MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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jueves, 1 de noviembre de 2018

PARA VOLVER A SER HIJO DE DIOS, EL ALMA TIENE QUE SER INJERTADA PARA RENOVAR SU SAVIA MANCHADA POR EL PECADO ORIGINAL, SATANÁS LUCHARÁ CON TODA SU ASTUCIA PARA IMPEDIRLO, CON SUS ALIADOS EL MUNDO Y LA CARNE.


Para encontrar a Jesús,  hay que dejarse injertar por la Sangre que brota  de sus heridas,
es lo que se realiza en la Sagrada Eucaristía.


Dios exige una transformación total del alma, para poder ser dignos de celebrar el matrimonio espiritual del alma enamorada con su divino Esposo Jesús. Para poder conseguirlo, hay que injertar su Sangre en nuestro cuerpo, y para eso hay que preparar el injerto, abriendo dolorosas heridas, para que la savia contaminada por el pecado original, transforme el árbol salvaje del conocimiento del bien y del mal, inoculada por Satanás y sea cambiado por la Linfa saludable de Jesús y así transformar un árbol que da frutos salvajes en frutos saludables y preciados, el árbol de la Vida eterna, que solo los ángeles que guardan el jardín del edén pueden abrir con sus espadas de fuego para realizar el injerto.

Esa transformación solo se puede realizar con las llagas del trasplante, que son las almas que vio Juan en el Apocalipsis, que eran hombres de toda condición, tribu y lengua y que venían de la gran tribulación, los que han logrado vencer a Satanás y a sus hordas y aliados, que son el mundo y la carne. 


DE LOS CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA 11 DE MAYO DE 1.944 

Dice Jesús: 
“Ven, Sal por un momento de tu cárcel: Pon tu mano en la mía. Quiero llevare conmigo. El calor de mi herida caldeará el hielo de tu mano y luego caldeará aún más tu corazón. 

¿Sabes de qué modo se hacen los injertos? Se los hace de dos maneras: uno es radical y se practica cuando de una planta silvestre quiere hacerse una planta útil. Entonces, se poda la fronda por completo y en los pobres muñones que quedan, (abiertos y, si las plantas tuvieran voz, también gimientes de dolor), se encastran los vástagos que hay que injertar. Luego hay que atarlos y esperar. La linfa de la planta útil se mezcla a la de la planta silvestre, y si ella es capaz de fundirse y de atraer, la linfa benéfica logra dominar, triunfa. La planta se transforma en un árbol útil y fructífero 

Los expertos también trabajan para obtener de dos plantas cultivadas, una nueva, de calidad superior, óptima. En este caso no se poda brutalmente la planta, no hay necesidad porque no se parte de una planta cultivada. Por eso, se acercan solamente las dos plantas elegidas, se descortezan uno o más ramos de la que se quiere fecundar con este connubio vegetal en la parte erosionada –que es como una herida que duele y quema, pero que dará gloria al árbol – se aplican estrechamente otras ramas, correspondientes a la planta fecundadora, atándolos de modo que las gemas de la segunda se suelden con la heridas de la primera y broten ramas que unan a las virtudes originales las injertadas. 

María, el Bautismo y los Sacramentos en general, son el injerto total: son los que, sobre la mala planta del hombre, manchado por la culpa original, injertan la Gracia y que, con sucesivos injertos, mantienen dicha Gracia, pues la planta-hombre, por su misma naturaleza, rechaza los efectos de la Gracia, rechaza este divino injerto. 

No siempre, mi Sangre, mi Carne, mi Martirio y el fuego Paráclito, logran hacer de vosotros – los salvajes – árboles de frutos celestiales. Es raro que lo logren, porque os falta la voluntad de convertiros en ellos. En cambio en los que tienen dicha voluntad, bella es la nota predominante de su canto de amor, el Amor efectúa otro injerto que es el de la fusión conmigo. Entonces, Yo los tomo de la mano, y la cicatriz de ese roce, que nunca se cura completamente, injerta en vuestro ser sus ardores y sus vástagos y os marca con un fuego indeleble. 

No es necesario ser desmochados, como en el primer injerto. La Gracia ya está en vosotros. Más, ¡oh Heraldo mío!, es necesario ser lacerados por el dolor para poder recibir, con inmediata vitalidad mi benéfico contacto. Y cuanto más grande es vuestra herida, tanto mayor es el sitio donde puedo apoyar mis Heridas. Y si, acaso, todo vuestro ser está cubierto de heridas, si de la cabeza a los pies no sois más que dolor y laceración, entonces os estrecho a Mí, a cada herida mía corresponde una vuestra, y, como una transfusión espiritual, la Sangre pasa de mí, que estoy herido, a vosotros, que también lo estáis. Sé que el sufrimiento es atroz, más la reacción es sublime. 

