Estatua del Ángel caído, en la Casa de Campo de Madrid. |
Discurso de Jesús unos días antes de su Pasión, en el cual contesta a las amenazas de Satanás cuando exorcizó al endemoniado completo. En esas amenazas, el Príncipe negro afirmaba que se vengaría, profetizando su pasión y muerte, y que entraría en Judas para traicionarlo. En aquella ocasión, Jesús no contestó a esas insinuaciones, ahora a unas días de su Pasión y muerte, reta a Satán y le contesta declarando que saldrá Victorioso, a pesar de su muerte libremente entregada, que además servirá para redimir a toda la Humanidad que había sido vencida y esclavizada por el Demonio en el Jardín del Edén.
Describe igualmente como va a ser muerto por el hombre, con terribles sufrimientos, no solo materiales, pero sobre todo por el abandono de su Padre en esta hora de la expiación, solo tendrá el consuelo que le aportó el Ángel de la Misericordia: el cáliz en donde están disueltos los nombres de todos los redimidos por su sacrificio con las lágrimas de los ángeles. Este consuelo, fue otorgado por Justicia por su Padre, para contrarrestar la visión que le presentó Satanás, en donde le mostraba la inutilidad de su tremendo Sacrificio y la vista de todas las almas para las cuales su Pasión y Muerte habían de ser inútiles.
Este terrible sufrimiento de Cristo, fue también posible por la presencia del Espíritu Santo, como Él mismo lo confiesa en este discurso, acción que fue confirmada por el Ángel Azarías a María Valtorta. Sin su presencia, que simboliza la fuerza del Amor, que mueve el Universo entero, Jesús no habría podido resistir tan horrible tormento.
Del Poema del Hombre-Dios de María Valtorta:
Dice Jesús:
(…) “Para llevar a cabo el fin
del mundo solo haría falta un pensamiento de Dios, y todo volvería a la nada.
Por eso, podría ser que ese pomar tuviera que esperar poco. Pero las cosas
sucederán como Yo he dicho. Por tanto, transcurrirán siglos entre ese y aquel,
o sea el definitivo triunfo de Cristo” explica Jesús.
“¿Y entonces?
¿Cuándo será?”
“¡Yo sé cuando
será!” dice Juan, y llora. “Yo sé cuando será. ¡Será después de tu muerte y tu
resurrección!...”, y Juan le abraza fuertemente.
“¿Y lloras si
va a resucitar?” dice con mofa Judas Iscariote.
“Lloro porque
antes debe morir. No te burles de mí, demonio. Yo comprendo. Y no puedo pensar
en esta hora”.
“Maestro, me
ha llamado demonio. Ha pecado contra el compañero.
“Judas; ¿sabes
que no lo mereces? Pues entonces no te resientas por su culpa. A mí también me
han llamado “demonio”, y todavía me lo llamarán”.
“Pero Tú
tienes dicho que quien insulta a un hermano es culpab…”.
“Silencio.
Ante la muerte que se acaben por fin estas odiosas acusaciones, disputas y
mentiras. No turbéis a quien está muriendo”.
“Perdóname Jesús, susurra Juan. “Con el sonido de su risa, he sentido que se me revolvía
algo dentro…y no he podido contenerme”: Juan está abrazado todo, pecho contra
pecho a Jesús, y le llora en su corazón.
“No llores, te
comprendo. Déjame hablar”.
Pero Juan no
se despega de Jesús, ni siquiera cuando Él se sienta en una gruesa raíz
saliente. Se queda, pasandole un brazo por la espalda y otro alrededor del
pecho y con la cabeza apoyada en un hombro, y llora quedo. Solo se ve brillar a
la luz de la luna, las lágrimas de su llanto, que caen en la túnica purpúrea de
Jesús y parecen rubíes; gotas de pálida sangre heridas por una luz.
“Hoy me habéis
oído hablar a Judíos y Gentiles. No os debe asombrar pues el que os diga: “De
mi boca salieron siempre palabras de justicia, y no serán revocadas”; o el que
os diga, también con Isaías, hablando de los Gentiles que vendrán a mí después
de ser elevado de la Tierra: “Ante mí se doblará toda rodilla, por mí y en mí
jurará toda lengua”. Y tampoco dudaréis, habiendo visto como actúan los judíos,
que es fácil decir, sin temor a equivocarse, que serán conducidos a mi
presencia, y avergonzados, todos los que se oponen a Mí.
