María es la única Criatura juzgada digna de ser la Madre de Dios |
EL TRÁNSITO DE MARÍA SANTÍSIMA A LOS CIELOS
I/
Recomendaciones de María para la Iglesia; preparación
para la comparecencia ante la Divinidad.
María en su pequeño cuarto solitario situado arriba
en la terraza, vestida enteramente de cándido lino (…), está ordenando sus
vestidos y los de Jesús, que siempre ha conservado. Elije los mejores. Estos
mejores son pocos. De los suyos, toma la túnica y el manto que tenía en el
Calvario; de los de su Hijo toma la túnica de lino que Jesús acostumbraba
llevar en los días veraniegos y el manto encontrado en el Getsemani, todavía
manchado de la sangre brotada con el sudor sanguíneo de aquella hora tremenda.
Dobla bien estos indumentos. Besa el manto
ensangrentado de su Jesús, y se dirige hacia el arca en la que están, desde
hace años, recogidas y conservadas las reliquias de la última Cena y de la
Pasión. Las reúne en una única parte, la superior, y pone todos los indumentos
en el inferior
[…] “He ordenado todo lo que conviene conservar.
Todos los recuerdos… Todo lo que constituye un testimonio de su amor y dolor
infinitos”.
“¿Por qué Madre, volverte a abrir las heridas del
corazón, viendo de nuevo ess cosas tristes? Sufres viéndolas, porque estás
pálida y tu mano tiembla” le dice Juan acercándose a ella, como temiendo que –
tan pálida y temblorosa como está – pueda sentirse mal y caer al suelo.
“¡Oh, no es por eso por lo que estoy pálida y
tiemblo! No es porque se me abran de nuevo las heridas… que, en verdad, nunca
se han cerrado completamente. En realidad, siento en Mí paz y gozo, una paz y
un gozo que nunca han sido tan completos como ahora”.
“¿Nunca como ahora? No entiendo… A mí, ver esas cosas, llenas de atroces
recuerdos, me hace renacer la angustia de aquellas horas. Y yo solo soy un
discípulo suyo, Tu eres su Madre…”.
[…] Desgarrador fue el dolor de la separación que
siguió a su muerte, pero ¿Con que palabras podré expresar el gozo que sentí,
cuando se me apareció resucitado? Inmensa fue la pena de la separación por su
regreso al Padre, una pena sin término hasta el final de mi vida terrestre,
Ahora experimento el gozo, inmenso el gozo como inmensa ha sido la pena, porque
siento que mi vida toca a su fin, He hecho cuanto debía hacer. He terminado mi
misión terrena. La otra, la celeste, no tendrá fin. Dios me ha dejado en esta
Tierra hasta que he consumado yo también como mi Jesús – todo lo que debía
consumar. Y tengo dentro de Mí, una secreta alegría –única gota de bálsamo en
medio de sus amarguísimos finales y atroces sufrimientos – que tuvo Jesús
cuando pudo decir: “Todo está consumado”.
“¿Alegría en Jesús, en aquella hora? “.
“Sí, Juan. Una alegría incomprensible para los
hombres, pero comprensible para los espíritus que ya viven en la Luz de Dios y
ven las cosas profundas, escondidas por los velos que el eterno corre sobre sus
secretos de Rey, gracias a esa Luz, Yo, tan angustiada como estaba,
profundamente turbada por lo que estaba sucediendo, asociada a Él, a mi Hijo,
en el abandono en las manos del Padre, no comprendí en esos momentos. La Luz se
había apagado para el mundo para todo que no había querido acoger, Y también
para Mí. No por un justo castigo, sino porque, debiendo ser la Corredentora, yo
también tenía que padecer la Angustia del abandono de los consuelos divinos, la
tiniebla, la desolación, la tentación de Satanás de que no creyera ya posible
lo que Él había dicho; Todo lo que Él padeció en el Espíritu desde el
Jueves hasta el Viernes. Pero luego
comprendí. Cuando la Luz, resucitada para siempre, se me apareció, comprendí.
Todo, incluso la secreta alegría final de Cristo cuando pudo decir: “Todo lo
que el Padre quería que llevara a cabo lo he cumplido. He colmado la medida de
la Caridad Divina amando al Padre hasta el sacrificio de si mismo. Amando a los
hombres hasta morir por ellos. Todo lo que debía llevar a cabo lo he cumplido.
Muero, lacerado en mi carne inocente, pero contento en mi espíritu”.
Yo también he cumplido lo que ab aeterno, estaba
escrito que cumpliera. Desde la Generación del Redentor hasta la ayuda a
vosotros, sus sacerdotes, para que os formarais perfectamente […]
Porque la vida de Jesús, y también la mía,
estuvieron siempre guiadas y movidas por el amor. Ninguno fue rechazado por
nosotros, a todos les perdonamos; solo a uno no pudimos otorgarle el perdón,
porque él, siendo ya esclavo del Odio, no quiso nuestro Amor sin límites. Jesús
en su último amor antes de la muerte, os mandó que os amareis los unos a los
otros. Y os dio incluso la medida del amor que debíais tener, diciéndoos:
“Amaos los unos a los otros como Yo os he amado. Por esto se sabrá que sois mis
discípulos”.
