EXPLICACIÓN DE LA ORACIÓN DEL PADRENUESTRO
Representación del Templo de Jerusalén |
Sublime oración de Jesús en el Templo de Jerusalén, en presencia de sus discípulos. Oración Universal, dirigida a Israelitas y a toda la Humanidad que permanece aún sin la Luz Divina, pero que sin saberlo, la anhelan todas las gentes paganas de buena voluntad, ya que también estos, a pesar de no pertenecer al Pueblo elegido, son hijos de Dios, porqué han sido creados y redimidos por Él.
Aclaración de que no se obtiene el Reino de los Cielos, ni por el puesto, ni por la condición de Fariseo, Escriba o Sacerdote, pero únicamente por una transformación de la persona, asimilando la Doctrina de la Verdad y del Amor.
Muchos que se creen seguros, y que se creen los primeros, serán substituidos por los que para ellos son considerados como publicanos, meretrices, gentiles, paganos o galeotes.
Nota: Las indicaciones en itálica de color azul se refieren al Padre Nuestro, y lo que está escrito entre paréntesis, se refieren a lo que está relatado en los siete Espíritus de Dios, en misión por toda la Tierra.
Del poema del Hombre-Dios de
María Valtorta
María Valtorta
Padre nuestro que estás en los Cielos
(Espíritu de Pureza de Dios Padre)
Dice Jesús:
[...] “Recordemos
también, nosotros que gozamos en el momento presente, de nuestra fraterna unión
en la casa del Padre, a los que están lejos y también son hermanos nuestros en
el Señor y en el origen. Tengámosles en nuestro corazón. Llevemos en nuestro
corazón ante el Altar Santo a los ausentes. Oremos por ellos, recogiendo con el
espíritu sus lejanas voces, sus añoranzas de estar aquí, sus anhelos. Y, de la
misma forma que recogemos estos conscientes anhelos de los israelitas lejanos,
recojamos también la de las almas que pertenecen a hombres, que no saben ni
siquiera que tienen un alma y que son hijos de Uno solo.
Todas las almas del mundo gritan en las
prisiones de los cuerpos hacia el Altísimo. Alzan, en oscura cárcel su gemido
hacia la Luz. Nosotros, que estamos en la Luz de la fe verdadera, tengamos
misericordia de ellos. Oremos así:
Santificado sea tu nombre
(Espíritu de Verdad de Dios Padre)
Padre nuestro que estás en las Cielos, sea
santificado por toda la Humanidad tu Nombre. Conocer Tu Nombre es encaminarse
hacia la santidad. Haz, Padre Santo que los gentiles y Paganos conozcan tu
existencia, y que vengan a Dios, a ti, Padre, guiados por la Estrella de Jacob,
por la Estrella de la Mañana, por el Rey y Redentor de la estirpe de David, por
tu Ungido, ya ofrecido y consagrado para
ser Víctima por los pecados del Mundo; que vengan como los tres sabios de
entonces, de un tiempo ya lejano, pero no inoperante, porque nada de lo que
tenga que ver con la venida de la Redención, es inoperante.
Venga a nosotros tu Reino
(Espíritu de Justicia de Dios Padre)
Venga tu Reino a todas los lugares de la
Tierra: donde se te conoce y ama, y donde aún no se te conoce; y, sobre todo a
los que son triplemente pecadores, los cuales, aún conociéndote, no te aman en
tus obras y manifestaciones de Luz, y tratan de rechazar y apagar la Luz que ha
venido al Mundo, porque son almas de tinieblas, que prefieren las obras de
tinieblas, y no saben que querer apagar la Luz del Mundo, es ofenderte a Ti
mismo, porque Tú eres Luz Santísima y Padre de todas las luces, comenzando por
la que se ha hecho Carne y Palabra, para traer Tu luz a todos los corazones de
buena voluntad.
Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo
(Espíritu de Bondad de Dios Padre)
Padre Santísimo, que todos los corazones
del Mundo hagan tu voluntad, es decir, que se salven todos los corazones y no
quede para ninguno sin fruto el Sacrificio de la Gran Víctima; porque ésta es
Tu Voluntad; que el hombre se salve y goce de Ti, Padre Santo, después del
perdón que está para ser otorgado.
Danos hoy nuestro pan de cada día
(Espíritu de abundancia de Dios Hijo)
Danos tu ayuda, Señor: todas tus ayudas.
Ayuda a todos los que esperan, a los que no saben esperar, a los pecadores con
el arrepentimiento que salva, a los paganos con la herida de Tu llamada que
estremece; ayuda a los infelices, a los reclusos, a los desterrados, a los
enfermos en el cuerpo y en el espíritu, a todos, Tú que eres el Todo; porque el
tiempo de la Misericordia ha llegado.
Perdona nuestras ofensas, como nosotros
perdonamos a los que nos han ofendido
(Espíritu de Misericordia de Dios Hijo)
Perdona, Padre bueno, los pecados de tus
hijos. Los de tu Pueblo, que son los más graves, los de los culpables de querer
estar en el error, mientras que tu amor de predilección ha dado la Luz,
precisamente a ese pueblo.