Estoy tendido sobre ti, María. No te das cuenta. No puedes darte cuenta porque estás muriendo de dolor. Desde la hora sexta hasta la hora nona, Yo tampoco veía nada, ni siquiera a mi Madre… El dolor me permitía ver solamente el dolor. Todo estaba anulado en el dolor atroz de la agonía final, de la Redención: el cielo, el sol, la multitud, los gritos, los gemidos, los silbidos del viento. Sabía que mi Madre estaba al pie de la Cruz, pero más que la oscuridad cada vez más densa, la escondía a mi vista el dolor; el dolor del martirio y el de ser abandonado por Dios. ¡Y solo Yo, sé cuánto habría querido verla para encontrar consuelo en esta desolación!... 

Ahora te tomo de la mano y te digo: “Baja de tu cruz y ven conmigo fuera de las tinieblas, por un momento. Quiero hablarte de un tema que le importa a uno, que Yo y tú queremos, un tema del que no he hablado antes porque lo reservaba para este momento”. 

Dice mi Pedro: “El diablo, que es vuestro adversario, gira entorno a vosotros como un león rugiente en busca de la presa; resistidle con la fuerza de la fe, recordando que vuestros hermanos dispersos por el mundo, sufren los mismos padecimientos vuestros”. 

En las regiones africanas donde vive el león, los hombres y las bestias saben conducirse con él. Una vez te he llevado conmigo a oriente, cerca de una fuente rebosando de aguas… y te he dicho: “Sé como ella". Hoy te llevo conmigo a las florestas eternas, cuyos gigantes arbóreos son los descendientes de los que surgieron de la nada, por voluntad del Padre, antes los ojos atónitos de los primeros padres. Así podrás ver algo diferente de lo que te pone melancólica. 

Mira, las altas cimas de esos milenarios gigantes verdes se alzan contra un cielo aún más azul que mis mismos ojos. Y, enlazadas las unas con las otras, allí en lo alto, hablan de los hechos de aquí abajo a los vientos y a las estrellas, que estas no pueden ver porque se les oculta el lecho verde. 

Debajo, está el sotobosque, denso como un laberinto, intricado por las lianas y las raíces que parecen serpientes, ornado con aderezos traidores: las serpientes al acecho. Aún más abajo se extiende la felpa tupida del prado, cuyas hierbas han nacido en un terreno virgen, rico de mil humores, en el que encuentran dulce apacentamiento y reposo los antílopes y las gacelas, y alimento millones de pájaros de diversos colores y cantos. Hay flores, helechos, diademas de corolas, antros verdes, grutas musgosas y frescos cursos de aguas y una luz verde que apacigua en medio del sol que encandila cuando logra penetrar por los senderos que el hombre ha abierto con esfuerzo a lo largo de un espejo de agua tan vasto, que la bóveda vegetal está obligada a abrirse como un pozo verde. 

El rey de estas florestas es el león. De todo lo que corre y salta, o se arrastra, trepa, vuela o camina, nada puede hacerle frente. El hombre que pasa con su manada al borde de la floresta, emigrando hacia zonas de pasto o de mercado, construye para sí o para los demás, recintos para encerrar en ellos el ganado en las noches frías y serenas. Apenas cae la noche, los animales se refugian en la espesura o se agazapan en lo alto de los árboles para eludir su asalto, porque el león no ataca mientras el sol brilla en el cielo. Espera la noche, las sombras engañosas de la luna, o las tinieblas densas, para atacar a la presa. Apenas cae la noche, aparece y ruge, ruge en torno a los recintos de los hombres y a las guaridas de las bestias. No entra en ellas, espera. Espera a que el imprudente salga de su refugio. 

¿Se cometen siempre tantas imprudencias: deseo de alivio, curiosidad de ver, prisa por llegar. El león está allí. Espera, paladeando el sabor de la presa, golpeándose los costados por la impaciencia y por la ira que le causa la larga espera, y en tanto, gira en busca del punto donde saldrá el imprudente y cuando lo encuentra está al acecho o bien, estudia los movimientos habituales y tiende una emboscada. Ahora está callado, pues sabe que el imprudente está al llegar. Calla, para que el crea que no está allí. Y, en cambio, nunca está tan presento como cuando calla. 

