios para vivir en un Reino eterno, en donde no se admite ningún rastro de odio o de desprecio hacia los demás. Por eso al hacer un milagro, siempre intentaba pasar desapercibido, ya que recomendaba a los agraciados de no dijeran nada a nadie, porque la fe verdadera no necesita lo que recomendaba Satanás a Jesús, que era  hacer una entrada triunfa tirándose del ala del Templo, llevado por sus Ángeles. 
             
                 Y es que el gran mérito de la fe, que es un don de Dios, es creer en Él aún en las situaciones más desesperadas, como lo hizo Abrahán el Padre de todos los creyentes cuando iba a degollar el hijo de la Promesa, o cuando todo parecía perdido en el Calvario, San Dimas reconoció la divinidad de Jesús.

               En el Evangelio que estamos comentando, Jesús expone su naturaleza divina a los Fariseos, de una forma tan clara, que provoca el escandolo e intentan lapidarlo. Queda de esa manera bien delimitada la diferencia existente entre los Soberbios y los humildes, que son los hijos de Satanás y los Hijos de Dios. Los milagros y las palabras de Jesús tenían que haber sido un acicate para los hijos de Dios, y una repulsa para los hijos de las tinieblas. El alma humilde y enamorada del prójimo, que va siempre unido al amor de Dios, tenía que haber reconocido la presencia del Mesías en su Misericordia, que curaba a los leprosos, los paralíticos, los ciegos y sordos y hasta resucitaba a los muertos como en Naím con el hijo de la desgraciada viuda que llevaban al sepulcro. El que no sabe reconocer esos actos de piedad hacia los que sufren y a los necesitados, no puede ser Hijo de Dios, es lo que Jesús dice en este Evangelio a los Fariseos    


ESTA ES LA IMAGEN DE LA SOBERBIA QUERER 
SER VISTO Y ADMIRADO POR TODOS, 
ES HACER EL RIDÍCULO



De los cuadernos de María Valtorta
 10 - 1.950


[...] En cambio, el amor propio es búsqueda de si mismos, es sucesivo amor hacia sí mismos, es una acción cumplida para glorificarse a sí mismos ante los ojos del mundo. Por lo tanto, es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida y, de esta planta de tres ramas, derivan luego la vanagloria, la dureza de corazón, la soberbia, las ansias de alabanzas humanas, la hipocresía, el espíritu de dominio, la convicción de saberse guiar por sí mismos, sacudiéndose de encima todas las disposiciones o consejos del Amor y de quien habla en nombre del Amor.

Se creen libres, se creen reyes porque, según ellos, nadie es mejor que ellos; porque siempre, según ellos, ya están instalados en la cumbre del saber y del poder. En cambio, son esclavos de sí mismos, del enemigo de Dios. Son esclavos, siervos, desnudos, ciegos.

Son esclavos de sí mismos, y siervos o esclavos del enemigo y de los enemigos de Dios. Están privados de las vestiduras ornadas, de las vestiduras de las bodas con la Sabiduría, de las vestiduras cándidas para el convite en los Cielos y para seguir cantando hosannas al Cordero. 


Están ciegos o, por lo menos miopes, porque han arruinado su vista espiritual con inútiles investigaciones humanas.


Evangelio de San Juan 10, 31-42.


Los judíos tomaron piedras para apedrearlo. Entonces Jesús dijo: "Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?". Los judíos le respondieron: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios". 

Jesús les respondió: "¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada- ¿Cómo dicen: 'Tú blasfemas', a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: "Yo soy Hijo de Dios"? 

Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre". Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos. 

Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí. Muchos fueron a verlo, y la gente decía: "Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad". 
Y en ese lugar muchos creyeron en él. 


martes, 29 de noviembre de 2022

RELATO DE JESÚS SOBRE SU DOLOROSA PASIÓN; EL ÚLTIMO INTENTO DE SATANÁS PARA EVITAR LA REDENCIÓN DE LA HUMANIDAD

EL ÁNGEL DE LA CONSOLACIÓN OFRECIÓ
A JESÚS UN CÁLIZ CON LOS NOMBRES
DE TODOS LOS ELEGIDOS


Detallada descripción de la agonía de Jesús en el Getsemaní, ultima posibilidad para Satanás para evitar la Redención de la Humanidad, aprovechando la debilidad del Hombre-Dios, abandonado por su Padre y por la mayoría de sus Apóstoles, y cargado con todos los pecados de la Humanidad, pasada, presente y futura. La derrota definitiva de Satanás se produjo cuando Jesús pronunció las palabras"Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" , ya que así como Adán pecó teniendo la ayuda del Espíritu Santo, es decir como hombre, Jesús para poder redimir tenía que ser semejante a él, es Justicia que se redima un pecado de hombre por otro hombre, en ese momento al estar abandonado por el Padre Jesús era solo Hombre. 

Este hecho provocó el triunfo definitivo de Jesús sobre Lucifer, lo que provocó en los infiernos el grito de rabia y desesperación, y en el Limbo el clamor de triunfo y de alegría, que se traduciría en  los clamores de alabanza al Cordero, por toda la eternidad, como se lee en el libro del Apocalipsis.

Sublime enseñanza de como Jesús se acuerda de algunas almas desesperadas de una manera misteriosa, con la ayuda de las almas víctimas que saben ofrecer sus sufrimiento para, a ejemplo de Jesús, salvar a sus hermanos de la Condenación eterna.

Explicación de como todos los justos, enamorados de Jesús, han estado presentes al pie de la Cruz, debido a la naturaleza Divina de Jesús, para la cual, no existe el tiempo. Es estremecedor que nuestro amor a Jesús y nuestra adoración a su naturaleza humana y divina, alivió los terribles sufrimientos de la Cruz, al beber del cáliz del ángel de la Consolación en el jardín de Getsemaní, donde estaban contenidos todos los que iban a ser derrimidos y eternamente agradecidos por su divino y humano sacrificio.



REFLEXIONES SOBRE LA AGONÍA DE GETSEMANÍ
(Del poema del Hombre-Dios de María Valtorta)


Dijo Jesús:

[...] Y no ha habido un dolor mayor, y más completo que el mío. Era uno con el Padre. Él me había amado desde la eternidad como solo Dios puede amar. Se había complacido en Mí y había encontrado en Mí su divina alegría. Y Yo lo había amado como solo un Dios puede amar y encontraba en mi amor por Él mi alegría divina. La inefable relación que une ab aeterno al Padre con el Hijo, no puede seros explicado ni siquiera con mi palabra, porque, si bien ella es perfecta, vuestra inteligencia no lo es y no podéis comprender y conocer lo que es Dios mientras no estéis con Él en el Cielo. Pues bien, yo sentía, cual agua que asciende y presiona contra un embalse, crecer, hora tras hora, el rigor del Padre respecto a Mí.

[...] Yo lo experimenté. Tuve que conocerlo todo, incluso vuestras desesperaciones, para poder, respeto a todo, interceder por vosotros ante el Padre. ¡Oh, Yo experimenté lo que significaba decir: "Estoy solo, todos me han traicionado, abandonado. Tampoco el Padre, tampoco Dios me ayuda ya". 

Y por eso obro misteriosos prodigios de gracia en los pobres corazones destrozados por la desesperación, y por eso pido a mis predilectos que beban este cáliz mío de tan amarga experiencia, para que ellos - los que naufragan en el mar de la desesperación - no rechacen la cruz que ofrezco como ancla y salvación, sino que a ella se aferren y Yo pueda llevarlos a la bienaventurada orilla, donde solo habita la paz.

¡Solo Yo sé cuanto hubiera necesitado al Padre en la noche del Jueves! Era un espíritu ya agonizante por el esfuerzo de haber tenido que superar los dos mayores dolores de un hombre: el adiós a una madre amantísima y la cercanía del Apóstol infiel, eran dos llagas que me quemaban el corazón: una con su llanto, la otra con su odio.

[...] Habrían sido suficientes esas dos llagas para hacer de Mí un agonizante en mi Yo. Pero era el Espiador, la Víctima, el Cordero. El cordero, antes de ser inmolado, conoce la marca incandescente, conoce los golpes, conoce el desnudamiento, conoce la venta al matarife, Lo último que conoce es el hielo del cuchillo que penetra en el cuello y abre las venas y mata. Antes debe dejarlo todo: los pastos donde ha crecido, la madre en cuyo pecho ha hallado nutrición y calor, los compañeros con quien ha vivido. Todo. Yo he conocido todo: Yo, Cordero de Dios.

