Dice aún
Jesús:
No tengas
miedo de mirar aunque sea un espectáculo repelente. Estás entre mis brazos. No
puede acercarse ni dañarte. ¿Lo ves? Ni siquiera te mira. Tiene ya muchas
presas que seguir.
¿Ahora te
parece que merece la pena dejarme a Mí para seguirle a él? Sin embargo el mundo
le sigue y me deja por él.
Mira que harto
está y como se contrae. Es su hora de fiesta. Pero mira también como busca la
sombra para actuar. Odia la Luz, ¡y se llamaba Lucifer! ¿Ves como hipnotiza a
quienes no están signados con mi Sangre? Acumula
sus esfuerzos porque sabe que es su hora y que se acerca mi hora en la que será
vencido para siempre.
Su infernal
astucia y su inteligencia satánica son un continuo operar del Mal, en
contraposición a nuestro uno y trino obrar del Bien, para aumentar su presa.
Pero la astucia y la inteligencia no prevalecerían si en los hombres estuviera
mi Sangre y su honesta voluntad. Al hombre le faltan demasiadas cosas para
tener armas con que enfrentarse a la Bestia, y ella lo sabe y actúa
abiertamente sin tan siquiera esconderse ya con apariencias engañosas.
Que su repugnante
fealdad te impulse a una diligencia y a una penitencia cada vez mayores. Por ti
y por tus desgraciados hermanos que tienen el alma arrebatada o seducida y no
ven, o, viéndolo, corren al encuentro del Maligno, con tal de obtener ayuda
para un momento, a pagar con una condenación eterna.
Tengo que
explicar yo, sino no se entiende nada.
Desde la noche
del 18 el buen Jesús me hace ver un bicharraco horrible, tan horrible que me
produce escalofrío y ganas de gritar. Su nombre es conocido. Y el buen Jesús me
da a entender que ese aspecto siempre es inferior a la realidad, porque ninguna
realidad humana puede lograr personificar con exactitud la suprema Belleza y la
suprema fealdad.
LA VERDADERA IMAGEN DE LUCIFER |
Ahora le
describo el bicharraco.
Me parece ver
un gran agujero negro, negro y profundísimo. Comprendo que es profundísimo,
pero no veo de él sino el orificio, todo ocupado por un monstruo horrible. No
es serpiente, ni cocodrilo, ni dragón, ni murciélago, pero tiene algo de los
cuatro.
Cabeza larga y
puntiaguda, sin orejas y con dos ojos socarrones y feroces que están siempre a
la caza de la presa, una boca grandísima y armada de buenos dientes agudos,
siempre intenta atrapar al vuelo a cualquier incauto que llega al alcance de
sus mandíbulas. La cabeza en fin tiene mucho de la serpiente por la forma y del
cocodrilo por los dientes. Cuello largo y flexible que permite mucha agilidad a
la cabeza tremenda.
Un cuerpo
resbaladizo recubierto por una piel como la de las anguilas (para entenderse)
es decir, sin escamas, de color entre el óxido, el violeta, el gris oscuro… no
sabría. Tiene hasta el color de las sanguijuelas.
En la espalda
y en las ancas (digo “ancas” porque allí termina el vientre palpitante e
hinchado de presas y empieza la larga cola que termina en punta), son cuatro
patazas cortas y palmeadas como las del cocodrilo. En la espalda dos alas de
murciélago.
El bicharraco
no mueve su gran y repugnante cuerpo. Mueve solo la cola que se contorna
haciendo “eses” aquí y allá, y mueve su horrible cabeza de ojos fascinadores y
mandíbulas exterminadoras.
¡Misericordia
divina! ¡Que bicharraco tan horrible! De su negro antro emana tiniebla y
horror. Le aseguro que ayer que lo veía con vivísima meticulosidad – y no
entendía que hiciera aquí – me venían ganas de gritar espeluznada. Menos mal
que veía que nunca miraba hacia mí como por repulsión. Recíproca repulsión si
acaso. Si esto es una pálida representación de Satanás, ¿Qué será entonces él?
¡Para morir dos veces seguidas con solo verlo!
Menos mal
también que, si bien en un rincón estaba el bicharraco, cerca estaba mi Jesús
blanco, bello, rubio… ¡Luz en la luz! Comparando la luminosa, confortable
figura de Cristo con la del otro, su mirada dulcísima, clara, con la torva del
otro, hay ciertamente que compadecer a los infelices pecadores destinados al
segundo porque han rechazado a Jesús.
Y bien, ahora
que lo he visto… quisiera no verlo más porque es demasiado horrible. Oraré para
que el menor número posible de desgraciados vaya a terminar en sus garras, pero
ruego al buen Dios que me quite esta visión.
Hoy es menos
viva y le estoy muy agradecida al Señor. Y todavía más agradecida porque la
divina Voz me hace entender el porque de esa visión que ayer me aterrorizaba creyéndola destinada a mi como
advertencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario