LA CATEDRAL ROMÁNICA DE SANTIAGO, PATRÓNO DE ESPAÑA |
Estremecedoras palabras de Jesús a su primo Santiago sobre el porvenir que le espera, su dolorosa pasión y muerte, palabras que hunden a Santiago en un profundo llanto de dolor, tristeza y desesperación. Jesús le cura este estado de ánimo y ese abatimiento, con un fabuloso milagro hecho por Santiago, para que recobre la serenidad y le llene de alegría.
Es un pasaje emocionante que demuestra la humildad del Apóstol, cuando se da cuenta de ese milagro, que le fortifica el alma para así permanecer con firmeza en su condición de Apóstol y uno de los pilares de su futura Iglesia.
Es un pasaje emocionante que demuestra la humildad del Apóstol, cuando se da cuenta de ese milagro, que le fortifica el alma para así permanecer con firmeza en su condición de Apóstol y uno de los pilares de su futura Iglesia.
REVELACIONES DE JESÚS A SU PRIMO SANTIAGO
EN EL MONTE CARMELO
EN EL MONTE CARMELO
Del Poema del Hombre Dios de María Valtorta
Dice Jesús:
(...) He dicho: “Amad a vuestro prójimo”. Prójimo no es solo el miembro de la familia o el compatriota, sino también el hombre hiperbóreo cuyo aspecto no conocéis, y aquél que en este momento contempla una aurora en regiones desconocidas, o recorre los neveros en las cadenas fabulosas de Asia, o está bebiendo en un río que abre su lecho entre las selvas ignotas del centro Africano.
Aunque te viniera un adorador del Sol, o uno que tiene por dios al voraz cocodrilo; o uno que se cree la reencarnación del sabio y que ha sabido intuir la Verdad, pero no ha sabido aferrar su Perfección y dársela a sus fieles como Salvación; o un asqueado ciudadano de Roma o de Atenas que te suplicara: “Dame a conocer a Dios”… no puedes, no debes decirles: “Alejaos de mí, porque llevaros a Dios sería una profanación”.
Ten presente que estos no conocen, mientras que Israel, si que conoce. Pues bien, en verdad muchos de Israel son y serán más idólatras y crueles que el más bárbaro de los idólatras del mundo; y sacrificarán víctimas humanas, no a este ídolo o aquel, sino a sí mismos, a su orgullo, ávidos de sangre una vez que se haya encendido en ellos una sed inextinguible que durará hasta el final de los siglos; solo el beber de nuevo, y con fe, aquello que había provocado la sed atroz podría calmarla. Pero entonces será también el fin del mundo, porque el último en decir: “Creemos que eres Dios y Mesías” será Israel, a pesar de todas las pruebas que de mi Divinidad he dado y daré.
Velarás y cuidarás para que la fe de los Cristianos no sea vana. Vana sería si fuera solo una fe de palabras y de prácticas hipócritas. Lo que da vida, es el espíritu. El espíritu falta en el ejercicio mecánico o farisaico, que no es otra cosa sino simulacro de fe, no verdadera fe. ¿De que le valdría al hombre cantar alabanzas de fe en la asamblea de los fieles, si luego cada acto suyo es una imprecación contra Él? Dios, en efecto no se hace juguete del fiel, sino que, dentro de su Paternidad, conserva siempre las prerrogativas de Dios y Rey.
Vela y cuida para que nadie usurpe un lugar que no le corresponde. Dios dará la luz en la medida de vuestros grados. Dios no os dejará sin la Luz, a menos que no quede apagada en vosotros la Gracia por el pecado.
A muchos les placerá oír que les llamen “maestro”. Solo uno es el Maestro: quien te está hablando; solo una es Maestra: La Iglesia que le perpetúa. En la Iglesia, serán maestros aquellos que sean consagrados con encargo especial para la enseñanza. Pero entre los fieles habrá aquellos que por voluntad de Dios y por su propia santidad, o sea por su buena voluntad, serán absorbidos por el remolino de la Sabiduría y hablarán. Otros habrá – de por sí no sabios, pero si dóciles cual instrumentos en manos del artífice –que hablarán en nombre del Artífice, repitiendo como niños buenos aquello que su Padre les dice que digan, aún sin comprender toda la amplitud de lo que dicen.
