Sea por siempre Bendito y alabado
DE LOS CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA
(7 de diciembre de 1.943)
Zacarías
9, 9-10-11-13-16-17.
Dice
Jesús:
“Satanás
sedujo a los hijos de Dios con pensamiento de soberbia. Inyectó en los
inocentes la sed de ser grandes con todas las grandezas: del poder, del saber,
del poseer.
“Seréis
semejantes a Dios”. Hace siglos que se extinguió el silbido de la serpiente, pero el sonido que ya no rasgaba el aire, estaba fundido con el murmullo de la
sangre en el corazón del hombre. Y todavía está fundido en vuestra sangre que
amáis más que a vuestra alma. Y vivís perjudicándoos alma y cuerpo por obedecer
al imperativo de vuestra sangre envenenada por Satanás.
Pero
os equivocáis al aplicar valor a las cosas y las palabras. Ser semejantes a
Dios os lo había dado ya como dote el Padre Creador. Pero una semejanza que en
nada tiene que ver con lo que es carne y sangre, sino más bien el espíritu, porque
Dios es ser espiritual y perfecto, y os hubiera hecho grandes en el espíritu y
capaces de alcanzar la perfección mediante la Gracia, plena en vosotros y la
ignorancia del mal.
Yo
vine para poner las cosas y las palabras en la Luz justa y os mostré, con las
palabras y los actos, que la verdadera grandeza, la verdadera riqueza, la
verdadera sabiduría, la verdadera realeza, la verdadera deificación no son las
que vosotros creéis.
No
he querido nacer en una mansión regia, no he tenido lujo en mi vida, ni corte
de dignatarios, ni ministros, ni carrozas y caballos, ni cátedras ilustres, ni
palacios y bienes.
He
venido manso y humilde con la apariencia de un pobre niño que ni siquiera tiene
el cobijo de una pobre habitación, sino una gruta, refugio de animales, para
sus primeras jornadas en el mundo. He venido con la apariencia de un prófugo en
comarcas extranjeras, fugitivo ante el bajo poder de los hombres, he conocido el hambre y
la humillación de estar entre los sin techo, que deben arrancar a pequeños
mordiscos su sustento con mil humildes trabajos. He venido con la apariencia de
hijo de un obrero, y pobre por añadidura: un obrero de pueblo al que los
campesinos, carreteros, amas de casa, piden mangos para sus utensilios
agrícolas, rayos y aros para las ruedas de sus carretas, reparaciones de
maseras y de banquetas y fábrica de pobres lechos para algunos esposos,
humildes como el carpintero de Nazaret, que debían construirse una casa o una
cuna para el primer pequeño.
He
venido con la apariencia de peregrino que no tiene ni piedra donde apoyar su
cabeza y se debe acostar allí donde el Creador le hace encontrar una, que no
tiene más alimento que el dado por la caridad de quien lo acoge y que tanto
puede ser el pan y la sal, o el tazón de leche de cabra, o el pescado asado en
las brasas de los campesinos, de los pastores, de los pescadores, como el rico
banquete del fariseo en el que los sabrosos platos me resultaban amargos porque
no estaban condimentados con amor sino solo por curiosidad, o las comidas en Betania,
descanso del alma de Cristo que encontraba allí la madre en Marta, llena de
atenciones materiales, y en María, llena de adoración y se sentía comprendido
por una mente docta de amigo.
He
entrado como hijo de David en la ciudad real – que, mientras entraba, ya me
expelía como un vergonzoso aborto – a caballo de una burrita que me fue
ofrecida por la generosidad de un sencillo que me había reconocido Maestro e
Hijo de Dios.
He
muerto desnudo y sobre un lecho de oprobio, un leño que ni siquiera era mío, y
he sido arreglado y sepultado con vendas y aromas adquiridos por quien me amaba
en un sepulcro ofrecido por la piedad de quien me amaba.
Fui grande porque quise ser
pequeño. Recordarlo, vosotros que siendo pequeños queréis ser grandes, a toda
costa, incluso en lo ilícito. Y mi Reino no tendrá ni fin, no confín, porque me
lo he conquistado a costa de mi anulación total.
Si
me hubierais hecho reinar en lugar de matarme primero en la Cruz y después en
vuestras conciencias, habríais conocido eras de paz, largas cuanto la Tierra
desde el momento que posé mi pie de Inocente sobre ella, porque Yo soy el Rey
de la paz, soy la Paz misma. Os habría dado la paz en las naciones, la paz en
las conciencias, porque con mi Sangre (la Sangre de la circuncisión habría
bastado para redimir a la Humanidad) he venido a liberaros de la fosa sin agua
que Satanás os había excavado y donde perecíais y perecéis porque, a pesar de
que os haya extraído de ella, allí habéis querido volver, dado que el seductor
la ha asfaltado de oro y ha pintado en las paredes de la derecha imágenes
obscenas y en la izquierda imágenes de poder. Tres cosas que tienen para
vosotros el mismo valor.
Y, sin embargo Yo me he dejado
extender sobre la Cruz para hacer de mi martirio una flecha que perfora los Cielos
cerrados y abre el paso al perdón de Dios. Y, a pesar de que me hayáis odiado,
Yo continuo llamándoos para recogeros,
como trompeta empuñada por un alférez, para convertiros en mi ejército pacífico
que conquista los Cielos.
Venid. Antes de que llegue la
hora en que no podáis ya venir, venid a Mí. Estad vestidos con mis uniformes y
contraseñados con mi signo. El ángel de Dios preservó a los hijos de Israel del
exterminio de Egipto por la sangre del cordero esparcida sobre las jambas y los
arquitrabes; Yo, Cordero de mi Padre y Señor, salvo a mi Padre sus hijos por mi
Sangre, con la que he teñido no la materia del leño y de la piedra que mueren,
sino vuestra alma inmortal.
Las trompetas de la llamada
universal serán vida infundida de nuevo para los signados con mi Sangre, y los
huesos de los justos surgirán de entre los pliegues del suelo, donde dormían
desde hace siglos, para vestirse con júbilo, con carne perfecta porque nutrida
con el Pan vivo bajado del Cielo para vosotros y del Vino exprimido de las
venas del Santo, que vuelve virgen vuestra alma y la hace Digna de entrar en la Jerusalén del Cielo.
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