Extraordinario dictado de Jesús del año 1.947, más actual que nunca, ya que como lo declara Jesús, los católicos se han olvidado de la Ley de Dios, cegados por las concupiscencias abonadas por las hordas infernales. Son las enemigas del alma que han logrado extender en el mundo la niebla que ha cegado la Luz de Cristo, es el mundo y la carne, armas muy bien manejadas por Satanás en persona. Se trata de la admiración de las teorías científicas que predican el racionalismo que niega la existencia de Dios, y la divinización de esa falsa razón que confirma el relativismo, que pone en plan de igualdad el hombre y el chimpancé, declarado impuro en la Biblia como todos los cuadrúmanos, admirando y poniendo como ejemplo sobre todo el bonobo, chimpancé más pequeño, que derrime sus diferencias en la tribu con relaciones sexuales comunes y constantes, en vez de pelearse entre ellos, para ser el macho alfa, que es el único que puede mantener relaciones con las hembras.
DE LOS CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA
(28-11-1.947)
Dice Jesús:
El
signo característico de mi nacimiento al mundo fue la Luz. Muchas veces los
hechos se caracterizan por fenómenos, que vosotros nombráis y explicáis como
coincidencias casuales y en cambio son los presagios, las llamadas de Dios para
atraer vuestra atención, desviada tras mil cosas más o menos necesarias, sobre
un hecho que marcará la historia del mundo o en la vida de un individuo.
Yo
era la Luz, y la Luz me precedió, me envolvió, me anunció, me condujo, y
condujo a Mí a los puros de corazón.
Te
he dicho que parecía que una luz emanaba de María, mientras en el pobre medio
de los pobres pasaba, recogida por los caminos de Palestina. Otras veces te
dije que quien tiene en sí a Dios, emana vibraciones de luz y de perfumen no
solo espiritualmente, ya que el Tesoro interno del copón vivo que lo lleva se
esparce y es perceptible a los demás. Entonces vosotros decís: “Este tiene en
sí algo que es especial. ¡Qué rostro! ¡Qué modos de santo!
DESCRIPCIÓN DE LA PERFECCIÓN DE MARÍA
María
era la toda Santa y llevaba al Santo de los santos. Poseía por ello la
perfección de la santidad humana, ya de tal modo deificada de ser casi igual a
la de su Dios. Poseía la perfección divina que se había vestido de carne
pidiéndole nutrirla de su sangre virgen, formarla, serle refugio para los nueve
meses de su formación como hombre.
Dios
se nutría de María. Dios-Hombre está hecho de María, y de mi dulcísima Madre Yo
he tomado las características físicas y morales de dulzura, de mansedumbre, de
paciencia. El Padre me ha dejado la Perfección. Pero Yo he querido asumir de la
Bendita, que ha sido mi casto nido, el aspecto físico y el más precioso aspecto
moral del carácter.
Siendo
María la más santa de cuantas criaturas había tenido la Tierra, emanaba la
santidad, no ya como una vasija cerrada de la que se filtraban moléculas de
perfume, sino como astro encendido liberando éteres y rayos de potencia
sobrenatural.
Si
el Bautista saltó en el vientre de su madre, recibiendo la onda de la Gracia
que emanaba de María y fue santificado, tan potente había sido la emanación
como para superar las barreras de la carne, tras la cual, el fruto de Zacarías
y de Isabel se formaba para ser mi Evangelizador (Evangelio quiere decir “buena
noticia” y Juan dio a los hombres la “buena noticia” de mi estar entre ellos,
por lo tanto, no yerro llamándole mi evangelizador. Esto va para los desconfiados de la Palabra), quienes se acercaban
directamente a María no podían quedarse sin repercusión.
Dejó
tras de sí una estela de santidad activa y quienes se acercaron, sólo con que
sus corazones no rechazaran la Gracia, se convirtieron en predestinados a la
santidad. Cuando todo sea conocido por el hombre, veréis que entre los primeros
seguidores del Hijo de María hay muchos de aquellos que mantuvieron alguna
relación, incluso causal con Ella, y quedaron lavados y penetrados por la
Gracia que emanaba de Ella. Entonces conoceréis muchos prodigios obrados por mi
toda Hermosa y toda Gracia.
