El Santo Cura de Ars, que cuando se refería a su cuerpo lo llamaba "Mi cadáver", está de cuerpo incorrupto en la Basílica de Ars. |
Los
deseos de soledad
Leyendo la Vida
del Santo Cura de Ars, y nos estamos dando cuenta de la distancia tan grande
que nos separa de la Santidad:
¡Ah, decía entre
gemidos, no es el trabajo lo que cuesta; es la cuenta que hay que dar de la
vida de Párroco en el día del Juicio!; le dijo a un predicador que había venido
a su parroquia, y que le aseguraba de su santidad: Ah, amigo mío suspiró el
Santo, tomando de repente una expresión grave, casi angustiosa: Ud. no sabe lo
que es pasar de una Parroquia al tribunal de Dios".
Le escribió en
múltiples ocasiones a su Obispo para que le dejara ir a la Trapa ¡para llorar
sus numerosos pecados!, buscaba la soledad que le podría según creía, acercarse
más a Dios. Decía en su carta al Obispo: "Que vuestro corazón, Monseñor,
me perdone todas las molestias que os he causado... Tengo gran confianza en que
vuestra excelencia me concederá esta gracia que le pido. Bien sabéis que no soy
sino un pobre ignorante. Este es el parecer de todo el mundo. Firmaba sus
cartas: Juan María Vianney, pobre Cura de Ars, la carta no tuvo éxito, más
tarde el Obispo recibirá esta petición apremiante:
Monseñor, voy
debilitándome de día en día. He de pasar parte de la noche en una silla y he de
levantarme tres o cuatro veces en una misma hora. Me desmayo en el
confesionario y me pierdo por espacio de dos o tres minutos.
A causa de mis
achaques y de mis años, quiero decir adiós a Ars para siempre, Monseñor.
Esta vez firma: Vianney
pobre y desgraciado sacerdote.
En 1843, el cura de Ars creyó llegado su
fin - ya muy fatigado había escrito, hace más de dos años, su testamento:
"Doy mi cuerpo de pecado a la Tierra y mi pobre alma a las tres Personas
de la Santísima Trinidad".
El Santo cura
sobrevivió a esta grave enfermedad, y diez días después, no había ya lugar a
dudas. El Señor alcalde, Conde de Garets fue a visitar al Santo, aún
convaleciente. Lo encontró en su cuarto apoyado en su cama y derramando
abundantes lágrimas . "¿Pero, qué le pasa a Ud?” le preguntó el señor
alcalde. ¡Oh!, respondió el Cura de Ars, nadie sabe las lágrimas que han caído
sobre este lecho, después de once años que voy en pos de la soledad... "Y
acabó diciendo entre sollozos. "¡Siempre me ha sido negada"!
Pidamos al Santo Cura, Patrono de
los Sacerdotes del mundo entero, que nos ayude en nuestros problemas, los
cuales serán directamente proporcionales al grado de humildad que tenemos, y
que vendrán por los múltiples acontecimientos por todas las personas que nos
rodean, para ablandar y limpiar con fuerte lejía y estropajo, nuestras
almas manchadas por todas nuestras
imperfecciones.
LAS
IMPONENTES PENITENCIAS DEL
SANTO CURA DE ARS
[…] Cuando el Rdo. Vianney se ausentó de Ars por
espacio de quince días, durante la misión de Saint-Trivier, una terrible
noticia conmovió a sus parroquianos. Corrió la voz de que su cura había muerto
de fatiga en el confesionario. El rumor que no carecía del todo de fundamento,
fue pronto desmentido. Provenía del hecho de que al marchar a Saint-Trivier,
había partido en ayunas, se había extraviado entre las nieves y había caído
desmayado… Para confesarse con él, acudieron de todas las Parroquias vecinas.
Muy de mañana se iba a la Iglesia y oía a los penitentes hasta el mediodía. La
Iglesia era glacial y le llevaron un braserillo para los pies; él lo aceptó por
cumplimiento, pero lo dejó a un lado, sin hacer ningún uso.
En Montmerle, durante el jubileo de 1.826, por falta
de lugar en la casa parroquial, se alojó en la casa de la señora Montdésert,
que vivía en la calle de los Mínimos, junto a la Iglesia. Apenas instalado en
la casa de esta venerable sexagenaria, que ejercía sin ninguna retribución las
funciones de sacristana, el cura de Ars pidió en secreto a la criada que le
hirviera un puchero de patatas y se lo subiera al cuarto. Acabado el Jubileo,
el párroco de Montmerle fue a dar las gracias a la complaciente señora y a
abonar los gastos que le hubiera ocasionado su huésped. “¡Ah, señor Cura, por un
par de trapillos, no vale la pena….
¿Pero, y la alimentación? En la casa parroquial no ha
comido.
Aquí, tampoco no ha comido nada – replicó la señora
Montdésert. Solamente estaba aquí cinco minutos hacia el mediodía.
Entonces intervino la criada y refirió lo que queda
dicho. Subieron a su cuarto y encontraron la olla completamente vacía detrás de
la campana de la chimenea. El Rdo. Vianney, durante los diez días que estuvo en
Montmerle, sin dejar por decirlo así, la Iglesia, no había comido más que aquellas
patatas. El cura de Montmerle hizo una investigación en su parroquia. Su Santo
colega no había comido ni una vez en casa de persona alguna.
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