Por eso vino Satanás, mientras el Padre se retiraba a los Cielos. Ya había venido en el comienzo de mi misión, a tentarme para desviarme de ella. Ahora volvía. era su hora, la hora del aquelarre satánico.

Hordas de demonios estaban esta noche en la Tierra para llevar a cabo la seducción de los corazones y disponerlos a querer el día siguiente que mataran a Cristo. Cada uno de los miembros del Sanedrín tenía el suyo, y el suyo Herodes y el suyo Pilatos, y el suyo cada uno de los judíos que iba a invocar que cayera sobre sí mi Sangre. También los Apóstoles tenían cada uno su tentador a su lado, que los adormilada mientras que Yo languidecía, que los preparaba para la cobardía. Observa el poder de la pureza, Juan, el puro, fue el primero que se liberó de la garra demoníaca, y volvió enseguida con su Jesús, y comprendió su celado deseo, y me trajo a María.

Pero Judas tenía a Lucifer, y Yo tenía a Lucifer: Judas en el corazón, Yo, al lado. Éramos los dos principales personajes de la tragedia y Satanás se ocupaba personalmente de nosotros. Después de conducir a Judas hasta un punto del que ya no podía retroceder, se volvió hacia Mí.
Con su astucia perfecta, me presentó las torturas de la carne con un realismo insuperable. En el desierto, también empezó por la carne. Le vencí orando. El espíritu sojuzgó los miedos de la carne.

Me presentó entonces la inutilidad de mi muerte, la utilidad de vivir para mi mismo sin ocuparme de los hombres ingratos. Vivir rico, feliz, amado. Vivir por razón de mi Madre, por no hacerla sufrir. Vivir para llevar a Dios con un largo apostolado a muchos hombres, los cuales, si yo muriera, me olvidarían, mientras que, si Yo fuera Maestro, no durante tres años, sino por muchos lustros, terminarían identificándose con mi Doctrina. Sus ángeles me ayudarían a seducir a los hombres. ¿No veía que los ángeles de Dios no intervenían para ayudarme? Después, Dios me perdonaría al ver la cosecha de creyentes que le habría llevado. En el desierto, también me había inducido a tentar a Dios con la imprudencia. Le vencí con la oración. El espíritu sojuzgó a la tentación moral.

Me permito aquí hacer un inciso creo que importante, en la tentación de Jesús en el desierto, Satanás indujo a Jesús a tirarse desde el  pináculo del templo, ya que está escrito que "los ángeles te protegerán para que tu píe no tropiece con la piedra", a lo cual Jesús le contestó: "Está escrito no tentarás al Señor tu Dios", lo que quiere decir que no hay que ponerse en situación de peligro, aquí Lucifer sigue otra vez con la tentación de tentar a Dios: y es que rechazar la Cruz, y sustituirla por un largo apostolado, impedía la Salvación de la Humanidad, lo que era tentar en cierta manera a Dios, al proponerle una decisión contraria a su voluntad, que era la Redención del género humano.

Vemos que Satanás como así lo explica San Juan de la Cruz, nunca tienta directamente ofreciendo el mal, porque sabe que el mal conocido nunca será admitido, siempre aparece como un amigo, que quiere favorecer, ¡Cuanta gente a cazado con esa astucia!

Me presentó el abandono de Dios. Él, el Padre, ya no me amaba. Yo estaba cargado con los pecados del mundo. Le producía repulsa. Estaba ausente, me dejaba solo. Me abandonaba al escarnio de una muchedumbre despiadada. Y no me concedía ni siquiera su divino consuelo. Solo, solo, solo. En esa hora solo estaba Satanás al lado del Cristo. Dios y los hombres estaban ausentes porque no me amaban. Me odiaban y se mostraban indiferentes. Yo oraba para cubrir con mi oración las palabras satánicas. Pero la oración ya no subía a Dios. Caía sobre mí, de nuevo como piedras de lapidación y me aplastaba bajo su cúmulo. La oración, que para mí era siempre caricia hecha al Padre, voz que subía y a la que correspondía la caricia y la palabra paterna, ahora estaba muerta, era costosa, en vano lanzada contra el cielo cerrado.