En fin, habrá quienes hablen como si fueran maestros, con un esplendor que seducirá a los ingenuos pero serán soberbios, duros de corazón, celosos, iracundos, embusteros, lujuriosos.
De la misma forma que te digo que recojas las palabras de los sabios en el Señor, y de los sublimes pequeñuelos en el Espíritu Santo, y que incluso les ayudes a comprender la profundidad de las divinas palabras – en efecto, si bien ellos son los portadores de la divina Voz, vosotros, mis Apóstoles, seréis siempre los responsables de la enseñanza de mi Iglesia, y debéis socorrer a estos, sobrenaturalmente cansados de la extasiante y grave riqueza que Dios ha depositado en ellos, para que la trasmitan a sus hermanos - ,de la misma forma te digo: rechaza las palabras falaces de los falsos profetas, cuya vida no responde a mi Doctrina. La bondad de vida, la mansedumbre, la pureza, la caridad y humildad no faltarán nunca en los sabios y en las pequeñas voces de Dios; siempre en los otros.
Vela y cuida porque no haya celos ni calumnias en la asamblea de los fieles, como tampoco resentimientos ni espíritu de venganza. Vela y cuida para que la carne no pase a dominar sobre el espíritu. No podría soportar las persecuciones aquel cuyo espíritu no fuera soberano de la carne.
(...) “¡Jesús mío! ¿Cómo vas a Redimir? ¿Qué te espera?”.
“Santiago, recuerda lo que dijeron los profetas”.
“¿Pero, no hablan alegóricamente? ¿Podrás ser maltratado por los hombres, Tú que eres el Verbo de Dios? ¿No quieren decir, quizás, que darán tormento a tu Divinidad, a tu Perfección, pero nada más, nada más que eso? Mi madre se preocupa por mí y por Judas, yo por Ti y María, y… por nosotros, que somos muy débiles. Jesús, Jesús, si el hombre cometiera atropello contigo, ¿No crees que muchos de nosotros te considerarían reo, y se alejarían de Ti, desilusionados?”.
“Estoy seguro de ello, Serán zarandeados todos los estratos de mis discípulos. Pero luego tornará la Paz; es más se producirá una aglutinación de las partes mejores, y sobre ellas, después de mi sacrificio y triunfo, descenderá el Espíritu fortalecedor y sapiente: El Espíritu Divino”.
Jesús, para que yo no me desvíe ni me escandalice en esa hora tremenda, dime: ¿qué te van a hacer?”.
“Grande es lo que me preguntas”
“Dímelo, Señor”
“Saberlo exactamente te significaría tormento”
“Ni importa. Por el amor que nos ha unido…”
“No se debe saber”.
“Dímelo y luego borra mi memoria hasta la hora en que haya de cumplirse; entonces, ponla de nuevo en mi memoria junto con esta hora. Así no me escandalizaré de nada y no pasaré a la parte de tus adversarios en el fondo de mi corazón”.
“No servirá de nada, porque también tú cederás en la tempestad”.
“¡Dímelo Señor!”.
“Seré acusado, traicionado, apresado, torturado, crucificado”.
“¡Nooo!”. Santiago grita y se encorva como si le hubiesen herido de muerte. “¡No!” repite. “Si te hacen eso a Ti, ¿qué nos harán a nosotros? ¿Cómo vamos a poder continuar tu obra? No puedo, no puedo aceptar el puesto que me asignas… ¡No puedo!... ¡No puedo! Si Tú mueres, seré también yo un muerto, sin energía alguna. ¡Jesús! ¡Jesús! Escúchame. No me dejes sin Ti. ¡Prométemelo, promete esto al menos!”.
“Te prometo que vendré a guiarte con mi Espíritu, una vez que la Gloriosa Resurrección me libre de las ataduras de la materia. Seremos una sola cosa como ahora que estás entre mis brazos”. En efecto, Santiago se ha entregado al llanto apoyado en el pecho de Jesús.
“No llores más. Salgamos de esta hora de éxtasis, luminosa y penosa, como quien sale de las sombras de la muerte y recuerda todo excepto el acto-muerte, minuto de espanto helador que como hecho-muerte dura siglos. Ven, te beso así, para ayudarte a olvidar el horror de mi destino de hombre. (...)
Santiago llora con la cabeza baja
“¿Quieres verdaderamente olvidar?”.
“Lo que quieras Tú, Señor… “.
