No vemos las cosas tales como son, las vemos como somos. |
Siempre me pregunté cual hubiera sido mi postura si hubiera nacido en Israel del tiempo de Jesús. Un tiempo en donde estaba vigente la Ley del talion, el distanciamiento hacia los leprosos que tenían que declararse impuros, las leyes del Deuteronomio, en donde si un hijo maldecía a sus padres, había que sacarlo fuera del campamento y lapidarlo como a los adúlteros, y cuantas otras leyes, que hoy día nos parecen inauditas, como cuando Yahvé reprochó a los israelitas de no haber exterminado a los niños de un pueblo idólatra, en una ciudad conquistada, hecho que San Juan de la Cruz explica místicamente, diciendo que esos niños simbolizaban a nuestros apetitos, que debemos aniquilar completamente en cuanto empiezan a desarrollarse.
Lo incomprensible era también la Profecía velada de la Venida del Mesías, que estaba descrito como un ser que iba a devolver la Gloria a su Pueblo como del tiempo de Salomón, lo que cegaba a la mayoría de los israelitas, para los cuales la figura de Jesús que soportaba la dominación romana, era incompatible con su nacionalismo exacerbado.
Esta visión del Mesías parece completamente opuesta a lo que dijo Jesús cuando afirmó a sus discípulos que el que quiera ser más grande, tiene que ser el servidor de los demás, o lo que dijo cuando lo prendieron: "El que mata por espada, morirá por espada", cuando en la toma de Palestina por Israel hay un largo capítulo dedicado a los héroes de Israel que tenían "soldada" a su mano la espada resaltando la cantidad innombrable de víctimas que habían matado con su arma.
Y es que Jesús vino para operar una separación entre los soberbios y los humildes, rescatando no solo a Israel, pero a todos los hombres del mundo, que también habían sido creados por Dios para vivir en un Reino eterno, en donde no se admite ningún rastro de odio o de desprecio hacia los demás. Por eso al hacer un milagro, siempre intentaba pasar desapercibido, ya que recomendaba a los agraciados de no dijeran nada a nadie, porque la fe verdadera no necesita lo que recomendaba Satanás a Jesús, que era hacer una entrada triunfa tirándose del ala del Templo, llevado por sus Ángeles.
Y es que el gran mérito de la fe, que es un don de Dios, es creer en Él aún en las situaciones más desesperadas, como lo hizo Abrahán el Padre de todos los creyentes cuando iba a degollar el hijo de la Promesa, o cuando todo parecía perdido en el Calvario, San Dimas reconoció la divinidad de Jesús.
En el Evangelio que estamos comentando, Jesús expone su naturaleza divina a los Fariseos, de una forma tan clara, que provoca el escandolo e intentan lapidarlo. Queda de esa manera bien delimitada la diferencia existente entre los Soberbios y los humildes, que son los hijos de Satanás y los Hijos de Dios. Los milagros y las palabras de Jesús tenían que haber sido un acicate para los hijos de Dios, y una repulsa para los hijos de las tinieblas. El alma humilde y enamorada del prójimo, que va siempre unido al amor de Dios, tenía que haber reconocido la presencia del Mesías en su Misericordia, que curaba a los leprosos, los paralíticos, los ciegos y sordos y hasta resucitaba a los muertos como en Naím con el hijo de la desgraciada viuda que llevaban al sepulcro. El que no sabe reconocer esos actos de piedad hacia los que sufren y a los necesitados, no puede ser Hijo de Dios, es lo que Jesús dice en este Evangelio a los Fariseos
ESTA ES LA IMAGEN DE LA SOBERBIA QUERER SER VISTO Y ADMIRADO POR TODOS, ES HACER EL RIDÍCULO |
De los cuadernos de María Valtorta
10 - 1.950
10 - 1.950
[...] En cambio, el amor propio es búsqueda de si mismos, es sucesivo amor hacia sí mismos, es una acción cumplida para glorificarse a sí mismos ante los ojos del mundo. Por lo tanto, es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida y, de esta planta de tres ramas, derivan luego la vanagloria, la dureza de corazón, la soberbia, las ansias de alabanzas humanas, la hipocresía, el espíritu de dominio, la convicción de saberse guiar por sí mismos, sacudiéndose de encima todas las disposiciones o consejos del Amor y de quien habla en nombre del Amor.
Se creen libres, se creen reyes porque, según ellos, nadie es mejor que ellos; porque siempre, según ellos, ya están instalados en la cumbre del saber y del poder. En cambio, son esclavos de sí mismos, del enemigo de Dios. Son esclavos, siervos, desnudos, ciegos.
Son esclavos de sí mismos, y siervos o esclavos del enemigo y de los enemigos de Dios. Están privados de las vestiduras ornadas, de las vestiduras de las bodas con la Sabiduría, de las vestiduras cándidas para el convite en los Cielos y para seguir cantando hosannas al Cordero.
Están ciegos o, por lo menos miopes, porque han arruinado su vista espiritual con inútiles investigaciones humanas.
Evangelio de San Juan 10, 31-42.
Los judíos tomaron piedras para apedrearlo. Entonces Jesús dijo: "Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?". Los judíos le respondieron: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios".
Jesús les respondió: "¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada- ¿Cómo dicen: 'Tú blasfemas', a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: "Yo soy Hijo de Dios"?
Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre". Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos.
Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí. Muchos fueron a verlo, y la gente decía: "Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad".
Y en ese lugar muchos creyeron en él.
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