María
convierte ahora los corazones más duros y salva a los pecadores más obstinados,
pero el ciclo de sus poder no se inició el día en que – Estrella que vuelve a
subir a los Cielos – Ella se elevó para descansar de nuevo en mi Corazón y
hacer el Paraíso más hermoso para Mí, al que infinitamente y a la que debo todo
como Hombre, en compensación de todo cuanto he recibido de Ella. La
santificación de las gentes a través de María se inició en el momento en que el
Espíritu la hizo Madre y el Hijo de Dios tomó carne de su beatísimo vientre.
DESCRIPCIÓN DE LA GRANDEZA DE SAN JOSÉ
(Como tendría que ser al amor conyugal)
Pleno
de esta emanación hasta el punto de ser casi semejante a la Llena de Gracia,
era José. Lágrimas benditas le fluían al Justo por la alegría que le inundaba,
mística alegría del contemplador que está inclinado sobre un milagro de
manifestación de Dios. Adoración y silencio fueron las características del
Santo José. Respeto venerante hacia la Beata de la que era el protector
natural. Y amor.
El
primer amor casto del cónyuge, el amor como debía de ser el de los hombres según el
pensamiento del Creador: amor sin el aguijón del sentido y sin el fango de la
malicia. Un amor natural y angélico al mismo tiempo porque en el alma de Adán y
de sus hijos, según el pensamiento creador, debía existir la pureza angélica
del espíritu mezclada con la ternura humana, y como una flor que se abre sin
pecado desde el tallo que la lleva así debía, sin corrosión de concupiscencia,
surgir el amor entre los cónyuges y dar hijos a los tálamos castos.
Ser
castos no quiere decir prohibir la unión. Quiere decir realizarla en Dios que
hace de dos animales racionales dos creadores menores, y como Dios creó sin poner
pensamiento de malicia entre el macho y la hembra y no puso en sus pupilas luz
de carne para desvelar la carne a los inocentes, así los cónyuges deberían
hacer del matrimonio una santa creación dichosa de nacimientos, pero no
ensuciada de concupiscencia.
El
cónyuge honesto y santamente amoroso, trata de hacerse semejante al otro cónyuge, porque quien ama trata de
hacerse semejante a la criatura amada, por lo que el matrimonio bien entendido
es elevación mutua, porque no hay nadie que sea completamente perverso y basta
que cada uno mejore un punto, tomando como ejemplo lo bueno del otro para subir,
en mutua emulación, la escala de la santidad. Como una planta de la que brota
una rama más alta que la anterior, y sube hasta el azul, así es la santidad conyugal
e individual. Hoy es una virtud. Mañana, de esa virtud crece otra cada vez más
alta, y de las virtudes humanas de apoyo mutuo, se sube a las cimas del
heroísmo sobrenatural.
José,
cónyuge santo y casto de la Santa y Casta, como un niño junto a la maestra,
aprendía día a día la ciencia de ser semejante a Dios y, porque en su corazón
de justo nada obstaculizaba a la Gracia, día tras día se parecía más a su Maestra amada, asemejándose así a Dios
de quien María era la copia más perfecta.
En
la noche santa lo que sacudió a José, orante con fuerza tal de rodearse de una
mística barrera que aislaba a su alma del exterior, fue la Luz.
En
la gruta, antes apenas iluminada por un fueguecillo de ramos secos que ya
languidecía por falta de alimento, se había difundido una Luz sosegada que
aumentaba gradualmente como el resplandor de la luna que, antes cubierta de
nubes, se libera y desciende claro para platear la Tierra.
En
la luminosidad estaba María, aún arrodillada – porque Yo nací mientras que Ella
oraba – pero apoyada sobre sus talones. Era María, que con lágrimas y sonrisas
besaba mi Carne de niño.
Tampoco
entonces muchas palabras: la de siempre: “¡José!”, y la presentación a él del
fruto de sus santas entrañas.
LA SANTIFICACIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA
La familia era la primera redimida por Dios. Reconstruida como el Eterno la había pensado. Dos que se aman santamente
y que santamente se encuentran reclinados sobre un recién nacido y en el beso
que se intercambian sobre esa cuna no hay sabor de lujuria, sino gratitud mutua
y mutua promesa de amarse con un amor mutuo que ayuda y conforta.
