Dice Pedro: “El diablo, que es vuestro adversario, gira en torno a vosotros como un león rugiente en busca de la presa" |
Y aquí aparece el Superior General de los Jesuitas, de nacionalidad venezolana, diciendo que el diablo es una figura simbólica, y que tiene su País dirigido por un atroz dictador comunista, hijo de satanás, machacando a su Pueblo, y del cual habla, sin pedir al mundo entero oraciones a Dios con lágrimas en los ojos, o proponer que se consagre su País, a la Santísima Virgen María.
Y también aparece en el libro del famoso exorcista Gabriele Amorth, un Cardenal de una oficina vaticana, diciéndole ¿Pero Ud. cree en el demonio, esa fábula? o un Arzobispo que me dijo que al ser todos hijos de Dios, y siendo Dios nuestro padre, no puede mandar ahí un hijo suyo, y que por eso el Infierno está vacío.
Y todo esto, según se lee en Religión y Libertad, con la noticia de que cada vez hay más posesiones diabólicas, y que los exorcistas se ven desbordados, no dando a bastos con su labor, pidiendo ayuda, con muchos Obispos que se niegan a nombrar nuevos exorcistas, diciendo que todo eso obedece a problemas psicóticos.
Dice Jesús:
[…] María: El Bautismo y los Sacramentos, en general,
son el injerto total; son los que, sobre la mala planta del hombre, manchado
por la culpa original, injertan la Gracia, y que con sucesivos injertos,
mantienen dicha Gracia, pues la planta-hombre, por su misma naturaleza, rechaza
los efectos de la Gracia, rechaza ese divino injerto.
No siempre mi Sangre, mi Carne, mi Martirio y el fuego Paráclito,
logran hacer de vosotros – los salvajes – logran hacer de vosotros árboles de
frutos celestiales. Es raro que lo logren, porque os falta la voluntad de
convertiros en ellos. En cambio, en los que tienen dicha voluntad y ella es la
nota predominante de su canto de amor, el amor es su canto, el amor efectúa
otro injerto: el de la fusión conmigo. Entonces, Yo los tomo de la mano, y la
cicatriz de ese roce, que nunca se cura completamente, injerta en vuestro ser
sus ardores y sus vástagos y os marca con un fuego indeleble.
No es necesario ser desmochados, como en el primer injerto. La Gracia
está ya en vosotros. Más, ¡oh, heraldo Mío! Es necesario ser lacerados por el
dolor para poder recibir, con inmediata vitalidad mi benéfico contacto. Y
cuanto más grande es vuestra herida, tanto mayor es el sitio donde puedo
aplicar mis Heridas. Y si acaso todo vuestro ser está cubierto de heridas, si
de la cabeza a los pies no sois más que dolor y maceración, entonces, os
estrecho a Mí, a cada herida Mía corresponde una vuestra y, como por una
transfusión espiritual, la Sangre pasa de Mí, que estoy herido, a vosotros, que
también lo estáis. Sé que el sufrimiento es atroz, más los efectos son
sublimes.
Estoy unido a ti, María. No te das cuenta. No puedes darte cuenta
porque estás muriendo de dolor. Desde la hora sexta hasta la nona, yo tampoco
veía nada, ni siquiera a mi Madre…El dolor me permitía solamente sentir al
dolor: todo estaba anulado en el dolor atroz de la agonía final, de la
Redención: el cielo, el sol, la multitud, los gritos, los gemidos, los silbidos
del viento. Sabía que mi Madre estaba al pie de la Cruz, pero más que la
oscuridad cada vez más densa, la escondía a mi vista el dolor, el dolor del
martirio y el de ser abandonado por Dios. ¡Y solo Yo sé cuánto habría querido
verla para encontrar consuelo a esa desolación!...
Ahora te tomo de la mano y te digo: “Baja de tu cruz y ven conmigo,
fuera de las tinieblas, por un momento. Quiero hablarte de un tema que le
importa a uno, que Yo y tú queremos, un tema del que Yo no te hablado antes
porque lo reservo para este momento.