Entonces sentí la amargura del fondo del cáliz. El sabor de la desesperación. Esto era lo que quería Satanás. Llevarme a desesperar, para hacer de mí un esclavo suyo. Vencí la desesperación, y la vencí solo con mis fuerzas, porque quise vencerla. Solo con mis fuerzas de Hombre. Ya no era sino Hombre. Y ya no era sino un Hombre sin la ayuda de Dios. Cuando Dios ayuda, es fácil mantener elevado hasta el mundo y sostenerlo como juguete de niño. Pero cuando Dios ya no ayuda, hasta el peso de una flor nos resulta fatigoso.

Vencí la desesperación, y a Satanás, su creador, por servir a Dios y a vosotros dándoos la Vida. Pero conocí la muerte. No la muerte física del crucificado - esa fue menos atroz -, sino la muerte total, consciente, del luchador que cae, después de haber triunfado, con el corazón quebrantado, rezumándole la sangre con el trauma de un esfuerzo superior a lo posible. Y sudé sangre por ser fiel a la voluntad de Dios.

Por eso, el ángel de mi dolor me presentó, como medicina para mi agonía, la esperanza de todos los salvados por mi sacrificio.
¡Vuestros nombres! cada uno de ellos fue para mí una gota medicinal infundida en las venas para devolverles el tono y la función; cada uno de ellos significó para mí vida que volvía, luz que volvía, fuerza que volvía. En medio de las inhumanas torturas, para no gritar mi dolor de Hombre y para no desesperar de Dios y decir que era demasiado severo e injusto para con su víctima.

Yo me repetí vuestros nombres, yo os vi. Os bendije desde entonces. Desde entonces os llevé en mi corazón. Y cuando llegó para vosotros la hora de estar en la Tierra, me asomé desde el Cielo y me incliné para acompañar vuestra venida, exultando ante el pensamiento de que una nueva flor de amor había nacido en el mundo y que viviría por Mí.

¡Oh, benditos míos, consuelo de Cristo agonizante! Mi Madre, el Discípulo amado, las Mujeres pías acompañaban mi morir. Pero vosotros también estabais. Mis ojos agonizantes veían, junto con el rostro acongojado de mi Madre, vuestras caras amorosas, y se cerraron así, felices de cerrarse porque os habían salvado, ¡oh, vosotros, que compensáis el sacrificio de un Dios!" 

¡Emocionantes y estremecedoras palabras de Jesús, que nos ayudan a llevar nuestra cruz, y nos llenan de felicidad, solo Dios puede hablar así, como dijo Jesús, "Mis ovejas reconocen mi voz!". 





lunes, 28 de noviembre de 2022

MARGARITA MARÍA ALACOQUE , CON EL ENCARGO DE JESÚS DE HACER QUE EL MUNDO LE AME

IMÁGENES DE SANTA MARGARITA MARÍA 
DEFENSORA DE LA DEVOCIÓN AL
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 Madera del avellano de las apariciones
El divino Corazón solo pide vuestra confianza 
para haceros descubrir la fuerza de su  socorro








En el reverso: Sello del Monasterio de la
 Visitación de Paray-le Monial.
 Paño tocado a los huesos de 
Bienaventurada Margarita María


Visión de Santa Margarita María Alacoque.
De los cuadernos de María Valtorta (2-6-1.944)

[...] Pues bien, creo que estoy en una Iglesia en el interior de un monasterio de rigurosa clausura. Veo un amplio arco, muy alto, que da luz a la Iglesia. En realidad, dar luz o es la expresión más adecuada porque su vano está ocupado por una tupida reja, que lo hace aún más impenetrable porque está cubierta por una pesada cortina de paño muy oscuro, que baja desde lo alto hasta más o menos un metro y medio del suelo, o sea, hasta el punto en que termina el muro que sostiene la reja. [...]

Entra una monja alta y, sin dudas, delgada porque, a pesar del amplio hábito, se nota un cuerpo esbelto. Se dirige al banco y se arrodilla. Se alza el velo que cubría el rostro y veo que este es joven, no tan bello pero gracioso, sumiso, suavemente pálido. Veo dos ojos claros - me parecen de un color castaño-verdoso - que brillan suavemente cuando los alza para mirar el tabernáculo, mientras los finos labios se entreabren con una suave sonrisa. El óvalo del rostro se afila entre las blancas vendas, algo más blancas que su tez. El velo negro desciende hasta la túnica de igual color, de modo que en la figura arrodillada, lo único claro son su gentil rostro, las manos afiladas y bien formadas, unidas en la plegaria, y una cruz de plata que brilla sobre el pecho, más abajo del amplio griñón. Con los ojos fijos en el tabernáculo reza fervorosamente.