Perdona a los que están afeados por un
paganismo corrompido que enseña el vicio, y se hunden en la idolatría de este
paganismo pesado y mefítico, mientras que entre ellos hay almas preciadas y que
Tú amas porque las has creado. Nosotros perdonamos. Yo el primero, para que Tú
puedas perdonar.
E invocamos Tu protección contra la debilidad de las criaturas
para que libres del Principio del Mal, del cual vienen todos los delitos,
idolatrías, culpas, tentaciones y errores, a tus criaturas. Líbralas, señor,
del Príncipe horrendo, para que puedan acercarse a la Luz Eterna”.
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Y no nos dejes caer en la tentación
más líbranos del Maligno, Amen
(El Dios Espíritu Santo)
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La gente ha
seguida atenta esa solemne oración. Se han acercado rabies famosos, entre los
cuales, sujetándose pensativo el barbado mentón está Gamaliel… Y se ha acercado
también un grupo de mujeres, enteramente envueltas en mantos, con una especie de
capucha que oculta sus rostros. Y los rabíes se han acercado con desprecio… Y
también han venido, atraídos por la noticia de que había venido el Maestro,
muchos discípulos fieles, entre los cuales están Hermás, Esteban y el sacerdote
Juan. Y también, Nicodemo y José, inseparables y otros amigos suyos que creo
haber visto ya.
Durante la
pausa que sigue a la oración del Señor, recogido ahora dentro de sí,
solemnemente austero, se oye a José de Arimatea decir: “¿Y entonces, Gamaliel?
¿No te parece todavía palabra del Señor?”.
“José, se me
dijo: “Estas piedras se estremecerán con el sonido de mis palabras” responde
Gamaliel.
Esteban,
impetuosamente grita: “¡Cumple el prodigio, Señor! ¡Da la orden, y se
desarticularán! ¡Gran don sería que se derrumbase el edificio, pero se elevarán
en los corazones las murallas de tu Fe! ¡Aséelo a mi maestro!”.
“¡Blasfemo!”
grita un grupo rabioso de rabíes con sus alumnos.
“No” grita a
su vez Gamaliel. “Mi discípulo habla con palabra inspirada. Pero nosotros no
somos capaces de aceptarla porque el Ángel de Dios todavía no nos ha purificado
del pasado con el tizón tomado del altar de Dios… Y, quizás, ni aunque el grito
de su voz” y señala a Jesús “desencajara los quicios de esta puerta, sabríamos
creer…”. Se recoge un extremo del amplio y blanquísimo manto y con él se cubre
la cabeza, ocultándose casi el rostro; luego se marcha.
Jesús le mira
mientras se va… Luego continúa hablando. Ahora responde a algunos que murmuran
entre sí, que se muestran escandalizados y que hacen más visible el escándalo
descargándolo sobre Judas de Keriot, con una rociada de protestas que el Apóstol encaja sin reaccionar, escogiéndose de hombros y poniendo una cara que
de satisfecha no tiene nada. (…)
“En verdad os digo que son verdaderos hijos
del Bien aquellos que, rechazados por el mundo y despreciados, odiados,
vilipendiados, abandonados como ilegítimos, considerados oprobio y muerte,
saben superar a los hijos crecidos en la casa pero rebeldes a las leyes de
ésta. No es el hecho de ser de Israel lo que da derecho al Cielo; ni asegura el
destino ser Fariseos, Escribas o Doctores. La cosa es tener buena voluntad y
acercarse generosamente a la Doctrina del Amor, hacerse nuevos en ella, hacerse
por ella hijos de Dios en espíritu y verdad.
Sabed todos los que me escucháis que
muchos, que se creen seguros en Israel, serán sustituidos por los que para
ellos son publicanos, meretrices gentiles, paganos y galeotes. El Reino de los
Cielos es de quien sabe renovarse acogiendo la Verdad y el Amor”.
Jesús se vuelve hacia el grupo de los
enfermos prosélitos. “¿Sabéis creer en cuanto he dicho?” pregunta con voz
fuerte.
“¡Sí! ¡Señor!” responden en coro.
“¿Queréis acoger la Verdad y el Amor?”
“¡Sí! ¡Señor!”.
“¿Os quedaríais satisfechos aunque no os
diera más que Verdad y Amor?”.
“Señor, Tú sabes qué es lo que necesitamos
más. Danos, sobre todo, tu paz y la Vida Eterna”.
“¡Levantaos e id a alabar al Señor! Estáis
curados en el Nombre Santo de Dios”.
Y, rápido, se dirige hacia la primera
puerta que encuentra, y se mezcla con la muchedumbre que satura Jerusalén,
antes de que la emoción y el estupor que hay en el Patio de los Paganos puedan
transformarse en aclamadora busca de Él…
Los Apóstoles, desorientados, le pierden de
vista. Sólo Margziam, que no ha dejado nunca de tenerle cogido un extremo del
manto, corre a su lado, feliz y dice: “¡Gracias, gracias, gracias, Maestro! ¡Por
Juan, gracias! He escrito todo mientras hablabas. Sólo me queda añadir el
milagro. ¡Qué bonito! ¡Justo para él! ¡Se pondrá muy contento!...”.
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