María, el diablo procede como el león. Aprovechando que se ha puesto el sol, gira en torno a vuestras almas. No osa aparecer para asaltaros mientras el sol está alto en vuestro espíritu. Ruge, pero no asalta. ¿Qué importa si ruge? Deja que ruja de rabia. Quédate bajo el sol, bajo tu Dios, y no temas. ¿Ya no ves el sol? Más él existe. Si en una hora de prueba tu vista se nubla y no puedes ver su aspecto, aprende a sentir su calor. ¿No sabes que el hielo te mataría si tu sol estuviera muerto para ti? Si tu espíritu vive, aunque Dios lo haya enceguecido, es porque aún te besa el Sol. 

¡Oh, si las almas supieran quedarse siempre bajo el sol eterno y, aún en el medio de las tinieblas de la prueba, no salieran del cenit solar y dijeran: ”Me quedo en mi lugar. Aquí donde me ha dejado, Dios me encontrará porque no cambio la razón de mi fe y de mi amor”! 

El diablo va rondando en busca del pasaje que le permita extender su garra y aferrar el incauto que está demasiado cerca de la abertura, o sea de la tentación. O de lo contrario, espera que salga, como presa voluntaria que se deja atraer por los sentidos. O pone en práctica la insidia más astuta: calla y queda al acecho y el que vive sin estar atento a lo divino, cae en la trampa. 

Os lo repito: mientras siga rugiendo, es poco peligroso, pero cuando después de haberse hecho oír, calla, entonces el peligro llega al punto culminante: calla porque ha descubierto vuestro punto débil y vuestras costumbres y ya está listo para arrojarse sobre vosotros. 

Vigilad. Si sobre vosotros brilla la Luz de Dios, ella os ilumina y no hace falta nada más. Pero si vivís en las tinieblas, permaneced anclados en la fe y no os alejéis de ella por ningún motivo. ¿Todo os parece muerto y anulado? Decíos a vosotros mismos: “No, todo es como antes”. Decidle a Satanás: “No, todo es como antes”. 

¡Cuántos han padecido vuestras mismas torturas antes que vosotros! Las han padecido vuestros hermanos esparcidos por el mundo. Vuestros hermanos, en el mundo. Entiendo aquí por mundo no tanto la Tierra en la que vivís, y todos sus habitantes; mundo es la comunión de todos los seres vivos. Digo: “de todos los seres vivos”, o sea de todos los que están en la Vida eterna, tras haber querido y sabido permanecer en la “Vida” mientras estaban en la Tierra. 

Pues bien, estos hermanos vuestros, esparcidos como flores eternas en mis paradisíacos jardines, no solo recuerdan sus luchas pasadas – y, por lo tanto, saben comprender las vuestras – sino que, por la Caridad que ya constituye toda su Vida, en la bienaventuranza sufren porque os ven sufrir. Es este un sufrimiento por amor que no empaña su júbilo, más que introduce en él un matiz de vehemente caridad que les lleva a apiadarse de vuestros afanes y a socorrerlos. El Cielo entero está desplegado sobre vosotros, que estáis luchando por mi Nombre y con mi Nombre en el corazón, y os ayuda. 

No vayáis más allá de la triple barrera delas virtudes teologales ni de la segunda defensa de las virtudes cardinales. He aquí vuestras defensas: fe, esperanza, caridad; justicia, templanza, fortaleza, prudencia. Contra ellas se quiebran las uñas de Satanás y este pierde su aspereza y no puede dañaros. 

Cuando el sol, vuestro Dios, vuelve a brillar sobre vuestras almas victoriosas, que han vencido la atormentada noche, os quedáis asombrados al ver la obra liberatoria que el mismo demonio ha cumplido contra su voluntad, mientras rondaba enfurecido a vuestro alrededor, porque en su furia impotente, al poneros a la defensiva, ha hecho que las pequeñas imperfecciones, como tiernas hierbas demasiado pisoteadas, murieran definitivamente y que sobre el suelo desnudo descendiera triunfante la Luz, para que creciera con más fuerza vuestra flor, vuestro espíritu para vivir en el Cielo. 

Ve en paz, vuelve a tu cruz y a tus tinieblas llevando contigo la paz, llevándote el recuerdo de este Sol. Ve. A pesar de que en estas horas, entre la sexta y la nona, no puedes vernos porque el dolor te enceguece, cree en Mí y en mi Madre. 



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