NUNCA EN ESTE MUNDO PODREMOS LLEGAR A ENTENDER LA ENORME DIFERENCIA QUE EXISTE ENTRE EL PECADO Y LA VIRTUD |
Discusión y mal humor de los Apóstoles que se encuentran perdidos en un barrizal, palabras amargas contra Jesús, Paciencia infinita del Maestro, que en su humildad, aguanta todos los reproches.
Encuentro
con un individuo que odia a Jesús por lo que ha oído decir de los Fariseos, Él lo amansa al ofrecerse como víctima propiciatoria.
Refugio de Jesús y los discípulos en una gruta en donde Jesús queda toda la
noche despierto mientras los Apóstoles duermen, ocupándose de calentarlos con
una hoguera y llevándoles paja caliente. Recuerdos de la gruta de Belén.
Discurso
de Jesús con sus discípulos, en donde se puede apreciar la insondable
profundidad del abismo de su amor hacia los hombres.
Encuentro
en el camino a una mujer tirada en el suelo, la Rosa de Jericó, con el vestido
de leprosa, enferma y desechada, y que tenía una enfermedad venérea provocada
por su lujurioso marido que la había repudiado, Jesús le pide el perdón para su marido.
Ejemplos
asombrosos de sublima Paciencia, Bondad y Caridad de Jesús-Dios para enemigos y
discípulos.
EL MALHUMOR DE LOS APÓSTOLES Y EL DESCANSO EN UNA GRUTA
(Del Evangelio tal como me ha sido revelado de María Valtorta)
La
llanura del lado oriental del Jordán, debido a las continuas lluvias, parece
haberse convertido en una laguna, especialmente en el lugar en que se
encuentran ahora Jesús y los Apóstoles.
(…) El grupo apostólico está ahora entre los dos últimos torrentes, que además se han desbordado y han ocupado las zonas contiguas a sus orillas, ampliando así su lecho; especialmente el que está al sur, imponente por la masa de agua que trae de las montañas, que rumorea, turbia, en dirección al Jordán, cuyo rumor a su vez, se oye fuerte, especialmente en las zonas en que los meandros naturales – podría decir, los estrechamientos que presenta continuamente – o la desembocadura de un afluente producen una excesiva acumulación de aguas. Pues bien, Jesús está dentro de este triángulo truncado, formado por tres cursos de agua crecidos, y salir de ese pantano, no es cosa fácil.
El
humor apostólico está más turbio que el día. Con eso está todo dicho. Todos
quieren dar su opinión. Dicen todas las cosas que se les ocurre, bajo la
apariencia de un consejo, pero es una crítica. Es la hora de los: “Ya lo había
dicho yo”, “si se hubiera hecho como lo aconsejaba”… palabras que tanto hieren
para una persona que haya cometido un error, y que por esa razón, ya se
encuentra muy abatido.
Aquí
se oye: “Habría sido mejor cruzar el río a la altura de Pel.la y luego ir por
la otra parte, que es menos dificultosa”, o: “¡Hubiera convenido tomar aquel
carro! Si, hemos cumplido, ¿pero luego?...”, y también: “¡Si nos hubiéramos
quedado en los montes, no habría este barro!”.
Juan
dice: “Sois los profetas de las cosas realizadas. ¿Quién podía prever esta
lluvia insistente?”.
“En
su tiempo. Era natural” sentencia Bartolomé.
“Los
otros años, no ha sido así antes de la Pascua. Cuando fui donde vosotros, el
Cedrón no estaba crecido, y el año pasado hemos tenido incluso tiempo seco.
Vosotros que os quejáis, ¿no os acordáis de la sed que pasamos en la llanura
filistea?” dice el Zelote.
“¡Claro!
¡Natural! ¡Hablan los dos sabios y nos contradicen!” dice con ironía Judas de
Keriot.
“Tú,
cállate por favor, solo sabes llevar la critica. Pero, en los momentos
importantes, cuando hay que hablar con algún fariseo o similar, te quedas
callado como si tuvieras trabada la lengua” le dice, inquieto, Judas Tadeo.
“Sí.
Tienes razón. ¿Porque no has replicado ni una palabra a esas tres serpientes en
el último pueblo? Sabías que habíamos estado también en Yiscala y en Meirón,
respetuosos y obsequiosos; y que allí quiso ir Él, justamente Él, que honra a
los grandes rabíes difuntos. ¡Pero no has hablado! Sabes como exige de nosotros
respeto a la Ley y a los sacerdotes. ¡Pero no has hablado! Hablas ahora. Ahora,
porque hay alguna ironía que hacer sobre
los mejores de entre nosotros, y críticas por hacer a las acciones del Maestro”
dice, en tono apremiante, Andrés que normalmente es paciente, pero que hoy se
manifiesta muy nervioso.
“Calla
tú. Judas está equivocado. Él, que es amigo de muchos, demasiados,
samaritanos…” dice Pedro.
“¡Yo!
¿Quiénes son? Dime sus nombres, si puedes”.
“¡Sí,
si, amigo! Todos los fariseos, saduceos y gente influyente de cuya amistad te
jactas. ¡Se ve que te conocen! A mi no me saludan nunca. A ti, sí”.
“¡Estás
celoso! Bueno, yo pertenezco al Templo y tú no”.
“Por
gracia de Dios soy un pescador. Sí, y me glorío de ello”.
“Un
pescador tan necio, que no ha sabido ni siquiera prever este tiempo”.
“¿No?
Ya lo dije: “Luna de Nisán mojada, agua a cantaradas” sentencia Pedro.
“¡Ah!
¡Aquí te quería ver! ¿Y tú qué opinas, Judas de Alfeo? ¿Y tú, Andrés? ¡También
Pedro, el Jefe, critica al Maestro!”.
“Yo
no critico absolutamente a ninguno. Estoy diciendo un proverbio”.
“Que,
para quien lo oye, significa crítica y reproche”.
“Sí…
pero todo esto no sirve para secar la tierra, me parece. Ya estamos aquí, y
aquí debemos estar. Vamos a reservar el aliento para desencajar los pies de
este barrizal” dice Tomás.
¿Y
Jesús? Jesús guarda silencio. Va un poco adelantado, chapoteando en el lodo, o
buscando pedazos de tierra con hierba no sumergidos. Pero también al pisarlos,
salpican agua hasta la mitad de las espinillas, como si el pié hubiera pisado
una charca, en vez de una mata de hierba. Guarda silencio, les deja hablar
descontentos, enteramente humanos, nada más que hombres a quienes la mínima
molestia vuelve irascibles e injustos.
Ya
está cerca el río más meridional. Jesús, viendo pasar a lo largo del ribazo
inundado a un hombre a lomos de un mulo, pregunta: “¿Dónde está el puente?”.
“Más
arriba. Yo también tengo que cruzarlo. El otro, aguas abajo, el romano está ya
anegado”.
Otro
coro de quejas… Pero se apresuran a seguir al hombre, que habla con Jesús.
“De
todas formas, te conviene subir hacia las colinas” dice. Y termina: “Vuelve al
llano cuando encuentres el tercer arroyo después del Yaloc. Tendrás ya cerca el
vado. Pero apresúrate. No te detengas. Porque el río crece cada vez más. ¡Qué
estación más horrible! Primero el hielo, luego el agua. Y fuerte como ahora. Un
castigo de Dios. ¡Pero es justo! Cuando no se apedrea a los blasfemos de la
Ley, Dios castiga. ¿Y tenemos ese tipo de blasfemos! ¿Tú eres Galileo, no es
verdad? Entonces, tú conocerás a ese de Nazaret del que todos los buenos se
separan porque provoca todos los males. ¡Atrae a las potencias destructoras con
su palabra! ¡Los castigos! Hay que oír lo que cuentan de Él los que le seguían.
Tienen
razón los fariseos en perseguirle. ¡Qué gran ladrón tiene que ser! Debe de dar
miedo como Belcebú. Me vinieron ganas de ir a escucharle, porque antes me
habían hablado muy bien de Él. Pero… eran discursos de los de su banda. Todos
gente sin escrúpulos como Él. Los buenos le abandonan. Y hacen bien. Yo, por mi
parte, no trataré nunca más de verle. Y si coincide en mi camino, le apedreo,
como así se debe hacer con los blasfemos”.
Apedréame
entonces. Soy Yo, Jesús de Nazaret. No huyo ni te maldigo. He venido para
redimir el mundo derramando mi Sangre. Aquí me tienes. Sacrifícame, pero hazte
justo”.
Jesús
dice esto abriendo un poco los brazos, hacia abajo; lo dice lentamente,
mansamente, con tristeza. Pero, si hubiera maldecido al hombre, no le habría
impresionado más. Éste, tira tan
bruscamente de los ramales, que el mulo pega una reparada que, por poco si no
se cae por el ribazo al río crecido. Jesús agarra el bocado y sujeta el animal,
a tiempo de salvar hombre y mulo.
El
hombre no hace sino repetir: “¡Tú! ¡Tú!...” y, viendo el movimiento que le ha
salvado, grita: “Pero si te he dicho que te apedrearía… ¿No comprendes?”.