La Iglesia
para vivir y crecer tiene necesidad de la Caridad. Caridad sobre todo en sus
ministros. Si no os amareis entre vosotros con todas vuestras fuerzas y, de la
misma manera no amarais a vuestros hermanos en el Señor, la Iglesia se haría
estéril y raquítica, y escasa sería la nueva creación y la supercreación de los
hombres, para el grado de Hijos del Altísimo y coherederos del Reino de los
Cielos, porque Dios dejaría de ayudaros en vuestra misión, Dios es Amor, todos
sus actos han sido actos de Amor. Desde la Creación hasta la Encarnación, desde
esta hasta la Redención, desde esta a su vez hasta la fundación de la Iglesia
y, en fin desde esta hasta la Jerusalén celestial que recogerá a todos los
justos para que exulten en el Señor. “Te digo a ti estas cosas porque eres el
Apóstol del Amor y lo puedes comprender mejor que los otros…”.
[…] Porque yo sé que el Amor es, para cualquier que
lo use, fuerza, luz, imán que atrae hacia arriba, fuego que purifica y hace
hermoso todo lo que enciende, y transforma y transhumana a todos los que ciñe
en su abrazo. “Sí, el Amor es realmente llama. Es llama, que aun destruyendo
todo lo caduco, hace de ello – aunque se trate de un deshecho, un detrito, un
despojo de hombre – un espíritu purificado y digno del Cielo. ¡Cuántos
desechos, cuántos hombres manchados, corroídos, acabados, encontraréis en
vuestro camino de evangelizadores! No despreciéis a ninguno de ellos. Antes, al
contrario, amadlos, para que nazcan al Amor y se salven. Infundid en ellos la
caridad. Muchas veces el hombre se hace malo porque nadie le amó o le amó mal.
Vosotros, amadlos para que el espíritu Santo vaya de nuevo a vivir – después de
la purificación – en esos tiempos vaciados y ensuciados por muchas cosas.
Dios, para crear al hombre no tomó un ángel, ni
materia selecta; tomó barro, la materia más abyecta. Luego, infundiendo en ella
un soplo o sea, otra vez su Amor, elevó la materia abyecta al excelso grado de
hijo adoptivo de Dios.
Mi Hijo, en su
camino, encontró muchos seres humanos caídos en el fango, y que eran verdaderos
despojos. No los pisó con desprecio. Al contrario, con Amor los recogió y
acogió, y los transformó en elegidos del Cielo. Recordad esto siempre. Y actuad
como Él actuó.
[…] Y el
propio Espíritu, hablando en los hijos del Señor de nuevo creados, los
fortalecerá de tal manera, que para ellos será dulce el morir entre tormentos,
padecer el destierro y la persecución, con tal de confesar su Amor a Cristo y
unirse a Él en el Cielo, como ya hicieron Esteban y Santiago, mi Santiago y otros
más… Cuando estés solo, salva esta arca…”.
Juan, palideciendo y turbándose, más pálido aun de
lo que se puso cuando María le dijo que siente cumplida su misión, la
interrumpe exclamando y preguntando: “¡Madre!! ¿Por qué dices esto? ¿Te sientes
mal?”.
“No”
“¡Entonces es que quieres dejarme?”.
“No. Estaré contigo mientras esté en la Tierra. Pero
prepárate, Juan mío a estar solo”. […] Todo en mi vida ha sido voluntad de
Dios, y obediencia mía a su voluntad. Pero esta, la voluntad de querer unirme
de nuevo a Jesús, es voluntad del todo mía. ¡Dejar la Tierra por el Cielo, para
estar con Él eterna y continuamente! ¡Mi deseo de hace ya muchos años! Y ahora
siento que próximamente se va a hacer realidad. ¡No te turbes de esa manera, Juan! Escucha más bien mis
últimos deseos, Cuando mi cuerpo, ausente ya de él el espíritu vital, yazca en
paz, no me sometas a los embalsamamientos habituales entre los hebreos. Ya no
soy la hebrea, sino la cristiana, la primera cristiana, si bien se piensa,
porque fui la primera que tuvo a Cristo, Carne y Sangre en Mí, porque fui su
primer discípulo, porque fui con Él Corredentora y continuadora suya aquí, entre
vosotros, siervos suyos. Ningún ser humano, excepto mi padre y mi madre y los
que asistieron a mi nacimiento, vio mi cuerpo. Tú a menudo me llamas Arca
verdadera que contuvo a la Palabra divina”. Ahora bien, tú sabes que solo el
Sumo Sacerdote puede ver el Arca. Tú eres sacerdote y mucho más santo y puro
que el Pontífice del Templo. Pero yo quiero que sólo el eterno Pontífice pueda
ver, a su debido momento, mi cuerpo. Por eso, no me toques. Además… ya ves que
me he purificado y me he puesto la túnica pura, el vestido de los esponsales
eternos… Pero ¿por qué lloras, Juan?”.
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