Cuando
entraron los primeros pastores, encontraron aún a los dos Santos así unidos en
el amor y adoración y José, hombre maduro, parecía el padre de la Virgen y del
Niño, tanto se apreciaban en su aspecto esa ternura, exenta de carnalidad que,
desgraciadamente, sólo solo se ve en el ojo de un padre.
LA SANTIFICACIÓN DEL DEBER Y DEL TRABAJO
Ya
estaba la Luz en la Tierra y desde los Cielos abiertos, la Luz descendía a
oleadas de ángeles, anulando con su esplendor paradisiaco la luminosidad de los
astros en la noche serena. No fue percibida por los doctos, los ricos, los
saciados de placeres, pero fue lucero del alba para los humildes trabajadores
que cumplían su deber.
Siempre
es sagrado el deber, sea el que sea. El deber del Rey que firma los decretos,
no es más alto que el del trabajador que ara la tierra o al del pastor que vela
el rebaño. Es el Deber. Es la voluntad de Dios. Por ello es siempre
noble. Por ello consigue el mismo premio el mismo castigo sobrenatural. Y no
será el tener corona o vara de pastor lo que os salvará del castigo o lo que os
negará el premio. A quien hace el propio deber, cumpliendo así la Voluntad Santísima, Dios se le manifiesta y lo toma como testimonio de sus prodigios.
Y
Dios fue manifestado a los pastores y los pastores fueron llamados para
testimoniar los prodigios de Dios. En la Luz que ya se había hecho fulgurante
porque todo el Cielo estaba sobre y en la Gruta, el Emmanuel fue visible a los
segundos redimidos de la Tierra: a los trabajadores.
Porque Dios ha venido a santificar
el trabajo después de a la familia. El trabajo dado al hombre como una
maldición tras la culpa de Adán se convertía una bendición, desde el momento en
el que el Hijo de Dios quiso convertirse en trabajador entre los hombres.
DIOS HA SANTIFICADO A LOS PODEROSOS
HUMILDES DE CORAZÓN
La
Luz había venido al mundo. Y para contenerla no bastaba ni el miserable portal,
no el campo limitado de Belén. La Luz se derramó de oriente a occidente, del
mediodía al sur. Al aparecer no habló a los libertinos, resplandeciendo no
pronunció palabras para los vividores. Habló a quienes, puros de corazón y
anhelantes de la Verdad, humillaban su mente cultísima a los pies de Dios y se
sentían átomos ante su Santidad.
La
Luz se mostró a los poderosos que hacían de su potencio instrumento de
conquistas espirituales, y los llamó para que lo adoraran, con un destello que
colmó los cuatro puntos del firmamento. A los poderosos, porque Dios ha venido
para santificar a los Poderosos después de los trabajadores y la familia, y con
los Poderosos la Ciencia. Pero Dios no se manifiesta ni cubre de bendiciones a
los potentes malvados, ni a los científicos ateos, sino a quienes hacen del don
de la potencia y de la ciencia un medio de elevación sobrenatural, no de abuso
o de negación.
Dios
es también Rey de los reyes y Dios es Maestro también de los maestros. La Luz
encontró muchos maestros en la Tierra, pero solo se hizo llamada para los
maestros deseosos de Dios.
Siempre es así. La Gracia obra allí donde existe el
deseo de poseerla, y obra tanto más, hasta convertirse en Palabra y Presencia,
cuanto más vivo es el deseo de la posesión y de ser poseídos.
Ante
el Rey de los reyes, guiados por el único que es digno de ser huella de Dios:
la Luz, vinieron desde las regiones más remotas los poderosos, primer peldaño
de los innumerables que, por los siglos de los siglos, habrían emprendido la
mística marcha para ir hacia Dios. No fue a los potentes de Palestina, ni a
quienes se creían depositarios de los secretos y de los decretos de Dios – y tales
secretos y decretos se habían vuelto incomprensibles para ellos, porque
carecían de santidad, y los signos del Cielo y las palabras del Libro eran
simples meteoritos y simples palabras ya sin significado sobrenatural - , sino
a los lejanos.
Había venido como Luz en el mundo, Luz para el mundo, Luz al mundo.
Llamaba a todo el mundo a la Luz, a todo el mundo.