“Puedes elegir entre dos cosas: olvidar o recordar. Olvidar te liberará del dolor y del silencio absoluto ante tus compañeros, pero te dejará sin preparación. Recordar te preparará para tu misión, porque basta recordar lo que sufre en su vida terrena el hijo del Hombre, para no quejarse nunca y vigorizarse espiritualmente, viendo toda la realidad de Cristo en su más luminosa Luz. Elige”.
“Creer, recordar, amar. Esto es lo que querría. Y morir, lo antes posible, Señor… " y Santiago sigue llorando en silencio. Si no fuera por las gotas de llanto que brillan en su barba castaña, no se sabría que está llorando.
Jesús le deja llorar…
Al final Santiago dice: “¿Y si más adelante vuelves a aludir a … a tu martirio, debo decir que lo sé?”.
“No. Guarda silencio. José supo callar respecto a su dolor de esposo que se creía traicionado, así como al misterio de la concepción virginal y de mi Naturaleza. Imítale. Aquello era también un secreto tremendo, un secreto que había que custodiar, porque el no custodiarlo, por orgullo o ligereza, habría significado poner en peligro toda la Redención. Satanás es constante en la vigilancia y en la acción. Recuérdalo. Si hablases ahora, perjudicarías a demasiados, y por demasiadas cosas, guarda silencio”.
“Guardaré silencio… aunque significará doble peso…”.
Jesús no responde. Deja que Santiago, al amparo de la prenda que cubre su cabeza, llore libremente.
Se encuentran un hombre que lleva atado a sus espaldas a un pobre niño.
“¿Es tu hijo?”, pregunta Jesús.
“Si. Me ha nacido, matando a su madre, así. Ahora, que ha muerto también mi madre, cuando voy a trabajar me lo llevo conmigo para poder tener cuidado de él. Soy leñador. Le recuesto en la hierba, encima del manto, y, mientras talo los árboles, se divierte con las flores. ¡Pobre hijo mío!”.
“Gran desdicha la tuya”.
“¡Pues sí! Pero la voluntad de Dios debe recibirse con paz”.
“Adiós, hombre, la paz sea contigo”.
El hombre sube el monte, Jesús y Santiago siguen bajando.
“¡Cuantas desgracias! Esperaba que le curases” suspira Santiago.
Jesús no da muestras de haber oído.
“Maestro, si ese hombre hubiera sabido que eres el Mesías, quizás te hubiera pedido el milagro…”.
Jesús no responde.
“Jesús, ¿me dejas volver para decírselo a aquel hombre? Siento compasión de aquel niño. Mi corazón está muy lleno de dolor; dame al menos la alegría de ver curado a aquel niño”.
“Ve si quieres. Te espero aquí”.
“Santiago echa a correr, alcanza al hombre, le llama: “¡Hombre, detente, escucha! Aquel que estaba conmigo es el Mesías. Dame tu niño para que se lo lleve. Ven también tú, si quieres, para ver si el Maestro te lo cura”.
“Ve tú, hombre. Tengo que cortar toda esta leña. Ya se me ha hecho tarde por causa del niño. Si no trabajo, no como. Soy pobre y él me cuesta mucho. Creo en el Mesías, pero es mejor que le hables tú por mí”.
Santiago se agacha para recoger el niño, que está recostado en la hierba.
“Con cuidado” advierte el leñador “es un puro dolor”.
En efecto: apenas Santiago trata de alzarle, el niño llora quejumbrosamente.
“¡Que pena!” suspira Santiago.
“Una gran pena” dice el leñador mientras se aplica con la sierra a un tronco duro, y añade: “¿No podrás curarlo tú?”.
“Yo no soy el Mesías, soy solo un discípulo suyo…”.
“¿Y que quieres decir con eso? Los médicos aprenden de otros médicos, los discípulos del Maestro. ¡Venga, hombre! ¡Se bueno, no dejes que siga sufriendo! Inténtalo tú. Si el Maestro hubiera querido venir, lo habría hecho. Te ha mandado a ti, o porqué no lo quiere curar, o porque quiere que lo cures tú”.
Santiago duda un momento, luego se decide. Se endereza y ora como ve hacer a su Jesús, y ordena: “En nombre de Jesucristo, Mesías de Israel e Hijo de Dios, queda curado”. Acto seguido, se arrodilla y dice: “¡Señor mío, perdón! ¡He actuado sin tu permiso! ¡Ha sido compasión por esta criatura de Israel! ¡Piedad, Dios mío! ¡Piedad para él y para mí, que soy un pecador!” y rompe a llorar, inclinado hacia el cuerpo extendido del niño. Las lágrimas caen encima de las piernecitas torcidas e inertes.
Aparece Jesús por el sendero. Ninguno le ve, porqué el leñador está trabajando, Santiago llora y el niño mira a este último con curiosidad, y meloso, pregunta: “¿Por qué lloras?” y alarga una manita para acariciarle y, sin darse cuenta, se sienta por sus propias fuerzas, se levanta y abraza a Santiago para consolarlo.
Es el grito de Santiago que hace que el leñador se vuelva, y entonces ve a su hijo bien derecho con sus propias piernas que ya no están ni muertas ni torcidas. Al volverse, ve a Jesús. “¡Ahí está!” grita mientras señala a las espaldas de Santiago, que también se vuelve y ve a Jesús, mirándole con un rostro radiante de alegría.
“¡Maestro! ¡Maestro! No sé cómo se ha producido… La compasión… Este hombre… Este niño… ¡Perdón!”.
“Álzate, los discípulos no son más que el Maestro, pero pueden realizar lo que el Maestro, cuando lo hacen por santo motivo. Levántate y ven conmigo. Os bendigo. Recordad que los siervos hacen las obras del Hijo de Dios” y se marcha llevándose consigo a Santiago, que sigue diciendo: “¿Cómo lo he hecho?” No entiendo.
¿Con qué he hecho un milagro en tu nombre?”.
“Con tu piedad, Santiago, con tu deseo de que ese inocente y ese hombre, que creía y dudaba, me amasen. Juan hizo un milagro por amor en Jabnia: curó a un moribundo ungiéndolo mientras oraba.
Tú aquí has curado con tu llanto y piedad, y con tu confianza en mi nombre. ¿Ves que paz produce el servir al Señor cuando hay recta intención en el discípulo? Ahora vamos a andar ligeros porque aquel hombre nos sigue y no conviene todavía que los otros sepan esto. Pronto os enviaré en mi Nombre… (Un fuerte suspiro de Jesús), como Judas de Simón desea ardientemente hacer, (otro fuerte suspiro).
Y llevaréis a cabo obras… Pero no para todos significará un bien. ¡Rápido Santiago! Simón Pedro, tu hermano y los otros, si supieran esto, sufrirían como si fuera parcialidad, aunque de hecho no lo es: es preparar a alguno de entre vosotros doce, para que sepa guiar a los demás. Vamos a bajar al guijarral cubierto de hojarasca de este torrente para que se pierdan nuestras huellas… ¿Lo sientes por el niño?... Volveremos a encontrarle”.
(...) He dicho: “Amad a vuestro prójimo”. Prójimo no es solo el miembro de la familia o el compatriota, sino también el hombre hiperbóreo cuyo aspecto no conocéis, y aquél que en este momento contempla una aurora en regiones desconocidas, o recorre los neveros en las cadenas fabulosas de Asia, o está bebiendo en un río que abre su lecho entre las selvas ignotas del centro Africano.
Aunque te viniera un adorador del Sol, o uno que tiene por dios al voraz cocodrilo; o uno que se cree la reencarnación del sabio y que ha sabido intuir la Verdad, pero no ha sabido aferrar su Perfección y dársela a sus fieles como Salvación; o un asqueado ciudadano de Roma o de Atenas que te suplicara: “Dame a conocer a Dios”… no puedes, no debes decirles: “Alejaos de mí, porque llevaros a Dios sería una profanación”.
Ten presente que estos no conocen, mientras que Israel, si que conoce. Pues bien, en verdad muchos de Israel son y serán más idólatras y crueles que el más bárbaro de los idólatras del mundo; y sacrificarán víctimas humanas, no a este ídolo o aquel, sino a sí mismos, a su orgullo, ávidos de sangre una vez que se haya encendido en ellos una sed inextinguible que durará hasta el final de los siglos; solo el beber de nuevo, y con fe, aquello que había provocado la sed atroz podría calmarla. Pero entonces será también el fin del mundo, porque el último en decir: “Creemos que eres Dios y Mesías” será Israel, a pesar de todas las pruebas que de mi Divinidad he dado y daré.