“Y
Yo te digo que te perdono y que sufriré también por ti para redimirte. Esto es
el Salvador”.
El
hombre le mira todavía; luego da un golpe de talón en el costado del mulo y se
marcha veloz… Huye… Jesús agacha la cabeza…
Los
Apóstoles sienten la necesidad de olvidarse del barro, la lluvia y todas las
otras miserias, para consolarle. Le circundan y dicen: “¡No te aflijas! No
tenemos necesidad de bandidos. Y ese lo es. Porque solo una persona mala puede
creer que son verdaderas las calumnias que dicen de Ti, y tener miedo de Ti”.
“De
todas formas” dicen también: “¡que imprudencia, Maestro! ¿Y si te hubiera
agredido? ¿Por qué decir que eras Tú Jesús de Nazaret?”.
“Porque
es la verdad… Vamos hacia las colinas, como ha aconsejado. Perderemos un día,
pero vosotros saldréis del pantano”.
“También
Tú” objetan.
“¡Para Mí no cuenta! El pantano que me
cansa es el de las almas muertas” y dos lágrimas gotean de sus ojos.
“No llores, Maestro. Nosotros nos quejamos,
pero te queremos. ¡Si encontramos a los que te difaman!... Nos vengaremos”.
“Vosotros perdonaréis como perdono Yo. Pero
dejadme llorar. ¡Al fin y al cabo, soy el
Hombre! Y que me traicionen, que renieguen de Mí, que me abandonen, me
causa dolor”.
“Míranos a nosotros, a nosotros. Pocos pero
buenos. Ninguno de nosotros te traicionará ni te abandonará. Créelo, Maestro”.
“¡Ciertas cosas no hay ni que decirlas!
¡Pensar que podamos cometer una traición es una ofensa a nuestra alma!” exclama
Judas Iscariote.
Pero Jesús está afligido. Guarda silencio.
Y ruedan lentas lágrimas por las pálidas mejillas de un rostro cansado y
enflaquecido.
Se
acercan a los montes. “¿Vamos a subir allá arriba, o solo vamos a ir por las
faldas de los montes? Hay pueblos a mitad de la ladera. Mira. De esta parte del
río y de la otra” le indican.
“Está
cayendo la tarde. Vamos a tratar de llegar a un pueblo. Da lo mismo el que
sea”.
Judas
Tadeo, que tiene muy buenos ojos, escruta las laderas. Se acerca a Jesús. Dice: “En caso de necesidad, hay
grietas en el monte. ¿Las ves allí? Nos podemos refugiar en ellas. Siempre será
mejor que el barro”.
“Encenderemos
fuego” dice Andrés queriendo consolar.
“¿Con
la leña húmeda?” pregunta con ironía Judas de Keriot.
Ninguno
le responde. Pedro susurra: “Bendito el Eterno porque no están con nosotros ni
las mujeres ni Margziam”.
Pasan
el puente – verdaderamente prehistórico - , qué está justo en los límites del
valle. Toman el lado meridional de éste, por un camino de herradura que lleva a
un pueblo. Las sombras descienden rápidamente; tanto que deciden refugiarse en
una amplia gruta para huir de un violento chaparrón. Quizás es una gruta que sirve
de refugio a los pastores, porque hay paja, suciedad y un tosco hogar.
“Como
cama no sirve. Pero para hacer fuego…” dice Tomás, señalando los ramajes sucios
y desmenuzados que hay por el suelo desperdigados; y helechos secos y ramas de
enebro de otra planta similar. Y los arrima al hogar ayudándose de un palo. Los
amontona. Prende fuego.
Humo
y hedor, junto a olor de resina y enebro, se desprenden del fuego. Y, no
obstante se agradece ese calor; todos hacen un semicírculo y comen pan y queso
a la luz móvil de las llamas.
“De
todas formas se podía haber intentado en el pueblo” dice Mateo, que está ronco
y resfriado.
“¡Sí,
ya! ¿Para repetir la historia de hace tres noches? De aquí no nos echa nadie.
Estamos sentados en aquella leña y hacemos fuego hasta que podamos. Ahora que
se ve, ¡Hay leña en cantidad!, ¿eh? ¡Mira, mira también paja!... Es un redil.
Para verano o para cuando trashuman. ¿Y por aquí, a donde se va? “Coge una rama
encendida, Andrés, que quiero ver”, ordena Pedro, mientras se mueve buscando
hacer algún descubrimiento.
Andrés
obedece. Se meten por una estrecha hendidura que hay en una pared de la gruta.