Dice mi Pedro: “El diablo, que es vuestro adversario, gira en torno a
vosotros como un león rugiente en busca de la presa; resistirle con la fuerza
de la fe, recordad que vuestros hermanos dispersos por el mundo sufren vuestros
mismos padecimientos”.
En las regiones africanas donde vive el león, los hombres y los
animales saben cómo conducirse con él. Una vez te he llevado conmigo a Oriente,
cerca de una fuente rebosante de aguas…y te he dicho: “Sé como ella. Hoy te
llevo conmigo a las florestas eternas, cuyos gigantes arbóreos son los
descendientes de los que surgieron de la nada, por voluntad del Padre, ante los
ojos atónitos de los primeros padres. Así podrás ver algo diferente de lo que
te pone melancólica.
Mira. Las altas cimas de estos milenarios gigantes verdes se alzan contra
un cielo aún más azul que mis mismos ojos. Y, enlazadas las unas con las otras,
allí en lo alto hablan de los hechos de aquí abajo a los vientos y a las
estrellas, que estas no pueden ver porque se les oculta el techo verde.
Debajo está el sotobosque, denso como un laberinto, intricado por las
lianas y las raíces que parecen serpientes, ornado con aderezos traidores, las
serpientes al acecho. Aún más abajo se extiende la felpa tupida del prado,
cuyas hierbas han nacido en un terreno virgen, rico de mil humores, en el que
encuentran dulce alimento y reposo los antílopes y las gacelas, y alimento los
millones de pájaros de diversos colores y cantos. Hay flores, helechos,
diademas de corolas, astros verdes, grutas musgosas y frescos cursos de agua y
una luz verde que apacigua en medio del sol que encandila cuando logra entrar
en los senderos que el hombre ha abierto con esfuerzo, o a lo largo de un
espejo de agua tan vasto que la bóveda vegetal está obligada a abrirse como un
pozo verde.
El rey de estas florestas es el león. De todo lo que corre o salta, o
se arrastra, se trepa, vuela o camina, nada puede hacerle frente. El hombre que
pasa con su manada al borde de la floresta, emigrando a zonas de pasto o de
mercado, construye para sí o para los demás, recintos para encerrar en ellos el
ganado en las noches frías y serenas. Apenas cae la noche, los animales se
refugian en la espesura o se suben en lo alto de los árboles para eludir su
asalto, porque el león no ataca mientras el sol brilla en el cielo. Espera la
noche, las sombras engañadoras de la luna, o las densas tinieblas para atacar a
su presa. Apenas cae la noche, aparece y ruge, ruge en torno a los recintos de
los hombres y las guaridas de las bestias. No entra en ellas, espera. Espera
que el imprudente salga de su refugio.
¡Se cometen siempre tantas imprudencias: deseo de alivio, curiosidad de
ver, prisa por llegar! El león está allí. Espera, paladeando el sabor de la
presa, golpeándose los costados por la impaciencia y por la ira que le causa la
larga espera y, va girando para ver el punto por donde saldrá el imprudente, y
cuando lo encuentra está al acecho, o bien estudia los movimientos habituales y
tiende su emboscada. Ahora está callado, pues sabe que el imprudente está al
llegar. Calla para éste crea que no está allí. Y, en cambio, nunca está tan
presente como cuando calla.
María: el
diablo se comporta como el león. Aprovechando que sea puesto el sol, gira en
torno a vuestras almas. No osa aparecer para asaltaros mientras el sol está
alto en vuestro espíritu. Ruge, pero no asalta. ¿Qué importa si ruge?, deja que
ruja de rabia. Quédate bajo el sol, bajo tu Dios, y no temas. ¿Ya no ves el
Sol? Más Él existe. Si en una hora de prueba tu vista se niebla y ya no puedes
ver su aspecto, aprende a sentir su calor. ¿No sabes que tu hielo te mataría si
tu Sol estuviera muerto para ti? Si tu espíritu vive, aunque Dios lo haya
enceguecido, es porque aún te besa el Sol.
¡Oh, si las almas supieran quedarse siempre bajo el Sol eterno y aún en
medio de las tinieblas de la prueba, no salieran del cenit solar y dijeran: “Me
quedo en mi lugar; aquí donde me ha dejado Dios me encontrará porque no cambio
la razón de mi fe y de mi amor”!
El diablo va rondando en busca de la entrada que le permita extender su
garra y aferrar al incauto que está demasiado cerca de la salida, es decir de
la tentación. O, de lo contrario, espera que salga, como presa libre que se
deja atraer por los apetitos de sus sentidos. O pone en práctica la insidia más
astuta: calla y queda al acecho y el que vive sin estar unido a lo divino, cae
en su trampa.
Os lo repito: mientras sigue rugiendo, es poco peligroso, pero cuando,
después de haberse hecho oír, calla, entonces el peligro llega al punto
culminante: calla porque ha descubierto vuestro punto débil y vuestras
costumbres, y ya está listo para arrojarse sobre vosotros. Vigilad. Si sobre
vosotros brilla la Luz de Dios, ella os ilumina y no hace falta nada más. Pero,
si vivís en las tinieblas, permaneced anclados en la fe y no os alejéis de ella
por ningún motivo. ¿Todo os parece muerto y anulado? Decíos a vosotros mismos:
“No, todo es como antes”. Decidle a Satanás: “No, todo es como antes”.
¡Cuántos han padecido vuestras mismas torturas antes que vosotros! Las han
padecido “vuestros hermanos esparcidos por todo el mundo”, vuestros hermanos en
el mundo. Entiendo aquí por mundo, no tanto esta Tierra en la que vivís, y
todos sus habitantes, mundo es la comunión de todos los seres vivos. Digo “de
todos los seres vivos”, o sea de todos los que están en la Vida eterna, tras
haber querido y sabido permanecer en la “Vida” mientras estaban en la Tierra.
Pues bien, estos hermanos vuestros, esparcidos como flores eternas en
mis paradisiacos jardines, no solo recuerdan sus luchas pasadas – y, por lo
tanto saben comprender las vuestras -, sino que por la Caridad que ya constituye
toda su Vida en la bienaventuranza, sufren porque os ven sufrir. Es este, un
sufrimiento por Amor, que no empaña su júbilo, más que introduce en él un matiz
de vehemente caridad que les lleva a apiadarse de vuestros afanes y socorrerlos.
El Cielo entero está desplegado sobre vosotros, que estáis luchando por mi
Nombre y con mi Nombre en el corazón, y os ayuda.
No vayáis más allá de la triple barrera de las virtudes teologales ni
de la segura defensa de las cuatros virtudes cardinales. He aquí vuestras
defensas: fe, esperanza, caridad; justicia, templanza, fortaleza, prudencia. Contra
ellas se quiebran las garras de Satanás y este pierde su aspereza y no puede
dañaros.
Cuando el Sol, vuestro Dios, vuelve a brillar sobre vuestras almas
victoriosas, que han vencido la atormentada noche, os quedáis asombrados al ver
la obra liberatoria que el mismo demonio ha cumplido contra su voluntad,
mientras andaba enfurecido a vuestro alrededor, porque en su furia impotente,
al poneros a la defensiva ha hecho que las pequeñas imperfecciones, como
tiernas hierbas demasiado pisoteadas, murieran definitivamente y que sobre el
suelo desnudo descendiera triunfante la Luz, para que creciera con más fuerza
vuestra flor, vuestro espíritu, creado para vivir en el Cielo.
Ve en Paz. Vuelve a tu cruz y a tus tinieblas, llevando contigo la Paz,
llevando el recuerdo de este Sol. Ve. A pesar de que en estas horas, entre la
sexta y la nona, no puedes vernos porque el dolor te enceguece, cree en Mí y en
mi Madre.
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