Y
lo llamo. Lo llamo desde hace veinte siglos, sin descanso. No dejo de hacer
resplandecer mi Luz sobre vuestras tinieblas. Si supierais alzaros por encima
de la barrera de las neblinas que habéis esparcido sobre el mundo, veríais el
Sol divino, siempre relumbrante y benigno sobre los hombres, sobre todos los
hombres.
No
hay que asombrarse si ya os preceden los que están más lejanos de la Roma
católica. Gaspar, Melchor, Baltasar, desde tres puntos de la Tierra, sobre el
paciente lomo de los camellos, vinieron a la Luz del mundo no visto por los compatriotas
del hijo de María. Africanos, asiáticos, australes, vienen a la Cruz que
vosotros habéis rechazado. Y os
adelantarán.
En el último día, cuando el
tiempo y los hombres sean iluminados en todo punto y lugar, se verá la ingrata
laguna dejada por vosotros, católicos desde hace siglos, mientras que los
demás: idólatras y heréticos, fascinados por Cristo, Señor Santo, habrán
afluido con sus almas virginizadas por la Gracia.
LA TERQUEDAD Y CEGUERA DE MUCHOS
QUE SE LLAMAN CATÓLICOS
¡Cuántos movimientos
tenebrosos hay en el mundo civil! Es vuestra vergüenza y vuestro castigo. Nunca
hubierais debido y nunca deberíais permitir que la Luz, que os fue dada por los
primeros, fuera rechazada y renegada por vosotros. Las tinieblas os matan y no
las queréis abandonar. De ellas proceden, como los odiosos animales de la
noche, todos los males que os atormentan y se nutren de vuestra sangre, de
vuestro tormento.
JESÚS ESTÁ SEDIENTO DE AMOR, E IMPLORA QUE SI NOLO QUIEREN COMO REDENTOR Y JUEZ, POR LO MENOS LO AMEN COMO NIÑO
Pero en este primer domingo de
Adviento que anuncia la venida de la Luz del mundo, Yo os ruego, oh hijos, que
si ya no os atrevéis a mirarme como Redentor y Juez porque a vuestra alma envilecida
le produce miedo el Dolor y terror la Justicia, miradme, pequeño niño sobre el
seno de María. Un niño solo puede tener caricias y sonrisas. Y esto tengo para
vosotros.
Piedad e mi desnudez y de mi
pobreza. No de vestidos y de dinero, de amor. No quiero oro ni incienso. Solo quiero
vuestro amor. Lo quiero porque amarme y conocerme es Vida y Verdad. Como María
me ha generado por obra del amor, así Yo os quiero generar por medio del Amor.
El mío es vivo y activo, pero es necesario también el vuestro.
Venid
a Mí y acogedme. Abriré en vosotros torrentes de Luz y de Gracia, y os haré
llegar a ser hijos de Dios como Yo.. Benditos quienes acogen mi Luz. Yo estaré
en ellos. Habitaré en ellos, en su espíritu. Porque el verbo no necesita
moradas de arcilla, sino moradas vivas: Él quiere los espíritus de los hombres
como vivienda.
La
Gloria de Dios se ha desvelado a quienes me acogen, porque donde estoy Yo,
están también el Padre y el Espíritu, y la Gloria del señor se desvela plena y
reconfortante para ellos, y la Gracia es su vida, y como el sol desde lo alto
del cielo, la Paternidad, la Hermandad, la Caridad divina está sobre ellos
anticipandoles la bienaventuranza.
María
en su luminosidad estática, me ofrece a vuestro amor. Inclinad la frente ante
el amor hecho Carne. Él ha dejado los Cielos para llevaros a los Cielos. Ha
venido en la guerra para traeros la Paz”.
Desde
hace tres días se han abierto para mi alma los ríos del éxtasis, y gozo de la
visión además de la palabra. Tengo el alma hecha candor y luz, porque están en
mí el candor de la Madre Virgen y la Luz.
Gloria
a Dios por la bondad que concede a su sierva el ver lo que han visto los
ángeles y que inunda mi alma de Paz.
La
radio transmite en este momento el “Agnus Dei” de la misa dominical. Pero yo he
visto al Cordero recién nacido durmiendo en el seno del Creador… y es más
hermoso que la música más bella…
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