Velarás y cuidarás para que la fe de los Cristianos no sea vana. Vana sería si fuera solo una fe de palabras y de prácticas hipócritas. Lo que da vida, es el espíritu. El espíritu falta en el ejercicio mecánico o farisaico, que no es otra cosa sino simulacro de fe, no verdadera fe. ¿De que le valdría al hombre cantar alabanzas de fe en la asamblea de los fieles, si luego cada acto suyo es una imprecación contra Él? Dios, en efecto no se hace juguete del fiel, sino que, dentro de su Paternidad, conserva siempre las prerrogativas de Dios y Rey.
Vela y cuida para que nadie usurpe un lugar que no le corresponde. Dios dará la luz en la medida de vuestros grados. Dios no os dejará sin la Luz, a menos que no quede apagada en vosotros la Gracia por el pecado.
A muchos les placerá oír que les llamen “maestro”. Solo uno es el Maestro: quien te está hablando; solo una es Maestra: La Iglesia que le perpetúa. En la Iglesia, serán maestros aquellos que sean consagrados con encargo especial para la enseñanza. Pero entre los fieles habrá aquellos que por voluntad de Dios y por su propia santidad, o sea por su buena voluntad, serán absorbidos por el remolino de la Sabiduría y hablarán. Otros habrá – de por sí no sabios, pero si dóciles cual instrumentos en manos del artífice –que hablarán en nombre del Artífice, repitiendo como niños buenos aquello que su Padre les dice que digan, aún sin comprender toda la amplitud de lo que dicen.
En fin, habrá quienes hablen como si fueran maestros, con un esplendor que seducirá a los ingenuos pero serán soberbios, duros de corazón, celosos, iracundos, embusteros, lujuriosos.
De la misma forma que te digo que recojas las palabras de los sabios en el Señor, y de los sublimes pequeñuelos en el Espíritu Santo, y que incluso les ayudes a comprender la profundidad de las divinas palabras – en efecto, si bien ellos son los portadores de la divina Voz, vosotros, mis Apóstoles, seréis siempre los responsables de la enseñanza de mi Iglesia, y debéis socorrer a estos, sobrenaturalmente cansados de la extasiante y grave riqueza que Dios ha depositado en ellos, para que la trasmitan a sus hermanos - ,de la misma forma te digo: rechaza las palabras falaces de los falsos profetas, cuya vida no responde a mi Doctrina. La bondad de vida, la mansedumbre, la pureza, la caridad y humildad no faltarán nunca en los sabios y en las pequeñas voces de Dios; siempre en los otros.
Vela y cuida porque no haya celos ni calumnias en la asamblea de los fieles, como tampoco resentimientos ni espíritu de venganza. Vela y cuida para que la carne no pase a dominar sobre el espíritu. No podría soportar las persecuciones aquel cuyo espíritu no fuera soberano de la carne.
(...) “¡Jesús mío! ¿Cómo vas a Redimir? ¿Qué te espera?”.
“Santiago, recuerda lo que dijeron los profetas”.
“¿Pero, no hablan alegóricamente? ¿Podrás ser maltratado por los hombres, Tú que eres el Verbo de Dios? ¿No quieren decir, quizás, que darán tormento a tu Divinidad, a tu Perfección, pero nada más, nada más que eso? Mi madre se preocupa por mí y por Judas, yo por Ti y María, y… por nosotros, que somos muy débiles. Jesús, Jesús, si el hombre cometiera atropello contigo, ¿No crees que muchos de nosotros te considerarían reo, y se alejarían de Ti, desilusionados?”.
“Estoy seguro de ello, Serán zarandeados todos los estratos de mis discípulos. Pero luego tornará la Paz; es más se producirá una aglutinación de las partes mejores, y sobre ellas, después de mi sacrificio y triunfo, descenderá el Espíritu fortalecedor y sapiente: El Espíritu Divino”.
Jesús, para que yo no me desvíe ni me escandalice en esa hora tremenda, dime: ¿qué te van a hacer?”.
“Grande es lo que me preguntas”
“Dímelo, Señor”
“Saberlo exactamente te significaría tormento”
“Ni importa. Por el amor que nos ha unido…”
“No se debe saber”.
“Dímelo y luego borra mi memoria hasta la hora en que haya de cumplirse; entonces, ponla de nuevo en mi memoria junto con esta hora. Así no me escandalizaré de nada y no pasaré a la parte de tus adversarios en el fondo de mi corazón”.
“No servirá de nada, porque también tú cederás en la tempestad”.
“¡Dímelo Señor!”.
“Seré acusado, traicionado, apresado, torturado, crucificado”.
“¡Nooo!”. Santiago grita y se encorva como si le hubiesen herido de muerte. “¡No!” repite. “Si te hacen eso a Ti, ¿qué nos harán a nosotros? ¿Cómo vamos a poder continuar tu obra? No puedo, no puedo aceptar el puesto que me asignas… ¡No puedo!... ¡No puedo! Si Tú mueres, seré también yo un muerto, sin energía alguna. ¡Jesús! ¡Jesús! Escúchame. No me dejes sin Ti. ¡Prométemelo, promete esto al menos!”.
“Te prometo que vendré a guiarte con mi Espíritu, una vez que la Gloriosa Resurrección me libre de las ataduras de la materia. Seremos una sola cosa como ahora que estás entre mis brazos”. En efecto, Santiago se ha entregado al llanto apoyado en el pecho de Jesús.
“No llores más. Salgamos de esta hora de éxtasis, luminosa y penosa, como quien sale de las sombras de la muerte y recuerda todo excepto el acto-muerte, minuto de espanto helador que como hecho-muerte dura siglos. Ven, te beso así, para ayudarte a olvidar el horror de mi destino de hombre. (...)
Santiago llora con la cabeza baja
“¿Quieres verdaderamente olvidar?”.
“Lo que quieras Tú, Señor… “.
“Puedes elegir entre dos cosas: olvidar o recordar. Olvidar te liberará del dolor y del silencio absoluto ante tus compañeros, pero te dejará sin preparación. Recordar te preparará para tu misión, porque basta recordar lo que sufre en su vida terrena el hijo del Hombre, para no quejarse nunca y vigorizarse espiritualmente, viendo toda la realidad de Cristo en su más luminosa Luz. Elige”.
“Creer, recordar, amar. Esto es lo que querría. Y morir, lo antes posible, Señor… " y Santiago sigue llorando en silencio. Si no fuera por las gotas de llanto que brillan en su barba castaña, no se sabría que está llorando.
Jesús le deja llorar…
Al final Santiago dice: “¿Y si más adelante vuelves a aludir a … a tu martirio, debo decir que lo sé?”.
“No. Guarda silencio. José supo callar respecto a su dolor de esposo que se creía traicionado, así como al misterio de la concepción virginal y de mi Naturaleza. Imítale. Aquello era también un secreto tremendo, un secreto que había que custodiar, porque el no custodiarlo, por orgullo o ligereza, habría significado poner en peligro toda la Redención. Satanás es constante en la vigilancia y en la acción. Recuérdalo. Si hablases ahora, perjudicarías a demasiados, y por demasiadas cosas, guarda silencio”.
“Guardaré silencio… aunque significará doble peso…”.
Jesús no responde. Deja que Santiago, al amparo de la prenda que cubre su cabeza, llore libremente.
Se encuentran un hombre que lleva atado a sus espaldas a un pobre niño.
“¿Es tu hijo?”, pregunta Jesús.
“Si. Me ha nacido, matando a su madre, así. Ahora, que ha muerto también mi madre, cuando voy a trabajar me lo llevo conmigo para poder tener cuidado de él. Soy leñador. Le recuesto en la hierba, encima del manto, y, mientras talo los árboles, se divierte con las flores. ¡Pobre hijo mío!”.
“Gran desdicha la tuya”.
“¡Pues sí! Pero la voluntad de Dios debe recibirse con paz”.
“Adiós, hombre, la paz sea contigo”.
El hombre sube el monte, Jesús y Santiago siguen bajando.
“¡Cuantas desgracias! Esperaba que le curases” suspira Santiago.
Jesús no da muestras de haber oído.
“Maestro, si ese hombre hubiera sabido que eres el Mesías, quizás te hubiera pedido el milagro…”.
Jesús no responde.
“Jesús, ¿me dejas volver para decírselo a aquel hombre? Siento compasión de aquel niño. Mi corazón está muy lleno de dolor; dame al menos la alegría de ver curado a aquel niño”.
“Ve si quieres. Te espero aquí”.
“Santiago echa a correr, alcanza al hombre, le llama: “¡Hombre, detente, escucha! Aquel que estaba conmigo es el Mesías. Dame tu niño para que se lo lleve. Ven también tú, si quieres, para ver si el Maestro te lo cura”.
“Ve tú, hombre. Tengo que cortar toda esta leña. Ya se me ha hecho tarde por causa del niño. Si no trabajo, no como. Soy pobre y él me cuesta mucho. Creo en el Mesías, pero es mejor que le hables tú por mí”.
Santiago se agacha para recoger el niño, que está recostado en la hierba.
“Con cuidado” advierte el leñador “es un puro dolor”.
En efecto: apenas Santiago trata de alzarle, el niño llora quejumbrosamente.
“¡Que pena!” suspira Santiago.
“Una gran pena” dice el leñador mientras se aplica con la sierra a un tronco duro, y añade: “¿No podrás curarlo tú?”.
“Yo no soy el Mesías, soy solo un discípulo suyo…”.
“¿Y que quieres decir con eso? Los médicos aprenden de otros médicos, los discípulos del Maestro. ¡Venga, hombre! ¡Se bueno, no dejes que siga sufriendo! Inténtalo tú. Si el Maestro hubiera querido venir, lo habría hecho. Te ha mandado a ti, o porqué no lo quiere curar, o porque quiere que lo cures tú”.
Santiago duda un momento, luego se decide. Se endereza y ora como ve hacer a su Jesús, y ordena: “En nombre de Jesucristo, Mesías de Israel e Hijo de Dios, queda curado”. Acto seguido, se arrodilla y dice: “¡Señor mío, perdón! ¡He actuado sin tu permiso! ¡Ha sido compasión por esta criatura de Israel! ¡Piedad, Dios mío! ¡Piedad para él y para mí, que soy un pecador!” y rompe a llorar, inclinado hacia el cuerpo extendido del niño. Las lágrimas caen encima de las piernecitas torcidas e inertes.
Aparece Jesús por el sendero. Ninguno le ve, porqué el leñador está trabajando, Santiago llora y el niño mira a este último con curiosidad, y meloso, pregunta: “¿Por qué lloras?” y alarga una manita para acariciarle y, sin darse cuenta, se sienta por sus propias fuerzas, se levanta y abraza a Santiago para consolarlo.
Es el grito de Santiago que hace que el leñador se vuelva, y entonces ve a su hijo bien derecho con sus propias piernas que ya no están ni muertas ni torcidas. Al volverse, ve a Jesús. “¡Ahí está!” grita mientras señala a las espaldas de Santiago, que también se vuelve y ve a Jesús, mirándole con un rostro radiante de alegría.
“¡Maestro! ¡Maestro! No sé cómo se ha producido… La compasión… Este hombre… Este niño… ¡Perdón!”.
“Álzate, los discípulos no son más que el Maestro, pero pueden realizar lo que el Maestro, cuando lo hacen por santo motivo. Levántate y ven conmigo. Os bendigo. Recordad que los siervos hacen las obras del Hijo de Dios” y se marcha llevándose consigo a Santiago, que sigue diciendo: “¿Cómo lo he hecho?” No entiendo.
¿Con qué he hecho un milagro en tu nombre?”.
“Con tu piedad, Santiago, con tu deseo de que ese inocente y ese hombre, que creía y dudaba, me amasen. Juan hizo un milagro por amor en Jabnia: curó a un moribundo ungiéndolo mientras oraba.
Tú aquí has curado con tu llanto y piedad, y con tu confianza en mi nombre. ¿Ves que paz produce el servir al Señor cuando hay recta intención en el discípulo? Ahora vamos a andar ligeros porque aquel hombre nos sigue y no conviene todavía que los otros sepan esto. Pronto os enviaré en mi Nombre… (Un fuerte suspiro de Jesús), como Judas de Simón desea ardientemente hacer, (otro fuerte suspiro).
Y llevaréis a cabo obras… Pero no para todos significará un bien. ¡Rápido Santiago! Simón Pedro, tu hermano y los otros, si supieran esto, sufrirían como si fuera parcialidad, aunque de hecho no lo es: es preparar a alguno de entre vosotros doce, para que sepa guiar a los demás. Vamos a bajar al guijarral cubierto de hojarasca de este torrente para que se pierdan nuestras huellas… ¿Lo sientes por el niño?... Volveremos a encontrarle”.
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