Y aquí llega lo bello de la visión. La reja, toda la reja resplandece como si un fuego vivísimo se hubiera encendido más allá de la cortina. la lámpara que antes parecía una estrella reluciente, ahora queda anulada en la luz que va aumentando y cobra cada vez más un tono de plata vivísima, tan vivo que los ojos distinguen solo eso, pues también la reja resplandece en el fortísimo resplandor. Y en ese resplandor aparece Jesús, de pie, erguido, con su cándida túnica y su manto rojo, sonriente, bellísimo.
Exclama: "¡Margarita!" para sacudir a la monja que se ha quedado inmóvil, mirándolo. La llama tres veces, cada vez más dulcemente y sonriéndole cada vez con mayor intensidad. Avanza caminando sin apoyarse en el suelo, sobre el tapiz de luz que se extiende debajo de Él. "Soy Yo, Jesús, a quien amas, no temas".
Margarita María le mira con beatitud y le dice entre lágrimas: "Señor, ¿qué quieres de mí? ¿Por qué te apareces a mí?.
"Soy Jesús, que te ama, Margarita: quiero que tu hagas que me amen".
"¿Como puedo hacerlo, Señor?"
"Observa y lo podrás todo porque lo que verás te dará fuerzas y voz para sacudir al mundo y traerlo a Mí. He aquí mi Corazón.  Míralo. Es el que amó tanto a los hombres y deseó que lo amasen. Pero los hombres no le aman, a pesar de que en ese amor estaría la salvación del género humano. Margarita, di al mundo que Yo quiero que mi Corazón sea amado, ¡Tengo sed! Dame de beber. ¡Tengo hambre! Dame de comer. ¡Sufro! Consuélame. Esta misión será tu júbilo y tu dolor, pero te pido que no la rechaces. Ven, ven a Mí. Acércate a Mí. Besa mi Corazón. ya no tendrás miedo a nada...".

Margarita María se levanta y camina como en éxtasis hacia Jesús. la enorme claridad hace aún más blanco su rostro. se postra a los pies de Jesús.
Más Él la alza y, sosteniéndola con la mano izquierda, se abre la túnica en su pecho - y al hacerlo parece que se desgarra la carne - y aparece el divino Corazón vivo, palpitante, entre torrentes de luz que iluminan el modesto coro, que hace resplandecer el cuerpo material de la discípula dilecta como si fuera un cuerpo ya espiritualizado. Jesús atrae a sí a su amada y con amorosa violencia le acerca el rostro a la altura de su Corazón, lo estrecha contra él y sostiene a la discípula arrobada pues, de lo contrario, se desplomaría de júbilo. por eso, cuando la separa de Sí, sigue sosteniéndola con dulce cuidado y la apoya en el suelo - pues hasta ese momento Margarita ha caminado en la estela de luz para llegar hasta Jesús - y no la abandona hasta que no la ve firme en su lugar. Entonces dice: "Volveré para hacerte  saber mi voluntad. Ámame cada vez más. Ve en paz".
La luz le envuelve como una nube y va atenuándose cada vez más hasta desaparecer, en el coro, de nuevo sumido en la oscuridad, brilla solamente la estrellita amarilla de la lámpara.
Esto es lo que vi. Y Jesús me dice: "Has cumplido la adoración del Jueves, vísperas del primer viernes. ¿Podrías desear algo mejor?". Sonríe y me deja.


Lucas 7,11-17.

Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. 
Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: "No llores". Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: "Joven, yo te lo ordeno, levántate". 
El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. 
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo". 
El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

¿Cómo puede ser posible que haya tanta gente que no ame a Jesús?, cuando pasó su vida en la Tierra haciendo el bien, resucitando a muertos, curando enfermos, ciegos sordos y leprosos y exorcizando a los posesos.
Para colmo, se ofreció como Víctima expiatoria, murió para darnos la Vida, por lo que, como lo dice San Juan de la Cruz, si teníamos que agradecerle por habernos dado la vida material, le debemos amor eterno por habernos dado la Vida espiritual eterna, que tuvo que pagar con su tremenda Pasión, y su agonía en la Cruz.