Mi Padre no me
ha hecho siervo suyo solo para que haga revivir a las tríbus de Jacob y para
convertir a lo que queda de Israel, el resto; sino que ha hecho don de mí, como
Luz para las Naciones para que sea “El Salvador” de toda la Tierra. Por este
motivo, en estos 33 años de exilio del Cielo y del Seno del Padre, he crecido
siempre en Gracia y Sabiduría ante Dios y ante los hombres, alcanzando la edad
perfecta, y en estos tres últimos años, después de poner incandescentes mi alma
y mi mente en el fuego del Amor, y templarlos con el hielo de la penitencia, he
hecho de mi boca “como una espada cortante”.
“El Padre
Santo que es mío y vuestro, hasta este momento me ha custodiado bajo la sombra
de su mano, porque todavía no había llegado la hora de la Expiación. Ahora me
deja, y la flecha elegida, la flecha de su divina aljaba, tras haber herido
para salvar (herido a los hombres para abrir brecha en los corazones para la
Palabra y Luz de Dios), ahora se dirige, rápida y segura a herir la Segunda
Persona, al Expiador, al Obediente que obedece por todo. Adán desobediente…Y,
como guerrero alcanzado, caigo, diciendo por demasiados: “en vano me he
fatigado, sin razón, sin obtener nada. He consumido mis fuerzas por nada”.
¡Pero… no!
¡No, por el Señor eterno que no hace nunca nada sin objetivo! ¡Atrás Satanás,
que quieres que ceda al desánimo y tentarme a la desobediencia! En el alfa y
omega de mi ministerio, viniste y vienes. Pues bien, aquí estoy. Me pongo en
pié de guerra – realmente se levanta – me mido contigo. Y, me lo juro a mí
mismo, te venceré. No es orgullo decir esto, es verdad. El Hijo del hombre será
vencido en su carne por el hombre, el gusano miserable que muerde y envenena
desde su corrompido fango, pero el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la
Inefable Triada, no será vencido por Satanás.
Tú eres el odio. Y eres poderoso en tu acto
de odio y de tentación. Pero conmigo habrá una fuerza poderosa que escapa a tu
acción, porque no puedes alcanzarla ni mirarla. ¡El Amor está conmigo!
Sé cual es esa desconocida tortura que me
espera. No la que os diré mañana, para que sepáis que nada de lo que por Mí se
hacía o se movía, que nada de lo que se formaba en vuestro corazón, me era
desconocido. No, la otra tortura…la que no le viene al Hijo del Hombre ni de
lanzas ni de palos, ni de burlas y golpes, sino de Dios mismo, y que será
conocida solo por pocos en lo que de atroz tendrá, y aceptada como posible por
menos todavía.
Pero en esa tortura en que dos serán los principales agentes: Dios con su ausencia y tú, Demonio, con tu presencia, la Victima tendrá consigo el Amor, el Amor que vive en la Víctima, fuerza primera de su resistencia a la prueba, y el Amor en el Consolador espiritual, que ya bate sus alas de oro por el ansia de bajar a enjugar mis sudores, y que ya recoge todas las lágrimas de los Ángeles en el celeste cáliz y diluye en él la miel de los nombres de mis redimidos, de los que me aman, para calmar con esa bebida la gran sed del Torturado, y su amargura sin límites.
Pero en esa tortura en que dos serán los principales agentes: Dios con su ausencia y tú, Demonio, con tu presencia, la Victima tendrá consigo el Amor, el Amor que vive en la Víctima, fuerza primera de su resistencia a la prueba, y el Amor en el Consolador espiritual, que ya bate sus alas de oro por el ansia de bajar a enjugar mis sudores, y que ya recoge todas las lágrimas de los Ángeles en el celeste cáliz y diluye en él la miel de los nombres de mis redimidos, de los que me aman, para calmar con esa bebida la gran sed del Torturado, y su amargura sin límites.
Y tú, demonio serás derrotado. Un día,
saliendo de un poseído, me dijiste: “Espero a vencerte cuando seas un harapo de
carne sangrante”. Pero yo te respondo: “No me tendrás. Yo venzo. Mi fatiga fue
Santa, mi causa está en manos de mi Padre, que defiende las Obras de su Hijo, y no permitirá que ceda el Espíritu mío”.
Padre, ya desde ahora te digo para esa hora
atroz: “En tus manos abandono mi Espíritu”.
Juan, no me dejes… Vosotros marchaos. La
Paz del Señor esté donde no es huésped Satanás. Adiós”.
Todo termina.
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