“¡Tened
cuidado, no vaya a haber algún animal peligroso!” gritan los otros. “O
leprosos” dice Judas Tadeo.
Al cabo
de poco, llega la voz de Pedro. “¡Venid! ¡Venid! Aquí se está mejor. Está
limpio y seco, y hay bancos de madera, y leña para el fuego. ¡Es un palacio
para nosotros! Traed ramas encendidas, que hacemos fuego inmediatamente”.
Debe
ser, si, un refugio de pastores: esta es la gruta donde duermen los que están
de descanso, mientras que en la otra velan los que, por turno, vigilan el
rebaño. Es una excavación en el monte, mucho más pequeña, quizás hecha por el
hombre, o por lo menos ampliada y reforzada con palos, colocados para sujetar
la bóveda. Una campana de chimenea primitiva se pliega en forma de gancho hacia
la primera gruta, para aspirar el humo, que sino, no tendría salida. Contra las
paredes toscos bancos y paja; es éstas hay clavados unos ganchos para colocar
lámparas y la paja y dice. “Y ahora, un poco cada uno, dormimos y nos turnamos
para mantener el fuego vivo. Para ver y estar calientes. ¡Que gracia de Dios!”.
Judas
barbota entre dientes. Pedro se vuelve resentido: “Respecto a la gruta de Belén,
donde nació el Señor, esto es un palacio; si Él nació allí, nosotros podremos
estar una noche aquí”.
“También
es más bonita que las grutas de Arbela. Allí lo único hermoso que había era
nuestro corazón, que era mejor que ahora” dice Juan, internándose en un místico
recuerdo suyo.
“También
es mucho mejor que la que hospedó al Maestro para prepararse a la predicación”
dice en tono severo el Zelote, mirando a Judas Iscariote como diciéndole: “¡Ya
está bien, ¿no?!.
Jesús,
por último, abre su boca y dice. “Y es, sin comparación, más caliente y cómoda
que en la que hice penitencia por ti, Judas de Simón, el pasado Tébet”.
“¿Penitencia
por mí? ¿Por qué? ¡No hacía falta!”.
“Verdaderamente,
deberíamos tú y Yo pasar la vida en penitencia para liberarte de todo lo que te
grava. Y no sería suficiente todavía”.
La
sentencia, muy decidida aunque haya sido dada con serenidad, cae como un rayo
en el grupo atónito… Judas baja la cara y se retira a un rincón. No tiene la
audacia de reaccionar.
“Yo
me quedo despierto. Me encargo del fuego. Dormid vosotros” ordena Jesús pasado
un rato.
Y,
poco después, a los chasquidos de la leña se une la respiración pesada de los
doce cansados, echados entre paja encima de los toscos bancos.
Y Jesús, si la paja se cae y los deja
descubiertos, se levanta y vuelve a extenderla encima de los durmientes,
amoroso como una madre. Y llora incluso mientras contempla los rostros
herméticos de algunos en el sueño, o plácidos o contrariados. Mira a Judas
Iscariote, que parece sonreír maliciosamente incluso en el sueño, torvo, con
los puños cerrados… Mira a Juan, que duerme con una mano debajo de la cara,
velado el rostro con sus rubios cabellos, róseo, sereno como un niño en la
cuna. Mira el rostro honesto de Pedro y el grave de Natanael, el virolento del
Zelote, el rostro aristocrático de su primo Judas, y se detiene largamente a
mirar a Santiago de Alfeo, que es un José de Nazaret muy joven.
Sonríe al oír los monólogos de Tomás y
Andrés, que parecen hablar al Maestro. Tapa muy bien a Mateo, que respira con
dificultad, cogiendo más paja para que esté caliente; paja que extiende encima
de sus pies después de haberla calentado al fuego. Sonríe al oír a Santiago
proclamar: “Creed en el Maestro y tendréis la Vida”… y continuar predicando a
personajes de sueño. Y se inclina a recoger una bolsa donde Felipe conserva
entrañables recuerdos, y se la coloca despacio debajo de la cabeza. En los
intervalos medita y ora…
El
primero en despertarse es el Zelote. Ve a Jesús todavía cerca del fuego
encendido en la gruta ya bien caliente. Y por el montón de la leña, reducido a
una miseria, comprende que han pasado muchas horas. Baja de su yacija y se
acerca de puntillas a Jesús. “¿Maestro, no vienes a dormir? Velo yo”.
“Ya
amanece, Simón. Hace poco he ido allí y he visto que el Cielo se está
aclarando”.
“Pero,
¿por qué no nos has llamado? ¡Tú también estás cansado!”.
“Simón,
tenía mucha necesidad de pensar… y de orar” y le apoya la cabeza sobre el
pecho.
El
Zelote, en pie, junto a Él, sentado, le acaricia, y suspira. Pregunta: “¿Pensar
en qué, Maestro? Tú no tienes necesidad de pensar. Tú sabes todo”.
“Pensar no en lo que debo decir, sino en lo
que debo hacer. Estoy desarmado frente al mundo astuto, porque no tengo ni la
malicia del mundo, ni la astucia de Satanás. Y el mundo me vence… Y estoy muy
cansado…”.
“Y
apenado. Y nosotros contribuimos a ello, Maestro bueno inmerecido por nuestra
parte. Perdóname a mí y a mis compañeros. Lo digo por todos”.
“Os amo mucho… Sufro mucho… ¿Por qué tantas
veces no me comprendéis?”.
El bisbiseo de los dos despierta a Juan,
que es el que está más cerca. Abre sus ojos zarcos, mira a su alrededor
extrañado, luego recuerda y, enseguida, se pone de pie, y se acerca por detrás
a los dos que están hablando.
Por este motivo, oye las palabras de Jesús:
“Para que todo el odio y las incomprensiones se transformaran en una
insignificancia soportable, me bastaría vuestro amor, vuestra comprensión… Pero
vosotros no me comprendéis… Y esta es mi primera tortura. ¡Es dura! ¡dura! Pero
no tenéis culpa de ella. Sois hombres… Será vuestro dolor el no haberme
comprendido, cuándo ya no podáis repararlo… Por eso, y porque entonces
expiareis las superficialidades de ahora, las mezquindades de ahora, las
cerrazones de ahora, Yo os perdono y digo anticipadamente: “Padre, perdónales
porque no saben lo que hacen, ni el dolor que me causan”.
Juan cae delante y de rodillas, y abraza
las rodillas de su Jesús afligido, y ya está para llorar, cuando susurra: “¡Oh,
Maestro mío!”.
El Zelote, que sigue teniendo en su pecho
la cabeza de Jesús, se inclina a besarle en los cabellos y dice: “¡Y, a pesar
de todo, te queremos mucho! Solo que pretenderíamos de Ti una capacidad de
defenderte, de defendernos, de triunfar. Nos deprime de verte hombre, sujeto a
los hombres, a las inclemencias, a la miseria, a la maldad, a las necesidades
de la vida… Somos unos necios. Pero así es. Para nosotros eres el Rey, el
Triunfador, al Dios. No logramos comprender la sublimidad de tu renuncia a
tanto por amor nuestro. Porque Tú sabes solo amar. Nosotros no sabemos…”.
“Sí, Maestro: Simón ha hablado bien. No
sabemos hablar como ama Dios: Tú. Y lo que es infinita bondad, infinito amor,
lo interpretamos como debilidad y nos aprovechamos de ello… Aumenta nuestro
amor; aumenta tu amor, Tú que eres su fuente; hazle desbordarse como ahora se
desbordan los ríos; empápanos, satúranos de amor, como están los prados en todo
el valle. No son necesarios la sabiduría, el coraje, la austeridad, para ser
perfectos como Tú quieres. Basta con tener amor… Señor, yo me acuso por todos:
no sabemos amar”.
Vosotros,
los dos que más comprenden, os acusáis. Sois la humildad. Y la humildad es amor. Pero también los
otros tienen solo una barrera para ser como vosotros. Y Yo la abatiré. Porque,
efectivamente soy Rey, Triunfador y Dios. Eternamente. Pero ahora soy el
Hombre. Mi frente pesa ya bajo el suplicio de mi corona. Siempre ha sido una
corona torturadora el ser Hombre… Gracias, amigos. Me habéis consolado. Porque
esto tiene de bueno el ser hombres: tener una madre que ama y amigos sinceros.
Ahora vamos a despertar a los compañeros. Ya no llueve. Los mantos están secos.
Los cuerpos descansados. Comed y nos ponemos en marcha”.
Alza
la voz lentamente, hasta que “nos ponemos en marcha” es una orden firme. Todos
se levantan y manifiestan su contrariedad por haber dormido todo el tiempo,
mientras Jesús velaba. Se arreglan un poco, comen, cogen los mantos, apagan el
fuego y salen al sendero húmedo, y empiezan a bajar hasta el camino de
herradura, que tiene el suficiente desnivel como para no ser un mar de lodo. La
luz todavía es poca, porque no hay sol ni el cielo está claro. Suficiente de
todas formas para ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario