Muchas veces, he visto por televisión, o en al
transcurso de mi vida a mucha gente con grandes muestras de alegría: Gente que
le ha tocado el premio gordo de la lotería, gente que después de largos estudios, ha
aprobado una carrera que le ha dado una titulación para toda su vida, lo que le
puede permitir ocupar un cargo importante y bien remunerado. También he visto
la emoción de los políticos cuando salen elegidos, llorando de alegría y
abrazándose, sabiendo que van a llevar una vida repleta de honores, en donde van
a ser respetados, admirados y hasta temidos porque pueden manejar a su antojo los hilos del poder,
pudiendo ejercer autoridad. Y además, lo más importante: favorecerse discretamente
a ellos mismos; a sus familiares y amigos. ¿Qué tendrá el poder que es tan
deseado por los políticos, y porqué es tan grande su tristeza cuando pierden
las elecciones y tienen que dejar su puesto?
“¡Dígale a uno
que está acostumbrado a desplazarse a caballo, que de ahora en adelante tendrá
que ir a pié!”, me comentaba hace ya muchos años un taxista de Madrid, cuando
comentaba con él ese asunto.
Pues bien,
todas esas alegrías por grandes que sean, no pueden dar nunca la felicidad
plena, porque el ser humano, cuanto más tiene, no solo quiere más, pero sobre
todo, está siempre intranquilo porque teme perderlas.
Y esa pérdida
puede ser por múltiples razones: una enfermedad incurable que lleva a la muerte,
la seguridad absoluta de que incluso disfrutando de buena salud, todos estamos
subidos en un tren cuyo destino es la muerte, lugar a donde no se pueden llevar
las riquezas materiales, y una muerte próxima, ya que la vida pasa volando: “¡Mi
vida ha pasado como una película!”, me refería mi madre cuando era ya anciana,
después de una vida larga, azarosa y llena de pruebas que siempre supo afrontar
con una fe profunda y verdadera.
La vejez
cuando llega, y es ya avanzada, transforma el ser humano en otro niño incapaz
de valerse por si mismo y casi siempre lleno de achaques y de “goteras” que le
obligan a depender de los demás. Para el que no tiene fe, y que se cree que
después de esta vida, ya no hay nada, al verse incapacitado por la vejez, se
llega a suicidar, es lo que oí que hicieron el Matrimonio descendiente del
famoso almirante Norteaméricano Nimitz, héroe de la Guerra contra el Japón.
¿Cómo será La Vida Eterna ?, muchas
veces al contemplar la vida de los agraciados de esta tierra, que van con tanto
anhelo y trabajo detrás de los bienes, que a pesar de ser siempre perecederos,
les produce tanta satisfacción pienso ¿Cuál será entonces la dicha de los
elegidos, cuya felicidad será eterna e imperecedera, en donde no existirá ya ni
la enfermedad ni la vejez y que disfrutarán por toda la Eternidad con una gloria
y alegría que solo los grandes Santos, han tenido la dicha de catarla por la
gracia de Dios, y digo catarla, porque esa felicidad es imposible poder
disfrutarla plenamente con nuestro cuerpo mortal, ya que este sería incapaz de
aguantar esas sensaciones tan transcendentales.
Sensaciones
tan subidas que los grandes místicos, para poder probarlas, han tenido que
pasar por el éxtasis que no es otra cosa que la separación momentánea del alma
del cuerpo, propiciada por la
Divinidad para que Esta pueda comunicarse con su alma, sin
que su cuerpo material llegue a sufrir detrimento a causa de su debilidad.
Sensaciones tan maravillosas que han hecho
decir a San Juan de La Cruz ,
que si cualquier ser humano pudiese ver, aunque sea por unos segundos lo que es
el Cielo, pasarían por mil horribles agonías no para ir a ese Cielo, pero solo
para poder volver a ver el Reino de Dios, aunque sea por otros breves segundos.
¡Alegría tan grande, que le hizo decir que cuando Dios ama a una alma, le parece a esta, que Dios la trata como
si fuera la única criatura de la Creación, y como si no tuviera otra cosa que
hacer que ocuparse de ella!
La locura,
necedad e insensatez es pues darle tanta importancia a esta vida material y
descuidar la Vida Eterna ,
sobre todo sabiendo a ciencia cierta que además del premio eterno existe un
suplicio eterno, que es la mayor desgracia que le puede ocurrir a un ser humano
cuando éste no cumple con los mandamientos de Dios y no se arrepiente, y más
bien disfruta en el vicio, hecho evidente que niegan los famosos “relativistas”
y “quietistas”.
A este
respecto, la Stma Virgen
de Fátima, recomendó que en el rezo del Santo. Rosario, se añadiera siempre al
final de cada misterio: “¡Oh, Jesús, perdónanos nuestras culpas, presérvanos
del fuego del infierno, llevad al Cielo a todas las almas, especialmente las más
necesitadas de vuestra Misericordia”, y también añadió: “¡Cuantas almas se
condenan porque no hay nadie que rece por ellas!”
Y San Juan de la Cruz dice, que en el día del
juicio, Dios reprochará con severidad a algunas almas, incluso a las pocas que
han tenido trato directo con Él, un defecto que han tenido y del cual no se han
corregido, defecto del cual Dios no les avisó, porque lo tenían que haber
advertido con su razón natural.
Pero Dios en
su misericordia y para evitar los eternos chaqueteros y los soberbios, ha
puesto unos medios muy fáciles para salvarnos, pero exigen de nosotros humildad
y ser depositarios del maravilloso don de la fe, actitudes que no tienen los
soberbios y los entregados al vicio y a la depravación.
Dios ha
trasmitido a su Santa Iglesia unos poderes sobrenaturales que son los
Sacramentos y las indulgencias, medios eficaces para asegurar nuestra
Salvación, existe otro medio que es La caridad o el Amor a Dios, o lo que es lo
mismo, el amor al prójimo ya que como está escrito, el que dice que ama a Dios
que no ve, y no ama al prójimo que ve, es un embustero, e inversamente el que
dice que no ama al prójimo que ve, tampoco puede amar a Dios.
Oremos pues por
la conversión de los pecadores, para evitarles los horrores del Infierno y
que por ese medio alcancen la
Gloria Eterna.
¡Gloria a la Santa Iglesia de Dios, el medio
más seguro para alcanzar la Salvación,
porque está puesta por Jesús, y tiene los medios para lograrlo!
¡Gloria al
Padre; al Hijo y el Espíritu Santo!
¡Gloria a la
Stma Virgen María la madre de Dios!
¡Gloria a S.
José su castísimo Esposo!
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